jueves, 17 de octubre de 2013

De ti, Señor, procede el perdón

Nuestra historia es una historia de amor. No se puede pensar en ella si la desconectamos de nuestro origen, de nuestro ámbito de desarrollo y de nuestra meta. Todo está en el amor de Dios, que es nuestro Creador, nuestro Sustentador y nuestro Fin. Ni siquiera cuando nos apartamos de Dios dejamos de estar en su amor, pues Él quiere rescatarnos para tenernos de nuevo a su lado... Es la historia del hombre, que no puede ser jamás echada a un lado y debe ser el mejor acicate que debemos tener para desear mantenernos en ese ámbito de amor...

Por eso, en el itinerario de la vida, debemos en primer lugar reconocer nuestra tendencia natural a ser infieles al amor de Dios. Dijo el Papa Pablo VI: "En el corazón del hombre está la línea que divide el bien del mal". El haber cometido la torpeza de ponernos de espaldas a Dios pretendiendo hacernos como Él, sustituirlo, colocarnos nosotros mismos en el centro, que es el sitio en el que Él debe siempre estar, representó para nosotros nuestra más terrible tragedia, pues iniciamos así una historia en la que empezó a reinar el dolor, la tristeza, la oscuridad, la insatisfacción... Nos salimos del sitio en el que debíamos estar para tener la plenitud y, siguiendo espejismos absurdos, emprendimos un camino en el que cada vez nos hundimos más en la desesperación. No hay cosa más frustrante que perseguir una felicidad ofrecida que no es tal, que sólo deja más insatisfacción. Es el camino en el que se piensa que las cosas pueden satisfacer, pero que nos amarran más, nos esclavizan más, pues sólo producen satisfacción momentánea, teniendo por efecto una mayor ansiedad, un deseo de más, una sensación de derrota que va calando más hondo cada vez...

Pero el otro lado de la historia es el luminoso. No hay solo un camino de frustración o de oscuridad. Hay un camino de plenitud y de luz, que es el que ha diseñado Dios como alternativa feliz al de la destrucción que nosotros mismos nos hemos construido. Ese Dios que nos había creado para sí, no iba a ser jamás infiel a su propio designio... "Si somos infieles, Dios se mantiene fiel, pues no puede Él negarse a sí mismo". Si el plan que Él tiene para el hombre es el de hacerlo feliz, el de hacerle sentir siempre su amor, el de llevarlo suavemente por los caminos de la realización plena y feliz, hasta alcanzar la meta de la salvación, ninguna fuerza humana, ni siquiera la más fuerte que ha existido, que es la del pecado, podía hacer que el plan de Dios no siguiera adelante... Jamás será más poderosa la fuerza del pecado que la de la gracia, no puede vencer nunca el odio al amor, pues el amor es de Dios y Él está por encima de todo. Ningún pecado podrá reivindicar jamás una victoria sobre el perdón del Dios, que es Todopoderoso...

Hace unos días concelebré una Misa funeral con un Sacerdote. En su homilía, le decía a la gente, dirigiéndose principalmente, como era natural, a los deudos del difunto, que Dios, que lo había creado, iba a luchar por él. Y que iba a ganar la lucha, pues ya Él venció una vez, y esa victoria es definitiva... Y dijo algo que me quedó dando vueltas en la cabeza: "Dios es Todopoderoso, porque es todo amor. El amor es la fuerza más impresionante del universo. Del amor salió todo lo creado, del amor se sostiene, y al amor está llamado... Y como Dios es Todopoderoso, y lucha, y vence porque nos ama infinitamente, podemos llamar a Dios, Todocariñoso"... Dios Todocariñoso nos hace presente el poder del amor de ese Dios que todo lo puede, porque todo lo ama...

En efecto, todo lo que Dios hace lo hace desde el poder infinito de su amor. No es un poder que podamos ver solo desde lo gigantesco, lo terrible, lo tremebundo... Un poder que para muchos es más bien algo que produce temor. Ese poder de Dios se basa en el amor, y ese amor es tierno, entrañable, constructor de paz, dador de serenidad... Principalmente cuando se expresa en su forma más cercana y cariñosa, que es la del perdón... No existe sensación mayor de ser abrazados amorosamente, acariciados, protegidos tiernamente, que la que da el perdón que Dios nos regala...

Por eso, la única actitud posible es la del abandono en los brazos de ese Dios Todocariñoso... Lo mejor que podemos hacer es dejar que ese poder infinito de su amor se derrame sobre nosotros. Es increíble que alguien se quiera negar a esto, cuando es la experiencia más satisfactoria que jamás podremos sentir y vivir... Hay que colocarse con humildad ante Él. Con la humildad del que se sabe absolutamente necesitado del perdón, del que quiere dejar que se exprese ese poder del amor en la propia vida... No es más fuerte el que no muestra su necesidad de perdón. Ese se queda en la debilidad de su soberbia y de su autoafirmación. Es infinitamente mucho más fuerte el que reconoce que el perdón viene del amor, que es la fuerza más poderosa. El que se deja llenar de ese amor-perdón y simultáneamente se llena de la fuerza más grande, la que viene del Dios Todocariñoso...

Hay que abrirse a ese amor, que se transforma en perdón para el pecador... Decirle al Señor: "De ti, Señor, procede el perdón, porque eres el amor, la fuente de ese amor para el mundo y para el hombre concreto. Necesito ardientemente ese amor que se derrama sobre mí como perdón, así como el que está en el desierto necesita del agua urgentemente para refrescar su garganta. Ya es muy largo este desierto mío, y te necesito a Ti, fuente de toda frescura... Si no me lleno de tu amor que es perdón, seguiré empeñado en andar los caminos de la frustración total, y eso es muy doloroso. Ya no quiero más eso. Quiero sentirme amado, quiero sentirme perdonado... Quiero sentir la ternura de tu abrazo, quiero sentirme acunado en tu regazo, quiero que me acaricies y cures con tu mano amorosa todas mis heridas, las que yo mismo he infligido en mi ser por empeñarme en estar lejos de ti. Deseo con todo mi corazón sentirme curado, y sé que es sólo tu amor, Dios Todocariñoso, el que lo logrará... Me abandono en tu amor. Me abandono en tu perdón. Dámelo para tener tu mayor poder en mí, el poder
que da el amor. Y al recibirlo y vivirlo entrañablemente, quiero hacerme anuncio de ese poder tuyo, que se basa en el amor, para los hermanos. Gritarles con mi vida que no se queden fuera de esta experiencia extraordinaria, en la que sólo vivirán plenitud, felicidad, sentido, cielo adelantado..."

¡Gracias, Señor, por hacer mío tu mayor poder! ¡Gracias por darme tu perdón, que es expresión clara del inmenso poder de tu amor!

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