lunes, 7 de octubre de 2013

Amar a Dios y amar al prójimo

El cristianismo es, por encima de todo, una cuestión de amor. Quien entiende que su vida debe moverse en el ámbito del amor, ha entendido lo que es la esencia de su fe... Sacar cualquier consideración de la vida cristiana de ese ámbito de amor, es hacerle un vaciado total... Es natural que así sea, pues en el origen de todo está el mismo Dios, que es amor. Todo ha salido de sus manos, todo lo ha creado desde el amor, todo lo sostiene en él, todo lo destina para que viva en el amor, y todo lo conduce a la meta final que es la perfección en el amor...

El cristiano tiene plena conciencia de "nadar" siempre en ese amor, pues ha surgido de ese Dios que es amor, que lo ha creado desde su amor, que lo sostiene en él y que todo lo ha diseñado de manera que tenga su fin en el mismo amor por toda la eternidad. Los hombres existimos por un misterioso designio del amor de Dios. Si vamos a las razones más profundas de nuestra existencia no encontraremos jamás una de necesidad. Somos absolutamente contingentes, pues de ninguna manera es "necesario" que existamos. No hay razón suficientemente válida para la existencia del hombre. Todas las razones que conseguimos son posteriores a nuestra existencia. Es decir, hoy encontramos alguna validez al argumento de necesidad en función del "sostenimiento" o del "mantenimiento" de lo que existe. Pero no la encontraremos nunca lo suficientemente sólida para justificar nuestra existencia en los momentos previos a la existencia de todo lo demás... Lo único que justifica nuestra existencia es el amor de Dios. Existimos por un designio eterno de amor de Dios.

Somos, podríamos decirlo, resultado de una especie de "explosión de amor" que se sucedió en el corazón de Dios. Sin ser necesarios para Él, sucedió en Dios como un "exceso" de amor, que no pudo llegar a contener. Y de esa "explosión" ha surgido todo lo que existe. Dios es suficiente en sí mismo y no necesita de más nada, para ser más de lo que es... De allí que nuestro origen se conecte directamente con lo que puede ser más compensador, más entrañable, más íntimo... ¡Está directamente relacionado con Dios-Amor, con su movimiento natural de darse! Y, como el amor es esencialmente entrega, Dios se ha entregado plenamente a nosotros...

Ese amor, siendo absolutamente desinteresado en quien lo da, es decir, en Dios, sí que es comprometedor para quien lo recibe. Los hombres, receptores de la vida por amor y sujetos eternos de ese amor creador, providente y oblativo de Dios, quedamos en deuda con quien nos lo da. No porque Él lo exija como respuesta, sino porque un corazón que valora el amor que recibe, naturalmente responde también con amor. Por eso, ese amor que debe ser respuesta del hombre que es amado, quedaría muy reducido si llega a ser considerado sólo como un "mandamiento". No debe amar el hombre porque se le obligue a hacerlo.. El amor más puro es el que se da en respuesta entusiasmada e ilusionada al amor que se recibe, Más, si es el amor más limpio, más puro, más desinteresado, más alto que se pueda jamás recibir...

Cuando el Maestro de la Ley se le acerca a Jesús para preguntarle lo que debe hacer para ganar la vida eterna, se queda en el ámbito de lo obligado. La respuesta que da a Jesús lo saca de esa mentalidad de obligación y lo coloca en la de la respuesta gratuita e ilusionada... "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser". No se puede "obligar" al corazón o al alma, a amar. O lo hace con toda libertad, con toda la buena disposición, o no será jamás, realmente, amor.

No existe movimiento más dulce del corazón humano que el que produce el amor como motor inagotable. Menos aún, cuando se vive ya en el ámbito del amor más grande que se puede recibir, que es el de Dios. Ese amor invita al compromiso más profundo que se puede asumir, que es el de la respuesta generosa e ilusionada a lo que el mismo amor pide. Ese compromiso es de entrega, de vivencia para ese solo amor, de respuesta positiva a lo que exige, pues se tiene la seguridad de que al amar, no exigirá nunca nada que pueda ir en perjuicio del amado. Amar a Dios es tener la plena seguridad de que vivir en ese amor es, con toda seguridad, la experiencia más entrañable que se pueda tener. Quien ha experimentado de verdad el amor de Dios, no encontrará jamás una experiencia que lo compense más que esa. Y por eso, si esa experiencia ha sido sincera y completamente real, nunca tendrá como opción alejarse de esa misma vivencia sublime...

Pero el compromiso del amor va más allá... La respuesta del Maestro tiene una segunda parte que exige abrir el corazón a una experiencia más concreta, por lo que significa de materialidad: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Jesús, incluso, llega a poner el ejemplo práctico en la parábola del Buen Samaritano. Lo comprendió perfectamente ese Maestro de la Ley, y los discípulos de Jesús de la primera hora. San Juan dice rotundamente: "Quien dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano a quien ve, está mintiendo"... El amor al prójimo es el signo más fehaciente del amor a Dios que podemos vivir. En el hermano está el mismo Jesús, Dios hecho hombre. Él mismo afirmó: "Cada vez que le hicieron un bien a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí mismo me lo hicieron". El amor al prójimo, en última instancia, es amor al Dios hecho hombre, que se ha hecho, además, pobre, ciego, inválido, indigente, necesitado... No se trata de amar al pobre o al necesitado simplemente porque está en situación de necesidad. Esto, en sí mismo, ya sería bueno. Pero se quedaría solo en altruismo o bondad sociológica. Los cristianos amamos al necesitado y le tendemos la mano porque sufre, y porque en él, sufre Cristo. Es una motivación más elevada, sin que por ello se desprecie a quien no lo hace en este sentido superior...

Es la plenitud de la Ley, como dice San Pablo: "La perfección de la ley es el amor", o en otra traducción: "Amar es cumplir la ley entera". Esta es nuestra última razón de ser cristianos. Un cristiano que no ama a Dios y no ama al prójimo, tiene que revisar su esencia, pues está, lamentable y muy tristemente, desenfocada. El amor es nuestra vida. Sin él, no tiene sentido nuestra existencia. Si queremos ser verdaderos cristianos, debemos vivir en el amor. Y no simplemente porque nos lo manden, sino porque tenemos conciencia de que sin él, no somos nada....

2 comentarios:

  1. Muchas pero muchas veces me he preguntado a mi mismo por que estoy aqui? La mayoria de las veces no encuentro la respuesta. Y siempre estoy en busqueda de ella. Cuando a veces la encuentro es porque he amado de verdad (desinteresadamente). En esos momentos me siento feliz, pleno y muy agradecido. Tengo que estar mucho mas cerca del Dios que es amor para aprender a amar de verdad.

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  2. Exacto Carlucho... Existimos simple y llanamente por un designio de amor de Dios. Y por eso nuestra existencia no tendrá jamás sentido fuera del amor... Basta con mirar a Jesús y estar con Él para aprender a amar... Dale mis saludos a Raquel y las "niñas". Un abrazo. Dios te bendiga

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