sábado, 19 de octubre de 2013

¿Cómo hiciste, Abraham?

En la Biblia nos encontramos con personajes sorprendentes.Se nos presentan en la historia de la salvación  y nos hablan de modelaje, de escucha, de seguimiento, de fidelidad, de esperanza, de amor... Son como el grito que quiere lanzarnos Dios, en sus voces humanas, para que despabilemos, para que veamos que sí es posible creer, que si consideramos que es una locura la fe, ya hay quienes se ha adelantado a dejarse invadir por esa locura. Que si nos atrevemos a dar el paso diciendo que sí creemos, ya ha habido en esa historia personajes que han dado uno, y dos, y tres, y muchísimos más pasos que nosotros, y que ya nos aventajan con mucho en esa aventura. Porque la fe es una aventura. Una aventura que finalmente tiene sentido porque ilusiona, porque llena de expectativas la vida, porque le da un sentido trascendente, porque hace que tengamos que pisar muy firme en nuestra realidad cotidiana porque la misma fe lo exige, porque no nos hace vivir en utopías irrealizables sino ya verificadas en la historia, porque hace que se ame lo que se hace porque no se queda en una simple realización social o ideológica sino que apunta a una realidad mucho más elevada que tiene que ver con el amor y con la esperanza de saber que es una siembra que tendrá cosecha buena segura...

Pero entre esos personajes hay uno que descuella sobre todos por varias razones. Su figura no es la de un simple seguidor de Yahvé, sino la de un tremendo seguidor de lo desconocido... Con absoluta confianza, atendió "la voz" que le hablaba, como si la hubiera oído muchísimas veces antes. Pero no. Era la primera vez... Por eso, con toda propiedad y justicia, tanto los judíos como los musulmanes y los cristianos, lo llamamos "nuestro padre en la fe".

Hay que ubicarse bien en el personaje para poder comprender exactamente lo inmenso de su testimonio. Abraham no se puede llamar, aún, judío. El judaísmo aún no existía en su época. Muy probablemente tenía la religiosidad "natural" propia de los hombres del entorno, politeísta, idolátrica, típicamente pagana. No tenía porqué ser distinto a los demás. Era trashumante, es decir, muy probablemente no tenía tierra fija, aunque sí posesiones, pero que no se referían a propiedades que conocemos hoy como "inmuebles". Sus riquezas se referían más bien a personas a su cargo, a rebaños de ganado y de ovejas, a metales preciosos, a joyas...Adoraba a los ídolos y a ellos ofrecía sacrificios de entre las cosas de su propiedad...

A ese personaje, que jamás había tenido un contacto "personal" con ninguna divinidad, un buen día se le presenta en forma de una voz, Yahvé. Cierto que ese Dios ya había tenido un atisbo de contacto con algunos personajes como Noé y aquellos atrevidos de Babel. Pero difícilmente se puede pensar que Abraham tuviera conocimiento de esto al detalle. Seguramente a "ese" lo consideraba uno más de entre la inmensa cantidad de divinidades a las que había que mantener "contentas"... Esa voz le ordena salir de sus tierras, de su familia, e irse a una tierra que ella le indicará. ¡Sin ninguna prueba, más que la de la voz que escucha! Y más sorprendente aún que escuchar esa voz es la respuesta de Abraham. Por la promesa de ser padre de multitudes, y de alcanzar para todas las naciones por su persona la bendición de Dios, decide decir sí a esa invitación que no tiene ningún sentido. No existe absolutamente ninguna seguridad en lo que se ofrece, sino sólo la de la confianza en que se cumplirá aquello... Es un abandono inusitado, inaudito, que habla más de locura que de cordura...

Abraham no ha tenido la experiencia de Yahvé de las maneras que las tuvo Israel al ser el pueblo elegido en el desierto, al ser liberado de la terrible esclavitud en el Egipto faraónico, al constatar su compañía durante toda la travesía por el desierto pues hace las maravillas del maná, de las golondrinas y de la fuente de agua interminable. No tuvo la experiencia de la entrada triunfal de Israel en la Tierra Prometida, la solemnidad del Templo de Jerusalén, el dolor de la deportación, el favor inmenso de los reyes persas y babilónicos, que permiten la reconstrucción del Templo y de la Ciudad Santa de Jerusalén... Mucho menos ha tenido la experiencia del Hijo de Dios presente en la historia de los hombres, haciéndose uno más para alcanzar la Redención de todos, dándole a los hombres su mensaje de amor y de salvación, enseñando la llegada del Reino de Dios, sustentando su mensaje con los milagros que realiza, sufriendo terriblemente la pasión por amor a la humanidad, muriendo en la Cruz y venciendo en ella, y finalmente resucitando gloriosamente... Ninguna de esas experiencias las tuvo Abraham. Y, sin embargo, creyó... Lo suyo, verdaderamente, puede considerarse una locura. Creer antes de todas esas maravillas realizadas por Yahvé podríamos considerarlo imposible. Creer después de ellas es tener al menos un sustento que da lógica al abandono en los brazos de quien ha realizado esas maravillas...

Nosotros estamos llamados a creer después de saber que Dios ha hecho todas esas cosas. Podríamos decirnos privilegiados, pues conocemos perfectamente las maravillas que Dios ha realizado en favor de nosotros. ¿Pero qué sustento tiene Abraham? ¡Ninguno! ¡Sólo una voz que lo invita a un abandono basado en una supuesta promesa de la cual no se tiene ninguna certeza de que se cumplirá!

¿Cómo hiciste, Abraham? ¿Cómo te atreviste a hacerlo? ¿Y por qué yo, que conozco la historia de amor de Dios por Israel en todo el Antiguo Testamento, que sé de los milagros que Dios hizo en su favor, que sé que envió a su Hijo al mundo para darnos la luz que habíamos perdido y la vida a la que habíamos renunciado, soy tan poco creyente? ¿Cómo no soy capaz como tú de abandonar mis "seguridades" para lanzarme a las "inseguridades" que me ofrece Dios, pero que dejan de serlo, pues están sustentadas en la más absoluta certeza que puedo tener de su amor por mí?

¡Cuán lejos estoy de ti, Abraham! ¡Quisiera vivir en la infancia espiritual en la que tú viviste! ¡Quisiera abandonar toda mis seguridades, las que me hacen soberbio, en las que exijo pruebas fehacientes para todo, en las que sustento mi vida porque me dan comodidad! ¡Quisiera poder experimentar como tú la confianza en Dios, ese "esperar contra toda esperanza", sólo en la certeza de que ese Dios es bueno, que me ama, y que jamás querrá lo malo para mí!

Un mundo lleno de "Abrahames" sería un mundo ideal. Un mundo en el que habría hombres que no se jactaran jamás de sí mismos, sino del Dios que los convoca, que los llama a abandonarse en Él y en su amor, un mundo en el que la única seguridad absoluta sea la del amor de Dios por ellos... ¿Es posible? ¡Claro que sí! Tu vida nos lo grita a cada instante. Tu vida nos lo echa en cara. Es posible, porque tú lo lograste. Y si tú lo lograste, nosotros también podemos lograrlo. Adelántate y enséñanos cómo hacerlo...

1 comentario:

  1. La verdad nunca habia pensado en Abraham de esa manera. Para mi es el Padre de la Fe como tu explicas pero realmente me ubique en su realidad. Realmente no se que hubiera hecho yo ......

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