lunes, 25 de mayo de 2020

Señor, Tú quieres que florezca allí en el jardín en que me sembraste

Tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo. - ReL

El encuentro que tiene Jesús con los apóstoles en la Última Cena, que nos relata con tanto detalle el evangelista San Juan, con lo cual se comprueba que quien narra los acontecimientos es realmente un testigo presencial, oyente directo de todo lo que es pronunciado por Cristo, y que aquello que escuchó lo dejó profundamente impresionado y lo marcó para todo su futuro, es determinante para definir el compromiso en la misión que les correspondería llevar a todos ellos en el mundo. "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios". Aquellas palabras de Jesús, prácticamente en su despedida de su periplo terrenal, son de tal densidad que pasan a ser inolvidables, aun cuando se hace presente en ellas un cierto reproche a ellos por el momento que están a las puertas de vivir con su prendimiento y su pasión: "Está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que ustedes se dispersen cada cual por su lado y a mí me dejen solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre". Podríamos afirmar sin error que Jesús contaba con esto, por cuanto conoce perfectamente a aquellos a los que ha elegido, y sabe bien que aún están sumidos en una especie de engaño que los tiene convencidos de que Jesús sería invencible, pues ha demostrado un poder infinito hasta ahora sobre los espíritus y sobre la materia. Ha derrotado frente a ellos en varias ocasiones al demonio liberando a muchos poseídos, y ha realizado portentos maravillosos dominando la naturaleza. Ante esas demostraciones, ¿cómo suponer que haya algo o alguien que pueda demostrar más poder que Él? Los acontecimientos que están por sucederse serán, sin duda, totalmente sorprendentes para ellos, pues verán a ese al que consideran imbatible, en la mayor de las debilidades, humillado y golpeado, sumido en el más profundo dolor hasta llegar a la muerte. Las palabras proféticas de Jesús denotan no solo su tristeza por el futuro abandono de los suyos, sino que descubren una cierta comprensión de su reacción, pues su espíritu estará inmaduro hasta que no vivan el gozo de su resurrección y reciban al Espíritu Santo que los consolidará en la experiencia de fe y en la esperanza cierta de la salvación. El amor inmenso de Jesús por los suyos no podía quedarse solo en el reproche. No había venido Él a confrontar al hombre con su propia inmundicia, sino a elevarlo y rescatarlo de ella, de modo que contando con su obra de amor no volviera a recorrer esas rutas de lejanía del amor. Por ello, sabedor de la profunda transformación que vivirá cada uno después de la experiencia de su victoria sobre la muerte y de haber abierto su corazón para recibir la fuerza del Espíritu Santo que se convertía en su aliado, supone que asumen su responsabilidad, aceptan la encomienda y salen animados al mundo a anunciar su amor.

Pero así como ha sido claro al hablarles de la reacción que tendrán, lo es también al respecto de la experiencia que vivirán en ese mundo al que son enviados: "Les he hablado de esto, para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán luchas; pero tengan valor: yo he vencido al mundo". Evidentemente, Él es el Maestro, y le corresponde como tal indicar el camino y poner sobre aviso acerca de las experiencias que tendrán en él. Sobre todo, indicar los peligros y escollos con los que se encontrarán en su momento. Pero se dará una verdadera transformación en la conducta de cada uno de ellos. Si en el momento de su prendimiento los apóstoles se dispersaron y huyeron, dejándolo solo en el dolor, ahora, después de haber vivido su triunfo maravilloso y pertrechados de la fuerza del Espíritu, su reacción será radicalmente distinta. No es que se consideren superhombres que estarán exentos de sufrimientos y de dolores, incluyendo hasta la muerte, sino que saben que todo tiene sentido porque el final será siempre la victoria en Jesús. No estará el peso en lo negativo que ellos puedan vivir, sino en lo que debe llegar al mundo y a cada hombre. El pertenecer al grupo de los discípulos de Cristo los hace militantes de una obra superior en la que no estará permitido luchar por mantenerse en la zona de la propia comodidad, sino en el empeño continuo de que el amor de Jesús se haga real y activo en cada hombre de este mundo. Para ellos el primer lugar lo ocupa Jesús y cada hermano al que le debe llegar su amor. Ellos serán solo un instrumento del amor. Y mientras lo sean estarán felices pues estarán cumpliendo su cometido. Su meta no será salir incólumes en el cumplimiento de la tarea que les corresponda, sino sumar cada vez más gente a la fila de los salvados. Y si eso llegara a implicar en algún momento la entrega incluso de la propia vida, lo harán felices. Esta es la mentalidad que mueve a los mártires. No importa la vida propia, sino el amor que Jesús derrama en los demás si llegara el momento de entregarla. Evidentemente, pesa el premio personal, pero solo como consecuencia de la entrega. Como lo pensó San Josecito, mártir de la Guerra Cristera en México: "Nunca ha sido tan fácil llegar al cielo". O el Beato Pedro Ruiz de los Paños, al despedirse de sus Discípulas de Jesús: "Os doy el adiós hasta el cielo". La vida que entregaban por amor a Dios y a los hermanos la recuperaban plenamente en la eternidad junto al Padre y junto a Cristo. Y el beneficiario era cada hombre de la historia. Ese Jesús que ha "vencido al mundo", seguirá venciendo. Eso ya no cambiará jamás, por cuanto el demonio ha sido abatido y no se levantará más. Solo lo hará si nosotros nos separamos de Jesús y ponemos poder en sus manos. Cristo lo ha dejado en la máxima debilidad. Y nosotros con Cristo lo mantendremos derrotado.

En el cumplimento de nuestra tarea debemos ser testimonio vital para cada hermano que esté a nuestro lado. No podemos quedarnos de brazos cruzados al comprobar que haya alguno que no conozca a Jesús, que no sepa de su amor, que no tenga noticias de su propia salvación. Muchos de ellos están ansiosos de alguna noticia que mueva las bases de su propia historia y los haga vivir algo superior. Es la sed de Dios, que la sufren muchos de ellos, sin saber de qué se trata. Aquella sed de trascendencia que surge espontánea del alma humana, que es natural pues hemos sido creados para lo eterno, se debate interiormente en el espíritu en la búsqueda de ser saciada. Nosotros somos poseedores de la ruta que conduce a la fuente que la sacia. No podemos dejar de hacer lo que nos corresponde. Lamentablemente muchos de nuestros hermanos se pierden de vivir el gozo de ser saciados porque nos hemos quedado callados. Ya es demasiado largo el tiempo de nuestro silencio. Debemos ser voz que convoque a la fuente y les facilite todas las herramientas que les hagan beber ágiles y felices de ese manantial de eternidad. Así lo hicieron los apóstoles: "'¿Recibieron el Espíritu Santo al aceptar la fe?' Contestaron:
'Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo'. Él les dijo: 'Entonces, ¿qué bautismo han recibido?' Respondieron: 'El bautismo de Juan'. Pablo les dijo: 'Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que iba a venir después de él, es decir, en Jesús'. Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo". La noticia no puede ser parcial. No podemos contentarnos con echar apenas un barniz donde Jesús quiere que todo se transforme. Nuestra labor debe apuntar a la renovación total de la humanidad. Cada uno debe procurarlo en su propio ámbito. A otros les corresponderá llegar a otras latitudes. A nosotros solo se nos pide hacerlo en nuestro entorno. Y no podemos callar pues esa es nuestra tarea. Jesús nos ha colocado en donde estamos sembrados. Y es allí donde debemos florecer. Y nuestras flores deben ser las más bellas del jardín, pues son las flores del amor de Jesús, que hace bello al mundo y quiere que todos lo disfruten al máximo. En el cumplimiento de nuestra tarea no debemos tener temor, pues estamos con Jesús, que ya ha vencido al mundo. Podrán venir embates terribles y hasta mortales. No importa. Lo que importa es que Jesús sea conocido, que sea amado, y que sea seguido. Esa es nuestra gala y nuestro orgullo. Y haciéndolo, entraremos a la eternidad feliz.

7 comentarios:

  1. Cuanto sufrimiento pasó Nuestro Señor, por amor al Padre y por amor a los hombres, nosotros no somos capaces de una Obra tan grande como ella. Esa es nuestra alegro

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  2. Excelente reflexión. Gracias Monse. Dios lo bendiga. Lourdiña

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  3. Hermoso relato y explicación del premio que obtenemos, al aceptar a Jesús como. Nuestro Señor y dejarnos abrazar por la fuerza del Espiritu Santo!!!!

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