miércoles, 20 de mayo de 2020

Te conozco mejor cada vez, gracias al Espíritu de la Verdad que me has regalado

Pablo en el Areópago: Una clase magistral en evangelización ...

Jesús es el gran revelador del Padre. Su presencia en medio de los hombres trajo a cada uno la mayor revelación posible de lo que es Dios. En el Antiguo Testamento los judíos solo oyeron de la presentación de Yahvé, el Dios todopoderoso, creador y sustentador, que eligió a Israel como pueblo suyo para mostrarse al mundo, juez y Señor de la historia. En la mentalidad y la fe hebreas no cabía otra forma de creer en Dios sino en un Dios único, sin competencia ni compañía. La revelación de Jesús se encontraba de frente con este monoteísmo rígido y radical del judaísmo, que no encontraba posible y razonable la diversidad que Jesús vino a presentar. Jesús no contradecía aquel monoteísmo hebreo, pero sí le daba un giro inesperado. Presentaba en su anuncio un monoteísmo trinitario, ciertamente muy difícil de comprender dentro del ámbito rígido del judaísmo. En algunos textos de la revelación recibida por los hebreos había algunos atisbos de esta complejidad de personas en Dios. Se habla del Espíritu de Dios que revoloteaba sobre las aguas, de la Palabra de Dios, del dedo de Dios, de la sabiduría de Dios, del Enviado de Dios, del Hijo del hombre, del Siervo sufriente. Todas estas presentaciones asoman una cierta diversidad en Dios pero quedaban en la oscuridad del misterio y adquirirán finalmente su claridad solo en la revelación posterior que hace Jesús. Él llega a identificarse con el Padre: "El Padre y yo somos una misma cosa, somo uno", le dice a Felipe y a los apóstoles. Es una identificación definitiva con el Yahvé del Antiguo Testamento. Y anuncia el envío de su Espíritu: "Es necesario que yo me vaya para que venga mi Espíritu". Evidentemente con estas afirmaciones se tambaleaba aquel monoteísmo rígido que caracterizaba a la fe judía. La comprensión de esta unidad trinitaria en Dios fue paulatina en la Iglesia y en la teología naciente. San Juan da un paso gigantesco en esta comprensión y nos lo demuestra en la introducción de su Evangelio: "El Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios". Afirmaba la diversidad de personas en la intimidad divina. Sin duda, fue una verdad absoluta que no fue ni ha sido comprendida aún del todo, pues es el misterio íntimo de Dios que se mantiene y se mantendrá hasta la eternidad en la oscuridad. En todo caso, es un misterio en el que lícitamente podemos bucear, por cuanto hemos sido enriquecidos por el mismo Dios con nuestra inteligencia y nuestra capacidad de razonamiento para que así podamos hacerlo. Además, Jesús nos ha prometido su Espíritu, al que ha identificado como Espíritu de la Verdad, para que nos acompañe en esta aventura de adentrarnos en el misterio divino: "Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena".

Esta revelación de Dios, hecha originalmente solo al pueblo hebreo, a partir del envío de Jesús a los apóstoles "al mundo entero", debía ser anunciada a toda la humanidad. Es la universalidad de los hombres la que está llamada a conocer a Dios en su intimidad. Lógicamente ese conocimiento de Dios no debía empezar en un conocimiento basado en la realidad intelectual del razonamiento humano, sino en la realidad de las acciones de amor en favor de cada hombre de la historia. El conocimiento de Dios se da y conquista en primer lugar a los hombres no por sus verdades doctrinales, sino por el amor puesto en sus acciones. Lo dice San Pablo claramente en la presentación de la posibilidad de un conocimiento natural del Dios infinito: "Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables". Fue lo que con suma inteligencia dijo a los atenienses en su visita al areópago: "De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, con el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos". Ese conocimiento natural era, por lo tanto, un primer paso que podía dar el hombre hacia Dios. Sin embargo, Dios en su infinita bondad y providencia en favor del hombre, determinó también darse a conocer con sus obras a los hombres del Antiguo Testamento y posteriormente, con su obra máxima de amor, en Jesús, de modo que, ahora sí, no hubiera ninguna excusa para no acercarse a Él. Jesús, revelando la intimidad divina y la obra que cada uno de Ellos llevaba adelante en favor de los hombres, completa esa revelación divina y encomienda al Espíritu Santo la tarea de ir echando luces sobre lo que es Dios, su verdad, su amor, su intimidad: "No hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que recibirá y tomará de lo mío y se lo anunciará a ustedes". En esta tarea, el Espíritu se hace socio principal de la Iglesia, su alma y su protagonista en cuanto a la revelación de la verdad divina. No solo aclara la verdad, sino que la hace asequible a todos. Hace posible que haya una mejor comprensión en las diversas mentalidades.

Es emblemática la situación que se presenta a San Pablo en Atenas. Impresiona percibir el conocimiento de la cultura griega del que hace gala el Apóstol cuando dirige su discurso a los atenienses, y sobre todo su ingenio cuando se vale de las cosas de su propia cultura para darles a conocer lo que es Dios y lo que quiere llegar a enseñarles: "Atenienses, veo que ustedes son en todo extremadamente religiosos. Porque, paseando y contemplando sus monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: 'Al Dios desconocido'. Pues eso que ustedes veneran sin conocerlo se lo anuncio yo. 'El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene', siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manos humanas, ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, Él que a todos da la vida y el aliento, y todo". El discurso de San Pablo se convierte así en un ejemplo clarísimo de lo que es la inculturación del Evangelio, que empezó con la misma encarnación de Jesús, el Verbo eterno del Padre, haciéndose así uno más de aquellos a los que quería rescatar, es decir, alcanzando la más perfecta inculturación. De esa manera, el Espíritu de la Verdad cumple perfectamente su misión, aclarando las ideas de los anunciadores y sugiriendo los métodos mejores para llegarles más fácilmente. Es una experiencia que tenemos todos los que debemos anunciar a Jesús, cuando somos sorprendidos por la inspiración de contenidos y de métodos en los que jamás hubiéramos pensado, pero que pone el Espíritu en nuestras mentes y en nuestros labios para poder llegarle mejor a los destinatarios. Con esta convicción, San Pablo siguió su discurso: "No está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo han dicho incluso algunos de los poetas de ustedes: 'Somos estirpe suya'. Por tanto, si somos estirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan". Con todo esto, Dios no hace más que seguir demostrando a todos su inmenso amor por nosotros. No solo ha realizado la obra mayor de amor con la entrega del Hijo, sino que sigue dejándose mover por ese infinito amor procurando que su salvación alcance a todos, sin escatimar lo que haya que hacer para que ese itinerario se cumpla perfectamente. Definitivamente Dios nos ama y hará todo lo posible para que vivamos en ese amor.

4 comentarios:

  1. Amén. Gracias Padre.
    Me hizo recordar cuando en cursillo sentimos realmente que el E.S habló, cambió la forma como habíamos planeado
    transmitir el mensaje y llega a cada uno tomando en cuenta sus diferencias..Bendición.

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  2. El espíritu santo nos guía a entender que Jesús es el enviado del Padre el único para tender puente entre el cielo y la tierra.

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