miércoles, 13 de mayo de 2020

Tú, Jesús, eres el tronco del árbol, yo soy una rama. Vivo y doy frutos por ti

Corazón de Jesús en Vos Confío: Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos

La alegoría de la vid y los sarmientos es, quizás, la que echa las luces más resplandecientes sobre la necesidad de estar unidos a Jesús para mantenerse con vida. Todos tenemos en la mente la imagen de la rama despegada de un árbol que va perdiendo su lozanía, se va poniendo mustia, hasta que se seca totalmente y muere. Su separación del tronco que le da la savia representa para ella indefectiblemente su muerte. Es imposible que se mantenga viva, pues se ha apartado de su fuente, de su razón de vida. No llega a ella ya la savia vital. En efecto, la vida de la rama no está en sí misma. No es ella la que se da su vida, sino que es su conexión con el tronco del árbol lo que hace posible que haya vida en ella. Esta alegoría que relata el mismo Jesús establece claramente que Él es la razón de vida de todos los cristianos. "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí ustedes no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden". Jesús es la vid, es el tronco del árbol, por el que transcurre la savia que es la razón de vida de cada uno de los sarmientos, de cada una de las ramas, de cada uno de nosotros los cristianos. Nuestra vida no nos ha venido espontáneamente, como tampoco la hemos obtenido nosotros por propio esfuerzo. Tanto la vida natural como la vida sobrenatural tienen su origen en Dios. Existimos por un decreto eterno de amor divino que nos ha hecho venir a la existencia desde la nada. Nos mantenemos en esta vida por una providencia amorosa de nuestro Creador que pone a nuestro alcance todo lo que necesitamos para mantenernos vivos. Y dando un paso más adelante en la perfección de ese amor infinito de Dios, no solo hemos sido bendecidos con la existencia biológica, sino que hemos sigo agraciados con una vida superior, la espiritual, que nos había sido donada desde el primer momento de nuestra existencia, cuando el Creador "insufló en las narices el aliento de vida", regalándonos su propia vida, la Gracia, por la que empezó Él mismo a habitar en nuestros corazones, llevando nuestra vida humana a alturas inmensas e insuperables. Y haciendo gala de un amor realmente eterno, luego de que nos negáramos a vivir esa vida de Gracia azuzados por el demonio, Dios mismo decretó el rescate de la humanidad para retomarla como morada suya. "Vendremos e él y haremos morada en él". Para cada uno de nosotros el Bautismo representa la nueva victoria de Dios, obtenida por la entrega de Jesús, por el cual pasamos a ser de nuevo templo donde habita Dios en plenitud, y desde donde nos sigue llegando la vida que nos enriquece. Es la vida espiritual que nos hace hijos suyos, y que hace posible que el final de nuestro periplo terrenal sea una fiesta de encuentro alegre que se mantendrá para toda la eternidad.

Ese camino de nueva vida que se inicia en el Bautismo es un camino de profundización en la unión con Dios, que nos irá consolidando cada vez más en nuestra filiación divina, y que es necesario que mantenga un proceso de solidificación. Las ramas que somos deben estar cada vez más unidas a la razón de su existencia, que es Jesús. Él nos ha procurado esa nueva vida que es nuestra mayor riqueza. Existir como hombres ya es una gracia que Dios nos procura, por cuanto es el Creador y el Sustentador, la razón última de nuestra existencia. Un solo decreto suyo que establezca que se desentiende de la creación representaría para cada uno de nosotros nuestra inmediata desaparición. Si Dios dejara de pensar en nosotros un solo segundo, si en ese segundo dejara de ocuparse de mantenernos en la vida que nos ha regalado, sucedería la mayor debacle para nuestra existencia y todos moriríamos. Igualmente, si nosotros pretendiéramos darnos a nosotros mismos la vida, si llegáramos a pensar que podemos dominar y manipular la vida a nuestro placer, poniéndolo todo supuestamente a nuestro arbitrio, estaríamos hiriendo a la misma vida tan gravemente, que estaríamos decretando nuestra propia desaparición. El hombre es dueño de la vida porque Dios la ha puesto en sus manos, pero no lo es para que haga de ella lo que le viene en gana, por cuanto el único que tiene poder sobre ella es el Creador, de las manos del cual ha surgido y se mantiene. Pretender separar la vida de las manos de Dios y querer colocarla en las manos del hombre, que a su vez es también criatura, es hacerla apuntar a su desaparición. Es dar coces contra el propio aguijón. Y de esa manera el hombre estaría dirigiendo la vida, la suya y la de todos, a la desaparición. El orden natural no lo es porque ha surgido por generación espontánea. Lo es porque es el orden que Dios ha querido y que ha impreso en toda la creación. Ir contra ese orden es separar la rama del árbol, es hacer que el sarmiento se despegue de la vid. Y es, por lo tanto, el decreto de su muerte. Y si esto es así en el orden natural, lo es aún con mayor razón en el orden sobrenatural. La riqueza que Dios ha querido imprimir en la vida humana, haciéndola subir un escalón infinito cuando le ha regalado su propia vida como don de amor, debe hacerse consciente en el hombre, criatura predilecta de Dios. Ningún otro ser de la creación ha recibido tan grande regalo. Dios no puede habitar en ninguno de ellos, solo en el hombre, pues este es el único ser capaz de Dios. El hecho de que Dios lo haya creado "a su imagen y semejanza" es lo que lo hace capaz de contener a Dios. Su amor, su libertad, su inteligencia, su voluntad, son las cualidades divinas que Dios ha impreso en el ser del hombre y que lo hacen tener la posibilidad de acogerlo en él. Ningún otro ser de la creación puede acogerlo porque no posee esas cualidades divinas. Con mayor razón, entonces, mantener esa vida de Dios en sí hace absolutamente necesario que se mantenga la unión con Jesús. Él, la vid, nos seguirá procurando esa vida divina solo si nos mantenemos unidos a Él como sarmientos. Solo de ese modo nos seguirá llegando su savia vital.

Más allá de tener la vida porque mantenemos nuestra unión con Jesús, como los sarmientos a la vid, esa unión procura no solo que sigamos con vida, sino que hace que ella tenga sentido. Los versos del gran José María Pemán pueden ayudarnos a entender el sentido de la vida: "La vida que no florece / y es estéril y escondida, / y no fecunda ni crece, / es vida que no merece / el santo nombre de vida". La vida, para ser vida, para ser bella y para tener sentido, debe ser una vida que fructifica, que fecunda, que crece. No se tiene la vida para vegetar en ella, sino para hacerla crecer, para hacerla dar fruto. De eso se trata también el estar unidos a la vid como los sarmientos. La uva surge solo por esa unión. Un sarmiento que se despega deja de dar fruto, y muere, pues ya su vida no tiene ningún sentido. "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado; permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí". Los frutos del cristiano son las obras de amor que va realizando y se van logrando a su alrededor. Un cristiano no puede pasar por la vida sin dejar trascendencia. La vida del cristiano debe notarse, debe dejar huella. Si está unido realmente a la vid, esa unión dejará marca. Su estela serán las obras de amor, de caridad, de solidaridad. Será anunciador con su vida de la vida que posee. Los apóstoles lo vivieron en plenitud: "Ellos, pues, enviados por la Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos". No podían no dar frutos, por cuanto se mantenían unidos a la vid, y por ello sus obras daban sentido a esa unión. Ciertamente en algunos creyentes se mantenía un empeño de vivir una vida únicamente personal, queriendo satisfacerse a sí mismos más que a Dios: "Unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse". Pero Dios se encargaba de aclarar el sentido verdadero de esa vida que Él procuraba, pues era su vida, no la de ellos. Querer imponer cosas distintas a las del amor, no entraba como posibilidad. La unión con Jesús, que es la vid, es esencial para todo cristiano. Dar frutos unidos a la vid es darle sentido a esa vida y lograr que la vida en el sarmiento sea realmente bella. Y dejarse llevar por esa vida sin permitir adulteraciones personales es mantener en la vida recibida de Dios la pureza que tiene y que debe siempre tener.

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