lunes, 4 de mayo de 2020

Derramaste tu sangre y entregaste tu cuerpo por todos sin dejar a nadie por fuera

Mundo Niggle: Catequesis Petrinas 2015, 08. “Lo que Dios ha ...

En la Iglesia naciente se van dando cosas absolutamente novedosas que van sorprendiendo incluso a los mismos apóstoles. La novedad radical de vida, que ha alcanzado su punto culminante en la entrega de Jesús a la muerte y en su resurrección, va trastocando actitudes, pensamientos y conductas profundamente arraigadas en las prácticas religiosas, deudoras del judaísmo más rancio. Ese cristianismo naciente va echando luces distintas a las que se habían ido añadiendo al judaísmo, muchas de ellas no por revelación divina, sino por intereses de grupos de dominio y de poder, nacionalistas, llegando incluso al chauvinismo y a la xenofobia, excluyentes, y con pretensiones de exclusividad y de superioridad. Es una tentación que se presenta a lo largo de toda la historia en los diversos grupos humanos. Quienes pertenecen a alguno, llegan a considerarse superiores y mejores que los otros. Tomar partido por algún grupo humano llega a comprometer a tal punto que invita al rechazo y al desprecio de los demás. En ocasiones este rechazo muta en pena, en compasión o en lamentación de los otros pues se estarían perdiendo la riqueza que representa pertenecer al grupo propio. Así, la humanidad añade un argumento más para su propia división, haciendo más difícil que se llegue a cumplir la añoranza de Jesús, la que expresa al Padre en su oración sacerdotal, el deseo de "que todos sean uno, como tú y yo, Padre, somos uno". La unidad de los hombres es la meta que persigue Jesús. Somos los hombres quienes encontramos siempre argumentos para que esa unidad no sea fácilmente asequible, y colocamos obstáculos para que no se alcance. Pesan más los intereses grupales o personales, los deseos de dominio de unos sobre otros, las capacidades de aprovechamiento de otros grupos humanos en favor de pretensiones interesadas. No obstante, Jesús, en esa Iglesia naciente, apoyado por supuesto, por su enviado para sustentar su obra, el Espíritu Santo, sigue insistiendo en crear de los hombres un sola gran comunidad que persiga los mismos intereses y se esfuerce con un solo corazón por alcanzarlos. Respetando la diversidad natural que es deseada por Él mismo, pues Dios nos ha creado diversos a todos, sí insiste en que la unidad en la fe, en la confesión de un solo origen y de una sola meta, en el disfrute de una misma redención que ha realizado para todos, debe ser la realidad que nos aglutine y nos consolide a todos como el único pueblo por Él elegido y redimido.

Tomando al primero de los apóstoles, a Pedro, para hacer clara su intención de salvación universal, que considera a todos los hombres como una única y misma comunidad por la cual se ha entregado, quiere dejar claro que todos los hombres son igualmente amados en su corazón. La visión que tiene Pedro en su oración es determinante: "Estaba yo orando en la ciudad de Jafa, cuando tuve en éxtasis una visión: una especie de recipiente que bajaba, semejante a un gran lienzo que era descolgado del cielo sostenido por los cuatro extremos, hasta donde yo estaba. Miré dentro y vi cuadrúpedos de la tierra, fieras, reptiles y pájaros del cielo. Luego oí una voz que me decía: 'Levántate, Pedro, mata y come'. Yo respondí: 'De ningún modo, Señor, pues nunca entró en mi boca cosa profana o impura'. Pero la voz del cielo habló de nuevo: 'Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres profano'". La obra de Jesús había hecho a todos puros. Ya nadie puede ser considerado excluido de su amor, como había sido ya práctica común en el judaísmo, del cual era deudora esta Iglesia naciente. Pedro había recibido el reproche de sus correligionarios, defensores de la circuncisión: "Cuando Pedro subió a Jerusalén, los de la circuncisión le dijeron en son de reproche: 'Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos'", en un intento de mantener la actitud excluyente anterior. El nuevo orden era distinto y lo había dejado bien claro Dios: Ya nadie puede ser excluido por ninguna razón de la salvación que había alcanzado Jesús para la humanidad. La salvación de Jesús es para todo el que quiera abrir su corazón a su amor, sea de Israel o de cualquier otro pueblo sobre la tierra. Evidentemente, quien dicta las pautas en esta salvación es el mismo Dios. No pueden los hombres ser los que establezcan criterios, mucho menos si esos criterios fueran en contra de lo que es el deseo expreso divino. La argumentación de Pedro, basada en la experiencia que tuvo en el éxtasis de su oración, abre la perspectiva a la salvación universal. Esto fue comprendido por todos, quienes finalmente debieron deponer su actitud de exclusión y se pusieron en la misma línea divina, entendiendo perfectamente lo que Pedro les decía: "Si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?' Oyendo esto, se calmaron y alabaron a Dios diciendo: 'Así pues, también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida'".

La salvación se basa en el criterio del amor que no excluye a nadie. Nadie tiene poder de abrir o cerrar la posibilidad para otros, pues es Dios mismo el que ha manifestado el deseo de que sean todos los hombres los beneficiarios de su amor de entrega. Es Dios el que ha abierto la puerta de los cielos a todo hombre y mujer que se abra a su amor y se deje llenar el corazón con el amor misericordioso y redentor de Jesús. Él es la puerta por la que se puede entrar a disfrutar de los mejores pastos, en las praderas del cielo: "En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante". Jesús no ha venido para negar la vida a nadie. Por el contrario, su obra es vivificadora para todos. El mismo periplo que ha cumplido Él en su entrega, de muerte y resurrección, es el que debe vivir cada hombre que quiera recibir esa salvación, que quiera entrar por esa puerta que es Él mismo y que lleva a la salvación eterna. Quien quiera recibir esa salvación debe vivir la novedad radical de vida que Jesús ha procurado para todos, de manera que como Jesús, muera a su antigua vida de pecado para resucitar a la vida nueva, en la que todo redimido vivirá la alegría de ser nueva criatura en el amor. Y en esa absoluta novedad que gana Jesús para él, todo redimido debe tener en su conciencia el ser miembro de un gran pueblo único, que es toda la humanidad, que ha sido toda ella redimida por el mismo sacrificio que él disfruta, por lo cual no tiene cabida la exclusión. Sentirse superior o con derecho a excluir a alguien desdice totalmente de la intención salvífica universal de Jesús. Nadie es superior o mejor que otro. Todos ocupamos el mismo espacio en el corazón amoroso de nuestro Dios. Y el mismo Dios deja claro que Jesús ha derramado su sangre y ha entregado su cuerpo por todos y cada uno de los hombres de toda la historia, sin dejar a nadie fuera. Cada gota de sangre y cada milímetro de carne de Jesús vale como sacrificio por todos. No tiene sentido pensar que pueda haber alguien que no sea beneficiario de ese augusto sacrificio. Por eso debemos vernos todos como hermanos, digno cada uno de la sangre que Jesús derramó. Por ese hermano que tengo a mi lado, por el que me cruzo en el camino a diario o que nunca veo, por el que me cae mal o muy bien, por el que me hizo daño o me tendió la mano en mi problema, por el que no me saluda o me sonríe cada vez que me lo encuentro... por todos y por cada uno murió Jesús en la cruz. Somos todos parte de la humanidad, el único pueblo de Dios.

7 comentarios:

  1. Gracias Padre.
    Muy buena reflexión.
    Dios lo bendiga

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  2. Para Dios no somos excluidos.
    Bonita reflexión. Dtb

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  3. Para Dios no somos excluidos.
    Bonita reflexión. Dtb

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  4. Para Dios no somos excluidos.
    Bonita reflexión. Dtb

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  5. Muchas reflexiones contenidas.
    De nuevo Jesús usa la analogía de la puerta... Quien entre por mi se salvará 🙏

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  6. Todos ocupamos el mismo espacio en el corazón amoroso de Dios. Perdónanos Señor cuando lo herimos con nuestras miserias. Cuando no nos hacemos merecedores de tu sangre y tu carne. Gracias por ese amor Padre!!!!

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  7. La salvación de Jesús es para todo el que quiera abrir su corazón a su amor, sea de Israel o de cualquier otro pueblo sobre la tierra.

    La salvación exige abrir el corazón a Dios. Conformar la fe y la vida al ser y vivir de Jesús.
    Hay que cuidarse de los equívocos humanismos y creer que todo y todos pasan. La unidad querida por Jesús no se consigue a cualquier precio ni todo vale por la unidad.
    Muy agradecida.

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