Una realidad de la que se convencieron claramente los primeros discípulos de Jesús enviados al mundo para dar testimonio del Evangelio es la de que la Palabra de Dios no está encadenada. Esa Palabra, que en definitiva es el mismo Jesús, el Verbo eterno del Padre, es absolutamente libre. Lo fue desde toda la eternidad, lo fue en su periplo terreno cuando libremente entregó su vida por amor a los hombres, lo fue cuando era proclamado y anunciado a toda la humanidad por los discípulos, y lo seguirá siendo para siempre. Nada puede encadenar a Jesús. Y como Él es la Palabra de Dios, esa misma Palabra se mantendrá libre para ser anunciada hasta el fin de los tiempos. Cualquier empeño por silenciar esa Palabra eterna y todopoderosa está destinada al fracaso. El mismo Jesús lo da a entender así cuando afirma: "Les aseguro que si ellos se callan, las piedras gritarán". El hecho de que, en cierta manera, Jesús haya decidido "hipotecar" su Palabra al anuncio que harían los apóstoles, no significa que hubiera perdido esa libertad absoluta de la que gozaba. La Palabra no pierde libertad, pues nada ni nadie podrá impedirla o silenciarla. No se trata de que Jesús dependa de que sea o no extendida su obra de salvación mediante el anuncio de los apóstoles. Esa obra, sea como sea, será siempre conocida por los hombres. Dios mismo se las ingenia, en su infinita creatividad. Al "hipotecar" su libertad al anuncio de los discípulos no se hace dependiente de ellos. Él mantiene esa libertad absoluta. Tampoco se puede pensar que eso libera de responsabilidad a los enviados. Alguno podría pensar que si es tal la libertad de la Palabra, no necesita entonces de nadie para llegar a los demás. Evidentemente podría ser una conclusión razonable. Pero esa Palabra infinitamente libre, "decidió necesitar" en un momento de la historia no porque realmente lo necesitara, sino para dar a los discípulos la posibilidad de expresar con su disponibilidad como anunciadores la propia experiencia de liberación personal que habían tenido al recibir la Palabra y vivir la experiencia personal de liberación por la Redención. Es una concesión que favorece a los enviados, no a la Palabra. El ser considerados dignos de anunciar a Jesús, haciéndolos instrumentos de su salvación, es la consideración de dignidad mayor que se puede recibir del mismo Dios. Ser multiplicador de la obra salvadora de Cristo no es una condición de necesidad de parte de la Palabra absolutamente libre, sino un don de Jesús, una concesión amorosa para demostrar el querer vivir como realmente redimidos por el Salvador.
Podríamos decir que esta convicción fue total en los apóstoles. Aquella Iglesia naciente fue agraciada con ese tipo de experiencias maravillosas en las que quedaba claro que la Palabra de Dios nunca podría estar encadenada. Pablo y Silas vivieron esta experiencia en carne propia, cuando fueron hechos presos: "Vino un terremoto tan violento que temblaron los cimientos de la cárcel. Al momento se abrieron todas las puertas, y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pero Pablo lo llamó a gritos, diciendo: 'No te hagas daño alguno, que estamos todos aquí'". Ellos habían perdido la libertad, pero la Palabra seguía siendo totalmente libre. Y esa libertad demostrada de esa manera sirvió incluso para demostrar al carcelero cuál era el verdadero camino de la fe. No podía ser otro, cuando el mismo poder de Dios había quedado tan evidentemente demostrado. Por eso vivió una conversión radical: "'Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?' Le contestaron: 'Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia'. Y le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A aquellas horas de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos; los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios". La libertad de la Palabra quedaba demostrada clarísimamente de esa manera. Y fue tan potente su demostración que en aquel momento logró la salvación del carcelero y de toda su familia. Fue una demostración del poder infinito de Dios y de su deseo de salvar a todos los hombres, usando de todo su poder y de toda su libertad. Por eso sorprende que aún hoy exista el empeño de los poderosos a los que incomoda Jesús y su mensaje de amor y de fraternidad, de silenciarlo. En toda la historia ha quedado demostrado lo absurdo que es. Las sociedades más irreligiosas, las más enconadas contra el cristianismo, jamás han podido acallar a Jesús. Siempre queda un resto que es como un brote de fe que renace y se fortalece. La fe resurge en los hombres y mujeres que son sometidos, demostrando que incluso en las condiciones más duras esa Palabra de Dios mantiene su libertad, y demuestra su poder, haciendo resurgir esa semilla que queda escondida y confinada quizás en lo más recóndito del espíritu humano.
Realmente no puede ser de otra manera. Estamos hablando de Dios. Es quien posee la libertad absoluta, es en sí mismo la fuente de la libertad, es la libertad esencial. Es el todopoderoso, el que jamás puede ser vencido, el que demostró su poder infinito en la primera creación y lo hizo aún más evidente y apabullante en la segunda creación que superó a aquella primera. Es quien está por encima de todo, pues es de quien ha surgido todo, desde quien todo se mantiene, quien ha llevado todo a la condición de rescatado por su amor. Es quien se ha involucrado absolutamente con su propia creación, siendo no solo su autor, sino haciéndose actor principal como uno más de la misma humanidad que había salido de sus manos amorosas. Y es quien ha prometido su presencia en medio de ella para siempre, no solo por sí mismo, sino por su Espíritu Santo, enviado para que el mundo siga viviendo en la convicción de su libertad, de su poder, de su salvación. "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿Adónde vas?' Sino que, por haberles dicho esto, la tristeza les ha llenado el corazón. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito. En cambio, si me voy, se lo enviaré". La libertad de la Palabra que actuó y que sigue actuando en el mundo, tomando como instrumentos a los enviados, es también la libertad absoluta del Espíritu Santo. Así como el Verbo eterno del Padre ha demostrado siempre su libertad absoluta, ahora corresponde al Espíritu Santo seguir demostrando esa libertad que es natural en Dios. Será ahora el Espíritu quien tendrá la encomienda de hacer que la Palabra llegue a todos. Y tampoco Él estará sometido a los arbitrios humanos. Nadie podrá frenar su acción. Nadie podrá encadenarlo ni someterlo. Por eso la Iglesia puede seguir adelante con plena libertad su tarea de anuncio del amor. Ninguna ley, ninguna oposición de ninguna autoridad, ningún estorbo, podrá impedir que la Palabra siga siendo anunciada, pues la tarea la lleva adelante el mismísimo Dios, el absolutamente libre, la libertad en esencia. El Espíritu Santo es el espíritu de la libertad. Quien se deja inundar por Él vivirá también en la plena libertad. Los anunciadores viven esa misma libertad que Dios les da. Aun cuando sean encadenados, tendrán un espíritu libre, que es el que infunde en ellos el mismo Dios a través de su Espíritu: "El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquél que es nacido del Espíritu".
La palabra de Dios nos hace libres, para dar los testimonios de fe, que viven en nuestros corazones..
ResponderBorrarEspíritu Santo sóplanos con tu sabiduría para ser verdaderos enviados para predicar la Palabra y ser tus testigos. Ven Espíritu Santo!!!
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