sábado, 16 de mayo de 2020

Lo esencial es vivir tu amor y tu salvación, Jesús. Que no me detenga en lo accidental

Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a ...

El anuncio del Evangelio en el mundo requiere de los anunciadores asumir que el protagonismo no lo tienen ellos, sino Dios. El anunciador es un simple instrumento que ha elegido el Señor para enviarlo al mundo lleno de su amor y de su obra de salvación, para hacerlos presentes en el corazón de cada destinatario. Es necesario que esto esté claro, por cuanto Jesús quiere que ese mensaje de amor y de salvación sea proclamado a los cuatro vientos sin adulteraciones, sin añadidos indeseables, sin apropiárselo con intenciones de ponerle añadidos inconvenientes. El enviado debe sentirse elegido en el amor que confía plenamente en él y que pone en sus manos algo tan delicado como el encargo de que la obra realizada por Jesús en su entrega a la muerte para la salvación del mundo sea transmitida a todos de la manera más pura. Ese anunciador ha sido considerado digno de recibir el encargo de llevar a todos lo más sublime que puede existir: el amor y la salvación de Dios. Mal podría entonces pretender dañar ese mensaje con adulteraciones o añadidos propios. Sin embargo, Dios cuenta con la diversidad que representa el innumerable grupo de enviados que Él ha ido eligiendo, lo que asegura a la vez una diversidad de estilos de llevar el mensaje, una diversidad de voces, una diversidad de argumentaciones, una diversidad de inspiraciones propias. La diversidad de personas asegura una diversidad de emisiones. Y a eso hay que sumarle también la diversidad de destinatarios. Al no ser todos del mismo ambiente, al pertenecer a diversas culturas, al provenir de diversas naciones, se hace necesario adaptar el mensaje a cada ambiente. No es que el mensaje cambie, sino que siendo el mismo debe sufrir adaptaciones para que sea comprendido por cada uno. Es lo que hoy llamamos la "inculturación del Evangelio". Y más cercanamente fue lo que el gran Papa San Juan Pablo II, en las puertas del arribo del tercer milenio de la evangelización, invitó a hacer a toda la Iglesia en el mundo: "la Nueva Evangelización", que debía ser nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión, de modo que ese mensaje de amor y de salvación se asegurara de llegar a todo hombre y a toda mujer actual, y ser comprendido y asumido por ellos. Es un proceso que no es nuevo. También la Iglesia naciente tuvo que tener en cuenta al hombre concreto al que debía llegar el mensaje. La rigidez no fue su signo principal, sino que tuvo la sabiduría de flexibilizar las exigencias en las cosas en que podía hacerlo. No cambió el mensaje, sino que lo adaptó a cada ambiente al que iba llegando. Mantuvo siempre lo esencial, pero fue sabia en discernir lo que era importante para defenderlo y lo que era accidental para adaptarlo. 

Cuando Pablo llega a Derbe y Listra, tierras de paganos, encuentra a Timoteo, uno de los primeros Obispos de la Iglesia: "Había allí un discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de una judía creyente, pero de padre griego. Los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes de él. Pablo quiso que fuera con él y, puesto que todos sabían que su padre era griego, por consideración a los judíos de la región, lo tomó y lo hizo circuncidar". Recordemos el conflicto que se había presentado con la exigencia que hacían los judaizantes acerca de la circuncisión de los convertidos del paganismo. Y de cómo la Iglesia decidió que no era algo que se debía exigir. Pero la sabiduría de Pablo actuó de manera diversa. En atención a los judíos de la región decidió circuncidar a Timoteo. No lo consideró punto esencial en el mensaje que debía hacer llegar a todos. Lo importante es que no hubiera ofensa para nadie y que el mensaje central del amor y de la salvación para todos quedara incólume. Es una enseñanza que nos deja un mensaje fundamental: no debemos quedarnos en la brizna de lo que puede ser llevado por el viento como si fuera lo más importante. Esos son adornos. Debemos quedarnos con lo que es verdaderamente esencial, que es el deseo de Dios de que todo hombre y toda mujer sean verdaderos receptores de su amor. El mensaje que debe quedar claro para todos es el que se anuncia en el kerigma: Jesús es el Dios hecho hombre que nació de la Virgen María, vivió entre nosotros, sufrió la pasión y murió por amor a todos nosotros alcanzando el perdón de los pecados, resucitó triunfante venciendo a la muerte y ascendió de nuevo a los cielos donde está sentado a la derecha del Padre. Esto es lo esencial, lo que nunca debe cambiar. De aquí se derivan luego todas las verdades de fe y de estas verdades las diversas adaptaciones para que el mensaje llegue claro y nítido a todos los hombres del mundo. Las diversas coloraciones que va adquiriendo no son lo esencial. No debemos permitir que las ramas de los árboles perturben la contemplación del sustento, de la raíz, de lo verdaderamente esencial. Y teniendo en cuenta esto, sentirnos todos convocados para actuar en primera persona en el anuncio del Evangelio. Jesús nos quiere integrar a todos sin dejar a nadie por fuera. Que seamos actores de primera plana, teniéndolo a Él como único autor. Es interesante el giro que adquiere el relato de los Hechos de los Apóstoles, que nos posibilita acentuar esta perspectiva. San Lucas, autor del libro, súbitamente cambia el relato que va haciendo hasta ahora en tercera persona al uso de la primera persona, integrándose él mismo en dicho relato. Es como si nos dijera a todos que estamos cada uno involucrados. Que el uso de la pertinencia de las exigencias que hace San Pablo en la persona de Timoteo, posibilita que esas adaptaciones faciliten nuestra integración, haciéndonos a todos actores de primer orden en el anuncio del amor y la salvación de Dios: "Apenas tuvo la visión, inmediatamente tratamos de salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio". 

Es un mundo entero el que espera el anuncio del mensaje de Dios. No tendrá ese mundo una receptividad inmediata. No nos recibirá con agrado, por cuanto las fuerzas del mal estarán presentes y nos confrontarán violentamente. Nos lo dice Jesús claramente: "Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero como no son del mundo, sino que yo los he escogido sacándolos del mundo, por eso el mundo los odia". Mientras el mensaje de los cristianos es un mensaje de amor, el del mundo es un mensaje de odio. El mal nunca perseguirá que se viva en el amor. El caldo de cultivo para que el mal se extienda y de esa manera venza el demonio, es el odio. La siembra del odio y, por lo tanto, de todo lo que está contra el amor, es el empeño del mal. Insistirá en la existencia de rencores, de rencillas, de envidias, de deseos de venganza, de heridas a la vida, de placer desenfrenado, de deshonestidad, de pisoteo a los derechos humanos, de burlas a la dignidad de la persona, del desprecio a los más débiles, de explotación a los hermanos. Es lo que el demonio quiere que impere en el mundo, pues es lo contrario al amor. Mientras que los discípulos de Jesús deberán centrar sus esfuerzos en la siembra del amor, sembrando la solidaridad, la fraternidad, la honestidad, la caridad, la fidelidad, la responsabilidad, el respeto a la vida, el dominio propio, el servicio mutuo. No será tarea fácil. Habrá victorias, sin duda, pero también habrá terribles derrotas. Lo importante es no desfallecer en esa tarea, por cuanto es la tarea en la que no somos los protagonistas sino los enviados de Dios. "Recuerden lo que les dije: 'No es el siervo más que su amo'. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la suya. Y todo eso lo harán con ustedes a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió". La alegría del enviado no es el éxito que pueda tener, sino el cumplimento de su tarea. Llevar adelante su misión es lo que debe llenarlo de alegría. Su misión es plantar. Debe lanzar la semilla. Pero hacerla arraigarse y fructificar no es competencia suya. Es Dios mismo quien hará que la semilla arraigue y dé fruto. El discípulo de Jesús es el que ha entendido que ha sido elegido para llevar ese mensaje de salvación a todos, procurando hacerlo lo más asequible posible al corazón y a la mente de los destinatarios, pavimentando el camino al corazón de cada uno para que lo recorra Jesús con su obra de amor y de salvación. Para que entrando Él en esos corazones les haga sentir la alegría de saberse amados y salvados.

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