Las verdades más profundas de nuestra fe son verdades arcanas, misteriosas y, por ello, algunas son incomprensibles del todo para nuestra mente humana tan limitada ante las verdades divinas. El solo hecho de la aceptación de la existencia de un Dios eterno e infinito, creador y sustentador de todo, omnipotente y omnisciente, absolutamente trascendente, que sin embargo se hace tan cercano a sus criaturas haciéndose uno más como ellos y queriendo habitar en ellos, requiere de un ejercicio de humildad extremo, pues es tan increíble todo que se hace totalmente imposible para un razonamiento humano ordenado y objetivo. Puede llegar a ser razonable, si llegamos a aceptar que para ese Dios nada hay imposible, pero nunca, de ninguna manera, podrá llegar a ser racionalizable. Se puede aceptar, pero jamás se lo podrá explicar satisfactoriamente. Por supuesto, cuando ese Dios se encarna en Jesús, esa enorme trascendencia divina desaparece casi totalmente, pues está perfectamente oculta en las carnes de aquel que nace de la Virgen María y convive naturalmente con los suyos por el tiempo anterior a su revelación pública, con toda normalidad. Cuando empieza a revelar quién es, empieza también el choque con la inteligencia humana que busca explicaciones y razonamientos objetivos. Es lo que sucede con los entendidos en la ley hebrea, cuando Jesús les quiere hacer entender su preexistencia. Él es anterior a Moisés y a todos los patriarcas y profetas. Ellos anunciaron su venida al mundo y hablaban con gozo del momento para ellos futuro, pero que ya estaban viviendo estos maestros de la ley. Estos, evidentemente, no podían entenderlo ni aceptarlo, y por ello lo tildaban de loco. El profundo misterio de lo que era Jesús, Dios verdadero de Dios verdadero, Dios hecho hombre como cualquiera, ese que estaba frente a ellos como un maestro de la fe, sobrepasaba sus reducidas mentes y lo único que les quedaba por hacer era acusar de absurdas tales afirmaciones. Y así como las tildaban de absurdas, igualmente en sus oyentes quedaba la sensación del absurdo en lo que enseñaba sobre la conducta y las acciones de quienes se decidieran a seguirlo: No bastaba con perdonar siete veces sino que hay que perdonar hasta setenta veces siete, hay que perdonar y amar al enemigo, hay que nacer de nuevo para recibir la nueva vida que Él venía a traer, los que sufren y los que lloran deben estar siempre muy felices en medio de su sufrimiento y su dolor, para ganar la vida hay que perderla... La verdad es que no las ponía fácil ese Dios que se estaba revelando en su humanidad como el Mesías anunciado.
Un punto culminante en esta revelación misteriosa que hace Jesús en su trayecto terrenal se alcanza en su discurso sobre el Pan de Vida que nos refiere el Evangelio de San Juan. Después de su afirmación sobre sí mismo como el Pan de Vida, "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo", se suscitó una reacción de incredulidad y de absurdo entre sus oyentes: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?" Era una reacción lógica en la mente de quien quiere ser totalmente objetivo. La propuesta de Jesús rayaba en lo estrambótico, por cuanto era casi una propuesta a devenir hacia el canibalismo. Comer la carne de alguien es uno de los mayores absurdos en los que se puede caer. Para cualquiera es repugnante. Quien llegara a hacerlo, como en efecto ha sucedido alguna vez, se convertiría en un criminal. Se ha justificado solo en el caso de extrema necesidad y en la búsqueda de la supervivencia, como sucedió con el equipo de deportistas en las inmensas alturas de Los Andes. Pero en una situación de normalidad es impensable y ni siquiera se puede aceptar como simple sugerencia. No obstante, la realidad es que solamente pensar que el Dios hecho hombre, quien es la suma de la inteligencia y la perfección de persona que está en sus cabales, pudiera proponer algo que va en contra del pensamiento normal de los hombres es absolutamente imposible. Si ese Dios encarnado propone algo sorprendente es porque entra dentro de todas las posibilidades. Una cosa es que esté revestido de misterio, y otra muy distinta es que sea absurdo. Por ello, antes de sacar conclusiones es mejor esperar a ver cuál es la propuesta completa y la forma de desarrollarla. Cuando Jesús se propone a sí mismo como carne para la vida del mundo, lo está haciendo muy en sus cabales. Ni está loco ni es absurdo. Es misterioso. En su infinita inteligencia ya encontrará la manera de llevarlo a cabo y hacerlo una realidad para todos. Y solo entonces se comprenderá que Él verdaderamente se convierte en el Pan vivo que ha bajado del cielo, que le ha dado el Padre al mundo para que tenga la vida, y que comerlo es el mejor regalo que se puede recibir para obtener esa vida eterna: "Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". Un misterio grande que no por ser misterio es falso. Es una verdad inmensa. Un gran misterio que es una gran verdad y que se convierte en el gran regalo para los hombres que lo acepten.
Esas actuaciones misteriosas de Jesús no se quedan solo en el ámbito de su propia revelación, sino que van más allá, al escoger y elegir a sus discípulos. Un ejemplo claro lo tenemos en la elección de Pablo como apóstol, al cual llama en medio de una manifestación maravillosa y misteriosa. Es ya en sí misma un misterio la elección que recae sobre uno de los peores perseguidores de los cristianos. Pablo tenía fama por su ensañamiento contra los cristianos. Celoso judío y fariseo no se quedó solo en la censura de aquellos que abandonaban el judaísmo para seguir a Jesús, sino que tomó cartas en el asunto para perseguirlos y ponerlos en las manos de sus ejecutores. Pero es en este en quien se fija el Señor pascual: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?'. Dijo él: '¿Quién eres, Señor?'. Respondió: 'Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer'". Es ciertamente una elección sorprendente, por cuanto esta hubiera podido recaer en otro o en otros que ya eran fieles seguidores de Jesús, de su amor, de su redención. Podemos pensar que Jesús no sigue nuestra lógica, sino la de Él, que es la lógica misteriosa del amor. "Mis pensamientos no son sus pensamientos, mis caminos no son sus caminos", ya nos ha dicho Dios anteriormente. Los mismos discípulos de Cristo en Damasco se sorprenden ante esta elección que ha hecho. Ananías argumenta ante Jesús: "Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén, y que aquí tiene autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre". Pero para el Señor esos argumentos no tienen fuerza, pues ya la elección estaba hecha. Pablo ha sido el elegido para obras grandes. Su mismo celo por el judaísmo lo mutará en celo por dar a conocer a Jesús a todos los que no son de Israel y a los mismos israelitas: "Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre". Ese misterio que es Dios será anunciado a todos los hombres por estos elegidos de Jesús. El "absurdo" divino tendrá en ellos a sus principales aliados. Ese "absurdo" será la salvación del mundo. Por ese "absurdo" somos salvados tú y yo. Y Jesús quiere hacernos a nosotros también instrumentos que hagan llegar su misterio de amor y de salvación a todos los hombres. Nos quiere hacer caer en nuestro camino, como a San Pablo, para llamarnos y elegirnos, para que seamos anunciadores de la salvación y la vida que quiere que todos tengan al comer su carne y beber su sangre.
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