La claridad en el anuncio que hacían los apóstoles como enviados al mundo a predicar el Evangelio del amor, la Persona de Cristo, sus palabras y sus obras, era un elemento fundamental para el cumplimiento de esa encomienda. Era muy importante que aquello que ellos estaban transmitiendo quedara bien establecido en sus oyentes, pues ellos como es lógico iban a abrir su corazón solo después de que supieran bien de quién les estaban hablando, cuáles obras había realizado y cuál mensaje era el que transmitía. No iban a dar su asentimiento si no tenían claro el contenido de lo que se les anunciaba. De esta manera, en la mente de los apóstoles debía darse previamente un ordenamiento de las ideas, una sustentación sólida de los argumentos, una elección de palabras convincentes. Contaban, evidentemente, con la promesa cumplida del envío del Espíritu Santo, que los inspiraba, los llenaba de fuerzas, ponía en sus labios las palabras que debían pronunciar, abría los caminos por los que debían transitar. Y que, además, disponía el corazón de los oyentes, como un terreno fértil en el que iba cayendo la semilla que ellos iban dispersando. Había, por lo tanto, un doble esfuerzo cumplido en el cumplimiento de la tarea encomendada: el propio, profundizando en el mismo mensaje para hacerlo cada vez más comprensible para los destinatarios; y el del Espíritu Santo, el cual actuaba con la libertad que le permitían los enviados pues sabían que sin Él todo el esfuerzo sería vano. El Espíritu Santo es el "alma de la Iglesia", es "el protagonista de la evangelización", como lo afirmó el gran Papa San Pablo VI. Se da, entonces, un doble componente que nunca debe faltar en la predicación del Evangelio que debe hacer todo enviado. En primer lugar, una sólida preparación, que es fundamental para hacerse del mismo mensaje, pues no se puede transmitir convincentemente lo que no se conoce en profundidad. El enviado por Jesús debe conocer el contenido básico de lo que va a transmitir. No puede contentarse con un conocimiento superficial que no sustenta bien las exigencias y las argumentaciones teóricas del mensaje. El conocimiento de la propia fe es un exigencia mínima para la experiencia de todo cristiano. Lamentablemente hoy adolecemos mucho de esta responsabilidad, por cuanto los cristianos no nos preocupamos por profundizar en nuestra fe. Nos contentamos con lo mínimo. Y, como no conocemos nuestra fe, no podemos vivirla con mayor profundidad. Es importante, además, que asumamos la importancia de la vivencia que debemos tener de nuestra fe. No basta con conocer. Es necesario vivir. El mensaje transmitido será convincente solo en la medida en que demos testimonio de él con nuestra propia vida. Hablar de sus contenidos y mostrar su vivencia en nuestra vida. Y un segundo componente, que es convencernos de la importancia de la presencia del Espíritu Santo en la tarea que llevamos adelante. Sin ese sustento, de nada sirve que hablemos mucho. Él estará en nosotros, fortaleciendo, enviando, iluminando, inspirando. Y estará también en los destinatarios disponiendo sus corazones para recibir el mensaje.
En los primeros tiempos de la Iglesia no se había desarrollado aún, como era evidente, un cuerpo teológico, fruto de las disgregaciones intelectuales sobre la figura de Dios o de la Iglesia. Aun cuando cada predicador o escritor sagrado iba sustentando sus desarrollos en una rudimentaria teología en ciernes, se centraban sobre todo en lo nuclear del mensaje. No le daban muchas florituras al mensaje transmitido, sino que iban a lo que consideraban central, y que debía quedar claro en los destinatarios. Su empeño era poner el acento en lo que debía ser aceptado como básico. Ya luego vendrían otras disgregaciones posibles. Ese núcleo central, ese centro neurálgico del mensaje, era el que se fijaba principalmente en quién era Jesús, cuál era su origen, de dónde venía su autoridad, qué obra había realizado, cuál mensaje había transmitido y qué había logrado con su obra. Es lo que los teólogos luego han llamado el kerigma. No es otra cosa que el núcleo vital de lo que debe ser siempre transmitido. Todo lo que surja del kerigma básico tendrá un buen sustento. Y todo lo que se salga de este centro nuclear deberá ser desechado. En el centro del mensaje cristiano debe estar siempre Jesús, su palabra y su obra. Y debe estar bien sustentado en lo que correctamente es la comprensión de su misterio. Interpretaciones diversas que se salgan de la línea central y que propongan absurdos teológicos que se alejen de una correcta comprensión de la persona de Jesús, de su obra y de su mensaje, no podrán ser aceptados. No han faltado intentos diversos de desfigurar la persona de Cristo, de desvirtuar su mensaje y su obra. Todos, a lo largo de la historia, han sido echados a un lado. Ciertamente no todos han sido hechos con intenciones retorcidas. Algunos intentos incluso han sido hechos con muy buena intención, buscando aclarar y echar luces para una mejor comprensión del misterio divino. Pero lamentablemente han tomado rutas equivocadas que los han hecho despeñarse por desfiladeros. En ese empeño por acentuar el núcleo central, tenemos un ejemplo magistral en los primeros discursos de los apóstoles. Así, el mensaje de Pablo en la sinagoga de Antioquía, es paradigmático: "Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación. En efecto, los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las palabras de los profetas que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Y, aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y, cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de Él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que habían subido con Él de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo". El centro es Jesús, enviado por el amor del Padre, cumplidor de la tarea encomendada, muerto por los pecados en vez de los que debían morir, y resucitado por Dios. Ese era el mensaje central que debía ser escuchado y aceptado por todos.
El objetivo final era que quedara claro en la mente de los oyentes que lo fundamental era aceptar a ese Jesús que había venido enviado por el Padre, que había sido anunciado por los profetas, que había convivido entre ellos, que había sido llevado a juicio, que había sufrido la pasión y lo había asumido por amor a los hombres, que había muerto en la cruz, que había resucitado, y que se había presentado a los apóstoles ya vencedor de la muerte. Esa verdad es la fundamental. Cualquier otra verdad que quiera ser transmitida en la Iglesia deberá tener su fuente en esta original. Y aceptarla y vivirla será la salvación del hombre. Así lo da a entender Jesús mismo en la afirmación de su identidad: "Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí". Él es la salvación de los hombres. Y la salvación es que cada uno llegue a la presencia del Padre. Solo Jesús puede servir de instrumento eficiente en esta tarea. Solo Él es el Camino que conduce al Padre. No hay otro camino que pueda ser propuesto o que pueda ser utilizado. Jesús es la Verdad plena. En Él no hay mentira. Sustentarse en Él es estar en la verdad, y rechazar toda mentira o todo intento de manipulación. Jesús es la Vida. En sí mismo, y es el que nos conduce a la vida plena en el Padre. Estar con Él, alimentarse de Él, es tener la vida en nosotros. Por eso Él mismo nos quiere llenar del sosiego de saber que estando con Él nunca estaremos perdidos. Toda la obra que ha realizado la ha hecho para que la vida llegue a nosotros. Llenarse de Él, unirse a Él, vivir con Él y en Él, es el mayor seguro que podemos tener de obtener la vida y la salvación: "No se turbe el corazón de ustedes, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, se lo habría dicho, porque me voy a prepararles un lugar. Cuando vaya y les prepare un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes". Esa es la salvación. Jesús ha hecho una obra grandiosa cargando sobre sus espaldas los pecados de toda la humanidad, haciéndolos morir con Él en la cruz y resucitando volviendo victorioso de la muerte. Pero esa obra será definitivamente consolidada cuando ya todos estemos en la presencia del Padre, ocupando la estancia que nos ha preparado Jesús a todos, conduciéndonos por ese que es nuestro Camino para llegar al Padre. Este es el mensaje central que todo enviado debe vivir y transmitir. Es el núcleo de lo que debemos creer y hacer nuestro. Todos somos enviados para anunciarlo. Y todos debemos vivirlo para testimoniarlo con nuestras propias vidas. Es el kerigma. El mensaje central de nuestra fe.
Muy buena explicación del kerigma. Explicación por demás catequistica. Que nos exhorta a ser verdaderos enviados de la vida, obra y mensaje de Jesús. Que sepamos abrir nuestro corazón para recibir tu luz Señor para llevar tu mensaje a tu pueblo. Amén amén .
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