domingo, 31 de mayo de 2020

¡Ven, Espíritu Santo! Asegura nuestra vida en Comunión y nuestra Santificación

La fiesta del Espíritu Santo, solemnidad de Pentecostés (9 de ...

"Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse". Fue el primer día de la semana, un domingo, en el que los apóstoles pasaron ya a conformar formal y oficialmente a la Iglesia. Ella recibía su alma, la que le daba vida definitivamente, después de todos los pasos previos que había ido dando Jesús para ir conformándola, para ir dándole su estructura formal. Faltaba solo la llegada de Aquel que había sido anunciado y que se iba a convertir en el soplo vital y en su impulso, el que la iba a lanzar al universo conocido para dar a conocer la obra vital de la Redención. Con la fuerza del Espíritu Santo la Iglesia estaba ya destinada a hacer su recorrido por toda la realidad, para hacer llegar a todos los hombres la gran noticia del amor salvador de Dios. De alguna manera eso está significado en el gran milagro del don de lenguas. La Iglesia habla todos los idiomas de todos los hombres, porque debe hacer llegar esa noticia a todo el mundo. Se cumple así la promesa de Jesús. Él está enviando su Espíritu desde el seno del Padre para que acompañe a cada discípulo que estará encargado de ser testigo del amor misericordioso de Dios, lo conserve en la verdad que debe transmitir, le dé la fortaleza que necesita para alcanzar los rincones de mundo y lo llene de valentía para enfrentar todos los embates que recibirán en el cumplimiento de su misión. Además, hará una labor en el corazón de los oyentes de la gran noticia, suavizándolos y disponiéndolos a vivir en carne propia la gran novedad de vida que regalaba Jesús. El Espíritu Santo es Dios, como lo es el Padre y el Hijo. Él inaugura la nueva etapa de la historia de la salvación. Esa historia tendrá así tres etapas muy bien diferenciadas. La primera, la que le correspondió al Padre, la de la Creación. La segunda, la que le correspondió al Hijo, la de la Redención. Y la tercera, la que le corresponde al Espíritu Santo, la de la Comunión y la Santificación del mundo, que durará hasta el fin de los tiempos. Será la etapa más larga y más fructífera, en referencia a los logros en el corazón de los hombres en el cumplimiento de la misión que se les encomienda y la aceptación feliz de la obra de rescate que ha llevado adelante el Hijo enviado por el Padre. Esta labor de impulso y de sostenimiento será la más delicada en cuanto a hacer conscientes a los hombres del tesoro que han recibido y que pueden vivir intensamente.

El Espíritu Santo es el Espíritu de la Comunión. Una de las características más apreciadas por Dios en la obra que ha realizado en favor de todos los hombres es la de la unidad que se debe vivir con Él y en Él. La misma oración que hace Jesús al Padre antes de su pasión descubre esa importancia: "Que todos sean uno, como Tú y Yo, Padre, somos uno. Como Tú en mí y Yo en ti, que todos sean uno en nosotros". Esa unidad es, por tanto, reflejo de la unidad esencial de Dios en sí mismo. Los hombres deben vivir como un solo corazón, en busca de los mismos intereses, preocupados todos por ir como un solo cuerpo hacia Dios. Pero debe darse antes un paso previo, que es el de la unidad en Dios. Todos deben estar esencialmente unidos a Dios para poder tener vida. La alegoría de la vid y los sarmientos es reveladora de esa condición necesaria. Para poder ser transmisores de vida en la Iglesia, debe antes cada uno estar conectado con quien es la fuente de la Vida. Esa unión esencial con la fuente de vida la asegura el Espíritu Santo. Él hará que la Iglesia y cada uno de sus integrantes se mantengan íntimamente unidos a quien es la razón de su existencia. Al ser el alma de la Iglesia, Él posibilita la misma vida de ella y de cada uno de sus miembros. Y eso lo logra asegurando la unión de todos con Aquel que es la razón de su vida. Evidentemente, no será una labor solo hacia dentro, sino también en la expresión externa de la misma vida que se vive. La unión es el tesoro que asegura la credibilidad del mensaje: "Que todos sean uno para que el mundo crea". La credibilidad no está solo en el anuncio del mensaje de la Verdad, sino en el testimonio que acerca de ella se dé, que está basado fundamentalmente en la unidad de vida de los integrantes de la Iglesia. El mensaje será creíble solo en la medida en que los que lo den testimonien la unidad en el amor que viven ellos mismos. Arrastrará más al mundo hacia Dios el testimonio de unidad que toda la Verdad que proclaman. La presencia del Espíritu en la Iglesia tendrá, en primer lugar, un objetivo de solidificación en la unidad. Es cierto que Él será quien los mantenga en la Verdad y los lleve a la Verdad plena. Es cierto que Él será quien inspire y ponga en sus labios las palabras que deberán decir en toda ocasión. Es cierto que Él será quien mantenga en la fortaleza y dará la valentía necesaria ante las diversas dificultades y contrariedades que vivirán los discípulos. Pero hay una verdad anterior a estas: Él será quien los mantenga en la solidez de la unidad que será la prenda definitiva para la credibilidad de todo lo que harán, para dar sustento a la misma Verdad que será proclamada, para hacer atractivo el vivir ese nuevo estilo de vida que está siendo anunciado. "Miren cómo se aman". El Espíritu Santo es quien sostiene en la unidad que hace creíble la Verdad que se proclama: "Nadie puede decir: 'Jesús es Señor', sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común".

El Espíritu Santo es el Espíritu de la Santificación. Jesús ha alcanzado con su maravillosa obra de Redención el rescate de todos los hombres que estaban sumidos en la oscuridad del pecado y de la muerte. Él ha alcanzado la vida, entregándose a la muerte, transformando esa muerte en vida para todos. Canceló la deuda que pesaba sobre las espaldas de cada hombre. Con el término de su sacrificio, simbolizado en el lanzazo del soldado romano que le abrió el corazón y lo hizo fuente de vida para todos, empezó a derramarse esa vida de gracia sobre todos. La vida sacramental de la Iglesia no es otra cosa sino el ejercicio de su instrumentalidad para ser canal de la gracia que Dios quiere derramar en el corazón de cada hombre de la historia. En la época de la Iglesia, la presencia del Espíritu asegura que ese canal de comunicación de la gracia divina se mantenga abierto. La Iglesia pasa a ser la dispensadora de la gracia divina a través de los sacramentos, gracias a la presencia del Espíritu Santo en ella. Queda evidenciado con la expresión de Jesús: "Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos". Con ello, los apóstoles reciben con el Espíritu el poder de ser instrumentos de la gracia, en este caso, de la gracia del perdón. Así, en definitiva, es la Iglesia en la historia la que tiene esa capacidad. No podía ser que solo aquellos que estuvieran presentes con Jesús en ese momento fueran los que recibieran este don. En ellos está representada la Iglesia de todos los tiempos. Es la capacidad de transmitir la gracia multiforme de Dios, en cada uno de los sacramentos instituidos por Cristo. Así, en cada uno de los siete sacramentos que ha instituido Jesús, actúa su Espíritu, haciendo que la Iglesia cumpla perfectamente con ese objetivo de santificación, que en definitiva es objetivo del mismo Espíritu a través de ella. Igualmente, enriquece a los justos con la vida en santidad que enriquece a todos y los hace solidarios en el amor. Esta que vivimos es la etapa de la Comunión y de la Santificación. El Espíritu hace posible la unidad de todos los cristianos con Dios y entre ellos. Y también hace que cada hombre de la historia pueda gozar de la vida con la que Dios quiere enriquecerlo. En esta etapa de la historia, que terminará cuando todo lo visible conocido desaparezca y pase, la Iglesia seguirá sondeada por la presencia del Espíritu Santo. Desde Pentecostés ya el mundo vive esta etapa de dones extraordinarios, pues tiene formalmente a la Iglesia que es el instrumento de esa gracia para todos los hombres. El Espíritu, que es el alma y el protagonista de la evangelización, está entre nosotros, haciendo posible que esta obra de la gracia se desarrolle y alcance a todos. Y cada cristiano tiene esa alma. Tiene al Espíritu que lo lanza al mundo y lo capacita para que sea un verdadero testimonio del amor de Dios por todos.

5 comentarios:

  1. Gracias Dios por darte a nosotros en Espíritu eres nuestro dulce huésped llenanos de tus dones para que podamos vivir en Unidad entre hermanos y contigo Señor

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  2. Hermoso padre, Dios le bendiga!! el Espíritu Santo le siga inundando de sus Dones.

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  3. Gracias por siempre Ayúdanos a comprender la palabra Dios le bendiga.

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  4. Ven, Espíritu Divino,manda tu luz desde el cielo. Que nuestra vida sea un testimonio vivo y verdadero de tu palabra. Amén!

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  5. Gracias Señor por enviarnos el Espíritu Santo consolador para darnos la Paz especialmente en estos momentos de angustia por la pandemia. Bendito seas por tus dones. Inspiramos como aquella noche a los apóstoles para ser testigos de Jesús protegidos por la Santa Madre Iglesia..gracias Mons por darnos tan buena explicación de la Unidad de la Iglesia, por la Gracia del.Espiritu Santo. Que El Espiritu Santo lo siga iluminando. amén amen

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