viernes, 22 de mayo de 2020

La tristeza no es duradera. La alegría en ti, Señor, es la duradera

Volveré a veros, os alegraréis y nadie os quitará vuestra alegría ...

La Última Cena, tal como la relata San Juan en su Evangelio, es un compendio de intimidad y de ternura de Jesús con los suyos. Después de la salida de Judas a cumplir su cometido de traición, se queda Jesús solo con los Once fieles, y les empieza a hablar de las cosas más profundas y entrañables de su relación con ellos. Las enseñanzas más emblemáticas se dan en este momento, como si Jesús estuviera avizorando que ya no habrá más encuentros como este en el futuro. Se viene sobre Él la debacle de la pasión y su muerte, y posteriormente se dará la gloria de su resurrección. El encuentro final será el anterior a su ascensión a los cielos, donde les encomendará al mundo como tarea. Es necesario, por tanto, que se hable de estas cosas, pues ya no habrá más oportunidad. Esta conversación de Jesús es, sin duda, la que más desnuda su espíritu ante los apóstoles. Es de esperar que el ambiente que se vive sea de una gravedad y de una seriedad sin par. Los discípulos, avasallados por tan profundas revelaciones, escuchan atentos todas las palabras que van surgiendo de los labios del Redentor. Se trata ya no solo de verdades reveladas, sino de un corazón que se va desnudando delante de ellos y que se muestra sin ningún ocultamiento. Sabe Jesús que no todo lo que resta se podrá decir en esta ocasión. Pero aprovecha cada segundo para decir lo más importante. Y por ello, además, anuncia el envío de su Espíritu para que "los conduzca a la verdad plena". Es imposible que se agote todo el contenido. No bastaría una vida completa para lograrlo. Pero sí están echadas ya las bases para que se inicie la construcción de todo el edificio. Es evidente que a Jesús le ha gustado haber asumido el ser hombre. Jesús disfruta en medio de la humanidad. Y le costará mucho tener que despedirse en algún momento de ese grupo de sus amados. "Los amó hasta el extremo", dice San Juan. Ese extremo es el de la muerte, pero es también el de un amor infinito que fue creciendo en su periplo terrenal. Es el amor que vive al lado, que respira el mismo aire, que camina junto al otro, que comparte las experiencias, que conoce a cada uno, que sabe lo que es el otro y puede adelantarse a sus reacciones, que persigue solo el bien del amado, que finalmente se entrega en vez del amado para ahorrarle el dolor y el sufrimiento. Es un amor que conoce perfectamente y vaticina lo que se vivirá en el interior del otro. Por eso, Jesús les dice a los apóstoles: "En verdad, en verdad les digo: ustedes llorarán y se lamentarán, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría". 

La experiencia que vivirán los apóstoles será de tal manera determinante que marcará para siempre sus vidas. De ella dependerá la resolución con la que asumirán la tarea que Jesús les encomendará para el resto de sus días. Será, sin duda, una experiencia que afectará profundamente sus vidas, por cuanto verán a Aquel que les ha acompañado por esos tres ricos años, a quien han escuchado con agrado en todos los mensajes que les dirigió, al que vieron realizar señales prodigiosas y portentos irrepetibles, pendiente de una cruz en la que se le escapaba la vida a chorros hasta entregar la última gota de sangre y morir por amor a cada uno de ellos. No puede haber otro sentimiento en sus corazones que dolor y tristeza. Ver al que estaba tan lleno de vida y que regalaba tanta vida a todos, muerto en la cruz, no podía producir otra reacción en sus almas. "Estarán tristes..." Es lo natural. No se podía esperar otra cosa. Pero esa tristeza mutará radicalmente, por cuanto ese que tenía tanta vida y que regalaba tanta vida, no podía ser vencido por la muerte. Él era la Vida. Así lo había afirmado Él mismo: "Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida". Él es dueño de la vida, y si en algún momento esa vida le era arrebatada, de ninguna manera podía ser una situación definitiva e inmutable. "Si entrego mi vida es para recuperarla de nuevo", había dicho. Se esperaba entonces ese momento de recuperación. Y llegó. "Al tercer día resucitó de entre los muertos". La Vida no podía ser detenida por la muerte, la Luz no podía ser vencida por la oscuridad, la Verdad no podía ser anulada por la mentira. Es natural entonces que Jesús claramente les dijera a los discípulos que esa tristeza era pasajera. "Su tristeza se convertirá en alegría". La resurrección es la fiesta de la Vida. Es su triunfo definitivo. La muerte se había sentido orgullosa de haber vencido. Pero queda totalmente humillada cuando la Vida resurge victoriosa y la deja sola. "También ustedes ahora sienten tristeza; pero volveré a verlos, y se alegrará su corazón, y nadie les quitará su alegría. Ese día no me preguntarán nada". El periplo de muerte y vida era necesario, para que la soberbia de la muerte fuera vencida. Para que la muerte se percatara de su debilidad extrema. Es la Vida la triunfadora. De ninguna manera el mal podrá tener jamás la última palabra, aunque de momento obtuviera alguna victoria. Así como debían quedar convencidos de ello los apóstoles, también lo debe hacer cada cristiano de toda la historia. El mal obtendrá victorias, no hay duda. Y nos producirá alguna tristeza y algún dolor. Pero ninguna situación en la que impere el mal es definitiva. La victoria final la obtendrá el que tiene el poder absoluto e infinito. No es la muerte. Es Jesús. El Dios todopoderoso que se ha hecho hombre y obtiene su victoria para donárnosla a cada uno.

Esa experiencia la tuvieron los apóstoles, cuando ya seguros de la victoria de Jesús salieron felices al mundo a anunciar el triunfo de la Vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, del bien sobre el mal. El anuncio de la Redención de Jesús no era otro que el anuncio del amor y de la salvación de todos, alcanzada mediante la victoria sobre la muerte. No se trata de convencer de que no habrá sufrimiento. No es eso lo que anuncia Jesús. Se trata de que el final será de gozo. El itinerario deberá pasar siempre por la demostración a la muerte de que ella no es la victoriosa, a pesar de que gane algunas batallas. De que la victoria final de la guerra la tendrá la alegría de la Vida. De que será la vida la que tendrá la última palabra, por cuanto es el amor, es la salvación, es la Vida, las que de verdad son de Dios, el todopoderoso. Jesús es quien llevará el hilo de la historia. Algunas veces ahorrará sufrimientos, otras veces los anuncia como parte del proceso. Pero siempre vaticina el triunfo del amor. San Pablo lo vivió en carne propia: "Le dijo el Señor en una visión: No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad". Así, en la historia del mismo San Pablo vemos cómo unas veces es acompañado por el escudo de Jesús que le evita sufrimientos y dolores, o por su fuerza que lo alivia en las persecuciones y en los sufrimientos que le son infligidos. La experiencia de San Pablo, al igual que la de todos los apóstoles, no se basa en la seguridad de la falta de dolores o tristezas, sino en la convicción de que, sea feliz o sea cruenta la experiencia que viva, está siempre en las manos de Jesús que es quien dirige los hilos. La contemplación de ese Jesús inerte en la cruz debe estar complementada por la visión del sepulcro vacío. Ciertamente Jesús experimentó la muerte, pero no quedó en la soledad del sepulcro. Esa oscuridad mutó en luz inmarcesible. Es esto lo que tiene que quedar claro en la mente del enviado. Podrán venir borrascas, incluso devenir en situaciones terribles de destrucción y muerte. Pero, al igual que Jesús, la última palabra no la tiene esa oscuridad, sino que la tiene la luz. No es la muerte ni la tristeza las que dictan la pauta. Es la vida y la alegría las que lo hacen. No saquemos conclusiones cuando sintamos que las cosas van mal. Veamos dónde estamos fundados, cuál es nuestra seguridad. Y así podremos percatarnos de que la solidez no está en la ausencia de conflictos, sino en la seguridad de que estamos con Jesús, de que Él nos lleva en sus brazos y mutará toda tristeza en alegría final y definitiva.

3 comentarios:

  1. La frase dem Señor a San Pablo: No temas, sigue hablando y no te calles porque yo estoy contigo y nadie te pondrá una mano encima...Nos da la certeza de que el Señor es un Dios fiel que cumple sus promesas. Que convertirá en gozo nuestros sufrmientos... Si lo creo, así confío, así lo espero...gracias Monseñor por esta hermosa y como siempre catequistica reflexión. Os motiva a seguir trabajando por el Reino para alcanzar la promesa del.gozo en el Señor.

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  2. Cuando Jesús dice pero yo volveré a verlos y tendrán una alegría que nadie podrá quitarles,entonces entiendo que él es la razón de nuestro ser y existir.

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  3. Cuando Jesús dice pero yo volveré a verlos y tendrán una alegría que nadie podrá quitarles,entonces entiendo que él es la razón de nuestro ser y existir.

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