jueves, 14 de mayo de 2020

Me eliges como discípulo tuyo porque me amas. Y me envías porque amas al mundo

Elección de San Matías - YouTube

Uno de los grandes misterios que existen en la vida de los cristianos es el de la elección. No tiene fácil explicación. Debe ser asumido sin mucho discernimiento, por cuanto la razón última de dicha elección sobre el discípulo concreto descansa en el corazón de Dios. Cuando vemos el procedimiento que se sigue en una empresa para la elección de candidatos a conformar las filas entre sus trabajadores, constatamos cómo son realmente cuidadosos en la selección. Se exige un curriculum en el que deben estar presente los datos personales, como fecha y lugar de nacimiento, edad, la formación recibida, la experiencia laboral, las especializaciones que haya logrado. Se hace una entrevista en la que se contrastan los datos presentados en el curriculum con el contacto vivo y se tiene esa experiencia de encuentro personal en la que se da ya no solo el encuentro frío de lo escrito en el papel sino el del intercambio en caliente que descubre las dotes personales, sus cualidades, su personalidad, su creatividad, su posible empatía con la empresa. Se tiene un abanico de posibilidades sobre el cual el jefe de personal debe decidir. Evidentemente lo hará sobre el candidato que presente mejores cualidades y que ofrezca la mayor seguridad de éxito laboral en el campo al que se integrará. Sorprende, por lo tanto, el procedimiento que sigue Jesús para elegir a sus discípulos, y el que luego sigue la Iglesia como su instrumento en la tierra. La elección de Matías para sustituir a Judas Iscariote, el traidor, es emblemático de esto que vamos diciendo. La única condición que se ponía para pertenecer a ese grupo privilegiado de los Doce, era que hubiera estado con Jesús desde el principio: "Es necesario, que uno de los que nos acompañaron todo el tiempo en que convivió con nosotros el Señor Jesús, comenzando en el bautismo de Juan hasta el día en que nos fue quitado y llevado al cielo, se asocie a nosotros como testigo de su resurrección". Lo importante estaba en la vivencia que hubiera tenido en referencia a la convivencia con Jesús y el grupo entero. El acento estaba en la capacidad de ser testigo, de dar testimonio de todo lo que había vivido por cuanto él mismo había tenido la experiencia en carne propia. No estribaba esta capacidad en sus propias cualidades, sino en lo que había adquirido en la convivencia cotidiana con Jesús y los apóstoles. Sorprende grandemente cómo los apóstoles en el momento de elegir lo dejan todo en la voluntad divina. "Propusieron dos: José, llamado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías. Y rezando, dijeron: 'Señor, tú que penetras el corazón de todos, muéstranos a cuál de los dos has elegido para que ocupe el puesto de este ministerio y apostolado, del que ha prevaricado Judas para marcharse a su propio puesto'. Les repartieron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles". La suerte es la determinante, pues por ese medio Dios expresa su voluntad.

Si un experto en Recursos Humanos conociera este procedimiento y tuviera que valorarlo, seguramente quedaría escandalizado. Lo que para él sería más razonable es un estudio profundo sobre la personalidad, el don de gentes, la facilidad de palabras, la valentía para enfrentarse a las dificultades, la capacidad de resolver conflictos. De ninguna manera habría sido suficiente el criterio utilizado por los apóstoles, pues haber estado acompañando a Jesús en todo ese tiempo no es seguridad de nada. También eso lo había hecho el mismo Judas Iscariote, a quien tenía que sustituir. Sin embargo, a nosotros los cristianos no nos puede sorprender mucho el procedimiento utilizado por ellos, pues al menos exigía ese acompañamiento previo, y con nosotros mismos, en la llamada y la elección que Jesús ha hecho sobre nosotros muy probablemente ni siquiera esa experiencia personal de Él ha sido exigida. Cuando discernimos sobre la elección que Jesús ha hecho sobre nosotros lo único que puede surgir es una interrogante. "¿Por qué a mí, Señor?" Sería una cascada de argumentos en contra la que serviría para intentar hacer desistir a Jesús de esa elección convenciéndolo del grave error que está cometiendo al elegirnos: No sé nada de ti, no he leído jamás ni siquiera los Evangelios, me quedé solo con lo que aprendí en el Catecismo, no me atrevo a hablar de ti, me da vergüenza hablar de ti delante de mis amigos, no tengo facilidad de palabra, ni siquiera sé cómo rezar, no tengo tiempo, prefiero usar mi tiempo libre para descansar, tengo horror de hablar en público, soy un gran pecador, lo único que he hecho es ofenderte, soy un impuro... Y se puede añadir cualquier excusa que hayamos podido haber esgrimido. Y lo sorprendente de todo esto es que no estaríamos diciéndole a Jesús nada nuevo, pues Él nos conoce a cada uno mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos. Al terminar nuestra argumentación, Él nos dirá: "Todo eso lo sé. Y aún así, te elijo a ti". ¿Cómo es posible eso? ¿Por qué ese empeño, esa obstinación de elegirme, sabiendo quién soy? Cada uno de nosotros terminaría desistiendo de convencerlo, y le diría: "Pues si sabes bien quién soy, el riesgo lo corres tú. Si te empeñas en elegirme, tú asumes las consecuencias. ¡Tú verás!" Y Jesús nos diría: "Claro que sí. Lo sé bien. Yo veré. Yo veo mi corazón y lo único que encuentro en él es el amor que te tengo. En él no hay resquemor por tu pecado, por tu cobardía, por tu indiferencia. Lo único que hay es amor. Y por eso me empeño en elegirte". Y he ahí la razón primera y única de la elección de Dios sobre nosotros. Ese misterio que es la elección de los discípulos se resuelve en el amor. Nos elige, a pesar de nosotros mismos, porque nos ama infinitamente. No hay otra razón. Todos los criterios empresariales son echados por la borda. El único criterio válido en la empresa de Cristo es el del amor.

Jesús nos dice a cada uno: "No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los he elegido y los he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca". No lo mueven criterios de eficiencia o de eficacia. Su elección se basa en el amor. Y nos llena de su amor para que seamos instrumentos suyos en el mundo. Así es como daremos frutos. Los cristianos no convenceremos por ingeniosas argumentaciones o por conceptos muy bien desarrollados. Ellos serán necesarios. Pero serán en un momento posterior. Los cristianos convenceremos por el amor. Conquistaremos antes el corazón que la inteligencia. Será el amor el primer instrumento que deberemos esgrimir. "El corazón tiene razones que la razón no comprende". Nada más cierto que esto. Por eso, Jesús nos exige a los discípulos una vivencia real y auténtica del amor: "Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado". Es el mandamiento nuevo del amor. No es nuevo porque no se haya exigido antes, sino porque ahora se basa en el mismo amor de Jesús que lo ha hecho todo nuevo. La medida ya no se queda en nosotros: "Ama a tu prójimo como a ti mismo", sino que trasciende de nosotros a Jesús: "Como yo los he amado a ustedes". Y es un amor hasta la entrega final: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer". El discípulo de Jesús ya no vive para sí. Vive para Él. Y vive para los hermanos. En eso consiste la elección. Nos elige Jesús para que lo hagamos presente en todo lo que hagamos. Para que hagamos presente su amor. Para que todos los hermanos prueben de ese amor consolador y absolutamente compensador que Jesús les tiene y que les hace presente a través de nuestras acciones. El discípulo es instrumento del amor. Ama a Dios, se llena de su amor y permite que ese amor fluya hacia los demás. Y así es como da frutos. No son sus cualidades las que brillarán. Ellas no importan. Será el amor del que esté lleno y que deje trascender hacia el hermano. Es el amor la razón última de la elección. Y la razón última del envío al mundo.

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