El misterio más profundo de Dios es, sin duda, el de la Santísima Trinidad. Dios es uno solo, en tres divinas personas. "Creo en un solo Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo", recitamos en el Credo católico. Para nosotros es imposible la comprensión plena de esta verdad, por cuanto es un misterio que trasciende toda posibilidad de razonamiento y es mucho más profundo que lo que podamos imaginar. El Padre es el origen de todo, el Hijo es engendrado por el Padre desde la eternidad, y el Espíritu Santo es el resultado del amor entre el Padre y el Hijo. Aún así, aunque aparentemente hay una prevalencia de unos sobre otros, los tres son exactamente iguales en cuanto Dios, igualmente eternos e infinitos, y poseen en sí mismos todas las cualidades divinas de infinitud, omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia. Como personas, cada uno es distinto, pero como Dios, son uno solo. Su esencia es la del amor. "Dios es amor", concluye San Juan. Y en esa relación de amor han vivido, viven y vivirán eternamente. Por ello, sea el Padre, sea el Hijo, sea el Espíritu Santo, toda actuación de las tres personas del único Dios, será siempre impulsada por su esencia de amor. La vida íntima de ese único Dios es la relación eterna de amor infinito, absolutamente satisfactoria para cada una de las tres divinas personas. Dios se ama a sí mismo en las tres personas. No es una relación narcisista en la que se da una autosatisfacción enfermiza que lo encerraría en sí mismo. En primer lugar porque aun siendo un único Dios, el amor es compartido por las tres personas, lo que hace que sea una corriente dinámica que no se queda dando vueltas sobre sí mismo. El Padre ama eternamente al Hijo y al Espíritu Santo. El Hijo ama eternamente al Padre y al Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo ama eternamente al Padre y al Hijo. Es un amor tan sólido y real, tan transparente e infinito, que toma personificación propia en el Espíritu Santo, que sería la corriente de amor de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es la persona del amor en Dios. Estrictamente hablando, ese Dios no necesitaría de más nada, pues lo tiene todo en su intimidad. Nada podría aumentar su gloria, su poder, su sabiduría, pues ya en sí mismos todos son infinitos. El infinito no tiene mayor. Su existencia espiritual es absolutamente compensadora para las tres personas, pues es el mismo Dios, que es espíritu y verdad. Antes de la existencia de todo lo creado no había necesidad de más nada para Él. Pero llegó un momento de la historia en esa eternidad inacabable de Dios, en la que el amor llegó a ser incontenible. Para poder darle una explicación razonable, sin que por ello exista la pretensión de que sea la correcta, llegó un momento en el que Dios "decidió necesitar", en el que no pudo contener ese amor, en el que "se le salió" el amor a Dios. Y es el momento en que empieza a haber una realidad distinta a la de Él. Todo existe, todos existimos, gracias a esa explosión de amor en Dios. Lo no necesario empezó a existir.
Lamentablemente, conocemos el desarrollo de esa historia que vive lo creado. Existiendo solo por un designio de amor de Dios, no siendo de ninguna manera necesario para Dios, lo no necesario se rebela ante ese Dios eterno e infinito. Los hombres, necesitados radicalmente del amor divino para sostener su existencia, deciden cometer el absurdo más grande jamás pensado: dar la espalda al amor que es la razón de su existencia. Al hacerlo, lo único que atraen para ellos es la muerte, la destrucción, la oscuridad absoluta. Engañados por el demonio, persiguiendo ser iguales a Dios -"Serán como dioses", les dice Satanás-, toman el camino de la penumbra total. El alejamiento del amor los sume en el odio. Es la sinrazón de la existencia, por cuanto su origen fue el amor y el designio de la preservación de esa vida era el mantenerse en ese mismo amor. Desecharlo en sus vidas atrajo solo muerte y oscuridad. Y eso, para toda la eternidad que había sido donada por Dios para ellos. La historia se trastocó totalmente. El plan original de una experiencia interminable de amor entre Dios y los hombres, de una amistad profunda como vivencia sustentada en el amor que se compartía, pues el hombre adquirió en su creación algo de esa esencia divina de amor, fue completamente abortado por el pecado. No se podía dar una relación desde el amor de Dios hacia el odio del hombre. Se hizo necesario, de esa manera, que Dios en su designio infinito de amor, diseñara entonces el plan de rescate más grandioso jamás diseñado. Era una gesta heroica la que debía ser emprendida por el Dios del amor, que tenía la victoria asegurada, por cuanto Él es todopoderoso. Pero que no iba a dejar de tener sus intríngulis dolorosos, de entrega, sufrimiento y muerte. El mismo Dios iba a ofrecer su naturaleza para restañar el daño que había sido infligido por el hombre a esa relación de amor. El odio tenía que ser vencido desde el amor. La muerte iba a ser vencida por la vida triunfante. La ofensa infinita que representaba haber dado la espalda al amor, debía tener una compensación infinita. Y esa la podía ofrecer solo el mismo Dios. Por eso era necesario que Dios se hiciera presente como parte activa en ese plan de rescate. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley". La segunda persona de la Santísima Trinidad recibe el encargo de hacer efectivo el plan. Tomando parte en la naturaleza humana, haciendo presente a Dios en la historia de la humanidad como parte protagonista, carga sobre sus espaldas ese gesto divino que iba a satisfacer la ofensa. "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". "Tomó sobre sus espaldas el pecado de todos... Por sus heridas hemos sido sanados". También conocemos perfectamente el desarrollo de esta historia de rescate. El cuerpo entregado y la sangre derramada del hombre que era Dios ha dado la satisfacción plena por el pecado cometido por la humanidad contra el amor de Dios.
Ese Dios Uno y Trino, autor y actor de toda la historia, logra que esa historia retome el sentido original. Triunfa el amor. No podía ser de otra manera, por cuanto el amor de Dios es todopoderoso. El odio, la muerte, la oscuridad, con ser poderosos, no lo son más que el amor. Solo el amor tiene poder infinito y jamás puede ser derrotado, pues es la esencia del Dios que jamás es vencido. El Hijo es la presencia del Padre en la historia para lograr esa victoria contundente. Al ser Dios, hace presente a la Santísima Trinidad en la historia humana. Revela esa presencia del amor que lucha y vence, que se humilla y resurge victorioso. Revela la presencia de Dios. Por ello, cuando el apóstol Felipe interviene se da este diálogo: "Felipe le dice: 'Señor, muéstranos al Padre y nos basta'. Jesús le replica: 'Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: 'Muéstranos al Padre'? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí". En Jesús se da la revelación plena de la Santísima Trinidad, oscura y confusa en el Antiguo Testamento, pero ya clara y refulgente en Jesús. Es el Padre el que se hace presente en la obra, pues es Él el que ha enviado al Hijo, desde su corazón de amor para el rescate del hombre. Y serán ambos luego, los que dejarán su sello de amor en el mundo con el envío del Espíritu Santo, como prenda de ese amor eterno e infinito. Y como señal de la permanencia de ese amor en el mundo por la obra realizada por Jesús, quedarán las mismas obras que podrán ser realizadas por los hombres enviados por Cristo al mundo: "El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, yo lo haré". Esa obra de amor de Dios en el mundo se mantiene, aun cuando el mal quiera seguir imponiéndose, como lo experimentaron los apóstoles: "Teníamos que anunciarles primero a ustedes la palabra de Dios; pero como la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, sepan que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: 'Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra'". Y así, seguirá triunfando el amor sobre el odio y sobre la muerte. Y nosotros podemos seguir siendo sus instrumentos, pues podremos hacer las mismas obras del amor. De nuestras manos pueden seguir surgiendo las maravillas del amor, si nos hacemos instrumentos de esa Santísima Trinidad que sigue actuando en el mundo y sigue acunando al hombre como su preferido en el amor.
Como reza nuestra oración, El Credo, "...creo en El Espíritu Santo, Las Tres Divinas Personas..."
ResponderBorrarAmén🙏
GRACIAS SEÑOR, por permitirnos ser instrmentos de tu infinito AMOR
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