lunes, 11 de mayo de 2020

Haz morada en mi corazón, Señor, pues te amo con todas mis fuerzas

Opinión: Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le ...

La más hermosa de las promesas de Jesús en referencia a la relación de Dios con el hombre, es la que hace alusión a la inhabitación de Dios en el corazón del hombre. Al darse una relación de amor por la que Dios se hace creador del universo, compañero de camino del hombre, diseñador de un plan de rescate absolutamente heroico, donador del Hijo como redentor haciéndolo el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, ese mismo dinamismo del amor que va siempre profundizándose no se detiene, sino que va siempre más allá, se va haciendo más enriquecedor, va cubriendo de mayor compensación al hombre, lo va llenando de la sensación más agradable y entrañable que jamás se puede tener. El hombre se va convenciendo con esta actuación divina de que jamás será abandonado en el amor, que jamás Dios dejará de amarlo, que jamás dejará de hacer lo que sea absolutamente necesario para tenerlo a su lado y favorecerlo continuamente. A la condición de creador amoroso de Dios le sigue la condición de providencia infinita. Dios seguirá procurando las mejores condiciones de vida para el hombre, e irá poniendo siempre a su alcance lo que necesite para seguir avanzando en ese camino que lo conduce hacia Él y que tiene como meta el encuentro definitivo y glorioso de ambos en la eternidad feliz. Por ello, Dios no hace concluir su obra de amor quedando fuera de la intimidad del hombre, como hacedor del camino y providente, sino que busca la culminación del amor, el punto más alto al que puede llegar cualquier manifestación de amor entre dos seres, como es la fusión en uno solo: "El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él... El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". La inhabitación es la unión más plena que produce el amor más alto y más puro. Quien ama procura que el amado habite plenamente en su corazón. Es el misterio que explica el amor matrimonial. Un hombre y una mujer llegan al convencimiento de la necesidad de su unión cuando el amor que se tienen desea ardientemente que el otro habite en plenitud en el propio corazón. La expresión "serán los dos una sola carne" se explica solo en el amor que añora la unión plena de corazones. El matrimonio es lo que logra que esta unidad se alcance plenamente. Sin embargo, aun cuando la esencia de la unión matrimonial se basa en lo espiritual, no en la inhabitación física del uno en el otro, la realidad en Dios es radicalmente diversa, por cuanto esa inhabitación sí es absoluta. La unión entre Dios y el hombre sí se da en plenitud. Al ser Dios una realidad únicamente espiritual, su inhabitación en el corazón del hombre es una posibilidad real. Basta que haya una manifestación del amor en el hombre para que Dios en toda su plenitud venga a habitar en su corazón.

De cómo será esto posible se encargará de explicarlo el Espíritu Santo, que será enviado desde el amor de Dios a la humanidad, para ser el compañero de camino que estará siempre al lado del hombre que añora la unión con Dios. Ciertamente quien ama solo quiere vivir la unión. No necesita explicaciones racionales que lo convenzan, pues en su corazón ya vive el convencimiento y la certeza que da el amor. Pero en su inmensa condescendencia amorosa, Dios quiere que el hombre tenga todas las razones en la mano. El Espíritu Santo no solo será el adalid que impulsará todas las gestas apostólicas y las validará, inyectando entusiasmo, ilusión y valentía al alma apostólica, iluminando sus mentes para aclarar los contenidos de la fe que transmiten, colocando en los labios las palabras que sean necesarias para expresar los contenidos y que sirvan además para que el mensaje llegue claro y sin contratiempos a los oyentes, disponiendo los corazones del auditorio para que reciban y acepten el mensaje de amor y salvación que les es transmitido. Toda esa tarea que cumple el Espíritu de Dios es ciertamente titánica. Pero ese Espíritu hace una obra previa: "Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien se lo enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho". Esa inhabitación por amor de Dios en el hombre será un recuerdo continuo que se encargará el Espíritu Santo que tengan los apóstoles en sus mentes. La presencia del Espíritu Santo es el reclamo continuo de Dios a que el hombre tenga en su mente que ya no es un ser solitario, sino que en su corazón habita plenamente Dios, pues la relación de amor que existe entre ambos así lo hace posible. La fuerza del Espíritu Santo no tendrá expresión solo hacia fuera, sino que hará un paso previo hacia la interioridad del mismo apóstol. Es impresionante todo lo que hace Dios en favor de la humanidad. No solo es su creador, su libertador, su redentor, su mandatario, su morador, sino que se hace, además, quien le hace tener memoria con la obra del Espíritu Santo en él de la riqueza que vive en su corazón con su presencia. El amor de Dios encuentra siempre nuevas formas de expresarse. Nada hay más creativo que el amor, y en Dios que es su fuente, tiene siempre la razón cumplida de esa novedad y de esa creatividad en favor de los hombres. De ese modo, quien tiene a Dios en sí mismo, habitando en su corazón, hace presente a Dios en toda su realidad. Transparenta su amor en cada una de sus acciones. Se hace embajador, vicario de Dios y permite que los hermanos descubran a ese Dios del cual es portador.

Cada apóstol debe procurar hacerlo claramente delante de los hermanos. Nunca debe pretender hacerse a sí mismo el protagonista, pues sabe bien que no lo es, sino solo un instrumento de Dios para hacerse presente en el mundo. Así lo entendieron los primeros apóstoles que, siendo portadores de Dios en sus corazones y habiendo sido encargados de sus obras de amor en el mundo, conscientes de que harían "obras aún mayores" de las que vieron hacer a Jesús, comenzaron a recorrer el mundo en su nombre. "Había en Listra, sentado, un hombre impedido de pies; cojo desde el seno de su madre, nunca había podido andar. Estaba escuchando las palabras de Pablo, y este, fijando en él la vista y viendo que tenía una fe capaz de obtener la salud, le dijo en voz alta: 'Levántate, ponte derecho sobre tus pies'. El hombre dio un salto y echó a andar". Eran las obras que Jesús había prometido que podían hacer sus discípulos, con su presencia en sus corazones. Lamentablemente, algunos no fueron capaces de captar la realidad de lo que estaba sucediendo y pretendieron apuntar la maravilla al mismo Pablo: "Al ver lo que Pablo había hecho, el gentío exclamó en la lengua de Licaonia: 'Los dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos'. A Bernabé lo llamaban Zeus, y a Pablo, Hermes, porque se encargaba de hablar. El sacerdote del templo de Zeus que estaba a la entrada de la ciudad trajo a las puertas toros y guirnaldas y, con la gente, quería ofrecerles un sacrificio". Ante esta aberración, los apóstoles quisieron dejar bien claro de dónde les venía ese poder y en nombre de quién actuaban: "Hombres, ¿qué hacen? También nosotros somos humanos de la misma condición de ustedes; les anunciamos esta Buena Noticia: que dejen los ídolos vanos y se conviertan al Dios vivo 'que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen'. En las generaciones pasadas, permitió que cada pueblo anduviera su camino; aunque no ha dejado de dar testimonio de sí mismo con sus beneficios, mandándoles desde el cielo la lluvia y las cosechas a sus tiempos, dándoles comida y alegría en abundancia". Ellos no eran más que enviados de ese Dios de amor. De ninguna manera se podían aplicar a ellos mismos el reconocimiento. Su corazón estaba lleno de Dios y eso era lo que querían que vivieran también ellos. Si Dios habitaba en sus corazones era para que desde ellos pudiera ser transmitido a los demás. El amor de Dios quería derramarse en todos los que oyeran las noticias de la salvación. La alegría de quien tiene a Dios en su corazón es que desde allí pase a los demás. No en solo tenerlo, sino en transmitirlo. Así, la alegría será completa.

2 comentarios:

  1. Es impresionante todo lo que hace Dios en favor de la humanidad... Luego para ser verdaderos cristianos, debemos ser verdaderos enviados de ese Amor. Bella y sublime interpretación del Evangelio de hoy. Que es Espíritu Santo te siga iluminando para que seas un verdadero enviado que con tu pluma nos traes la palabra de Dios. Amén amén

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  2. Estoy muy agradecida de usted por tan noble acción de enviarme la Palabra de Dios y su narración bien detallada, que invita a la meditación y seguir fiel al Señir

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