Muy pocas veces en la Sagrada Escritura se le reconoce a alguien su bondad. Es una curiosidad, por cuanto que al ser un instrumento de la revelación de Dios debería darse ese reconocimiento con mayor profusión. Pero también es natural que así suceda, pues esa misma revelación de Dios se da en medio de un mundo en el que reina la maldad y busca la conversión de los malos en medio de un continuo luchar y enfrentarse con las fuerzas que se le oponen. La consideración de hombre "justo", es decir, santo, se da solo a dos personajes. Uno es José que, "por ser un hombre justo, decidió repudiarla en secreto (a la Virgen María, al enterarse de su embarazo)". Y el otro es Bernabé "por sobrenombre Justo". Una persona justa, en lenguaje bíblico, no refiere solo a quien guía su vida por los senderos de la justicia como virtud humana, que invita a dar a cada quien lo que le corresponde, sino que por encima de todo pone en las manos de Dios toda su vida, por considerar que la mayor justicia que hay que cumplir es la de corresponder a todas las bondades divinas poniendo en sus manos toda la vida propia. Por ello se es inmensamente justo, y en consecuencia, santo. El justo jamás hará algo malo, pues en su esquema vital será ir contra lo que le corresponde a Dios, que es solo lo bueno. Pues bien, los apóstoles, al enterarse de que en Antioquía se estaban dando conversiones de gentiles que iban aceptando a Jesús como su Redentor, deciden enviar a Bernabé a verificar esos hechos. Bernabé es considerado apóstol de la segunda generación, pues no perteneció al grupo de los Doce elegidos por Jesús. Hay quienes lo consideran integrante de aquel grupo de 72 que fueron enviados por Jesús en algún momento a anunciar la llegada del Reino de Dios. Lo cierto es que los apóstoles lo consideran suficientemente preparado y revestido con suficiente autoridad como para encargarle esa misión. Su bondad natural y la capacidad que consideran ellos que tiene, son suficiente aval para dejarlo en sus manos: "Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe". Bernabé era un hombre bueno y estaba lleno de Espíritu Santo y de fe, y desde esas cualidades es capaz de juzgar como maravilloso lo que estaba sucediendo entre los griegos. Había que dar por bueno su dictamen.
En esa Iglesia de Antioquía se dio un crecimiento inusitado de creyentes. Fue una Iglesia con peso propio y que dio luego innumerables frutos al cristianismo. De alguna manera, pasó a ser referente de fe para muchos, sobre todo para los cristianos que venían del paganismo griego. Después de verificar ese desarrollo que se estaba dando allí y de bendecirlo, Bernabé sale en busca de Saulo y lo trae a Antioquía para consolidar esa Iglesia que estaba naciendo: "Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se lo llevó a Antioquía. Durante todo un año estuvieron juntos en aquella Iglesia e instruyeron a muchos". De tal manera fue bueno el trabajo de quienes sembraron la semilla de la fe en esas tierras, que se hizo necesario dar una carta de identidad a ese grupo de creyentes de crecía tanto: "Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos". Allí nos dieron nuestro carnet de identidad, y fue allí donde se nos hizo el mayor de los reconocimientos que se nos pudo haber dado. "Cristianos" hace referencia a nuestro origen. La raíz de ese nombre es el mismo Cristo. El que se nos llame así, en un reconocimiento implícito de ser seguidores de Jesús, es el mejor regalo que se nos puede hacer. Nos identifica con el Maestro y nos conecta directamente con Él. Es nuestra mayor dignidad, como lo reconoció el gran Papa San León Magno: "Reconoce, oh cristiano, tu dignidad y, ya que ahora participas de la misma naturaleza divina, no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro". Nuestro nombre de cristiano nos dice de dónde venimos, la condición de novedad de vida en la que estamos, la dignidad con la cual vivimos en este mundo, la vida de fraternidad que debemos apreciar y llevar a cabo con todos los que llevan nuestro mismo nombre y con todos los hombres, la transformación en novedad absoluta que debemos procurar que se dé en nuestro entorno, y la meta a la que estamos llamados que es a la felicidad de los hijos de Dios en la eternidad. No es, por lo tanto, simplemente una manera de llamarnos, sino algo que nos identifica, que nos dice cuál es nuestra esencia, el compromiso al que estamos llamados al llevar ese nombre. El que seamos reconocidos como cristianos, además de ser un gran orgullo para nosotros, debe hacernos sentir la profunda responsabilidad que tenemos en un mundo que exige cada vez más la presencia de esos cristianos que han entendido lo que son y que procuran que sea siempre nuevo, con la novedad del amor.
El cristiano es quien tiene como sustento principal de su vida a Jesús. Él es esa "piedra angular" sobre la que se sustenta la propia vida. Es la roca que hace inconmovible la casa, pues ha sido construida sobre Él. Al reconocer a Jesús como el sustento de su vida, lo reconoce también como el que le da sentido a todo. Nada de la propia vida tiene sentido sin la presencia de Jesús. Él le da color, sustancia, dirección, contenido. Hacia Él está dirigido cada esfuerzo y cada palabra. Absolutamente todo lo cotidiano, lo que en general debe ser realizado en una vida normal y corriente, se hace bajo la inspiración y la motivación de Cristo. De esa manera, si la vida tiene su sustento en Jesús, se hace totalmente cierta la afirmación de San Pablo: "Vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí". En ese sentido, el cristiano es el que ha permitido que Cristo invada todo su ser y sea su motor vital. Ha resuelto en su abandono la gran duda que tuvieron algunos delante de la figura de Jesús y de sus obras: "¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente". Aquellos hubieran querido dar el paso definitivo de dejarse invadir por Cristo, pero querían tener una absoluta seguridad para hacerlo. La respuesta que les da Jesús es la perfecta descripción de quién es y de lo que pretende: "Se lo he dicho, y no creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno". Aceptar a Jesús, para ser verdaderamente cristianos, es aceptar esta descripción que Él hace de sí mismo, identificándose plenamente con el Padre, haciéndose uno con Él. Es hacerse miembro del rebaño de Jesús, uno más de sus ovejas, procurando conocerlo perfectamente y dejándose conocer en lo más profundo de nuestro ser, siendo totalmente transparentes, sin resquicios ni ocultamientos, sabiendo que en Él está la vida y lejos de Él está la muerte. Es aferrarse de tal manera a su mano que jamás podamos ser arrebatados de ella. Saber que de Él viene nuestra savia y podremos vivir cada instante de nuestra vida en la alegría de sabernos suyos y de estar caminando hacia una eternidad que con Él será siempre de felicidad y de amor eternos.
Con solo mirar a Cristo veo el amor que Dios nos tiene. Y nos da la Santa Madre Iglesia para preservarnos con Él y para El. Nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre. Nos espera en el Sagrarios para compartir con Él nuestros pormenores diarios. Y se hace presente a través de nuestros Sacerdotes, desde su santidad el Papa hasta el último de los Ordenados. Esta es nuestra Fe. Oremos fuertemente para que no caigamos en confusión. Nuestra meta es Cristo. Y su barca, nuestra Iglesia Católica y Apostólica.
ResponderBorrarNuestro santo Obispo, Monseñor Tulio Manuel Chirivella Varela (Emérito de Barquisimeto-Venezuela) solía decir "Tenemos nombre y apellido: Cristianos Católicos"
Dios, envía obreros a tu mies. Danos familias santas.
Gracias Monseñor Ramón Viloria por compartir sus meditaciones. Iluminan y alimentan nuestro espíritu.
Dios lo bendiga.
Interesante relato, debemos ser mas como Bernabe en el mundo.Dtb
ResponderBorrarInteresante relato, debemos ser mas como Bernabe en el mundo.Dtb
ResponderBorrarQue sepamos escuchar tu voz Señor, para decir " No soy yo el que vive, es Cristo que vive en mi". Que sepamos edificar nuestras morada en Ti, que eres.la.piedra angular. Danos la gracia de ser tus verdaderos sarmientos Señor. Amen amén y amén
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