Jesús se define a sí mismo de muchas maneras, según la acción o la conducta que quiere resaltar en sus intervenciones. Para nosotros es fundamental siempre saber quién nos habla, quién se dirige a nosotros. Más aún cuando ese que nos dirige la palabra pone exigencias o limitaciones a nuestro actuar. Es una cuestión natural. De alguna manera, conocer el nombre de alguien nos echa luces de su estatus o su rango de autoridad, de su origen o su razón de vida. Y, dependiendo de que eso nos deje más o menos satisfechos, aceptaremos o no esa palabra dirigida a nosotros. Nos sucede siempre que hacemos algún trámite, que recibimos una indicación que disminuya nuestro posible accionar, que nos sintamos amenazados de recibir algún escarmiento. Pero más compensador es saberlo cuando recibimos algún beneficio, alguna dádiva, o cuando se nos concede algún favor o somos beneficiados por algún gesto que nos facilite las cosas. Nuestro sentido de agradecimiento nos impulsa a saber de quién está viniendo el beneficio para expresar nuestra gratitud. Quedamos de alguna manera en deuda con aquel que nos está favoreciendo y esperaremos a la primera oportunidad que se nos presente para compensar el beneficio que hemos recibido. Para bien o para mal, estamos marcados todos por ese deseo natural que nos lanza a conocer a nuestro interlocutor, sea porque queremos saber de dónde viene alguna indicación, sea porque queremos saber de dónde viene algún beneficio. Esta inclinación natural se exacerba aún más en la cultura oriental, de la que es natural Jesús. Conocer el nombre de alguien no es solo poder tener una manera de llamarlo, sino entrar en la esencia de lo que lo define. El nombre de alguien es una descripción de esa persona. En esa cultura cada nombre tiene un significado y expresa en cierta manera lo que esa persona tiene como misión en su vida. Desde el mismo principio, esto fue fundamental para la cultura oriental por donde empezó la revelación divina. Moisés pregunta a Dios su nombre, para sustentar sólidamente la autoridad de quien lo está enviando con el encargo de los diez mandamientos al pueblo de Israel, el elegido de Yahvé. "Yo soy el que soy", le responde Dios. Si otros sustentan su autoridad o el beneficio con el que han favorecido al interlocutor en el nombre de un tercero, Dios no necesita hacerlo, por cuanto Él mismo es ese sustento, Él es la autoridad suprema, el origen de toda limitación, de todo beneficio y de todo don que quiere que le llegue a la humanidad. No necesita sustentar su persona en un tercero.
Por ello, en la paulatina revelación que Jesús va haciendo de sí mismo, reconociendo esta necesidad de conocimiento de los hombres, va definiéndose poniéndose nombres que van aclarando su misión y que van echando luces para que el hombre comprenda mejor quién es y cuál es la tarea que ha venido a cumplir entre nosotros. Así, vemos que Jesús se define como Luz: "Yo soy la Luz del mundo", como comida: "Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo", como la razón última de la vida: "Yo soy la resurrección y la vida", como el Rey de los judíos, ante la pregunta de Pilato sobre si Él lo era: "Yo soy, tú lo has dicho, para eso he venido, para ser Rey", como la razón por la cual todo hombre debe seguirlo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida", como el pastor que cuida de las ovejas: "Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas", como el sembrador que lanza la semilla: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre", como el dador de la savia de la vida: "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos", como el grupo de los cristianos a los que perseguía Saulo: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues", como el preexistente eternamente: "Antes de que Abraham existiese, Yo soy"... Son infinidad de veces y de maneras en las que Jesús se autodefine y describe así su identidad y la misión que le ha sido encomendada por el Padre. Conocer a Jesús por estos nombres que Él mismo se da, por los cuales quiere darse a conocer, es quizás una de las mejores maneras de lograrlo. Un estudio de cada nombre y de cada una de las tareas que esos nombres significan, nos dan una perspectiva casi perfecta de lo que es Jesús y de su acción. Entre las imágenes quizás más entrañables para el mismo Jesús, por la carga de ternura con la que las expresa, están las que se refieren al pastoreo. Así, destaca la figura del pastor que conoce a sus ovejas y es conocido por ellas: "El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz". Es una imagen conocida por quien está familiarizado con la vida de pastoreo. Las ovejas irán solo con su propio pastor y nunca irán detrás de uno que no es el suyo. Confían radicalmente en él y en sus manos se abandonan, pues saben que las ama y las defenderá con su propia vida.
Pero Jesús añade desde este ambiente pastoril otra imagen que se quedará grabada en sus oyentes. Ya no es solo el buen pastor, sino que es la puerta del redil. Por Él entran y salen las ovejas: "En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante". Él es la puerta que permitirá la entrada y la salida a sus ovejas y que no permitirá nunca que pase alguien que quiera hacerles daño. Tener a Jesús como esa puerta es asegurarse la entrada a los mejores pastos. Es una puerta que milagrosamente asegura las mejores condiciones para quien la use. No es una puerta cualquiera, sino una que transforma todo lo malo en bueno, que hace que todo sea de provecho. Detrás de esa puerta que es Jesús se encontrarán solo beneficios y nunca nada dañino. Lo que quiere es que cada uno reciba la vida que Él ha traído, y que la reciba en abundancia. Preferirá cargar sobre sus espaldas todo lo malo, con tal de que para nosotros se reserve todo lo bueno: "Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fueron ustedes curados. Pues andaban errantes como ovejas, pero ahora se han convertido al pastor y guardián de sus almas". Él alcanza para todos el más grande beneficio de la vida eterna de gozo y de amor junto a Dios Padre. Por eso, la invitación insistente de quienes se convirtieron en sus mejores anunciadores, los apóstoles, era a abrir el corazón para recibirlo y dejarse llenar de su vida: "Conviértanse y sea bautizado cada uno de ustedes en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para ustedes y para sus hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro". Jesús es la puerta del aprisco. Entrar por Él es estar seguros, defendidos por su amor omnipotente. Y salir desde Él es asegurarse los mejores pastos, las mejores comidas que nos darán la fuerza para encaminarnos hacia el cielo. Él es la puerta de ese cielo en el que habita Dios Padre y al que quiere llevarnos a todos para que disfrutemos a su lado del gozo de vivir en un abrazo eterno de amor y de dicha.
Yo también creo en el Señor, está siempre presente y yo lo tengo presente en mi corazón y en mi día a día. Que hermoso escrito Monseñor, llega al alma y nos enseña a seguir a nuestro Señor Jesucristo. Dios le bendiga siempre en salud y vida. Gracias, mil gracias!
ResponderBorrarLudcer Rouvier
Puerto Cabello
Venezuela
Monseñor,
ResponderBorrarMe guste esa aseveracion, de que Jesús es como la puerta que transforma lo malo en bueno y detrás de esa puerta nada es dañino, solo beneficia...