sábado, 30 de mayo de 2020

Imitar a Jesús y seguirlo para ser auténtico discípulo suyo

Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú ...

En la espiritualidad cristiana se destacan dos líneas para el que quiere ser auténtico discípulo de Cristo: el seguimiento y la imitación. Las dos confluyen en la misma línea, pues son invitaciones a acercarse a Jesús como el modelo principal, único, que debe dar las pautas para el correcto discipulado. Ambas exigen del que quiere ser discípulo un esfuerzo grande por abandonar viejos cánones de comportamiento y de pensamiento, viejos caminos andados, viejas perspectivas y metas, para adentrarse en las que no son propias y hacerlas suyas, de modo que se verifique una verdadera nueva vida que certifique esa novedad gracias a los efectos que produce la redención en sí mismo. El discípulo debe ser, ante todo, un hombre nuevo que se ha dejado conquistar por el amor de Dios en sí, que se deja conducir desde el momento de su conquista por los intereses de ese amor que recibe y que también debe dar, que busca conquistar un mundo que ha dejado a Dios a un lado y llenarlo de su presencia que le da la felicidad y le da un sentido a su camino. Es quien sabe que su vida ya no puede ser la misma de antes, pues no es una isla sino integrante de un gran conglomerado, el de los salvados, que viven todos la misma novedad, por lo cual son antes que nada, hermanos que caminan unidos hacia la misma meta, que persiguen los mismos intereses, que miran con la misma mirada de esperanza hacia la felicidad que persiguen y que es eterna e inmutable. Es quien siente la responsabilidad que ha dejado Cristo en sus manos cuando lo ha enviado al mundo a predicar el Evangelio y a bautizar a todo el que crea en Él, por lo cual no cesa en su empeño de dar testimonio del amor de Dios delante de todos y se sabe por lo tanto el apóstol que el mundo necesita y que pide, aunque sea inconscientemente. Es quien sabe que el trabajo que queda por delante es inmenso, pues son muchos los que no conocen a Cristo, los que no han experimentado la riqueza de su amor, los que no saben lo que es dejarse conducir por ese amor y por lo tanto no tienen idea de lo que es la plenitud de la felicidad que está en darse, más que en recibir. Pero que sabe, ante todo, que tiene que hacer un trabajo previo, que es el de la profundización en la propia conversión, que le exige ir dejando de ser de sí mismo y sí mismo, para ser más de Cristo y más Cristo. Ambas corrientes de la espiritualidad, el seguimiento y la imitación, son el trabajo que debe iniciar para ser discípulo y que debe seguir desarrollando durante toda su vida de discipulado.

Ante la pregunta que le hace San Pedro a Jesús momentos antes de su ascensión a los cielos acerca de la suerte que seguirá San Juan, Él le responde: "Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme". Jesús pone a San Pedro su primera exigencia, la que debe surgir de él antes que cualquier otra cosa: la del seguimiento, la de ser suyo, la de ser de Cristo. Sobre esta preocupación y previa a ella no debe existir en el discípulo de Jesús ninguna otra. Seguir a Jesús debe ser lo prioritario. Ha habido ya en los apóstoles un "proceso" previo que les ha ido aclarando quién es Jesús. Desde que han sido convocados por Él para pertenecer al grupo de los Doce, se ha iniciado un camino de conocimiento que ha ido creciendo cada día. Los apóstoles, con ser hombres en general sin muchas luces, sencillos y humildes todos, dieron verdaderas muestras de docilidad al ser convocados y dejar todos sus intereses a un lado para irse con Cristo. Esto fue ocasión para poder superar los escollos que pudieron dificultar ese conocimiento. Convivir con Jesús, escuchar sus mensajes, presenciar los portentos que hacía, vivir ese día a día revelador de quién era, les dio un conocimiento sólido de Él. El conocimiento, evidentemente, se tradujo en admiración. Y ésta devino en amor. Conocer a Jesús y saber cuál era su motivación para estar entre ellos y en el mundo, les reveló el inmenso amor que tenía. Y produjo en ellos también una respuesta de amor. Porque conocieron quién era Jesús, se dejaron conquistar por su amor y lo amaron. Y por ello, su seguimiento se hizo consecuencia de ese amor. La invitación de Jesús a San Pedro: "Tú sígueme", se da después de que éste le confesara su amor: "Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo". Al seguimiento lo precede el amor. El amor es la puerta para el seguimiento. Y seguir a Jesús traerá como consecuencia posterior hacerse su testigo. Quien conoce, ama. Quien ama, sigue. Y quien sigue, se hace testimonio. El discípulo de Jesús es quien presenta a Jesús, porque lo sigue, porque lo ama, y porque lo conoce. No se puede pretender ser testigo de Cristo si antes no se lo ha querido conocer cada vez más, para amarlo con mayor profundidad, y para seguirlo con un más sólido compromiso. El que sigue a Cristo sabe cuáles son los caminos que Él recorre y está dispuesto a seguirlos también. Lo sigue en su avance hacia el hombre necesitado de libertad espiritual y de libertad física, en su periplo que anuncia la Verdad sobre la mentira, en su enfrentamiento a los poderosos que humillan y destruyen al hombre sencillo, en su denuncia a los egoístas y a los materialistas. Sigue el camino que lo puede llevar a ser despreciado como lo fue Jesús. Y siente la compensación que da el saberse instrumento del amor de Dios, por lo que vive en la felicidad suprema. Como San Pablo, está consciente de que esta obra superior no será totalmente comprendida por los hombres: "Por causa de la esperanza de Israel llevo encima estas cadenas".

Este itinerario de seguimiento de Jesús apunta también a hacerse no solo de Cristo, sino Cristo mismo. Ya lo dijo el gran Tertuliano: "El cristiano es otro Cristo". Es el acento de la imitación que debe surgir en el discípulo. Ha habido quienes han criticado este acento de la espiritualidad pues la tildan de pasividad y de negacionismo, y prefieren hablar de seguimiento, que sugiere más actividad y más respeto al ser del discípulo. Lo cierto es que ambos acentos son totalmente compatibles y más aún pueden llegar a considerarse mutuamente necesarios. Uno exige al otro. La imitación llama a asumir los pensamientos y comportamientos de Jesús para hacerlos propios. No se trata de dejar de ser uno mismo, pues Cristo cuenta con lo que es cada uno. Se trata de la eliminación de lo que no es de Jesús en mí, para dejar lo que sí es y adquirir lo que me falta. No es negacionismo de lo que soy, sino afirmación más sólida de lo que me hace verdaderamente yo y adquisición del tesoro con el que me enriquece Jesús. Esto, sin duda, exige un esfuerzo titánico, pues eliminar algunos lastres de sí mismo es realmente exigente. A veces el lastre se incrusta en el ser y se hace casi imposible de eliminar. San Pablo dio con la clave de la meta que se persigue: "Vivo yo, mas ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí". ¿Qué más puede representar el ser uno mismo que Cristo en mí, que es hacia quien tiendo? El mismo Jesús se había identificado con los cristianos: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues", le dijo a Saulo. Ese itinerario de identificación con Jesús debe darse, por lo tanto, cada vez más profundamente, adquiriendo sus criterios y actitudes. Conociendo quién es Jesús el discípulo debe imitarlo. Así como Cristo ama al Padre, como manifiesta su amor y su preocupación por los hombres, como ora por quienes lo asesinan, como devuelve bien por mal, como abre su corazón a buenos y malos, como ama a los pecadores, como lucha contra el demonio y contra el mal, como se opone al poder que oprime a los sencillos, como invita a tender la mano al más necesitado, como no rechaza a nadie, como busca a la oveja perdida, como asume el dolor redentor, como entrega su vida para el bien de todos, el discípulo debe hacerlo, pues es su imitador. Esa debe ser siempre su intención. Ser otro Cristo. Y así dará buen testimonio a los hermanos. Así como se atrevió San Pablo a presentarse como digno de imitar: "Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo", no por sí mismo, sino en cuanto él procuraba imitar en todo a Jesús. Ambas líneas de la espiritualidad cristiana son necesarias y complementarias. Ojalá todos los cristianos podamos ser seguidores de Jesús y sus imitadores, para que lo hagamos presente en nuestro mundo que tanto lo necesita.

2 comentarios:

  1. Sucede como leo en la reflexión, quien conoce a Jesús lo ama,quien lo ama lo sigue y quien lo sigue se hace testimonio al imitarlo.Ayudanos Señor a mantener con frecuencia un encuentro personal contigo..

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  2. Sucede como leo en la reflexión, quien conoce a Jesús lo ama,quien lo ama lo sigue y quien lo sigue se hace testimonio al imitarlo.Ayudanos Señor a mantener con frecuencia un encuentro personal contigo..

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