Entre los conceptos fundamentales que se manejaban, y se manejan aún hoy, en la vida apostólica de la Iglesia naciente, sobresalen dos: el de elección y el de misión. La obra que ha realizado Jesús con su encarnación, su pasión, su muerte y su resurrección, es una obra que favorecía a toda la humanidad, elegida desde el principio para ser beneficiaria de esta acción que surgía del corazón amoroso del Padre. El pecado original había trastocado el designio original del Creador de tener a esa humanidad surgida de sus manos amorosas y todopoderosas como su amiga cercana. No fue suficiente para el hombre la gran demostración de amor y de poder que había hecho el Padre para mantenerse cerca de su corazón, sino que azuzado por el rey de la intriga, el demonio, decidió excluir a Dios de su vida y colocarse él en el centro del universo creado, en un gesto extremo de soberbia. Ante ello, Dios debió diseñar entonces un plan de rescate de aquellos a quienes quería tener como amigos. Y eligió a su propio Hijo para enviarlo y que fuera el artífice de ese gran plan de restauración. Con ello demostraba su inmenso amor por aquellos que habían surgido de sus manos, por cuanto fue capaz de despojarse de su propio Hijo, el amado, que copaba todas sus preferencias, para entregarlo en favor de ese plan de rescate. Así, se escuchó de los cielos aquella voz de Dios que presentaba su Hijo al mundo: "Este mi Hijo amado, el predilecto, en quien tengo todas mis complacencias. Escúchenlo". Pues bien, ni siquiera ese amor infinito por su Hijo, fue óbice para detener a Dios Padre en su empeño de rescatar al hombre para que siguiera a su lado. "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna". Nadie puede dudar de ese inmenso amor del Creador, cuando fue capaz hasta de entregar a su Hijo por amor a la humanidad. No hay gesto de amor mayor. Como tampoco lo hay en el mismo Hijo, también Creador como Verbo eterno, que se ofrece como voluntario para cumplir el designio del Padre: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad" ... "Yo entrego mi vida para recuperarla de nuevo". Jesús es enviado por el Padre a cumplir una misión específica, y tiene un papel activo, pues se ofrece también voluntario para ella. Él es elegido y es enviado. Él es el origen de la elección y de la misión. Y con ello marca ya la pauta para todo el estilo de la Iglesia que será el instrumento de salvación para la humanidad entera.
Jesús no se arroga a sí mismo el protagonismo de la obra redentora, aunque es el actor esencial y fundamental para que se dé. Él se sabe elegido por el Padre para llevarla adelante. Y sabe muy bien que tiene entre manos la encomienda de una misión concreta: Nada más y nada menos que arrebatar a toda la humanidad de las garras del demonio, que la había llevado al abismo y a la muerte: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas". El ser enviado por el Padre es lo que tiene el peso. El valor lo da la elección que ha hecho el Padre sobre el Hijo y la encomiendo de la misión que ha puesto en sus manos. Por ello, Jesús ni habla ni hace obras por cuenta propia, sino que lo hace en cumplimiento de la encomienda original. Es ello lo que da el valor mayor a su obra de rescate: "Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre". Para Jesús es fundamental que quede claro que, aun cuando Él se ha ofrecido voluntario para la obra de rescate de la humanidad, el cumplimiento de ella tiene valor estricto solo porque es un mandato del Dios que ha creado y que ahora quiere redimir y rescatar. No es que Jesús sea simplemente una especie de marioneta manejada desde fuera por las manos del Padre. No es este el sentido. Todo tiene su origen en el Padre. Él es el artífice y el diseñador de la obra de rescate, que debe ser una demostración de amor poderosa aún mayor que la de la primera creación, por cuanto se trata de un rescate heroico de las manos de quien ha pretendido arrebatar de las manos del amor su creación, con un poder que la misma soberbia del hombre ha puesto en sus manos. Por ello debe quedar en las mentes de los rescatados que nadie los amará más pues nadie ha dado mayores demostraciones de amor. El demonio se ha valido de la soberbia humana para tener poder. Dios usará el poder del amor que toca el corazón de la humanidad. Dios busca el bien del hombre. El demonio busca su propio bien. Es ante esta contraposición que el hombre tomará su decisión. Se dejará arrebatar del corazón amoroso de ese que no escatima ni a su propio Hijo, quedando en la intemperie de su propia y fría soberbia, o se dejará resguardar en ese corazón amoroso que no pide nada sino solo dejarlo amar. Por eso es elegido el Hijo. Y por eso es enviado. Y por eso el mismo Hijo se ofrece voluntariamente. Es la obra amorosa del Padre que viene a llevar adelante.
El hecho de que Jesús hubiera sido elegido y enviado nos da una idea de que ese será el estilo que estará impreso para siempre en la vida de la Iglesia. Ella es el instrumento diseñado por Jesús para llevar la salvación a todos los hombres. Por ello, como Él fue elegido y enviado, así será la misma Iglesia y cada uno de sus integrantes. La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, tal como lo experimentó Pablo en su encuentro místico con Jesús en el camino de Damasco: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues". Él es la cabeza de esa Iglesia que deberá cumplir su tarea en toda la historia. Y cada uno de sus miembros es seguidor fiel de Jesús. No solo de sus enseñanzas y de sus indicaciones. Antes debe serlo de su ser, de su persona, de sus pasos. De las huellas que ha ido dejando. Un discípulo no es solo el que se deja conquistar por las enseñanzas de su Maestro, sino que es quien ha decidido seguir sus mismos pasos y vivir su mismo estilo de vida. Por lo tanto, el discípulo de Cristo sabe que, además de acatar su palabra y enriquecerse con sus obras, debe decidirse a vivir su vida, tal como lo entendió San Pablo: "Vivo yo, mas ya no soy yo, es Cristo el que vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí". Con su propio estilo de vida personal, en el desarrollo de su vida cotidiana, en el cumplimento de sus actividades ordinarias, asume para sí la vida de Cristo y se hace su discípulo fiel. Y al seguirlo, sabe que como Él, será elegido y enviado, como lo experimentaron concretamente los primeros discípulos de Cristo, los apóstoles. Cada uno de ellos fue llamado por su nombre y se decidió a seguirlo. Y al final del periplo público de Jesús, cada uno fue enviado al mundo a cumplir la misión: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda la creación". Y luego de su ascensión a los cielos, después de haber recibido el don del Espíritu Santo como alma de la Iglesia, cada discípulo fue viviendo en carne propia el hecho de la elección y del envío. Así sucedió con Bernabé y Pablo: "'Apártenme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado'. Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los enviaron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre. Llegados a Salamina, anunciaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos". Cada discípulo de Cristo es elegido y es enviado. También cada uno de nosotros. Y lo somos porque desde el principio lo fue Jesús mismo. Los pasos de Jesús los debemos dar también nosotros. Somos elegidos y enviados a nuestras realidades para hacer presente a Jesús, para hacer presente su amor y su salvación. Para hacer de cada hermano y de cada situación algo nuevo, sondeado por el amor redentor de Cristo.
Gracias Padre.
ResponderBorrarGracias por sus enseñanzas.
Dios lo bendiga
Somos enviados como fue Jesús enviado por el Padre. Excelente reflexión que explica esta verdad y compromiso. Que sepamos entender el gran amor.de.nuestro Padre al enviarnos a su Hijo el.predilecto
ResponderBorrar