domingo, 24 de mayo de 2020

"Dios se hizo hombre, para que el hombre se hiciera Dios". San Agustín

Jesús regresa al cielo (La ascensión de Jesús) | Lecciones de la ...

El itinerario terrenal de Jesús tiene su punto culminante en el momento central del cumplimiento de su obra redentora, en su pasión, muerte y resurrección, que conocemos como Triduo Pascual. Todo lo anterior, incluyendo toda la historia del Antiguo Testamento con lo que ella implica de elección, de alianzas, de liberación, de anuncios, de prefiguraciones, apuntaba a este momento en el que se lograba la victoria de la Vida sobre la muerte. Jesús es quien alcanza este punto culminante. La historia no ha tenido en todo lo anterior un momento tan denso. La presencia inobjetable de Dios en él, en el que el ofrecimiento del Hijo hace posible la satisfacción plena que se debía al Padre por la ofensa infinita que había recibido cuando el hombre decidió dar la espalda a su amor, en el que el Padre recibe el espíritu del Hijo puesto totalmente a su disposición desde la Cruz, cuando estaba rindiendo su vida en favor de la humanidad, en el que la vida escapa totalmente de aquel hombre que era Dios y que luego es colocado en la soledad fría del sepulcro, en el que el resurgir victorioso de esa vida arrebatada declaraba la derrota total del mal y de la muerte, lo convierte en la cima de la historia. Es la plenitud de los tiempos, cuando Dios realiza la obra más importante en favor de los hombres, cuando hace que ese momento alcance su zenit por cuanto es el de mayor derramamiento imaginable de amor sobre el hombre para hacer su corazón plenamente digno de recibir la demostración más fehaciente de misericordia, de piedad, de paciencia divinas. No hay en toda la historia de la humanidad un momento que produzca una más profunda transformación esencial en cada hombre. Dios, con sus manos amorosas, arranca del pecho de todos los hombres aquel corazón que había quedado convertido en piedra por el poder del pecado, y colocaba en su lugar un corazón de carne que fuera capaz de ser arrebatado por el amor. El amor de Dios llenaba el corazón de los hombres y lo hacía capaz de responder con un amor similar. Esa obra quedaba completamente cumplida. La voluntad del Padre estaba satisfecha plenamente. La finalidad de la encarnación del Verbo estaba cumplida totalmente. El periplo terreno del Hijo llegaba a su fin, por cuanto había cumplido la misión que le había sido encomendada. Tocaba ya regresar a su situación de normalidad. Lo extraordinario ya había pasado. "Todo está consumado". El ciclo debía ser cerrado: "Como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié". Es la voz del Padre el que sentencia este fin.

Esa transformación radical del hombre es, de esta manera, una realidad ya definitiva. El hombre no es el mismo que era antes de Cristo. La Redención lo ha recreado de nuevo y lo ha elevado a una condición absolutamente distinta. La encarnación del Verbo no había logrado solo su rebajamiento total, como segunda Persona de la Santísima Trinidad, que "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos", sino que tomó a la humanidad consigo, elevándola a su condición divina. De alguna manera se dio un intercambio de condiciones que hizo posible la asunción de la tarea que debía ser realizada y que apuntó a atisbar la meta a la que se quería arribar. La humanización de Dios apuntaba a la divinización del hombre. "Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios", apuntó San Agustín. Esta divinización de la humanidad no se alcanzaba solo por su condición de morada divina, como afirmó Jesús: "Si alguno me ama, cumplirá mis mandamientos y mi padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". Esta es una transformación espiritual deseable, en la que se persigue que el hombre se haga digno de recibir a Dios en su ser. Pero la divinización de la humanidad es algo que va más allá de la simple condición doméstica. Apunta a que esa esencia divina lo impregne todo, que Dios "sea todo en todos", incluso en cada hombre y mujer de la historia. Que en ellos haya una verdadera participación en la naturaleza divina. El rebajamiento del Verbo apunta a una real transformación en sentido contrario del hombre. Es su elevación total. Con esa encarnación, uno de nuestra raza es Dios. Con la redención, se persigue que todos sean Dios. Se cumplirá en sentido estrictamente contrario el vaticinio que había sentenciado el demonio para engañar a la mujer y conquistarla para sí: "Serán como dioses". No son "dioses". La redención y el arrebato de sus manos diabólicas, los hacían a todos Dios. Es el punto más alto al que llega la humanidad redimida y liberada. En cada hombre se establece formal y establemente la condición divina. Aquella participación deseada de la naturaleza divina es una realidad no solo doméstica, sino total. La carne del hombre es ahora carne divina, pues la carne de Jesús es la carne del hombre que es Dios y se la ha trasladado a cada hombre de la historia con su muerte y resurrección.

Esta nueva condición es de tal manera misteriosa que solo bajo el influjo del mismo Dios podremos comprenderla. Por eso San Pablo manifiesta su deseo de que bajo ese influjo "comprendan ustedes cuál es la esperanza a la que los llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo ... Y 'todo lo puso bajo sus pies', y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos". Somos miembros de ese cuerpo del hombre que es Dios. Y desde la encarnación, ya la segunda Persona de la Trinidad será para siempre también hombre. No ha renunciado ni renunciará jamás a su doble condición. Desde que empezó a existir como hombre en el vientre de nuestra Madre María, ya jamás dejará de serlo, y en su Ascensión a los cielos ha llevado a la humanidad con Él. Nos ha llevado a cada uno. Es la naturaleza humana la que ha irrumpido en las moradas celestiales con Jesús. Cada uno de nosotros, al irrumpir Jesús en los cielos, está también sentado a la derecha del Padre. Nuestra raza, unida a Jesús y a María, que han subido al cielo en carne gloriosa, ha subido con ellos. Si María "es el orgullo de nuestra raza", lo es no solo por haber sido elegida para ser la Madre de Dios, sino también porque ha sido la primera de todos nosotros, después de Jesús, que ha roto el celofán celestial de los solamente hombres para entrar triunfante en el cielo. Y no será Ella sola, pues lo que ha hecho es abrir las puertas del cielo para todos nosotros, siguiendo las huellas de su Hijo Jesús. Es el orgullo también por ser la primera en dar estos pasos que daremos todos después de Ella. Ella marca el itinerario que seguiremos todos. La Ascensión de Jesús es el cumplimiento justo de lo que debía suceder. Jesús había dejado entre paréntesis su gloria infinita por el tiempo de su periplo terreno. Volver a los cielos no es más que lo que debía suceder. Pero sí es para nosotros un paso gigantesco, por cuanto con Él entramos todos. "'No les toca a ustedes conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibirán la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra'. Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista". Mientras esperamos nuestro triunfo definitivo, seguimos en el tiempo del Espíritu, que nos acompaña en la Iglesia. Mientras tanto, nuestra esperanza es real. Seguimos adelante hacia la meta final. Nada nos la arrebatará. Y debemos procurar que la alcancen todos. Por eso, los ángeles de Dios nos siguen diciendo: "¿Qué hacen ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre ustedes y llevado al cielo, volverá como lo han visto marcharse al cielo". Esperemos activos, haciendo que otros hermanos también guarden esa alegre esperanza de estar definitivamente en Dios y ser definitivamente Dios.

4 comentarios:

  1. La promesa de Jesús es nuestra garantía de dar a conocer su mensaje a todo el mundo, al hacerla con él la tarea es más llevadera y gozosa.

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  2. La promesa de Jesús es nuestra garantía de dar a conocer su mensaje a todo el mundo, al hacerla con él la tarea es más llevadera y gozosa.

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  3. Bendito sea Dios por poner las palabras sencillas y justas para que ud nos hable y losanos entender este hermoso misterio de nuestra honrosa y privilegiada existencia como hijos de Dios que nos hace partícipe además de la Dovinidad a través de su hijo, Ntro Señor Jesucristo. Te pedimos Señor, te imploramos que nos hagas crecer la Fe y preparar nuestras mentes y nuestros corazones para apreciar de verdad y honrar esta incuestionable verdad. Y así ser testigosnparavque otros crean y hacernos merecedores del cielo, sentados también a tu derecha. Amén amén y amén

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  4. DIOS SE HIZO HOMBRE, PARA QUE EL HOMBRE SE HICIERA DIOS.. !!!!
    QUÉ MARAVILLA!!!
    Y NOSOTROS QUÉ ESTAMOS ESPERANDO...PARA SER SANTOS?
    SERÉIS SANTOS COMO YO SOY SANTO...
    Y QUÉ ESPERAMOS?
    Qye Dios nos bendiga. Franja.

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