lunes, 11 de noviembre de 2019

Yo puedo cambiar el mundo

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En un mundo cada vez más descreído necesitamos reaccionar. Es urgente que quienes estamos convencidos de la Verdad que libera y salva, demos testimonio de aquello que creemos y que nos hace vivir la verdadera felicidad. Nuestra Verdad no es de patrimonio exclusivo ni excluyente. Es una Verdad ante la que somos responsables, pues el mismo Jesús nos la ha encomendado para que la hagamos llegar a todos. El "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio" no es una opción ante la cual podemos decidir. No es una simple invitación, sino un mandato. Ese grito acuciante de los apóstoles a Jesús: "Señor, auméntanos la fe", es el grito de toda una humanidad que, consciente o  inconscientemente, añora una luz que ilumine su camino, y ante el cual cada uno de nosotros debe responder. Las respuestas que el mundo ha dado hasta ahora a este ruego, son las respuestas fáciles y atractivas, que promueven el egoísmo, el hedonismo, el consumismo, el relativismo, la dictadura moral del hacer lo que venga en gana. No son respuestas que promuevan el compromiso, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la armonía, el encuentro con la riqueza espiritual interior. El hombre está cada vez más aislado y encerrado en sí mismo. Y si existe algún atisbo de preocupación por los otros, es sencillamente para que se respete "su derecho" a hacer lo que cada uno quiera hacer, promoviendo más bien una exacerbación del egoísmo como norma suprema.

Es lamentable que el camino que se transita es el de una supuesta superioridad moral del relativismo. En aras de una pretendida libertad y de un respeto y tolerancia a la diversidad, se dan los signos mayores de irrespeto al ser libres y de intolerancia ante quien sugiere el camino de la verdadera humanidad proponiendo el respeto a la vida, a la ley natural, a la fraternidad, a la solidaridad con los más débiles e indefensos, al amor mutuo como regla de oro. Sin duda, el hombre "sabe más", pero no "vive más". Somos hijos de una época en la que el saber y la tecnología han alcanzado niveles insospechados, pero que han desembocado en la mayor deshumanización de la historia. Se puede repetir lo que decía San Agustín: "El mucho saber hincha. Y lo que está hinchado no está sano". Tenemos más información, pero no somos más sabios. "Los razonamientos retorcidos alejan de Dios, y su poder, sometido a prueba, pone en evidencia a los necios. La sabiduría no entra en alma de mala ley ni habita en cuerpo deudor del pecado. El espíritu educador y santo rehúye la estratagema, levanta el campo ante los razonamientos sin sentido y se rinde ante el asalto de la injusticia". El ser mejor informados y tecnológicos no nos asegura el ser más humanos. Muchas veces sucede lo contrario. Nos deshumaniza más.

Nuestra vida está llamada a la eternidad. No se acaba nunca. Y porque no se acaba nunca y está bañada de eternidad, tiene la posibilidad de iniciarse de nuevo cada vez que lo deseemos. Cada vez que vemos que el camino no ha sido el correcto, podemos reemprenderlo con una nueva ruta. Se trata de tener la fe y la confianza necesarias, siendo valientes y responsables con nosotros mismos y con el mundo que ha sido puesto en nuestras manos, para abandonar nuestras seguridades y seguir el camino que nos propone Jesús de una mayor exigencia personal, de una mayor humanización, de un encuentro enriquecedor con la Verdad de Dios, de una experiencia de fraternidad activa y vivificante. Debemos asumir con seriedad nuestra responsabilidad, haciendo caso a la respuesta que da Jesús al ruego de los apóstoles: "Si ustedes tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar.' Y les obedecería". Nada hay imposible para el que tiene fe. Se trata simplemente de concretar en acción esta invitación de Jesús. Podemos hacer nuestra parte. Solo que debemos saber que no depende solo de lo que nosotros hagamos, sino de saber dejarnos confiados en los brazos de Aquel que todo lo puede. Siendo nosotros la medida del universo, por encima de nosotros está el mismo Dios que nos ha puesto en él. No somos el centro del universo. Allí está Dios, hacia quien tendemos y por quien vivimos. Es Aquel que nos envía al mundo, pero que no nos deja solos, sino que viene con nosotros a transformarlo con su amor y su justicia.

1 comentario:

  1. Excelente así mismo es así está el mundo somos responsables de influir en el pedazito que nos corresponde

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