viernes, 29 de noviembre de 2019

Tu Palabra no pasará. Por eso, ya estoy salvado

Resultado de imagen de el cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Tiene poder infinito por cuanto es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Al ser Dios mismo, es eterna e inmutable. Existe desde siempre y jamás dejará de existir. Al ser pronunciada, entra en acción. Es Creadora, por cuanto de Ella viene todo lo que existe. "Por Ella fueron creadas las cosas". Cuando Dios pronuncia su Palabra, el universo y todo lo creado, recibe su influjo. La Palabra es Dios mismo que realiza toda su obra al pronunciarla. En un momento de la historia, siendo Ella atemporal, estando por encima del tiempo y del espacio, Dios la pronunció sobre el mundo y sobre el hombre, y la Palabra empezó a actuar sobre cada cosa creada. Ya no era solo una prerrogativa exclusivamente divina, sino que por la voluntad absolutamente libérrima de Dios, comenzó a ser propiedad de los hombres. "Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". Así, la Palabra creadora recibió de Dios el encargo de realizar una nueva Creación, superior a la que había surgido de su poder en la primera instancia. Siendo aparentemente insuperable -"vio Dios que todo era muy bueno"-, aquella primera creación sufrió el embate mortal del pecado, y cayó estrepitosamente en la ruina total. La fuerza del mal se asoció al corazón vencido de los hombres y, sin tener más poder que Dios, lo venció, pues Dios no puede ir contra la libertad que Él mismo había regalado al hombre. La libertad, don amoroso del Dios infinitamente providente, hace que el poder de Dios sea relativo, pues no puede Él echar atrás un decreto suyo. "Los dones de Dios son irrevocables", sentencia San Pablo.

El "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" del origen, con lo cual la Palabra Creadora hacía que la creación llegara a su plenitud, se pronunció luego como Palabra Redentora: "Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Un descendiente de Ella te pisará la cabeza, mientras tú lo hieres en el talón". Y la Palabra, eficaz siempre, fue dirigida a la mujer, puerta de entrada de aquella redención decretada eternamente: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin... El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios." Su venida será el cumplimento pleno de lo diseñado por Dios en la sucesión de los tiempos, tras la existencia de imperios y reinados poderosos, sobre los cuales vencerá el que tiene el verdadero y único poder, que es quien pronuncia la única Palabra capaz de crear y de re-crear, de dar nueva existencia a todas las cosas, de superar con creces aquella primera creación sustituyéndola por una Nueva Creación, infinitamente superior a la primera, pues surge del amor de rescate, del amor de redención, que requiere del mismo Dios el empleo de un poder superior, basado en el amor, que vencerá portentosamente al poder del mal y al mismo corazón del hombre que se había puesto de espaldas a Él: "Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin".

Esa Palabra de Dios pronunciada en la plenitud de los tiempos, es Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, que asume sobre sus espaldas el encargo del Padre de rescatar al hombre de las garras del pecado y del abismo del mal: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Es Palabra que recibe el encargo y que lo acoge con voluntad absolutamente libre, pues es Persona no solo mandada sino que es la que hace suyo el mandato, pues también ama infinitamente a sus hermanos los hombres: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Su Palabra de asentimiento a la misión encomendada descubre un corazón amoroso que será capaz de llegar a las últimas consecuencias, hasta derramar su última gota de sangre, robada por el lanzazo del verdugo. "Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos". Nosotros somos los amigos de Jesús. Él ha entregado su vida por nosotros porque nos ama infinitamente. Habiendo sido Palabra pronunciada sobre nosotros, nos ha creado de nuevo y nos ha elevado de nuevo a la categoría de hijos de Dios, hermanos suyos y hermanos entre nosotros. Y ya eso no cambiará jamás. La Palabra pronunciada es inmutable. Somos hombres nuevos ya, para toda la eternidad. Nuestro corazón es la estancia permanente y estable del Dios de amor, que viene a habitar en nosotros como en su casa. Somos su casa ya, y para siempre. Basta que nosotros abramos de par en par las puertas para que Él venga y nos siga transformando, hasta nuestra llegada al triunfo celestial con Él. "Antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán". El decreto de salvación de Dios pronunciado a través de la obra cumplida por Jesús, la Palabra hecha carne, es decreto eterno e inmutable. Ya estamos salvados. Nada nos arrebatará nuestra salvación. Solo lo podrá hacer nuestra obcecación en una sociedad fatal con el mal y con el pecado. Nuestro destino es la felicidad eterna en Dios, en su amor y en su gracia. Lo ganó Jesús para ti y para mí.

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