lunes, 4 de noviembre de 2019

Amar es dejar que Dios ame desde mí

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Ser caritativo es conectarse esencialmente con Dios. Él es la fuente de todo amor, pues Él es amor. "El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros." La esencia de Dios es el amor, y al crearnos, ha colocado esa esencia también en nosotros. Nos ha hecho capaces de amar. De amarlo a Él y de amarnos entre nosotros. De alguna manera, cuando nos pone como mandamiento el amor a Él y a los hermanos, no está haciendo otra cosa que invitarnos a dejar expresarse desde nosotros lo que Él mismo nos ha regalado. Amar debería ser, en efecto, un movimiento natural en nosotros, de manera que no amar sería hacer violencia contra nuestra propia naturaleza, surgida del amor de Dios y creada naturalmente para amar. Por eso, ir contra el amor es herir nuestra condición humana. Quien no ama, no solo no conoce a Dios, sino que destruye su naturaleza humana, es decir, atenta contra su ser hombre. San Pablo afirma que los dones con los cuales Dios nos ha enriquecido, nunca dejarán de ser nuestros: "Los dones y la llamada de Dios son irrevocables." Quiere decir que, a menos que nosotros mismos la anulemos, nuestra capacidad de amar estará siempre activa en cada uno.

Y no solo se trata de que tengamos la capacidad de amar como regalo que Él mismo nos da desde su esencia más profunda, sino que nos ha dado la capacidad de hacerlo como lo hace Él. Su amor es infinito, sin medida, eterno y desinteresado. Su único interés es dejarnos ese tesoro, hacérnoslo sentir totalmente. Su compensación por amar es solo sentirse satisfecho por dejar que su naturaleza se exprese plenamente. No hay en Dios otro interés ni otra finalidad sino simplemente amar. Dejar que su amor salga de sí y se instale en el amado. "¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén." Es la expresión maravillada de San Pablo al contemplar la inmensa generosidad de Dios, que no hace otra cosa sino simplemente dejar que su amor haga explosión en la creación. Dios no solo ama, sino que ama absolutamente. Y no solo nos da su capacidad de amar, sino que nos hace capaces de amar absolutamente como lo hace Él.

Por eso, la invitación de Jesús al fariseo y a los que lo oyen es a responder a la expectativa divina. Dios nos lo ha dado todo por amor. No tiene ningún otro interés sino solo amar y darlo todo por amor. "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna". Dios está dispuesto a poner a la disposición del amor lo más preciado para Él, con tal de darnos todo. No escatimó ningún esfuerzo, ningún sacrificio, para convencernos de su amor, que pugna por tenernos a su lado. Somos sus criaturas predilectas, por lo cuales hará lo que sea necesario para no perdernos. Ese mismo amor, que no espera nada más sino la satisfacción de amar, es el que nos pide a nosotros: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos." La recompensa, en efecto, será el saber que estamos dejando que nuestra naturaleza se exprese libremente. Que no estamos violentándola para que no salga el amor esencial que tenemos como don divino desde el primer momento de nuestra existencia. Es la recompensa de la vida eterna, en la que recibiremos la suma eterna del amor que resulte de lo que nosotros hemos dado. Dar algo es asegurar todo como recompensa, pues Dios es infinitamente generoso. Da el ciento por uno, exageradamente. Es la medida rebosante que nos espera. Amar al prójimo es, en cierto modo, dejar que Dios lo ame desde mi corazón. Es su amor el que habita en mí. Es sencillo, entonces. Amar es dar rienda suelta a mi naturaleza, dejar que Dios salga de mí hacia mi hermano.

2 comentarios:

  1. Hermoso artículo, como cada uno que he leído. Palabra edificante. Bendiciones!

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  2. Gracias Monseñor Viloria por su enriquecedor mensaje, lleno de reflexiones y espiritualidad.

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