martes, 12 de noviembre de 2019

No quiero estar en los zapatos de los que mandan

Resultado de imagen para los diez leprosos

El mundo necesita orden. La anarquía, que en su traducción literal significa "lo que carece de principio, de origen, de orden, de mandato", es un cáncer letal para el principio de la vida en sociedad deseado por Dios para el mundo y verificado en el mismo relato de los orígenes de todo lo creado. En el Génesis queda muy claro que todo tiene un origen en el mismo Dios creador que hace que su palabra se convierta en el poder de creación más grande y único de todos los poderes existentes. También queda claro que todo necesita un orden y una jerarquía. La misma estructura del relato de la creación, hecha estrictamente a pasos continuados en un orden rígido, a cual más perfecto, nos habla de un avance en perfección en los mismos seres que iban surgiendo de la mano creadora de Dios, hasta llegar a su zenit en el hombre, hecho a imagen y semejanza de Creador. Todo lo que surge en la creación va siendo "bueno", hasta que llega a ser "muy bueno" cuando aparece el hombre sobre el mundo. Dios marca al hombre en su superioridad absoluta sobre todo lo creado, cuando, en primer lugar, lo crea "a su imagen y semejanza" y además le dona su propia vida -"Insufló en sus narices el aliento de vida"-, y en segundo lugar le da el mando sobre todo lo creado: "Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre". En el ámbito bíblico este gesto es determinante para afirmar que el hombre es propietario de todo lo creado, pues es quien le pone el nombre. Dar nombre a algo es declarar la propiedad sobre eso. Por eso, vemos a Dios cambiando el nombre a varios personajes bíblicos. Dios "toma posesión" de ellos: Abrán-Abraham, Jacob-Israel, Simón-Pedro, Saulo-Pablo...

Por ello, es fundamental que se entienda que en el mundo debe mantenerse el orden que fue establecido desde el principio por Dios, para que en él se viva la armonía, la paz y la justicia que no son sino sus consecuencias. Ir contra ese orden es atentar contra la paz, contra la armonía, contra la justicia, contra la vida social y comunitaria decretada por Dios al crear el mundo. Y por ello, es necesario que haya quien asegure que ese orden se mantenga. Ciertamente desde el principio quien aseguraba que ese orden fuera respetado era el mismo Dios. Israel no necesitaba de más. Era necesario simplemente que hubiera quien lo recordara. Luego, el mismo pueblo quiso tener su Rey, para que dirigiera el camino de la comunidad entera; eso sí, a disgusto del mismo Dios, que consideraba que un Rey podía sustituirlo en el corazón de los israelitas, pero que aún así, accedió por ser un deseo de quienes Él amaba infinitamente. "Atiende todas las peticiones que te haga el pueblo. No te han rechazado a ti, sino a mí, pues no quieren que yo reine sobre ellos. Están haciendo contigo lo que han hecho conmigo desde que los saqué de Egipto: me están dejando para ir y servir a otros dioses. Tú, atiende sus peticiones, pero aclárales todos los inconvenientes, y muéstrales cómo los tratará quien llegue a ser su rey".

De ahí que toda autoridad viene de Dios. Es Dios quien permite su existencia, pero en ese permiso de Dios va implícita la exigencia de que esa autoridad se comporte como se comporta Él. El ejercicio de toda autoridad conlleva el reconocimiento de que es un servicio para mantener el orden, la paz, la armonía, la justicia; y para mantener a Dios como jefe supremo al cual deben servir todos: "Escuchen, reyes, y entiendan; apréndanlo, gobernantes del orbe hasta sus confines; presten atención, los que dominan los pueblos y alardean de multitud de súbditos; el poder les viene a ustedes del Señor, y el mando, del Altísimo: él indagará sus obras y explorará sus intenciones". El poder no es, de ninguna manera, absoluto, y mucho menos, impune. Tiene consecuencias muy graves para quien lo ejerce. Sin duda, debe ser reconocido por el mismo pueblo como algo que viene de Dios, y por tanto, aceptado y obedecido, pero ese mismo pueblo tendrá el poder también para exigirle cuando no cumple lo que debe cumplir.

Si la voz del pueblo es la voz de Dios, y si el pueblo debe reconocer todo poder como proveniente de Dios, también ese mismo pueblo utiliza la voz de Dios para denunciarlo cuando no es ejercido en justicia, y tiene la potestad para desconocerlo y deponerlo en nombre de Dios cuando sus obras no son las de Dios. Nadie puede estar por encima de ese derecho. Se trata de tener un espíritu rendido a Dios, reconociendo que de Él nos vienen todos los beneficios, por lo que es a Él al que debemos agradecer en primer lugar todo bien que venga a nuestra vida, como lo hizo el leproso samaritano: "Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano". En efecto, todo beneficio nos viene de Dios, incluso los que nos procuran quienes están al frente de nuestra marcha como sociedad, pero todo lo malo viene de intereses opuestos a Dios, pues Él no quiere nada malo para nosotros. Quien esté revestido de autoridad y no la ejerce sirviendo a Dios y a los hombres, recibirá el peor escarmiento posible. "A los encumbrados se les juzga implacablemente ... Los fuertes sufrirán una fuerte pena; el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza ... A los poderosos les aguarda un control riguroso", pues su autoridad les viene del Dios al que han debido servir en primer lugar, y al que dejaron de servir para servirse a sí mismos y para servir al mal.

2 comentarios: