miércoles, 6 de noviembre de 2019

Si no amo, dejo de existir

Resultado de imagen de quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío

Si tuviéramos que hacer un resumen de las exigencias del Evangelio, los que coloca Jesús a cada cristiano, a cada uno de los que quiera ser discípulo suyo, tendríamos que hacerlo con la frase que coloca San Pablo a los cristianos de Roma: "De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás» y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera". En efecto, cuando el maestro de la ley se le acercó a Jesús y le pidió que le dijera cuál era el mandamiento más importante de todos, la respuesta de Jesús es prácticamente la misma: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los profetas". La exigencia más importante que pone Jesús a sus discípulos tiene que ver con dejar que la naturaleza humana, que desde el principio de su existencia está sondeada por el amor, se exprese con libertad. El hombre existe por amor y para amar. Toda su vida debe transcurrir en el ámbito del amor. Y la meta final, para la cual está destinado eternamente, es el amor.

Podríamos preguntarnos si tiene sentido que me obliguen a hacer aquello para lo cual estoy hecho. Es como si a mi corazón, hecho para bombear la sangre a todo mi organismo, yo lo tuviera que obligar a latir. Mi corazón tiene en su programación para siempre esta tarea. Más aún, cuando no la cumple, ha dejado de funcionar y de servir para lo que tiene que servir, y me produce la muerte. Mi corazón, si quiere seguir siendo lo que debe ser, debe latir. Si no, ya no existe y produce mi inexistencia física. De la misma manera podemos hacer el paralelismo con nosotros y el amor. Si hemos sido creados desde el amor y para amar, nuestra existencia depende de que cumplamos nuestro fin. Renunciar a ello implicaría nuestra desaparición. La muerte del hombre es dejar de amar, no vivir para el amor. Esto puede suceder porque además de que hemos sido creados con la capacidad de amar, hemos sido enriquecidos con nuestra libertad. Los hombres podemos colocarnos en la vía contraria a aquella por la cual debemos conducirnos. Nuestra libertad, siendo un bellísimo tesoro que nos ha donado Dios, puede llegar a convertirse, por nuestra decisión, en la peor arma autodestructiva que poseamos. El corazón, conscientemente, no puede oponerse a su naturaleza. Los hombres, sí podemos hacerlo. Podemos ser tan torpes que podemos oponernos a nuestro fin y colocarnos en la vereda opuesta. No amar, es decir, odiar, dejarse llevar por rencores, envidias, deseos de venganza, egoísmos, representa para nosotros nuestra muerte como seres humanos. Es nuestra deshumanización. Nos convertimos en algo monstruoso, menos en hombres.

El amor debe ser, por lo tanto, nuestra principal preocupación. Amar a Dios con todo mi ser, por encima de todo, y amar al prójimo como a mí mismo o más aún, como Jesús me amó, debe ser nuestro estilo de vida natural. Por encima de ello no puede existir nada más. El amor es mi naturaleza y debo luchar para que así sea. No puedo dejar contaminar mi vivencia del amor con nada, ni siquiera con mis apetencias personales. Es lo que pide Jesús a sus seguidores: "Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío... El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío". Nada puede estar por encima del amor a Dios y a los hermanos. Permitirlo es poner en riesgo la existencia futura y eterna en el amor. Dejar a un lado a Dios y a los demás, y colocarse uno mismo en el centro acarrea la desgracia personal. Se deja de ser naturalmente humano, y se pierde el camino que debemos recorrer a nuestra eternidad feliz. Significaría que preferiríamos desaparecer como hombres creados para el amor, y confinar nuestro ser a la desaparición, a la deshumanización. Nuestra plenitud está en el amor. Dios nos ha hecho para eso. Obligarnos a hacerlo tiene sentido porque somos capaces también de caer en el absurdo de negarnos a hacerlo. Seremos hombres, si amamos. Seremos más hombres, si amamos más. Y seremos plenamente hombres para toda la eternidad, si nuestra vida se traduce en el amor. Si se cimienta en la realidad del amor cada segundo de nuestra existencia, aquí y ahora.

2 comentarios:

  1. Ante una doctrina fan clara y verdadera, de que fuimos creados por el Amor para amar y ser amados, todo se puede ir al garete porque nuestra libertad como la de nuestros primeros padres aún iluminados por el Amor somos capaces de caer en el desamor porque las escusas como los de la parábola pueden hacerse presentes en nuestra vida y justificar así que no nos importa tanto el amor como el amor propio.Es la caída en el absurdo del preferir nuestros gustos al gusto del amor de Dios. Por eso la felicidad así no es verdadera. Es una quimera.
    No desaprovechemos la oportunidad que nos da el Señor con la última razón su muerte por nosotros hasta la muerte y muerte de cruz que nos volverá a levantar y poder respetar nuestra vida y aprovechar el resto que nos quede.siemore valdrá llena el intentarlo. Comenzar y recomenzar con todas las ayudas con las que el Señor por su gran Amor...sale pacientementeuna y otra vez a nuestro encuentro.
    Que Dios nos bendiga. Un abrazo.

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  2. Quise decir resetear nuestra vida y salió respetar nuestra vida.

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