viernes, 8 de noviembre de 2019

Cristo y su obra de amor nunca pasan de moda

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El Papa San Juan Pablo II, al lanzar a la Iglesia al gran plan pastoral global ante la llegada del tercer milenio de la era cristiana y del quinto centenario de la evangelización de América, casi unos veinte años antes del año dos mil, proclamó la llamada a la nueva evangelización. Y dijo que ella tendría que ser nueva pero no por el contenido que debía transmitir, pues el mismo consistía en hacer llegar a Cristo a todos los hombres. La evangelización, más que la transmisión de una doctrina es la presentación de una persona: Jesucristo, que "es el mismo ayer que hoy y para siempre". La novedad consistía en las características que debía tener esa transmisión de la persona de Jesús. Así lo dijo el Santo Padre en Haití, en 1983: "La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión". La Iglesia no puede pretender montarse en el tren de la historia, acompañando a los hombres, con características que sean obsoletas o que no produzcan ningún efecto positivo en las mentes y en los corazones de los hombres de hoy, acostumbrados a recibir mensajes contundentes que les quedan grabados. Esa triple característica ponía a la Iglesia ante la necesidad de actualizarse en lo esencial, en lo importante y en lo accidental, de modo que no se quedara atrás ante un mundo que avanza vertiginosamente. La Iglesia no puede pretender querer seguir dando respuestas a preguntas que quizá ya nadie se está haciendo, o llegando tarde con sus respuestas a las preguntas a las que otras instancias, incluso opuestas a Dios y a la fe, ya les están dando a los hombres bajo el manto de sus intereses particulares.

En cierto modo, esta llamada a la necesidad de respuesta actualizada a las necesidades de los hombres la dio Jesús cuando presentó la parábola del administrador infiel. No alaba Jesús la inmoralidad con la cual actúa este personaje, del todo reprobable. Había sido infiel en el cumplimento de sus obligaciones e incluso actúa de la misma manera cuando después de haber sido despedido por su amo, se aprovecha de los bienes de aquel para granjearse apoyos ante su futuro incierto de inestabilidad económica. La frase que utiliza Jesús reconoce la astucia con la que actúa este administrador infiel. De ninguna manera aprueba su delito. "El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz". San Juan Pablo II, podríamos decir, hace una traducción totalmente actualizada a este episodio. Ante las argucias de la dictadura inmoral, a todas luces relativista, autónoma, hedonista, que está implantando el mundo hoy, la Iglesia debe reaccionar y ponerse astutamente en la senda de la propuesta habilidosa de nuestra fe.

En primer lugar, con una llamada a la novedad en el ardor, a la santidad renovada, ilusionada, que aprecie los valores de lo bueno, de lo bello, de lo verdadero, que contiene nuestra fe. Debe convencer de que el camino del verdadero progreso jamás puede estar reñido con el aprecio a los principios, a los valores, a las virtudes. En segundo lugar, con una llamada a la utilización de los mismos métodos que usa el mundo para llegar a todos. No se puede llegar tarde al uso de las nuevas tecnologías. Gracias a Dios los últimos Papas han insistido mucho en este punto, y en cierta manera la Iglesia ha sabido responder a esta exigencia. Y en tercer lugar, con una llamada a que la evangelización sea nueva en su expresión. Es lamentable que en muchos momentos de la historia no hemos sabido llegar a los hombres pues nuestro lenguaje dista mucho de ser comprendido. Usamos un lenguaje lejano y desconocido por muchos, que necesita urgentemente ser traducido para que el hombre de hoy lo comprenda. La evangelización hoy o será nueva totalmente en su anuncio o sencillamente no existirá. Debemos presentar a un Jesús actual, que está de moda, que no se ha quedado atrás. Debemos presentar unos valores que son eternos y que por lo tanto vale la pena vivirlos y defenderlos. Evidentemente, debemos hacerlo poniendo todo en las manos de quien es el principal protagonista de la evangelización, a decir del Papa San Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, el Espíritu Santo.

Es saberse simple instrumento que, puesto en las manos de quien es el primer protagonista, realizará la evangelización nueva que renovará el mundo. Así lo entendió San Pablo: "Mi acción sacra consiste en anunciar la buena noticia de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios. Como cristiano, pongo mi orgullo en lo que a Dios se refiere. Sería presunción hablar de algo que no fuera lo que Cristo hace por mi medio para que los gentiles respondan a la fe, con mis palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios, con la fuerza del Espíritu Santo. Tanto, que en todas direcciones, a partir de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, lo he dejado todo lleno del Evangelio de Cristo". Es la sensación que debe vivir la Iglesia en su tarea de evangelización del mundo. No es ella la que se debe presentar. Tiene en sus manos a Jesús, su mensaje, su obra. Es Él el que debe brillar por encima de todo. Nosotros, la Iglesia, debemos hacernos conscientes de que llevamos el tesoro de la salvación del hombre de todos los tiempos. Y por eso, debemos hacer caso a Jesús: "Sean mansos como las palomas, pero astutos como las serpientes". Seamos habilidosos, creativos, audaces, para que Cristo llegue a todos y su mensaje lo transforme todo.

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