domingo, 27 de junio de 2021

La necesidad del hermano es la necesidad de todos y somos sus intercesores

 30 | septiembre | 2014 | MISAL DIARIO

La nueva conciencia del cristiano, marcado por la novedad de vida que introduce Jesús con su entrega por amor a los hombres, en la muerte en cruz y en su resurrección, y que establece ese nuevo orden de vida y que pone el acento en el amor a Dios y los hermanos, introduce a la vez una conciencia más delicada en el establecimiento de las relaciones humanas. Pasa a ser el centro ya no una vida simplemente buena, a la que se tiene pleno derecho, pues Dios siempre quiere el bien del hombre, sino que hace que sea la caridad con el hermano, en una realidad de descentralización de sí mismos, para poner en el centro al otro. Es una caridad que apunta a tener al hermano en el primer lugar, llegando al extremo de reparar en sus necesidades, de modo que no se le tenga como una simple necesidad del otro, sino como una necesidad propia. Los avatares por los que pueda pasar un hermano, no son extrañas al seguidor de Cristo, sino que se convierten de esta manera en necesidad propia. No existe entonces su necesidad, sino que existe nuestra necesidad. Es un asumir desde la caridad, desde la solidaridad, que los problemas de los demás jamás deben ser extraños a los nuestros. Tan alta llega esta nueva realidad, que se traduce no solo en la asunción de la necesidad del otro, sino en considerar que es a nosotros a los que nos corresponde la acción para lograr su solución y que se traduce en algo que es muy delicado espiritualmente, como lo es la intercesión. Nos hacemos capaces de asumir nuestro papel de intercesor, asumiendo realmente, delante del Dios de la misericordia y del perdón, el Providente y el Sustentador, un papel que nos enaltece en el ejercicio de la caridad en favor del hermano.

Lo comprendió perfectamente Abraham cuando escuchó de las amenazas de Dios contra los pueblos pecadores de Sodoma y Gomorra, caídos en las mayores ignominias morales contra Dios y contra la pureza de corazón, desenfrenándose en el hedonismo y el regalo a los sentidos. Llama mucho la atención la intensidad con la que ejerce su papel de intercesor, para salir en defensa de los poquísimos inocentes que había en ese pueblo. Pareciera incluso un juego que se plantea. Abraham, insistente, no quiere que su pierda un solo justo. Y esa insistencia tiene su recompensa. Fueron poquísimos los que se salvaron, pero se salvaron porque él entendió que ese era su papel. Él era el padre de todas las naciones y tenía en sus manos, y lo había asumido así, tomar su papel de intercesor ante el Dios de amor, infinitamente misericordioso. Fue un empeño del amor: "Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor. Abrahán se acercó y le dijo: '¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?' El Señor contestó: 'Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos'". Y así siguió pidiendo al Señor misericordia y perdón, en el perfecto ejercicio de su papel de intercesor ante Dios de un pueblo fiel.

Esta condición de intercesor no es gratuita. Es fruto de asumir la responsabilidad ante Dios de la caridad fraterna. Esa caridad se fundamenta en la confianza absoluta en ese Dios de amor, que no quiere que se pierda uno solo de sus hijos. Es la comprensión de que cuando se pide a Dios, la respuesta de amor y de misericordia nunca faltará, pues Dios nunca dejará de escuchar los ruegos de quien se acerca a Él confiado, sabiendo que su poder de amor siempre estará atento a las necesidades de felicidad de los hombres. Quien es justo nunca dejará de ser escuchado, máxime si pugna por mantener su fidelidad en un mundo que busca que todos nos alejemos cada vez más de Dios. Dios sale en nuestra ayuda y siempre procurará el mejor camino para llegar a la plenitud que desea que vivamos: "En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: 'Maestro, te seguiré adonde vayas'. Jesús le respondió: 'Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza'. Otro, que era de los discípulo, le dijo: 'Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre'. Jesús le replicó: 'Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos'". Es la radicalidad del amor y de la delicadeza que se nos exige. Debemos sentirnos realmente responsables de los hermanos en la caridad. Lo hemos dicho, esa caridad no es simplemente el estar atentos a las necesidades de los hermanos, sino en considerar que esa necesidades no son las de ellos, sino que se convierten en las nuestras, pues misteriosamente nuestra vida de unidad nos las pone enfrente. Nadie es extraño a ellas, pues conformamos todos un solo Cuerpo en Jesús. Todo lo que afecta al otro, nos afecta a todos, pues al fin y al cabo somos todos una sola cosa en ese Cuerpo místico de Cristo, que es la razón última de la unidad, y que forma parte de nuestra esencia cristiana.

sábado, 26 de junio de 2021

Llamados a una eternidad final de felicidad y plenitud

 Talitha kum"

"Talita Kumi", "Niña, a ti te lo digo, levántate y anda". Es la invitación acuciante de Jesús a la niña muerta. Y es la misma invitación que nos hace a todos. Ninguno de nosotros deja de escucharla, pues los seguidores de Cristo estamos llamados a la verticalidad, no a la postración destructiva de nuestro ser. La verdad más relevante que surge luminosa en esta liturgia es la de una situación final a la que todos estamos llamados: No somos seres para la muerte, sino que hemos sido creados para la vida eterna. Nuestro final no es de postración sino de elevación. No puede ser de otra manera, pues de las manos de Dios nunca podrá surgir la frustración de la vida de sus hijos, en la desaparición oscura, sino que de ellas brota solo vida en abundancia, llena de amor y de eternidad. El fin de los hombres es el fin de la gloria. Es el mismo recorrido que ha realizado Jesús. Y ese mismo recorrido es el que está marcado para cada uno de nosotros. En nada seguiremos un itinerario distinto. Él nos abre el camino, y es el mismo que, paso a paso, seguiremos cada uno. La claridad con la que lo expresa el autor del libro de la Sabiduría es meridiana. Somos los seres de la luz y de la vida. La convicción es tal, que pugna por hacerlo entender a todos. No hay verdad más iluminadora que esta. Porque Dios nos ha creado para sí, nuestra solidez se basa en que nunca desapareceremos, pues estamos llenos de la genética espiritual de eternidad. Somos les seres de la resurrección, y eso jamás podrá cambiar, pues el signo será siempre el de la trascendencia. Solo quien se sustraiga a sí mismo de una luminosidad tan clara, despreciando la llamada a ese levantamiento del espíritu, y se quede en el absurdo de la horizontalidad mortal, sirviéndose a sí mismo, quedándose tontamente en el servicio egoísta y narcisista, verá frustrada la invitación hecha por el Señor, y caminará directamente a su destrucción, prefiriendo la total inmanencia y despreciando la llamada a ser más, a llegar a la plenitud: "Dios no hizo la muerte ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los de su bando". El camino es claro y luminoso. No puede haber extravíos. No hay posibilidades para ello.

En este sentido, la marca es la de la caridad mutua. La Iglesia, instrumento de salvación, insiste una y otra vez en que nuestra vida de fe nada tiene que ver con la individualidad. Más aún, si existen dificultades entre los hermanos más necesitados, a lo cual podemos percibir que muchos insisten en hacerse la vista gorda, sin duda influidos por un mundo que mira con muchísima más atención los intereses mal sanos a los que lo lanza a un entendimiento incorrecto del progreso humano, que pone el acento en un autoservicio quizá individualmente satisfactorio, pero que no tiene en cuenta el amor y la solidaridad, pues se basa en un egoísmo exacerbado, que es lo más destructivo contra la misma humanidad. Esos mismos terminarán siendo víctimas de su propio desatino. No hemos sido creados para el individualismo y todo lo que lo favorezca será siempre destructivo. Más aún, autodestructivo: "Hermanos: Lo mismo que sobresalen en todo - en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que les hemos comunicado -, sobresalgan también en esta obra de caridad. Pues conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza. Pues no se trata de aliviar a otros, pasando ustedes estrecheces; se trata de igualar. En este momento, su abundancia remedia su carencia, para que la abundancia de ellos remedie la carencia de ustedes; así habrá igualdad. Como está escrito: 'Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba'". Es la solidaridad en la que todos somos iguales, y en la que todos los hermanos ponen el hombro, de modo que podamos vivir en un mundo más justo y más humano. ¡Cuántas injusticias, cuánta miseria, cuántas soluciones a los problemas del mundo, desaparecerían si nos esforzáramos por entender y por vivir esta realidad tan sencilla!

Son los gestos que nos pide Jesús que demos ante un mundo que está perdiendo el valor de la solidaridad y del amor. Es en la confianza serena y segura donde está nuestra solidez. No somos débiles al abandonarnos en ese amor y en esa confianza. Al contrario, nos transformamos en los hombres más poderosos, pues se coloca a nuestro lado todo el poder del amor de Jesús por los hombres, lo cual ha sido ya demostrado en toda su magnificencia, con su muerte aparentemente débil en la cruz, pero convertida en la fuerza más poderosa, pues en ese gesto de entrega y de muerte traía consigo la muerte de la misma muerte, lo cual refrendó gloriosamente con su resurrección. Ese poder, Jesús está dispuesto a demostrarlo cada vez que sea necesario: "En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: 'Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva'. Se fue con Él y lo seguía mucha gente. Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: 'Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?' Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: 'No temas; basta que tengas fe'. No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: '¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida'. Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: 'Talitha qumi' (que significa: 'Contigo hablo, niña, levántate'). La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña'". Delicadeza extrema del amor de Jesús. Los detalles nos hablan de que no quiere ser un simple mago que cura, sino alguien que toma a la persona para sí y se ocupa de todos los detalles. Hasta del gesto de pedir que le dieran de comer para que tuviera las fuerzas necesarias. Es un Dios detallista que nos ama al extremo, y que cada detalle de nuestra vida lo tiene presente. Por eso, tiene sentido que nos invite a lo trascendente. Que nos elevemos. Que miremos hacia arriba siempre, sin quedarnos solo en lo horizontal. Nuestra vida está llamada a la trascendencia y no podemos estorbar ese camino. Nuestra existencia debe vivir, sí, pisando firmemente en la realidad que nos circunda, pero siempre suspirando por esa eternidad a la que somos todos convocados.

La fuente de la vida y del amor manará siempre para nosotros

 Catholic.net - Señor, no soy digno de que entres en mi casa

De entre las cosas que desea Dios, nuestro Padre, si es que adoleciera de algo, es una inmensa añoranza porque sus criaturas tengamos una confianza inconmovible en Él y en su amor. Es una añoranza de ninguna manera enfermiza, por cuanto se inscribe en el ámbito del amor que lo ha movido hacia fuera de sí y que tiene como único objetivo procurar la mayor felicidad del hombre surgido de sus manos amorosas y poderosas. En esta línea de acción divina solo busca una respuesta también de amor de quien experimenta continuamente ese amor benévolo. Es natural que se dé este movimiento, pues, aunque para Dios no existe ninguna necesidad, ya que en sí mismo es autosuficiente, la aventura de la creación en la que se inscribió, busca esa respuesta no para sentirse satisfecho, sino para que el hombre entienda que ese es el camino de su plena felicidad. Por eso, quienes han entendido esta manera de obrar y han sido dóciles a estas inspiraciones amorosas del Creador, el responder afirmativamente a estas insinuaciones del Dios de amor se transforma en fuente de serenidad incesante, y en prontitud en el descubrimiento de estos tesoros que sin duda llegan a ser la mayor de las riquezas que pueden obtener. La lluvia de bendiciones se transforma en una fuente incesante de vida y de gozo. Incluso en medio de las mayores dificultades y problemas, entienden que tener el corazón pronto para asumir con docilidad las experiencias del Espíritu, es con mucho, la mejor ruta. Es esto lo que Dios quiere que viva cada hombre elegido y salvado por su amor. La elevación de la mirada para poder percibir, en medio del tráfago del mundo, lo que verdaderamente tiene valor. Es por ello que la relación con Dios para estos hombres se convierte en fuente segura de confianza, de seguridad, incluso de satisfacción confiada en Él. Es hermoso tener confianza con Dios y manifestar esa confianza sin restricción. De esa manera, la relación con Dios se transforma en algo completamente satisfactorio, sin quiebres y llena de compensaciones sin par.

Fue esta la experiencia de vida que tuvo Abraham en las manos de Dios. Su experiencia de fe, abandonado totalmente en la voluntad divina, sin dejar de tener desencuentros y frustraciones, muestra que su seguridad la había puesto totalmente en las manos de Dios. No era él que decidía su suerte. Al máximo se colocaba en el camino del amor para seguir recibiendo la cascada de bendiciones por ser el elegido para ser el padre de una humanidad nueva que nacería al final de los tiempos y del cual él se había convertido en personaje central y primario. Es llamativa esta excelente disposición, por cuanto lo único que tenía en sus manos era una promesa de grandes maravillas. Y nada más. Establece así una relación de tal intimidad con el Señor que en el único sitio en el que encontraba seguridad y confianza era a la vera de su Elector. Al punto que de esa relación fluida y fresca, su misma esposa Sara toma también esa frescura de Dios, aún estando más ocupada en otras cosas más banales. La promesa de descendencia que reciben es tomada con agrado, pero con cierta incredulidad por Sara, en el atrevimiento mayor de desconfiar de ella. Dentro de lo maravilloso de las actuaciones divinas, Sara reacciona como reaccionaría cualquiera. Una pareja de ancianos, secos y estériles, reciben la mayor bendición que pueden recibir. Su hijo Isaac será quien concrete la alianza nueva que transformará la historia del mundo. Una tarea impresionante para quien vive solo de la humildad. Es la humildad necesaria delante de Dios para ser receptor de grandes bendiciones: "'Cuando yo vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo. Sara estaba escuchando detrás de la entrada de la tienda. Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus periodos. Sara se rió para sus adentros pensando: 'Cuando ya estoy agotada, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?' Pero el Señor dijo a Abrahán: -'¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: 'De verdad que voy a tener un hijo, yo tan vieja?' ¿Hay algo demasiado difícil para el Señor? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo'. Pero Sara, lo negó: 'No me he reído', dijo, pues estaba asustada. Él replicó: 'No lo niegues, te has reído'". Es muy simpática la reacción de Sara, pero absolutamente natural. 

Esta confianza radical en Dios nos mueve a todos a presentarnos delante de Dios con esa humildad necesaria, pues solo así, reconociendo su amor y su poder que siempre estará a nuestro favor en medio de todas nuestra tribulaciones. El ejemplo lo tenemos en aquel centurión, seguramente hombre recio, de disciplina militar, muy consciente del orden jurídico, seguramente conocedor de Jesús por referencias de otros que, reconociendo que en ese personaje no está simplemente un profeta taumaturgo, que realizaba maravillas en medio del pueblo, sino un hombre que buscaba siempre hacer el bien, se le acerca sin ninguna duda para solicitar un  favor extraordinario, con la certeza de que no será desatendido. No pide algo para sí, sino para un criado. Incluso llega al extremo de confesar su fe de manera extraordinaria, cuando reconoce que Jesús puede hacer el milagro a la distancia. Apela a su propio ejemplo como personaje de autoridad para fundamentar que en Jesús hay una fuerza superior, pues es una confesión tácita de que para Dios no existe nada imposible: "'Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho'. Le contestó: 'Voy yo a curarlo'. Pero el Centurión le replicó: 'Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: 'Ve' y va; al otro: 'Ven', y viene; a mi criado: 'Haz esto', y lo hace'. Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: 'En verdad les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac, y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes'. Y dijo al centurión: -'Vete; que te suceda según has creído'. Y en aquel momento se puso bueno el criado". Esa confianza radical tuvo la compensación mayor. Es la compensación que da la fe por encima de todo. Dios es la fuente de todas las bondades. Y esa fuente está abierta siempre. No se cierra jamás. Nosotros solo debemos ascender en el espíritu para que nuestra mano esté siempre tendida hacia esa fuente de amor, que será causa de nuestro gozo, ya que manará siempre a nuestro favor. Y así, nunca fallará, como nunca ha fallado.

jueves, 24 de junio de 2021

Confianza y humildad, para recibir toda la ternura de Jesús

 La petición de un leproso a Jesús: "Si quieres, puedes limpiarme" -  Evangelio - COPE

Nuestras relaciones con Dios deberían tender siempre a ser lo más fluidas posibles. No está reñido el que sean relaciones serias, maduras, sopesadas, conscientes, con el que tratemos de que sean sencillas, cercanas, tiernas, amorosas, joviales. Tendemos a colocar el listón tal alto, que nuestra relación, siendo seria y profunda, la llevamos muchas veces al extremo de hacerla excesivamente formal, incluso llegando al acartonamiento, logrando con ello un cierto alejamiento de la figura cercana, fresca, amorosa, de un Dios que es Padre amoroso, comprensivo y que busca y lo hace todo para que nos sintamos en absoluta confianza ante Él, pues lo que desea es que estemos siempre a su lado, mientras Él derrama todos sus beneficios sobre nosotros. La clave de la confianza en Dios no está nunca, ni nunca lo estará, en mantenerlo lejos de lo afectivo, tan esencial para la vida de la los hombres. Por ello debemos siempre luchar por ni siquiera dar la impresión de tener a un Dios lejano, que no tiene ternura hacia nosotros, o que es también lejano, como si procurara mantener una distancia que no tiene sentido. El buen estado de ánimo, en este sentido, juega un papel muy importante. Quienes se sienten cercanos a Dios, están siempre bañados por el bienestar. Y ese bienestar Dios lo convierte en alegría, en buen carácter, en jovialidad. Sobretodo en lo que refiere en la relación personal con Él, pero que también tendrá repercusiones en la relaciones con los demás, produciendo en todos una sensación de paz y de serenidad tan necesarias en esas relaciones. El seguidor de Dios se convierte así en factor de armonía que, indudablemente, deja su semilla en otros. Y no es que vaya a vivir en un mundo de fantasía, como queriendo dar a entender que no asume su realidad con la seriedad de cada caso. La asume, y quizás con mayor solidez que cualquiera. Solo que ha añadido el sabroso ingrediente de la confianza en Dios, pues sabe que ante cualquier circunstancia vital, Él está presente con su amor, con su poder, y con la inyección de la esperanza.

Cuando se da esa combinación fabulosa de la confianza extrema en Dios y de la alegría, la ternura, el afecto de saberlo siempre allí y que nunca faltará, se dan los casos de mayores beneficios que compensan infinitamente a quien vive esa fidelidad radical. De nuevo nos sale al encuentro la figura gigante de Abraham, nuestro padre en la fe, que ha llegado a un punto extremo de esto que llevamos diciendo. Es tremenda la cascada de bendiciones que Dios está dispuesto a derramar sobre su elegido. Sorprende la cantidad de detalles que Dios tiene con él. Pero es razonable que así sea, pues es el elegido para la obra augusta de la creación de ese nuevo pueblo que será la puerta de entrada para la bendición de la humanidad entera. No puede Dios actuar de otra manera, sino siempre a favor de ese que será personaje fundamental en esa larga y gloriosa historia de salvación que el Señor va escribiendo. En esta ocasión asistimos a la promesa maravillosa de bendecir a Abraham con descendencia. En su ancianidad, ya había permitido que tuviera un descendiente en Ismael. Condescendiendo por la esterilidad de su mujer, le permite unirse a la esclava y de ella tiene a su primer hijo. Pero Dios adelanta su don y hace que Sara, su mujer, pueda tener un hijo, carne de la pareja, con lo cual quedan bendecidos por partida doble. Un regalo de amor que será quien producirá la existencia de esa pléyade de humanidad que invadirá el mundo con la alegría de la Redención futura. La alianza de esa situación de felicidad plena que hará Dios con Abraham tiene su prenda en Isaac. Es tanta la confianza que tiene el patriarca con Dios que se atreve incluso a sonreír en su presencia, en un gesto de incredulidad por la magnitud de la promesa y de la alianza que Dios está dispuesto a hacer por su elegido: "Cuando Abrán tenía noventa y nueve años, se le apareció el Señor y le dijo: 'Yo soy el Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto'. El Señor añadió a Abrahán: 'Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones. Esta es la alianza que habrán de guardar, una alianza entre yo y ustedes y tus descendientes: sea circuncidado todo varón entre ustedes'. El Señor dijo a Abrahán: 'Saray, tu mujer, ya no se llamará Saray, sino Sara. La bendeciré, y te dará un hijo, a quien también bendeciré. De ella nacerán pueblos y reyes de naciones'. Abrahán cayó rostro en tierra y se dijo sonriendo, pensando en su interior: '¿Un centenario va a tener un hijo y Sara va a dar a luz a los noventa?' Y Abrahán dijo a Dios: 'Ojalá pueda vivir Ismael en tu presencia'. Dios replicó: 'No, es Sara quien te va a dar un hijo, lo llamarás Isaac; con él estableceré mi alianza y con sus descendientes, una alianza perpetua. En cuanto a Ismael, escucho tu petición: lo bendeciré, lo haré fecundo, lo haré crecer sobremanera, engendrará doce príncipes y lo convertiré en una gran nación. Pero mi alianza la concertaré con Isaac, el hijo que te dará Sara, el año que viene por estas fechas'. Cuando el Señor terminó de hablar con Abrahán, se retiró". Las bendiciones sobre Abraham nunca cesaron. Y hoy somos todos beneficiarios de ellas.

Por esa confianza madura y tierna, serena y feliz, de estos personajes que entendieron que el Señor nunca pone barreras para que nos sintamos a gusto junto a Él, se obtienen los mayores favores de su mano amorosa y poderosa. Tener a Dios en el corazón, en la actitud más cercana que podamos alcanzar, como respuesta a su amor, confiando radicalmente que esa alegría que produce estar seguros de que con Él nunca será traicionada, produce las alegrías mayores. Y nos lanza a manifestar nuestra confianza de que jamás seremos rechazados. Dios nunca rechazará a quien se acerca a Él manifestando la mayor de las confianzas. El amor no actúa así jamás. Más bien atrae y confirma en el amor. Por eso, en esa comprensión clara de quién es Dios, aquel leproso se lanzó en los brazos del amor. Conocedor de su situación legal, que lo lanzaba a la mayor execración legal y social, asumía su condición dolorosa con resignación. Expulsado socialmente, se atrevió a sobrepasar las restricciones que se le imponían, y con la confianza de saber que estaba delante de quien todo lo podía, se le acerca con humildad y confianza a solicitar el mayor  favor que podía recibir: "Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: 'Señor, si quieres, puedes limpiarme'. Extendió la mano y lo tocó, diciendo: 'Quiero, queda limpio'. Y en seguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: 'No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio'". En ese extremo de humildad y confianza, no exige. La decisión final es la de Jesús. Él es el Dios poderoso que tiene el amor suficiente para concederle el don. Y en sus manos lo deja. "Si quieres..." Y por supuesto, Jesús siempre quiere. "Quiero, queda limpio". Jesús ha venido para hacer el bien. Y todo el que se acerca a Él para recibir el beneficio, lo recibirá. A ninguno de nosotros nos dejará a un lado, sin manifestarnos su amor y su ternura. Todos somos beneficiarios de ese amor y de ese poder. Solo que ante Él debemos ser nosotros también tiernos en esa relación, manifestando nuestra madurez en nuestra experiencia, y abriendo nuestro corazón, dispuestos a recibir ese amor profundo, y a responder profundizando cada vez en la confianza y la humildad delante de quien es el más tierno de todos, nuestro Dios de amor.

Juan Bautista, bisagra entre lo antiguo y lo nuevo

 día 24: Nacimiento de Juan Bautista | Familia Franciscana

Juan Bautista es uno de los personajes bisagra de la nueva historia de la salvación escrita amorosamente por Dios con la Sangre de su Cordero, entregado en sacrificio consolador por la humanidad. De él hace Jesús el mayor reconocimiento que se puede hacer a un ser humano alguno: "No ha nacido nadie mayor de mujer". No se trata de una afirmación de simple entusiasmo, sino de una constatación objetiva, sobre todo por la tarea que le corresponde realizar en el presente y en ese futuro inmediato de su misión. Son varios los personajes que destacan durante la historia turbulenta y gloriosa de Israel, el pueblo elegido por el Señor para ser suyo. Y en algunos, particularmente, la revelación que se va abriendo camino, se acentúan sobre todo las manifestaciones extraordinarias de sus orígenes. No se pueden ocultar los de la descendencia de Abraham, los hijos de Jacob, Sansón, Isaac, y otros más. Sobre todos ellos destaca la figura de Juan Bautista, a quien el favor de Dios hace que centremos el foco en lo extraordinario de lo que está rodeado. Juan Bautista es el último de los Profetas y de los Patriarcas del Antiguo Testamento, y es el primero de los Apóstoles. Él abre el camino a la entrada de Jesús al mundo, es el Precursor que finalmente presentará al "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Su voz es "la voz que clama en el desierto", invitando a los hombres a abrir el corazón a la obra final de salvación de Dios en favor del hombre. No existe sobre la tierra tarea más importante y determinante. Por ello, no es solo bisagra, sino referencia obligatoria para todos los salvados de Jesús: "El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: 'Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré' ... 'Mi Dios era mi fuerza: 'Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra'". Su figura como adalid de Jesús, el Salvador, tiene una importancia innegable, que no puede ser nunca dejada a un lado.

La instrumentalidad del Bautista es evidente. Y él mismo la asumió con la seriedad del caso. Jamás rehuyó a ella y muy al contrario, en respeto de aquello para lo cual el Señor lo había elegido, con la mayor humildad lo asumió. Nunca se atribuyó a sí mismo ningún mérito, sino que se hizo cada vez más consciente de lo que a él le correspondía. De una personalidad recia, valiente, podríamos decir que hasta hosca, se convirtió en una personalidad suave, humilde, consciente de lo que era. Habiéndose podido aprovechar del éxito personal que estaba obteniendo entre sus seguidores a los cuales se sumaba cada vez más gente, nunca se atribuyó nada a sí mismo. Muy al contrario, buscó siempre que esos seguidores fijaran su mirada en el verdadero foco, el importante, Aquel al cual él servía con plena conciencia: "En aquellos días, dijo Pablo: 'Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: 'Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos'. Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida decía: 'Yo no soy quien ustedes piensan, pero, miren, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies'. Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a ustedes se les ha enviado esta palabra de salvación'". Es Juan el primero de los instrumentos que abren el nuevo camino de la nueva ley. Él es el primero de los beneficiados, fuera de la fulgurante figura de nuestra Madre María, elegida desde antiguo para ser la Madre del Redentor. Junto a Ella, esta historia gloriosa se escribe con las letras de la figura de Juan Bautista, "el mayor de los nacidos de mujer".

Rodeado del halo del misterio de Dios, y pleno de demostración de amor por el hombre, su nacimiento no puede ser sino maravilloso. Los ancianos Zacarías e Isabel, primos de la Virgen María, Madre del Redentor, habiendo recibido la mayor de las bendiciones, pues el Señor los bendice en su ancianidad, seca y estéril, con un fruto de sus propias entrañas. Y en el reconocimiento de haber recibido un inmenso favor, como don de amor y de fidelidad, se ponen ante el Señor del amor con la plena disposición de respuesta. Aún en el reconocimiento de una maravilla que se estaba sucediendo a su vista, sus familiares y amigos se empeñan en querer mantener una cierta "normalidad" que no cabía. Lo que estaba sucediendo era totalmente fuera de lo natural y, a pesar de sus empeños, los esposos ancianos pugnan por reconocer el inmenso misterio de lo que estaba a la vista de todos. La fuerza de su convicción vence y se impone lo razonable: hay que reconocer el misterio, aun con lo incomprensible que puede resultar. El nuevo orden del amor así lo exige. Y a eso hay que responder: "A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella. A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: '¡ No! Se va a llamar Juan'. Y le dijeron: 'Ninguno de tus parientes se llama así'. Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: 'Juan es su nombre'. Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: 'Pues ¿qué será este niño?' Porque la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel". Es Juan Bautista, el Precursor, el primero de la Apóstoles, el último de los Profetas y de los Patriarcas, el que inaugura el nuevo camino de la novedad absoluta de la salvación que trae Jesús. Instrumento privilegiado del Señor para abrir los caminos hacia los corazones de los hombres de ese Cordero de Dios que viene a quitar los pecados del mundo, los nuestros, para dejar despejada la ruta para la llegada de Jesús a nuestros corazones. De nuevo, un gesto del amor infinito y eterno por nosotros, sus criaturas.

miércoles, 23 de junio de 2021

Ser árboles buenos que den los mejores frutos en el amor

 EVANGELIO DEL DÍA: Mt 7, 15-20: Por sus frutos los conoceréis. | Cursillos  de Cristiandad - Diócesis de Cartagena - Murcia

Toda la historia que se teje alrededor de nuestro Padre en la fe, el Patriarca Abraham, es un desarrollo magistral del camino que se nos pone a la vista a todos los elegidos por el Señor para ser definitivamente suyos. Él, elegido por un personaje prácticamente desconocido, Yahvé, que se le presenta como un dios más de los miles que pululaban en la vida religiosa de todos los pueblos de alrededor, de los cuales en cierta manera era también heredero, pues su existencia había surgido y se había desarrollado en ese ambiente, naturalmente vivía la misma espiritualidad básica. Todos trashumantes, y algunos, como él, con muchos éxitos personales y materiales, poseedor de grandes riquezas y bienes, en medio de una familia de más o menos prestigio. E inexplicablemente, en un momento de esa historia personal, tiene aquella experiencia espiritual intensa, evidentemente vivida por él con el máximo estupor, pero que llega a percibir, por su abertura de corazón, como algo que era auténtico, como una realidad que venía a trastocar esa serenidad y esa autosatisfacción sabrosa en la que vivía. Ante él se presenta la opción: o voltea su mirada y prefiere quedarse escuchando las voces que lo lisonjeaban, o era capaz de dar el paso adelante, en aprobación de la nueva propuesta de ese Dios que le anunciaba las mayores bendiciones para su futuro. Y hace lo que espera de quien prefiere a Dios, su propuesta, los beneficios mayores que promete: el lanzarse por un camino desconocido, pero que fundamenta en la fidelidad de quien se lo está comunicando, pues intuye en lo profundo de su ser que aquello será mucho mejor de lo que ya vive en la bonanza extrema. Es el poder y el amor de quien percibe bueno en su raíz. Y en esa percepción basa la confianza radicalmente, y decide irse con Él. Su única seguridad es la de la confianza en aquella voz que lo llama tan insistentemente, que no lo puede engañar, pues es fiel y lo ama, y lo llama para sí. Es, sin duda, una historia de amor y de confianza, que deja marcada toda su existencia y lo hace efectivamente ser el padre de multitud de naciones. La humanidad entera ha quedado marcada por esa decisión feliz, al extremo de que las tres grandes religiones monoteístas tienen allí sembrada su raíz. De ahí brotan el judaísmo, el islamismo y el cristianismo. Abraham, su vida, su opción, nos marcan a todos y han dado base a nuestra esencia de fe.

Aún así, beneficiario de los mayores dones de amor, nos descubre no solo una confianza extrema en ese Dios al que sin duda ama, por lo cual es valiente al abandonarse radicalmente en sus manos, aceptando sin objeciones de ningún tipo, sino con una confianza que va más allá de lo intelectual, y se convierte en una confianza filial hermosísima, por cuanto le plantea a Dios una inquietud, quizá la única que le quedaba por resolver. Y lo hace de manera casi infantil, ingenua, como desnudando la mayor debilidad, dejándose nuevamente totalmente desvalido ante quien reconoce que tiene todo el poder y la gloria, y por eso ante quien tiene que recurrir para que sea resuelta. Entiende que no existe otro camino. Si ese que lo ha convocado se ha comprometido con su bienestar, por su fidelidad es a Él a quien hay que recurrir. No tiene ninguna duda: "En aquellos días, el Señor dirigió a Abrán, en una visión, la siguiente palabra: 'No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante'. Abrán contestó: 'Señor, Dios ¿qué me vas a dar si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?' Abrán añadió: 'No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará'. Pero el Señor le dirigió esta palabra: 'No te heredará ese, sino uno salido de tus entrañas será tu heredero'. Luego lo sacó afuera y le dijo: 'Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas'. Y añadió: 'Así será tu descendencia'. Abran creyó al Señor y se le contó como justicia. Después le dijo: 'Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra'. Él replicó: 'Señor Dios, ¿cómo sabré que yo voy a poseerla? Respondió el Señor: 'Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón'. Él los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor concertó alianza con Abrán en estos términos: 'A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Eufrates'". Es realmente hermosa esa demostración de amor y de confianza extremos de Abraham. Son modelo para todos nosotros. Llegar a ese culmen de amor es la mejor demostración que podemos dar: Amor, confianza, abandono, niñez, inocencia, ingenuidad. Delante de Dios no podemos ni debemos ser distintos a nuestra padre en la fe.

Es justamente lo opuesto a lo que han hecho muchos hombres de la historia, y a los que Jesús enrostra su desatino. Pagados de sí mismo, en el empeño de atribuirse los éxitos personales, sin un reconocimiento aunque sea mínimo, del origen de sus propias capacidades, que solo pueden tenerlo en algo superior, pues el mismo hombre es incapaz de cedérselas, dejan a un lado la noción y la vivencia de la humildad, y se empeñan en una vanidad y en un egoísmo que tarde o temprano les cobrará tributo, pues por el propio esfuerzo personal es imposible de mantener incólume. Nuestra debilidad es marca de fábrica que jamás se separará de nosotros. Y no la podemos entender como un lastre colocado por el Dios del amor que nos ha creado para que no alcemos cabeza. Se trata de un llamado continuo a buscar la verdadera solidez. Si el Señor lo ha permitido y lo ha colocado esencialmente en nuestras manos, no es posible que lo entendamos como una rémora maligna, sino como un acicate continuo que nos llama a elevarnos. No podemos estar contentos con lo que vamos logrando, sino que nuestra acuciosidad de criaturas nos llama a poner las miras cada vez más altas. Siempre será para nuestro bien. Y lo será porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro beneficio: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conocerán'". De ahí que, en ese caminar gustoso de nuestra fe, debemos evitar siempre tener ocultamientos o medias tintas. Es tan complaciente sentirse de una sola cara ante Dios y ante todos. Ser árboles buenos que den frutos buenos, tiene que ver en primer lugar con nosotros mismos: Buscar siempre la coherencia, perseguir la fidelidad al amor de Dios que nos convoca, caminar según su voluntad amorosa sobre nosotros, dar los frutos que el Señor, el mundo y nuestros hermanos esperan de nosotros. Sin fijarnos en propias conveniencias que deslegitimen nuestros esfuerzos, pues no tiene sentido que lo hagamos cuando percibimos que el auténtico camino para la felicidad es el que nos propone Dios. Somos herederos directos de Abraham, que se abandonó inocentemente, sin rebuscamientos, en las manos de Dios, y se nos quedó como el mejor modelo a seguir. Tenemos sus genes espirituales y no podemos deshacernos de ellos. Y tenemos la llamada de Jesús, y también su modelo, que nos invitan a creer que sí es posible. Que tantos y tantos que han probado ese camino, han recibido las mayores bendiciones al mantenerse en la fidelidad. Si tantos miles de seguidores de Jesús han avanzado por ese camino y han recibido las mayores dádivas de amor, también nosotros podremos hacerlo siempre.

martes, 22 de junio de 2021

Poner en el centro lo realmente importante

 No des lo santo a los perros. Mateo... - Trayecto Adventista | فيسبوك

Los hombres consideramos todos los beneficios donados por el Señor como derechos inalienables a los cuales accedemos casi sin méritos propios, pues al fin y al cabo son dádivas amorosas del Creador. Es verdad que el Señor, además de cedérnoslos, pues ha sido el compromiso que Él mismo ha asumido al crearnos y colocarnos en el centro de todo lo que existe, coloca también en nuestro ser las capacidades necesarias para que, además de las dádivas, sea también nuestro esfuerzo el que logre hacer avanzar la bondad de todo, de modo que con nuestro aporte se vaya alcanzando un mejor mundo para todos, una mayor promoción del hermano, un beneficio para nosotros mismos en el orden material y espiritual que redunde también en beneficio para todos los que nos rodean. Por nuestra obra y por nuestro esfuerzo este intento jamás debe detenerse. Y en efecto, es lo que da a entender Dios cuando nos ha creado. Habiéndonos puesto en el centro, lo ha hecho no para que nos creamos que somos importantes por nosotros, sino por la responsabilidad que coloca sobre nuestras espaldas. Desafortunadamente, siempre surgen en el corazón del hombre las contaminaciones a las que lo lanzan su natural debilidad de criatura. Llega un punto en que en el esplendor de lo que se tiene como posesiones, de su poder, de su prestigio, de su dominio sobre los débiles, obnubila sus sentidos y se llega a creer con todos los méritos, dejando a un lado lo que debería ser más claro para él: que nada de lo que posee es posesión inviolable. Por supuesto, ni lo que ha adquirido por donación amorosa de Dios desde su origen ni tampoco lo que ha ido adquiriendo a lo largo de su vida, pues aunque valga el esfuerzo que haya hecho, la capacidad la ha adquirido no por virtud propia, sino por la cualidad que Dios ha puesto en él. Esta conciencia es necesario promoverla en sí mismos para no sufrir de grandes decepciones, que vendrán si el empeño es sostenerse en ese camino. El hombre no puede añadir ni un segundo a su existencia, no tiene el total dominio sobre lo que pasa. Eso trasciende con mucho sus capacidades. Y ante ello, debe bajar la cabeza y ser lo más humilde posible reconociendo su debilidad total.

La ejemplaridad de Abraham y de su familia en este sentido es magistral. Alcanza el zenit de su desarrollo humano, con bienes y posesiones inimaginables. Bendecido por Dios con los mayores fastos, posesiones, rebaños, familia numerosa, pastores, servidores, no podría dejar de estar agradecido. Y aún le es prometida mayor fortuna si se sigue dejando guiando por el poder del Dios que lo ha elegido. Es tanta la riqueza que con su hermano Lot acuerdan alejarse para no estorbarse mutuamente en ese camino de progreso. Hubiera sido muy fácil, seguramente lo más cómodo, simplemente permanecer pasivos y seguir abriendo las manos para seguir recibiendo. Pero en su conciencia tenía muy claro que el don trae consigo la tarea. Recibir tantos beneficios debe ser reconocido. Y en este sentido no se trataba solo de beneficios materiales, aun cuando fueran evidentes, sino que llegó a entender que el beneficio iba más allá: a una vida de reconocimiento y de entrega al amor de Dios que lo beneficiaba tanto. Su bienestar, así lo entendió, no era un capricho de un Dios que se había fijado en él sin un sentido concreto. Dios lo había elegido para una tarea sublime: ser el padre de las naciones que el Señor se escogía como heredad propia. Abraham era el signo de la preferencia divina por encima de todos, el germen de esa historia de salvación que empezaba a brotar para la humanidad, el personaje que abría de nuevo las puertas del cielo que se habían cerrado por el pecado, y que será el primer paso que da Dios para preparar el camino del Redentor, que hará llegar al culmen la intencionalidad amorosa y salvadora del Creador. Sabe que ese será el camino de la historia, en la que él mismo será un protagonista principal, pero rechaza toda tentación de creerse origen de esas intenciones. Sabe con toda humildad cuál es su lugar y lo asume sin aspavientos: "Abran era muy rico en ganado, plata y oro. También Lot, que iba con Abrán, poseía ovejas, vacas y tiendas, de modo que ya no podían vivir juntos en el país, porque sus posesiones eran inmensas y ya no cabían juntos. Por ello surgieron disputas entre los pastores de Abran y los de Lot. Además, en aquel tiempo cananeos y los perizitas habitaban en el país. Abran dijo a Lot: 'No haya disputas entre nosotros dos, ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No tienes delante todo el país? Sepárate de mí: si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; si vas a la derecha, yo iré a la izquierda'. Lot echó una mirada y vio que toda la vega del Jordán, hasta la entrada de Soar, era de regadío - esto era antes de que el Señor destruyera Sodoma y Gomorra - como el jardín del Señor, o como Egipto. Lot se escogió la vega del Jordán y marchó hacia levante; y así se separaron el uno del otro. Abran habitó en Canaán; Lot en las ciudades de la vega, plantando las tiendas hasta Sodoma. Los habitantes de Sodoma eran malvados y pecaban gravemente contra el Señor. El Señor dijo a Abrán, después que Lot se había separado de él: 'Alza tus ojos y mira desde el lugar en donde estás hacia el norte, el mediodía, el levante y el poniente. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tus descendientes para siempre. Haré a tus descendientes como el polvo de la tierra: el que pueda contar el polvo podrá contar a tus descendientes. Levántate, recorre el país a lo largo y a lo ancho, pues te lo voy a dar'. Abran alzó la tienda y fue a establecerse junto a la encina de Mambré, en Hebrón, donde construyó un altar al Señor". Es impresionante la docilidad a las inspiraciones divinas. Su única motivación era la del abandono humilde en las manos de quien lo había elegido.

Todos necesitamos de esta conciencia para poder tomar la ruta concreta. Sin duda, será difícil, pues vivimos en un mundo que nos impone siempre el querer colocarnos nosotros mismos en el centro. El hedonismo cada vez nos lanza más a nuestros propios brazos, llenándonos de egoísmo, de vanidad, de indiferencia ante el hermano. Esa dictadura del relativismo que nos envuelve nos ha hecho mucho daño, pues nos ha llevado a pensar que somos el centro del universo, desplazando a Dios y a los hermanos del lugar que les corresponde. Regalamos mucho al "cuerpo", es decir nuestra realidad material, en el equívoco de creer que toda la realidad se agota en ella misma. Es el camino seguro de la frustración, pues sabemos muy bien que en el momento de la debacle todo desaparecerá. Lo único que subsistirá será lo que sembremos de amor a Dios, de amor a los hermanos, de bien y de fraternidad. Nada más subsistirá, ni siquiera un gramo de riqueza, de prestigio, de poder, llegarán a trascender. Serán las obras buenas nuestra único tesoro y nuestra única herencia. Por ello Jesús pone la vista en lo que debe ser nuclear. Y nada nunca estará por encima de eso: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No den lo santo a los perros, ni les echen sus perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen con sus patas y después se revuelvan para destrozarlos. Así, pues, todo lo que desean que los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas. Entren por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos!" La motivación de Jesús es su amor por nosotros y su deseo de salvarnos. Todo lo demás es relativo. Por ello nos pide que incidamos en aquello que es central y que es esencial para nuestra llegada a la meta de la felicidad eterna junto a Él. Y ese es el legado que nos ha dejado y que quiere que sea totalmente nuestro. Para eso se ha entregado, y de esa manera nos confiesa eternamente su amor.