Toda la historia que se teje alrededor de nuestro Padre en la fe, el Patriarca Abraham, es un desarrollo magistral del camino que se nos pone a la vista a todos los elegidos por el Señor para ser definitivamente suyos. Él, elegido por un personaje prácticamente desconocido, Yahvé, que se le presenta como un dios más de los miles que pululaban en la vida religiosa de todos los pueblos de alrededor, de los cuales en cierta manera era también heredero, pues su existencia había surgido y se había desarrollado en ese ambiente, naturalmente vivía la misma espiritualidad básica. Todos trashumantes, y algunos, como él, con muchos éxitos personales y materiales, poseedor de grandes riquezas y bienes, en medio de una familia de más o menos prestigio. E inexplicablemente, en un momento de esa historia personal, tiene aquella experiencia espiritual intensa, evidentemente vivida por él con el máximo estupor, pero que llega a percibir, por su abertura de corazón, como algo que era auténtico, como una realidad que venía a trastocar esa serenidad y esa autosatisfacción sabrosa en la que vivía. Ante él se presenta la opción: o voltea su mirada y prefiere quedarse escuchando las voces que lo lisonjeaban, o era capaz de dar el paso adelante, en aprobación de la nueva propuesta de ese Dios que le anunciaba las mayores bendiciones para su futuro. Y hace lo que espera de quien prefiere a Dios, su propuesta, los beneficios mayores que promete: el lanzarse por un camino desconocido, pero que fundamenta en la fidelidad de quien se lo está comunicando, pues intuye en lo profundo de su ser que aquello será mucho mejor de lo que ya vive en la bonanza extrema. Es el poder y el amor de quien percibe bueno en su raíz. Y en esa percepción basa la confianza radicalmente, y decide irse con Él. Su única seguridad es la de la confianza en aquella voz que lo llama tan insistentemente, que no lo puede engañar, pues es fiel y lo ama, y lo llama para sí. Es, sin duda, una historia de amor y de confianza, que deja marcada toda su existencia y lo hace efectivamente ser el padre de multitud de naciones. La humanidad entera ha quedado marcada por esa decisión feliz, al extremo de que las tres grandes religiones monoteístas tienen allí sembrada su raíz. De ahí brotan el judaísmo, el islamismo y el cristianismo. Abraham, su vida, su opción, nos marcan a todos y han dado base a nuestra esencia de fe.
Aún así, beneficiario de los mayores dones de amor, nos descubre no solo una confianza extrema en ese Dios al que sin duda ama, por lo cual es valiente al abandonarse radicalmente en sus manos, aceptando sin objeciones de ningún tipo, sino con una confianza que va más allá de lo intelectual, y se convierte en una confianza filial hermosísima, por cuanto le plantea a Dios una inquietud, quizá la única que le quedaba por resolver. Y lo hace de manera casi infantil, ingenua, como desnudando la mayor debilidad, dejándose nuevamente totalmente desvalido ante quien reconoce que tiene todo el poder y la gloria, y por eso ante quien tiene que recurrir para que sea resuelta. Entiende que no existe otro camino. Si ese que lo ha convocado se ha comprometido con su bienestar, por su fidelidad es a Él a quien hay que recurrir. No tiene ninguna duda: "En aquellos días, el Señor dirigió a Abrán, en una visión, la siguiente palabra: 'No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante'. Abrán contestó: 'Señor, Dios ¿qué me vas a dar si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?' Abrán añadió: 'No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará'. Pero el Señor le dirigió esta palabra: 'No te heredará ese, sino uno salido de tus entrañas será tu heredero'. Luego lo sacó afuera y le dijo: 'Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas'. Y añadió: 'Así será tu descendencia'. Abran creyó al Señor y se le contó como justicia. Después le dijo: 'Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra'. Él replicó: 'Señor Dios, ¿cómo sabré que yo voy a poseerla? Respondió el Señor: 'Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón'. Él los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso, y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor concertó alianza con Abrán en estos términos: 'A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Eufrates'". Es realmente hermosa esa demostración de amor y de confianza extremos de Abraham. Son modelo para todos nosotros. Llegar a ese culmen de amor es la mejor demostración que podemos dar: Amor, confianza, abandono, niñez, inocencia, ingenuidad. Delante de Dios no podemos ni debemos ser distintos a nuestra padre en la fe.
Es justamente lo opuesto a lo que han hecho muchos hombres de la historia, y a los que Jesús enrostra su desatino. Pagados de sí mismo, en el empeño de atribuirse los éxitos personales, sin un reconocimiento aunque sea mínimo, del origen de sus propias capacidades, que solo pueden tenerlo en algo superior, pues el mismo hombre es incapaz de cedérselas, dejan a un lado la noción y la vivencia de la humildad, y se empeñan en una vanidad y en un egoísmo que tarde o temprano les cobrará tributo, pues por el propio esfuerzo personal es imposible de mantener incólume. Nuestra debilidad es marca de fábrica que jamás se separará de nosotros. Y no la podemos entender como un lastre colocado por el Dios del amor que nos ha creado para que no alcemos cabeza. Se trata de un llamado continuo a buscar la verdadera solidez. Si el Señor lo ha permitido y lo ha colocado esencialmente en nuestras manos, no es posible que lo entendamos como una rémora maligna, sino como un acicate continuo que nos llama a elevarnos. No podemos estar contentos con lo que vamos logrando, sino que nuestra acuciosidad de criaturas nos llama a poner las miras cada vez más altas. Siempre será para nuestro bien. Y lo será porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro beneficio: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conocerán'". De ahí que, en ese caminar gustoso de nuestra fe, debemos evitar siempre tener ocultamientos o medias tintas. Es tan complaciente sentirse de una sola cara ante Dios y ante todos. Ser árboles buenos que den frutos buenos, tiene que ver en primer lugar con nosotros mismos: Buscar siempre la coherencia, perseguir la fidelidad al amor de Dios que nos convoca, caminar según su voluntad amorosa sobre nosotros, dar los frutos que el Señor, el mundo y nuestros hermanos esperan de nosotros. Sin fijarnos en propias conveniencias que deslegitimen nuestros esfuerzos, pues no tiene sentido que lo hagamos cuando percibimos que el auténtico camino para la felicidad es el que nos propone Dios. Somos herederos directos de Abraham, que se abandonó inocentemente, sin rebuscamientos, en las manos de Dios, y se nos quedó como el mejor modelo a seguir. Tenemos sus genes espirituales y no podemos deshacernos de ellos. Y tenemos la llamada de Jesús, y también su modelo, que nos invitan a creer que sí es posible. Que tantos y tantos que han probado ese camino, han recibido las mayores bendiciones al mantenerse en la fidelidad. Si tantos miles de seguidores de Jesús han avanzado por ese camino y han recibido las mayores dádivas de amor, también nosotros podremos hacerlo siempre.
Amado Señor, ilumínanos para que demos frutos buenos, ayúdanos a descubrir lo que nos impide crecer más en el Amor☺️
ResponderBorrarComo dice la reflexión es tan complaciente sentirse de una sola cara ante Dios y ante los demás, perseguir la fidelidad y el amor de Jesús para nosotros y dar los buenos frutos que todos esperan.
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