En el mensaje central de toda la revelación divina está el amor de Dios por toda la creación. Destaca, como es natural, el amor al hombre, la criatura que atrae toda la lógica de la actuación divina hacia fuera, pues la existencia de todo lo creado solo tiene explicación razonable en un gesto que haga salir a Dios de sí mismo, cuando no tenía absolutamente ninguna necesidad de ello. Solo el amor al hombre da una razón para el amor de Dios a todo lo demás, pues es a él al único ser que Dios ama por sí mismo. Si ama al mundo y a todo lo creado fuera del hombre y por razón de él, lo ama porque sirve al hombre, pues son dádivas de su amor para el completo bienestar del hombre creado, de modo que no adolezca de nada de lo que sea necesario para avanzar por el camino hacia la plenitud de la felicidad eterna, para lo cual lo ha hecho existir. Todos los pasos que da Dios en referencia al hombre apuntan siempre a lo mejor, aunque en apariencia en ocasiones nos dé la impresión de que quisiéramos más. Lo cierto es que en la alegría o en los infortunios, su presencia en nuestras vidas siempre será para nuestra bendición y para nuestra alegría, sintiéndonos jamás abandonados y dejados a nuestra suerte. En el misterio divino, el amor de Dios no se reviste de un romanticismo superficial, sino en una realidad sólida que nos da la posibilidad de estar firmemente asentados en la mayor seguridad que podemos tener, que es la compañía divina por encima de todo, en la experiencia de su amor creador, sustentador, providente y fortalecedor. Cuando esta conciencia se hace una convicción que deviene en vivencia convencida y totalmente compensadora, la vida del hombre entra en el sosiego que da el saberse estar, en cualquier circunstancia, en el oasis del amor divino. Esto desemboca en una doble realidad. Por un lado, el hombre se hace consciente de su origen. Se percata firmemente de que viene del gesto más claro del amor divino, al que no le hacía falta nada más, pero que decidió en aquel momento glorioso de la historia en que crea al hombre, salir de sí mismo y hacerlo objeto de todo ese amor que surgía de su corazón. Y por el otro, de que ese origen es para él parte de su esencia, de la naturaleza que el Creador ha querido imprimir en su ser, por lo cual, al tener origen divino, no puede alejarse de él. El hombre, en consecuencia, necesita amar para vivir. Sin el amor, la vida del hombre se convierte en oscuridad, en muerte, en desgracia.
Al comprender esta doble realidad, la vida del fiel toma un cariz diverso, lleno de ilusión, de alegría y de esperanza. Se hace fuerte, aunque sepa que tendrá momentos de debilidad, en los que tendrá que dar muestras de esa profunda convicción y de su seguridad en el amor de Dios. Ningún fiel, en este sentido, podrá experimentar el abandono de ese amor, que por otro lado, sería una mentira estruendosa, pues habrá siempre manifestaciones de que Dios nunca lo dejará solo ni abandonado de su amor. En las Escrituras nos encontramos innumerables ejemplos de estas reacciones entre los que quieren manifestar su seguridad de ello. Aun en medio de signos adversos, su seguridad es la de que el amor Dios jamás los dejará solos. Es el caso de Tobías, que pide en matrimonio a quien le corresponde en derecho como mujer. A pesar de todos los negativos avatares por los que ha pasado Sara, sabe que esa es la voluntad de Dios y a ella se acoge. Confiando en esa compañía de Dios y poniéndose totalmente ante Él para ser fiel al amor, lo que hace es dejarlo todo en sus manos y en su providencia amorosa, con tal de no herir su fidelidad hacia Él: "Cuando todos hubieron salido y cerrado la puerta de la habitación. Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: 'Levántate, mujer. Vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos proteja'. Ella se levantó, y comenzaron a suplicar la protección del Señor. Tobías oró así: 'Bendito seas, Dios de nuestros padres, y bendito tu nombre por siempre. Que por siempre te alaben los cielos y todas tus criaturas. Tú creaste a Adán y le diste a Eva, su mujer, como ayuda y apoyo. De ellos nació la estirpe humana. Tú dijiste: 'No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una ayuda semejante a él'. Al casarme ahora con esta mujer, no lo hago por impuro deseo, sino con la mejor intención. Ten misericordia de nosotros y haz que lleguemos juntos a la vejez'. Los dos dijeron: 'Amén, amén'. Y durmieron aquella noche". La fidelidad a Dios y su amor a Él, dieron a Tobías la certeza de que, puestos en sus manos, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, Él estaría siempre con ellos y los bendeciría. Es el plus que necesitamos todos, para vivir con la mayor objetividad, basados en la confianza en el Creador, la realidad innegable e inmutable del amor divino.
Y dado que en nuestra esencia de creados por el amor, estamos marcados por su experiencia, por lo cual necesitamos amar para vivir, es decir, para confirmar que estamos vivos, esto debe convertirse en objetivo primario a perseguir. Para vivir en la alegría suprema debemos apuntar siempre a la experiencia del amor. Quien no busca el amor vive en la inconsistencia de la incerteza, de la inseguridad, de la perplejidad, de la tristeza. Quien no tiene un objeto de amor no tiene la ilusión de algo mejor. Y más aún, para quien en ese horizonte no tiene el amor a Dios y a los hermanos, sino amor solo por la criatura, no tiene la solidez de un amor que nunca desaparecerá, sino que siempre vivirá en la incerteza de la posible inexistencia de lo que sea objeto de su amor. Todo lo mutable corre siempre el riesgo de desaparecer. Las riquezas, el prestigio, el poder, el dominio sobre otros, son siempre susceptibles de esfumarse, pues son siempre temporales. Solo el amor de Dios y el amor a los hermanos serán siempre inmutables cuando hacemos de nuestra disponibilidad un servicio a él. Por ello, aquel sabio judío se acercó a Jesús para preguntarle sobre la esencia de la fe, la que lleva a la felicidad y a la salvación. No quiere futilidades, sino que quiere ir al tuétano de la cuestión. Ya está cansado de florituras y de adornos. Hay muchas exigencias en la ley, y debe existir algo que esté por encima de todo: "En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: '¿Qué mandamiento es el primero de todos?' Respondió Jesús: 'El primero es: 'Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'. El segundo es este: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No hay mandamiento mayor que estos'. El escriba replicó: 'Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios'. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: 'No estás lejos del reino de Dios'. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas". Este es el quid del asunto. Fuera de esto todo lo demás es accesorio. Es lo que vale, "más que todos los holocaustos y sacrificios". Y es a lo que debemos dar la mayor de las importancias. Necesitamos amar para vivir. Y esta será la razón suficiente para sentirnos felices en esta vida y asegurarnos esa felicidad para toda la eternidad.
Gracias Señor, te pedimos que nos enseñes a amar cómo tú nos has amado, eso es lo mas importante☺️
ResponderBorrarNecesitamos amar para vivir,el amor verdadero solo se verifica en obras Concretas y las obras son claves para entrar en el reino de Dios, nuestra vida debe ser un reflejo del amor encarnado.
ResponderBorrar