Las elecciones de Jesús son totalizantes. No deja nada al acaso, sino que mira ya al final de la meta, pues su objetivo no es simplemente ganar adeptos a su causa de amor, sino la incorporación a ese ejército de personas que asuman el compromiso de la respuesta positiva que den. Es un gesto de confianza y de amor extremo por esos elegidos, pues de alguna manera indica que los incorpora a su obra de amor, que es la procura de la salvación de la humanidad entera, a la cual apunta desde el origen de la raza humana, y que lleva adelante con su misión de entrega en el sacrificio extremo de su abandono a la muerte en manos de aquellos que viene a salvar. No hay manera de deslastrarse de esta verdad contundente, pues su actuación concuerda con toda la que Dios ha demostrado desde el inicio de la historia. No es posible que en algún momento de esa historia, el ánimo del Salvador transmute a otro distinto. No actúa Dios jamás así, pues su amor es inmutable, como es su misma esencia. Por ello vemos a Dios siempre actuando en consecuencia con el mismo amor, sin cambiar un ápice el sentido de su conducta. Es de tal manera inmutable, que las continuas bendiciones caerán siempre como cascada sobre sus elegidos, pues Él se ha comprometido a que así sea. La vida de los fieles al Señor será una vida que tendrá siempre bendiciones evidentes, por encima de las exigencias que pueda tener. Quien se ha decidido a estar con Dios será un continuo receptor de bendiciones. La vida de Abraham es una muestra de ello. Lo vemos colmado de las bendiciones de Dios por haber sido fiel. Incluso ya al final de sus días lo vemos en continua recepción de bondades y de bendiciones, ya no para sí, sino incluso para su familia. Al morir su esposa, su heredero inaugura el camino nuevo de cumplimiento de esas promesas de generaciones que serán sus hijos, iniciando el caminar solidario del pueblo que se sabe lleno de bendiciones. Ya no es una cuestión particular, sino que afectará la historia de la humanidad. El matrimonio de Isaac asegura que la bendición es para la humanidad entera, por lo cual en el cumplimiento de la promesa estamos todos incluidos. Se convierte en algo familiar, por lo cual esa familia entera se convierte en bendición para el mundo entero.
Isaac, consciente de ser objeto de tales bendiciones, demuestra ser hijo de buen padre y de buena madre, y se acerca confiado al amor de Dios, abandonando su suerte en sus manos, y recibe así nuevas bendiciones. Lo toma incluso casi de manera natural, pues ya ha tenido manifestaciones previas de esa preferencia, ya que se sabe convocado a ser, por Abraham, padre de naciones: "Isaac había vuelto del pozo de Lajay Roi. Por entonces habitaba en la región del Negueb. Una tarde, salió a pasear por el campo y, alzando la vista, vio acercarse unos camellos. También Rebeca alzó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello. Ella dijo al criado: '¿Quién es aquel hombre que viene por el campo en dirección a nosotros?' Respondió el criado: 'Es mi amo'. Entonces ella tomó el velo y se cubrió. El criado le contó a Isaac todo lo que había hecho. Isaac la condujo a la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa y con su amor se consoló de la muerte de su madre". Recibe el consuelo por el luto de su madre y la inminente partida de su padre, en atención a la tarea que le correspondía como el elegido del Señor para llevar adelante su papel de ser germen de la Iglesia, el instrumento que fundará Jesús para llevar su salvación a toda la humanidad y que está representado en ese pequeño grupo incipiente que surgía para el futuro de todos. Su papel está claro. Asumir sobre sus espaldas el inaugurar ese camino glorioso que recorrerá toda la humanidad llevada de su mano. Reconoce su misión y su papel en esta tarea que marcará indeleblemente la historia del mundo y que no cambiará nunca, pues está detrás el Dios fiel que lo ha elegido.
En esta convocatoria estamos incluidos todos. El hecho que en el caso de Abraham y su familia haya unos personajes concretos, de ninguna manera se debe entender como exclusividad. La llamada es global. Para todos y cada uno de los hombres. Y de alguna manera, entendemos que será preferencial para aquellos que necesitan más conversión. Cristo no necesita llamar a los ya conversos. Esos ya están ganados a la causa de salvación propia, de los hermanos y del mundo. No necesitan de médico los sanos sino los enfermos. Es la insistencia del Papa Francisco cuando nos hablas de la Iglesia en salida. Los que están ya en la serenidad por la correcta decisión de entrega al amor, ya tienen el camino avanzado. A los que hay que convocar es a los que dudan, a los que no terminan de dar el paso adelante, quizás por temor a sí mismos y a sus capacidades, a los dolores y sufrimientos que han tenido, a las persecuciones y burlas de los otros, o simplemente por indiferencia o ignorancia, o por una maldad expresa que les cierra la mirada a una realidad distinta y superior. En el encuentro de San Mateo con Jesús queda demostrado que Jesús está dispuesto a llegar al tuétano de la cuestión. Incluso enfrentando lo que los tradicionalistas defendían, la llamada a Mateo es una provocación para todos. Mateo era un pecador público. Un lacayo del Imperio romano invasor y tiránico. Todo judío que se pusiera al servicio de él, era un traidor y como tal debía ser tratado. Por eso no era lógica la conducta de Jesús ante un personaje tan deleznable a la vista de un buen judío. Lo correcto era el rechazo y la execración. No la cercanía. Jesús se coloca por encima de estos criterios, pues lo único que lo mueve es el amor: "En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: 'Sígueme'. Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: '¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?' Jesús lo oyó y dijo: 'No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa 'Misericordia quiero y no sacrificio': que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores". Jesús tiene muy claro lo que lo mueve y lo que lo ha movido desde que asumió su misión de rescate. No es el rechazo a nadie, sino la llamada a todos por amor. Y nada lo distraerá de eso. Ni siquiera una tradición que lo llamaba al rechazo y a la exclusión. No es ese su papel y nunca buscará ejercerlo así. Su motor es el amor, la inclusión, la llamada amorosa a todos. Y es la llamaba que nos hace a cada uno, sin dejar uno solo de nosotros por fuera. Nos quiere a todos con Él. Y en eso se la irá la vida.
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