lunes, 14 de junio de 2021

Estemos dispuestos siempre a vivir la sorpresa del amor

 Archidiócesis de Granada :: - "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os  persiguen"

En la creciente exigencia de la vida en el amor de Dios, los hombres nos encontramos ante una dialéctica esencial. O asumimos la radicalidad que se nos exige, o nos quedamos como simples espectadores desde fuera. Al parecer, la respuesta común es esta segunda, pues en la experiencia de vida que conocemos en nuestro mundo que da demasiadas demostraciones de una indiferencia, de un inmanentismo extremo, en el que el centro se coloca en el egoísmo y la vanidad, no se perciben estos signos de radicalidad que se exigen al hombre renovado en el amor. No es extraño que esto suceda, por cuanto ciertamente la calidad que se pide es muy alta. Aparece el temor de no ser capaces de llegar a esa estratosfera del amor. Se considera que no se tiene la capacidad de llegar, y la sensación es la de asumir con frustración la propia imposibilidad. No se puede simplemente despreciar esta realidad, por cuanto es una experiencia real que se puede tener, a menos que se asuma que la respuesta no se puede dar si no se asume querer hacerla desde una condición vital distinta a la vivida ordinariamente. El camino es totalmente distinto al que se ha avanzado previamente. Ante esos retos tan fuertemente marcados en la diferencia de lo que somos, nuestra psicología se resiente y prácticamente construye un muro a nuestro alrededor que buscaría "protegernos" de experiencias nuevas que podrían dañarnos y dejarnos heridos. Es un proceso muy humano, y por lo tanto comprensible, de nuestra conducta. Sin embargo, se da el caso de que hay quienes se sienten ciertamente atraídos para asumir el reto. Cuando se da el paso de la conversión y de la renovación total, se eleva la mirada y se asume que se debe tomar un camino distinto para dar respuesta a la vivencia del amor que se ha recibido. Se asume que ese nuevo camino tiene nuevas rutas que deben ser transitadas. Que esa nueva vida no puede ser la misma de siempre. El espíritu se enriquece y entra la añoranza de lo mejor. Se ha entrado en la tónica profunda del amor.

La transformación sustancial comienza a abarcar todos los órdenes de la vida. Y al ser hombres que viven de la materia y del espíritu, ningún aspecto queda fuera. La fraternidad resalta incluso en la solidaridad material, y va más allá denotando la conversión personal. No se trata de un simple compartir los bienes, sino de compartir el ser total. La conversión del hombre no se reduce a lo tangible, aunque sí es este un signo sólido. Compartir bienes, sintiéndose responsable del bienestar del hermano, de modo que no tenga crueles faltas de bienes, inscritas en la consecuencia del egoísmo producido por el hedonismo a veces exacerbante, es un signo de fraternidad, de solidaridad, de caridad: "Les informamos, hermanos, de la gracia que Dios ha concedido a las Iglesias de Macedonia: en las pruebas y tribulaciones ha crecido su alegría, y su pobreza extrema se ha desbordado en tesoros de generosidad. Puesto que, según sus posibilidades, se lo aseguro, e incluso por encima de sus posibilidades, con toda espontaneidad nos pedían insistentemente la gracia de poder participar en la colecta a favor de los santos. Y, superando nuestras expectativas, se entregaron a sí mismos, primero al Señor y los demás a nosotros, conforme a la voluntad de Dios. En vista de eso, le pedimos a Tito que concluyera esta obra de caridad entre ustedes, ya que había sido él quien la había comenzado. Y lo mismo que ustedes sobresalen en todo - en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que les hemos comunicado - sobresalgan también en esta obra de caridad. No se lo digo como un mandato, sino que deseo comprobar, mediante el interés por los demás, la sinceridad de su amor. Pues conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza". Es el gesto de donación total, que surge espontáneo en quien al convertirse se comienza a sentir responsable de todos los demás, y se hace consciente de que no puede desentenderse de ellos. Sabe que vive para ellos y no los puede abandonar.

Es esta la clave de un mundo nuevo, de un mundo mejor. Mientras no se asuma esta necesidad de solidaridad, no solo como una cuestión sociológica, sino totalizante del ser, que abarque a todo el hombre, el mundo seguirá siendo cruel y agresivo con los más pobres y desvalidos. Los cristianos debemos sentir la llamada del amor, que nos compromete profundamente. La Iglesia no es una ONG que se encargue de procurar el bienestar material de todos. La realidad es que, aun dando lo mejor de nosotros, no podremos llegar a tantas necesidades. Pero sí debemos poner lo mejor. Elevando nuestro ser a lo que nos ha procurado el Señor con nuestra conversión, debemos apuntar no solo a dar, sino a darnos nosotros mismos. En lo material y en nuestro ser total. Vivir de amor, y hacer vivir de amor a los hermanos. Un gesto de cercanía y de cariño, una caricia oportuna, una manifestación de interés sin aspavientos. Maestra de esto fue Santa Teresa de Calcuta, que recogió la esencia de ese amor compartido. Parafraseando su criterio de amor y tratando de tomar el espíritu de lo que promulgaba, podríamos afirmar su criterio básico de amor a los desplazados del mundo: "No me interesa otra cosa sino que sepan que aun en el momento último de su vida hubo alguien que los amó. Que sepan que en su último momento, ese último suspiro lo dio junto a alguien que lo amó con amor auténtico". Es el culmen de la entrega al hermano. Se trata de sobrepasar el límite en el amor. No quedarse en la simpleza de lo ordinario, sino en el ir siempre más allá, hasta llegar a la sorpresa que sorprende a todos: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'Ustedes han oído que se dijo: 'Amarás a tu prójimo' y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si aman solo a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto'". Ir más allá, pues el amor va siempre más allá. Hasta la sorpresa, hasta lo inesperado, hasta donde pensamos que no podemos avanzar más. Siempre podremos hacerlo, pues el amor no tiene límites, y cuando nos unimos a él, podremos llegar hasta más allá de lo natural. Lo hace posible el amor de Dios que es siempre sorprendente.

4 comentarios:

  1. Entendamos el significado de estos mandatos y pongámoslos en práctica, despojemosnos de nuestros viejos cueros. No paguemos mal por mal☺️

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  2. El amor cristiano no conoce fronteras ni barreras,el mismo Jesús murió en la Cruz perdonando sus adversarios, sigamos todos a recorrer este camino. Es un camino que nos conduce a la perfección.

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  3. El amor cristiano no conoce fronteras ni barreras,el mismo Jesús murió en la Cruz perdonando sus adversarios, sigamos todos a recorrer este camino. Es un camino que nos conduce a la perfección.

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  4. El amor cristiano no conoce fronteras ni barreras,el mismo Jesús murió en la Cruz perdonando sus adversarios, sigamos todos a recorrer este camino. Es un camino que nos conduce a la perfección.

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