La vida del hombre sobre la tierra es un verdadero misterio. Los avatares por los que pasa nos confirman cada vez más que nuestras realidades son cambiantes, y que incluso en ocasiones, son inexplicables. Tan pronto estamos en excelentes condiciones humanas y materiales, y súbitamente se transforman en tragedias dolorosas a las que no les encontramos sentido y nos dejan totalmente perplejos. Es cierto que muchas veces esos momentos duros los atraemos nosotros mismos con nuestra mala conducta, al alejarnos de la voluntad divina y de su amor, pretendiendo ser totalmente autónomos, dándonos a nosotros mismos las categorías de conducta, en el pensamiento errado de que lo que nos proponemos nosotros sea mejor de lo que nos propone nuestro Creador, que no puede ser jamás superado en la procura de nuestro bien, en su voluntad de amor hacia nosotros. El servirnos a nosotros mismos o a nuestros ídolos, nos nubla el entendimiento, nos llena de soberbia y de egoísmo, nos hace vanidosos y nos encierra en una perspectiva única que cierra toda posibilidad a abrirse a otras superiores como son las divinas, que jamás podrán ser superadas para procurarnos el bien que Dios desea para nosotros. Pero en otras ocasiones el dolor y la tragedia se presentan fortuitamente, gratuitamente, sin explicación posible de una causa razonable. Muchos hombres fieles sufren penurias en la persecución, en la burla, en el dolor, en el desasosiego, en la desesperanza. Y eso trae como consecuencia que la perspectiva se haga oscura, haga daño, pues no se ve en el horizonte una prenda en la que se pueda agarrar para sostenerse en la debilidad. En la primera categoría, cuando el hombre cae en la cuenta de su error, probablemente para la víctima sea ya tardía la reacción, aunque Dios abrirá siempre la puerta para el sosiego, pues Él jamás abandona a los suyos porque los ama infinitamente y quiere su salvación y su paz. Pero en la segunda categoría, el fiel que mira hacia lo alto y sabe que su Dios jamás lo abandonará, se funda sólidamente en esa confianza, y en medio de la penumbra de esa noche oscura, es capaz de descubrir la esperanza y la ilusión en el Dios del amor que sabe que no lo dejará sin recompensa, ahora o en la vida futura. La fidelidad nunca deja de ser compensada, al menos en la confianza de que se sigue estando en las manos del Señor. Para quien ha perdido toda perspectiva, lo más natural es acercarse al único que ofrece esa posibilidad. Alejarse de ella es quedarse con las manos y con el corazón totalmente vacíos.
En nuestra historia de salvación, las historias en esta línea son innumerables. Nos encontramos con personajes fieles, maltratados por sus experiencias, al igual que con otros que deciden alejarse de Dios y servir al mal. Nos sorprendemos cuando descubrimos que a los malos les va bien y a los buenos les va mal. Es parte de ese misterio que es nuestra propia vida. Lo cierto es que esto no es siempre ni totalmente verdad. Quisiéramos que todo fuera de maravilla pero no es así. Es un misterio que no colide con el misterio divino, inexplicable en sí mismo, por el cual nuestra vida, la de sus criaturas, no puede jamás alejarse de esa condición misteriosa esencial, pues ha surgido de quien es en sí mismo el misterio mayor. Ante esto debe estar presente en nuestra conciencia la claridad de nuestro origen, y la razón última de nuestra existencia. Hemos surgido del amor de Dios y Él nos sostiene en la vida para que lleguemos a la felicidad plena cuya meta es el mismo amor. Si no fuera así, no tiene ningún sentido nuestra existencia y nuestra esperanza. Es la perspectiva de los que se mantienen fieles a Dios por encima de todas las circunstancias, positivas o negativas, que puedan vivir. Fue la experiencia de Tobías, personaje emblemático del Antiguo Testamento, y de Sara, su mujer asediada por el demonio Asmoneo, pero que en su deseo de ser fieles a Dios, a pesar de las tentaciones de abandono, decidieron mantenerse firmes en su confesión de fe y de confianza en Dios: "(Dijo Tobías) Eres justo, Señor, y justas son tus obras son justas; siempre actúas con misericordia y fidelidad, Tú eres juez del universo. Acuérdate, Señor, de mí y mírame; no me castigues por los pecados y errores que yo y mis padres hemos cometido. Hemos pecado en tu presencia, hemos transgredido tus mandatos y Tú nos has entregado al saqueo, al cautiverio y a la muerte, hasta convertirnos en burla y chismorreo, en irrisión para todas las naciones entre las que nos has dispersado. Reconozco la justicia de tus juicios cuando me castigas por mis pecados y los de mis padres, porque no hemos obedecido tus mandatos, no hemos sido fieles en tu presencia. Haz conmigo lo que quieras, manda que me arrebaten la vida, que desaparezca de la faz de la tierra y a la tierra vuelva de nuevo. Más me vale morir que vivir porque se mofan de mí sin motivo y me invade profunda tristeza. Manda que me libre, Señor, de tanta aflicción, déjame partir a la morada eterna. Señor, no me retires tu rostro. Mejor es morir que vivir en tal miseria y escuchar tantos ultrajes (...) (Dijo Sara) Entonces Sara, llena de tristeza, subió llorando al piso superior de la casa con el propósito de ahorcarse. Pero, pensándolo mejor, se dijo: 'Solo serviría para que recriminen a mi padre. Le dirían que su hija única se ahorcó al sentirse desgraciada. No quiero que mi anciano padre baje a la tumba abrumado de dolor. En vez de ahorcarme, pediré la muerte al Señor para no tener que oír más reproches en mi vida'". Ambos se abandonaron en las manos del Señor y de su misericordia.
En cualquier caso, el Señor quiere que el hombre viva y sea reflejo de su gloria. Quiere que en medio de todas sus realidades, su vida sea una experiencia del amor que bendice, que sustenta, que fortalece, que llena de confianza y de esperanza aquí y ahora, y para toda la eternidad. Debido a esa finalidad que el Creador ha establecido como meta segura para la humanidad, la vida del hombre, en medio de todas las dificultades, de todos los sufrimientos, e incluso de todo el bienestar que venga como bendición, debe hacerlo siempre consciente de que ni el mal ni la muerte son el fin. El fin es la vida en gloria, que es nuestra meta segura. Tal como lo aclaró Jesús a los saduceos, negadores de la resurrección, algo que para los judíos en general, era una perspectiva segura. Los hombres hemos sido creados para la vida, no para la muerte eterna. Dios quiere que el hombre viva. Y que viva eternamente en su amor y en la felicidad que nunca se acaba: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: 'Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, que se case con la viuda y dé descendencia a su hermano'. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y resuciten ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella'. Jesús les respondió: '¿No están equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: 'Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob'? No es Dios de muertos, sino de vivos. Están muy equivocados'". La perspectiva de la vida eterna es muy distinta de la que podemos tener si la enfocamos en nuestra experiencia vital. Es una realidad infinitamente distinta a la actual, pues está inscrita en ese misterio grandioso que es Dios en sí mismo. Como hemos sido creados para la vida, será una vida superior que no alcanzamos a imaginarnos, dada nuestra finitud. Pero de lo que sí estamos seguros es de que será vida en plenitud, donde viviremos en el amor inmutable y en la felicidad estable que no desaparecerán jamás.
La resurrección implica un nuevo orden de la realidad, el Dios en el cual creemos es de vivos, por eso, Jesús nos ha presentado a un Dios verdadero que ama nuestra vida.
ResponderBorrarLa resurrección implica un nuevo orden de la realidad, el Dios en el cual creemos es de vivos, por eso, Jesús nos ha presentado a un Dios verdadero que ama nuestra vida.
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