La Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que celebramos jubilosamente los cristianos todos los meses de Junio, en memoria del signo físico del amor de Jesús por todos nosotros, es fiesta que descubre, entre otras cosas, una faceta usual de Dios, pero que no ha sido suficientemente evidenciada, aun cuando es una de las que nos toca más íntimamente, pues se trata de un componente que es esencial en nuestra experiencia de fe, que contempla como parte esencial lo emotivo, lo afectivo, sin lo cual nuestra vida en Dios corre el riesgo de hacerse seca e intrascendente en lo que se refiere a experimentar su amor y su ternura divina. Se debe conectar teológicamente con la de la Encarnación y la Navidad, pues nos hace entrar en la realidad corporal de Jesús, al presentarnos a nuestra vista la sede de todos los sentimientos humanos, el corazón del hombre, que es una de las riquezas que aporta la carne de María, elegida para ser sitio de entrada del Hijo de Dios que se hace hombre. No podemos desconectarla de Ella, por cuanto la carne de ese corazón del Hijo de Dios encarnado tiene como único origen la carne de la Madre que se pone en plena disposición en manos del Padre y bajo la acción de su Espíritu divino. No se trata de que contemplemos solo la realidad material de la víscera humana que late y hace llegar la sangre a todo el cuerpo. No puede ser tan reductiva la consideración, por cuanto todas las realidades de la esfera divina, asumiendo la materialidad siempre, apuntan a la realidad superior y misteriosa que está alrededor de Dios. Contemplamos, sin duda, la realidad material del cuerpo total de Jesús, santo y puro, pero debemos elevar nuestra mirada a lo que trasciende. El corazón de Jesús es la fuente de la sangre que nos da la vida, y eso es lo que le da sentido a que lo admiremos como el tesoro para nuestra vida de amor en Dios. Podemos afirmar que el hecho de que ese amor esté entre nosotros como signo indeleble del amor divino, es una muestra más del amor que quiso vivir Jesús como Dios encarnado. A Jesús le gustó ser hombre, y ha asumido amar a todos también con corazón humano. No se contentó con amarnos como Dios, con amor tierno e infinito, sino que quiso vivir la experiencia que ni siquiera Dios mismo había tenido, que era el amar con corazón de hombre. Establece así, una línea clara: Si ha llegado al extremo de hacerse hombre, asumiendo completamente todas las condiciones que requería serlo, lo hace porque quiere hacer continuas demostraciones del amor, es decir, cumplir con su compromiso de amor con toda la humanidad. Y ese amor será paternal, delicado, tierno, comprensivo: "Esto dice el Señor: 'Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Era yo quien había criado a Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo lo cuidaba. Con lazos humanos los atraje con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer. Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas. No actuaré al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, y no hombre; santo en medio de ustedes, y no me dejo llevar por la ira'". Quien creó por amor, no va a permitir que ninguna realidad arrebate de sus manos a quien ama. La promesa de la ternura de Dios hacia la humanidad es eterna y nunca dejará de cumplirse.
De tal manera transforma esta experiencia del amor de Dios en Jesús, que cada hombre que la recibe, la experimenta y la vive, es elevado a una nueva condición, totalmente inédita. Por la obra del Corazón de Jesús entramos en una perspectiva totalmente nueva, que se eleva con mucho por encima de lo que podemos tener a la mano como tangible. La mirada puesta en ese Corazón amoroso del hombre que es Dios, arrebata nuestro propio corazón y lo coloca a su lado, de modo que entra en una nueva dimensión, la del Espíritu de Dios, Espíritu de amor y de consuelo infinito. La experiencia del amor de Jesús, representada en su Sagrado Corazón, nos invita a vivir el mismo sentimiento hacia Él. No puede quedar indiferente el hombre que prueba las maravillas y las dulzuras de ese amor. Es como entrar en el ámbito nuevo que da todas las compensaciones que necesitamos, por cuanto hemos sido creados en él y para él. Es cierto que no faltarán las ocasiones en que podamos llegar a dudar de la realidad de ese amor. Los avatares de la vida pueden llegar a hacernos incapaces de sostener totalmente nuestra convicción de amor. Pero en la base debe estar siempre presente la convicción más profunda de que nunca, ni en la fortuna ni en el dolor, Dios y su amor dejan de estar presentes. Aunque realmente se nos haga difícil poder lograrlo, nunca debemos cejar en el empeño de conservarlo, pues es nuestro derecho, el que nos ha dado nuestro Creador de amor: "Mediante la Iglesia, los principados y potestades celestes conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en Él. Por eso doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, pidiéndole que les conceda a ustedes, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en su hombre interior; que Cristo habite por la fe en sus corazones; que el amor sea su raíz y su cimiento; de modo que así, con todos los santos, logren abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento. Así llegará a su plenitud, según la plenitud total de Dios". No se trata de una simple convicción intelectual, sino de una experiencia vital real, que da base y fundamento a lo que creemos y vivimos.
De ahí que ponernos delante de ese misterio profundo de amor es la base de cualquiera de nuestras seguridades. En la Cruz, elevando nuestros ojos para ver al que atravesaron, confirmamos ese misterio absoluto del amor. El soldado atraviesa el costado de Jesús y desgarra su corazón, como queriendo decirnos a todos que hasta lo más íntimo de ese que está muerto en Cruz, ha sido donado. Nos ha dejado el mejor regalo de su amor, entregando su Cuerpo y su Sangre y regalándolos para que actualicemos sus efectos en nosotros -"cada vez que comamos de este pan y bebamos de este cáliz"-, pero va más allá, por cuanto nos deja la posibilidad de admirar concreta y materialmente ese amor hecho total realidad cuando vemos a ese Corazón que solo tiene latidos de amor por nosotros. La víscera de Jesús no es solo el órgano que hace llegar la sangre humana a todo su cuerpo, sino que es la fuente del amor y de la ternura de Dios. Es la fuente de la vida, pues al "manar sangre y agua" del Corazón de Cristo, se abren las puertas para que los canales de la Gracia divina, los sacramentos, sean fuente de vida que nos renueve y nos consolide en el camino que avanzamos. Esa vida de Gracia, que surge del costado abierto de Jesús y de la fuente inagotable de su corazón, la tenemos asegurada, pues nunca dejará de manar. Se derramará hasta el fin de los tiempos y no existe ya manera de detenerla. Es una cascada que no tiene fin, pues Dios nunca se acaba: "Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con Él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también ustedes crean. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: 'No le quebrarán un hueso'; y en otro lugar la Escritura dice: 'Mirarán al que traspasaron'". El Sagrado Corazón de Jesús es fuente inagotable de amor, de vida, de Gracia. Desde que fue traspasado se convirtió en el manantial que nos impulsa a vivir en el amor, a responder a ese mismo amor, y a ser testimonios de ese amor que nunca se acabará, pues viene de Dios. Y Dios nunca pasa.
Señor, ilumínanos para que encontremos el sentido de nuestra vida a través de tu sagrado corazón😌
ResponderBorrarA Jesús le gusto ser hombre y nos amó con corazón humano, es un corazón que ama, perdona,cura,acoge y nos abraza a todos sin excepción siendo fuente inagotable para nuestras vidas.
ResponderBorrarQué alegría y ternura es leer unas reflexiones que se escriben desde el amor mas profundo por Ntro Señor. Esta meditación sobre el Corazón de Jesús me hace enamorarme mas de El y aprender, por ejemplo, me sorprendí realmente con esto de.."No se contentó con amarnos como Dios, con amor tierno e infinito, sino que quiso vivir la experiencia que ni siquiera Dios mismo había tenido, que era el amar con corazón de hombre..." y como siempre enamorarnos mas de Ntra Madre del Cielo con esto de..." No podemos desconectarla de Ella (la Virgen María), por cuanto la carne de ese corazón del Hijo de Dios encarnado tiene como único origen la carne de la Madre que se pone en plena disposición en manos del Padre y bajo la acción de su Espíritu divino.."
ResponderBorrarBendigo a Dios por habernos regalado unos hermanos (los sacerdotes), tan llenos de la gracia de Dios que a traves de los escritos, reflexiones, lectios divinas y otros mensajes, nos hacen amarlo cada día mas, en la intimidad de nuestra alma y en el prójimo. Que el Espíritu Santo te siga iluminando hoy y siempre mi querido hermano Monseñor, operario de Cristo.