La revelación de Dios, desde el inicio, como concesión amorosa que hace a sus criaturas, ha sido siempre progresiva. Podemos intuirlo incluso en el método de creación que ha elegido, que consistió en ir dando pasos adelante, en los días en que se realizó, con los cuales todo lo que iba existiendo iba alcanzando un grado de mejoramiento mayor que sugería que llegaría a un punto culminante que era al que quería llegar para no dejar las cosas a medias. Es la demostración clara de su amor hacia el que era la razón última de su gesto creador, el hombre, al que crearía en el último día, como dando a entender que todo lo que existía de ahora en adelante llegaba a su culmen y era puesto en sus manos, para que lo disfrutara y fuera su mejor apoyo para avanzar en ese camino hacia su amor definitivo, pues el hombre era la causa última por la cual Dios emprendió la hermosa aventura de la creación. Dios mismo se encarga de hacer al hombre de ese conocimiento, de manera que no ignorara cuál era la finalidad de su existencia. El hombre surgía de sus manos, era receptor de todos los beneficios, recibía de Él providentemente todo para que no le faltara nada, y en su respuesta de confianza y agradecimiento por amor, estaba su completa felicidad. Dios, en toda la historia de la salvación, va queriendo dejar claro al hombre su amor y su incondicionalidad. Esta progresividad la consideró Dios necesaria, para que el proceso humano fuera también progresivo, asentándose más sólida y sosegadamente en la convicción y en la vivencia del amor divino a su favor. Ciertamente Dios hubiera podido haber usado otro método, quizás más radical y contundente, que diera las bases del conocimiento de todo lo que hacía, pero probablemente el hombre, limitado por su condición de criatura, no hubiera podido asumir sólidamente su experiencia personal. Dios buscaba que quedara muy clara su intención de amor, y consideró que la mejor manera fue dando visos de ese amor en cada paso de su revelación. Hubiera podido destruir al demonio y al pecado, en definitiva, al mal, con un gesto poderoso, apenas el hombre pecó, pero eso probablemente no hubiera convencido al hombre del amor infinito de Dios, sino que simplemente hubiera sido una demostración de poder, sin mayores implicaciones afectivas. Era necesario que en cada paso la criatura fuera teniendo signos indelebles del amor de Dios, que lo quería siempre junto a Él. Por eso debemos entender esa revelación de Dios como paulatina, enriqueciendo al hombre en su conocimiento y en su experiencia divina cada vez más, y por ello, abriendo su corazón y su vida con mayor seguridad a las obras del amor.
Y en esa progresividad de la revelación divina de su amor, llega ese momento culminante en el que queda ya evidenciada totalmente la intencionalidad divina. Ya no hay más que el hacer presente en el mundo la concreción más clara del amor. Y el encargado de hacerlo es el mismísimo Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, el añorado de todos los tiempos. "Cuando llegó el momento culminante, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a todos los que estaban bajo la ley". La mujer elegida por el Señor para ser la Madre del Redentor, es una demostración majestuosa más de esa progresión de la revelación. El Hijo de Dios es el mismo Dios que se acerca a salvarnos, y lo hace a través del instrumento más sublime, que es la Mujer que se ha escogido como Madre para entrar triunfante en la tierra a fin de realizar su obra de rescate. De Ella toma la carne que salvará al mundo. No habrá jamás una demostración más clara de amor, pues en esa carne tomada de María morirá para servir de sacrificio restaurador de todos sus hermanos vencidos por la muerte y el pecado. El único inocente se convierte en culpable por amor a todos. La progresividad de esta revelación de amor ya llega a su altura insuperable. No invalida nada de lo anterior, pues todo ha sido revelación de amor. Ninguno de los gestos anteriores deja de tener vigencia. Lo único que destruye Jesús es el poder del demonio, para instaurar su reino de amor y de gracia, pero no destruye ni invalida todo lo que había ido poniendo Dios en las manos del hombre, pues fue siempre signo de su amor preferencial por ellos. Incluso la ley de Moisés, de la que algunos se ufanaban de haber sido ya superada y cancelada, queda legitimada. No es cancelada, sino superada por el amor, aun cuando también tenía ese contenido, dado que eran las dos exigencias principales en ella. Solo que debía ser asumida con una mejor conciencia y un mayor contenido experiencial, de modo que no se sintieran como imposiciones que violaran la propia autonomía, sino como exigencias naturales de aceptar vivir en el amor. Era el compromiso, ciertamente el menor, que se podía asumir: responder al amor recibido: "Hermanos: Esta confianza la tenemos ante Dios por Cristo; no es que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra sino de Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida. Pues si el ministerio de la muerte, grabado en letras sobre piedra, se realizó con tanta gloria que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su cara, pese a ser un resplandor pasajero, ¡cuánto más glorioso será el ministerio del Espíritu! Pues si el ministerio de la condena era glorioso ya no lo es comparado con esta gloria sobreeminente. Y si lo que era pasajero tuvo su gloria, ¡cuánto más glorioso no será lo que permanece!" Es la novedad radical que se nos regala. Elevar nuestra vida sobre lo simplemente pasajero, a lo que permanecerá eternamente.
La validez de todo lo hecho anteriormente lo confirma Jesús, con contundencia, y podríamos decir que hasta con satisfacción, por la obra que ha ido realizando el Padre en medio de la humanidad durante toda la historia. Nada de lo que hizo ha dejado de tener sentido, pues forma parte de esa progresividad de la revelación, que iba descubriendo el amor infinito y eterno, en el cual se ha comprometido, y que por ser fiel e inmutable, nunca dejará de tener vigencia. La ley nunca deja, ni dejará, de tener validez. Todos los gestos con que favoreció Dios a los hombres siguen siendo demostraciones aún hoy, de su elección y de su amor. Contemplar a Abraham convocado por Dios y obedeciendo a ese llamado, sin tener ninguna seguridad acerca de lo que se le proponía, es un gesto de amor. Presenciar el misterio de Noé construyendo la barca para salvar el resto de la humanidad y de la naturaleza fiel a Dios, es un gesto de amor. Acompañar a Moisés en la gesta libertadora y maravillosa del pueblo de Israel de la liberación de la esclavitud en Egipto, es un gesto de amor. Entrar con Josué en la tierra prometida que manaba leche y miel, es un gesto de amor. Convivir con Israel en las ocasiones de fidelidad y de traición, siendo testigos de sus deportaciones y luego de su retorno, es un gesto de amor. Todo eso es historia del pueblo, y no puede nunca desaparecer. Por ello, el régimen de la ley, ciertamente aún a esas alturas imperfecto, debe ser asumido como lo que es: algo que nunca desaparecerá, pues ha sido considerado por Dios necesario en la progresividad de su revelación de amor: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No crean que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad les digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos". El amor de Dios no envejece. Prevalece y siempre estará en nuestra vida. El amor es siempre joven. Y por eso, podemos sentirnos los hombres más felices de la tierra, pues en medio de todos los acontecimientos que podemos atravesar, sabemos que el amor de Dios está ahí para nosotros, que siempre nos lo ha demostrado y que no ha habido un segundo de nuestra existencia en que no se haya hecho presente, y que ha llegado a su culminación en la entrega del Hijo, que ha hecho que esa revelación progresiva llegara a su punto extremo, y que no habrá una demostración mayor de ese amor, pues nadie puede llegar más alto del punto al que ha llegado Jesús y al que nos ha hecho llegar a todos.
Dios nuestro, queremos ser útiles a tus inspiraciónes, concédenos ser seguidores y testigos de tu Amor☺️
ResponderBorrarJesús vino a cumplir la ley y lo que se había profetizado por los profetas,a hacer justicia y a actuar en favor de los desfavorecidos, se pasó la vida haciendo el bien y por eso esta confianza en Dios la tenemos por Cristo.
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