martes, 22 de junio de 2021

Poner en el centro lo realmente importante

 No des lo santo a los perros. Mateo... - Trayecto Adventista | فيسبوك

Los hombres consideramos todos los beneficios donados por el Señor como derechos inalienables a los cuales accedemos casi sin méritos propios, pues al fin y al cabo son dádivas amorosas del Creador. Es verdad que el Señor, además de cedérnoslos, pues ha sido el compromiso que Él mismo ha asumido al crearnos y colocarnos en el centro de todo lo que existe, coloca también en nuestro ser las capacidades necesarias para que, además de las dádivas, sea también nuestro esfuerzo el que logre hacer avanzar la bondad de todo, de modo que con nuestro aporte se vaya alcanzando un mejor mundo para todos, una mayor promoción del hermano, un beneficio para nosotros mismos en el orden material y espiritual que redunde también en beneficio para todos los que nos rodean. Por nuestra obra y por nuestro esfuerzo este intento jamás debe detenerse. Y en efecto, es lo que da a entender Dios cuando nos ha creado. Habiéndonos puesto en el centro, lo ha hecho no para que nos creamos que somos importantes por nosotros, sino por la responsabilidad que coloca sobre nuestras espaldas. Desafortunadamente, siempre surgen en el corazón del hombre las contaminaciones a las que lo lanzan su natural debilidad de criatura. Llega un punto en que en el esplendor de lo que se tiene como posesiones, de su poder, de su prestigio, de su dominio sobre los débiles, obnubila sus sentidos y se llega a creer con todos los méritos, dejando a un lado lo que debería ser más claro para él: que nada de lo que posee es posesión inviolable. Por supuesto, ni lo que ha adquirido por donación amorosa de Dios desde su origen ni tampoco lo que ha ido adquiriendo a lo largo de su vida, pues aunque valga el esfuerzo que haya hecho, la capacidad la ha adquirido no por virtud propia, sino por la cualidad que Dios ha puesto en él. Esta conciencia es necesario promoverla en sí mismos para no sufrir de grandes decepciones, que vendrán si el empeño es sostenerse en ese camino. El hombre no puede añadir ni un segundo a su existencia, no tiene el total dominio sobre lo que pasa. Eso trasciende con mucho sus capacidades. Y ante ello, debe bajar la cabeza y ser lo más humilde posible reconociendo su debilidad total.

La ejemplaridad de Abraham y de su familia en este sentido es magistral. Alcanza el zenit de su desarrollo humano, con bienes y posesiones inimaginables. Bendecido por Dios con los mayores fastos, posesiones, rebaños, familia numerosa, pastores, servidores, no podría dejar de estar agradecido. Y aún le es prometida mayor fortuna si se sigue dejando guiando por el poder del Dios que lo ha elegido. Es tanta la riqueza que con su hermano Lot acuerdan alejarse para no estorbarse mutuamente en ese camino de progreso. Hubiera sido muy fácil, seguramente lo más cómodo, simplemente permanecer pasivos y seguir abriendo las manos para seguir recibiendo. Pero en su conciencia tenía muy claro que el don trae consigo la tarea. Recibir tantos beneficios debe ser reconocido. Y en este sentido no se trataba solo de beneficios materiales, aun cuando fueran evidentes, sino que llegó a entender que el beneficio iba más allá: a una vida de reconocimiento y de entrega al amor de Dios que lo beneficiaba tanto. Su bienestar, así lo entendió, no era un capricho de un Dios que se había fijado en él sin un sentido concreto. Dios lo había elegido para una tarea sublime: ser el padre de las naciones que el Señor se escogía como heredad propia. Abraham era el signo de la preferencia divina por encima de todos, el germen de esa historia de salvación que empezaba a brotar para la humanidad, el personaje que abría de nuevo las puertas del cielo que se habían cerrado por el pecado, y que será el primer paso que da Dios para preparar el camino del Redentor, que hará llegar al culmen la intencionalidad amorosa y salvadora del Creador. Sabe que ese será el camino de la historia, en la que él mismo será un protagonista principal, pero rechaza toda tentación de creerse origen de esas intenciones. Sabe con toda humildad cuál es su lugar y lo asume sin aspavientos: "Abran era muy rico en ganado, plata y oro. También Lot, que iba con Abrán, poseía ovejas, vacas y tiendas, de modo que ya no podían vivir juntos en el país, porque sus posesiones eran inmensas y ya no cabían juntos. Por ello surgieron disputas entre los pastores de Abran y los de Lot. Además, en aquel tiempo cananeos y los perizitas habitaban en el país. Abran dijo a Lot: 'No haya disputas entre nosotros dos, ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No tienes delante todo el país? Sepárate de mí: si vas a la izquierda, yo iré a la derecha; si vas a la derecha, yo iré a la izquierda'. Lot echó una mirada y vio que toda la vega del Jordán, hasta la entrada de Soar, era de regadío - esto era antes de que el Señor destruyera Sodoma y Gomorra - como el jardín del Señor, o como Egipto. Lot se escogió la vega del Jordán y marchó hacia levante; y así se separaron el uno del otro. Abran habitó en Canaán; Lot en las ciudades de la vega, plantando las tiendas hasta Sodoma. Los habitantes de Sodoma eran malvados y pecaban gravemente contra el Señor. El Señor dijo a Abrán, después que Lot se había separado de él: 'Alza tus ojos y mira desde el lugar en donde estás hacia el norte, el mediodía, el levante y el poniente. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tus descendientes para siempre. Haré a tus descendientes como el polvo de la tierra: el que pueda contar el polvo podrá contar a tus descendientes. Levántate, recorre el país a lo largo y a lo ancho, pues te lo voy a dar'. Abran alzó la tienda y fue a establecerse junto a la encina de Mambré, en Hebrón, donde construyó un altar al Señor". Es impresionante la docilidad a las inspiraciones divinas. Su única motivación era la del abandono humilde en las manos de quien lo había elegido.

Todos necesitamos de esta conciencia para poder tomar la ruta concreta. Sin duda, será difícil, pues vivimos en un mundo que nos impone siempre el querer colocarnos nosotros mismos en el centro. El hedonismo cada vez nos lanza más a nuestros propios brazos, llenándonos de egoísmo, de vanidad, de indiferencia ante el hermano. Esa dictadura del relativismo que nos envuelve nos ha hecho mucho daño, pues nos ha llevado a pensar que somos el centro del universo, desplazando a Dios y a los hermanos del lugar que les corresponde. Regalamos mucho al "cuerpo", es decir nuestra realidad material, en el equívoco de creer que toda la realidad se agota en ella misma. Es el camino seguro de la frustración, pues sabemos muy bien que en el momento de la debacle todo desaparecerá. Lo único que subsistirá será lo que sembremos de amor a Dios, de amor a los hermanos, de bien y de fraternidad. Nada más subsistirá, ni siquiera un gramo de riqueza, de prestigio, de poder, llegarán a trascender. Serán las obras buenas nuestra único tesoro y nuestra única herencia. Por ello Jesús pone la vista en lo que debe ser nuclear. Y nada nunca estará por encima de eso: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No den lo santo a los perros, ni les echen sus perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen con sus patas y después se revuelvan para destrozarlos. Así, pues, todo lo que desean que los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas. Entren por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos!" La motivación de Jesús es su amor por nosotros y su deseo de salvarnos. Todo lo demás es relativo. Por ello nos pide que incidamos en aquello que es central y que es esencial para nuestra llegada a la meta de la felicidad eterna junto a Él. Y ese es el legado que nos ha dejado y que quiere que sea totalmente nuestro. Para eso se ha entregado, y de esa manera nos confiesa eternamente su amor.

3 comentarios:

  1. Muy bonita la reflexión, ya hice mi comentario, ver día anterior, la motivación de Jesús es su amor por nosotros y su deseo de salvarnos.

    ResponderBorrar
  2. Todo se lo debemos a Dios,con Él todo, como el slogan de Cursillo "Cristo y yo mayoría aplastante"

    ResponderBorrar