Con mucha frecuencia los hombres nos encontramos en situaciones límite que ponen a prueba nuestra solidez y nuestra confianza en nosotros mismos. Son situaciones en las que resaltan nuestra fragilidad y nuestra debilidad de criaturas, pues aunque hemos sido creados desde el amor todopoderoso de Dios, no dejamos, ni dejaremos nunca, de ser criaturas surgidas de una mano que nos quiere suyos siempre, y que por lo tanto, ha dejado impreso en nuestro ser la necesidad de su amor y de la confianza en Él. Si hubiera puesto en nosotros capacidades superiores a las que ya poseemos, seguramente nuestra natural inclinación al egoísmo, hubiera ya desechado esa unión necesaria con el Creador. Ha sido ya una tentación cumplida en la humanidad, pues asistimos al ensoberbecimiento humano que ha llegado a creerse superior a lo que realmente es, y ha pretendido echar de su vida al Dios del amor, viviendo una vida aparentemente mejor, en la tranquilidad ilusa de la falta de necesidad de referencia a lo trascendente. La vida del hombre se convierte así en una carrera de autosatisfacción vanidosa, en la que los demás, lejos de ser hermanos, como lo son por la naturaleza social con la cual hemos sido creados, son competidores que hay que ir eliminando y dejando tirados en el camino. Se exacerba el egoísmo y se piensa que la vida está solo en las propias manos, por lo cual se hace innecesario otro apoyo. A esta tentación puede llegar a sucumbir incluso el que busca la fidelidad en Dios como su norte, pero que a fuerza de dolores y decepciones no recibe sino solo agravios. Es la sensación de soledad y abandono del favor de Dios lo que en esos momentos prevalece. Le sucedió al fiel Job, azotado por la tragedia, por lo cual Dios le tiende la mano tratando de convencerlo de que incluso en aquello trágico que Él permite que suceda, su favor no ha sido desplazado y que por encima de todo debe mantener su unión a su amor y su confianza radical, pues esa fidelidad al final tendrá su premio: "El Señor habló a Job desde la tormenta: '¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: 'Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas?'". Esa ternura y la demostración de su amor es lo que debe surgir triunfante. Dios no quiere el mal del hombre, sino todo lo contrario. Y por ello, a su criatura le permite vivir su indigencia para que caiga en la cuenta de que solo unido a Él podrá encontrar la solidez añorada.
Quien asume esa parte esencial de la vida y la experiencia de la fe, llega a un punto en el que no hay más allá, sino solo abandono. En medio de su vida cotidiana todo quedará coloreado con el color del amor y de la confianza. Ciertamente es un camino de solidez, de madurez y de confianza, que necesitamos recorrer para llegar a esa novedad que nos plantea la exigencia del amor. La novedad absoluta de lo que implica ser cristiano tiene en esto un signo que lo debe evidenciar. Somos hombres nuevos, que deben vivir en la superación continua de una realidad que no puede quedarse en los mínimos. Esta madurez es un trabajo arduo que debe ser realizado sin descanso. Es difícil el camino, pues implica renunciar a las propias seguridades en las que nos podemos sentir tan cómodos. Para muchos es preferible contentarse con pisar firme donde están, que salir de la zona de confort en la que se han ubicado, pues así se evitan problemas y confrontaciones con el mundo y con los hermanos. Pero, al haber sido convocados a más, no podemos dar espacio libre al conformismo y a la pasividad, pues no hemos sido llamados a eso. En medio de incertidumbres y de inestabilidades, nuestra convicción debe apuntar a que estamos llamados a algo más y mejor. Somos los hombres nuevos del amor, y tenemos en Jesús la capacidad de deslastrarnos de lo ordinario, apuntando a lo máximo: "Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo". Y lo nuevo es hermoso, atractivo, totalmente compensador. Por ello, vale la pena dar los pasos necesarios para llegar a esa plenitud.
En esa línea está la oferta de Jesús. La llamada es acuciante, pues es para que avancemos continuamente en esa ruta de abandono en su amor y no nos detengamos. Él nos lanza al mundo, confiando inmensamente en sus salvados. Es la gracia que nos demuestra cuando coloca en nuestras manos esa responsabilidad. Es el mundo entero y cada hermano el que nos ha colocado como tarea. Ese mundo y esos hermanos son regalos de su amor puestos en nuestras manos. Son demostraciones de su amor y de su confianza infinitas por nosotros. No podemos hacernos los ignorantes ante tamaño favor. La criatura responsabilizada de lo creado. Pero Jesús lo hace buscando hacernos entender que necesitamos asumir que esa obra no será lograda en el ejercicio de una especie de poder sobrehumano que nos haya sido donado, sino en nuestra condición de indigencia, pues jamás dejaremos de ser simples criaturas que existen gracias a su gesto de amor. Esa referencia nunca debe faltar, pues es esencial para lograr avanzar. El episodio del mar calmado después de la tormenta es emblemático de esto. El mar embravecido es el mundo malo que se revelará a las insinuaciones amorosas del Señor. No comprende ese mundo que el único objetivo de Dios al permitir avatares, dolores, sufrimientos, no tiene nada que ver con movimientos de mal, pues jamás tienen como objetivo ese. Dios nunca actuará así, sino que apunta a que el hombre pruebe la necesidad que tiene de Dios y de su amor para subsistir. La aparente ausencia de bien no es tal, sino que es la ocasión para poder elevar la mirada y descubrir la altura a la que se nos llama. Por ello, aunque aparentemente duerma, Jesús está presto para alzar su mano en defensa de los suyos: "Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: 'Vamos a la otra orilla'. Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre su cabezal. Lo despertaron, diciéndole: 'Maestro, ¿no te importa que perezcamos?' Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: '¡Silencio, enmudece!' El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: '¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?' Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: '¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!'". Es la barca de nuestra vida. En ella va Jesús fortaleciéndonos y calmando lo que nosotros no podemos calmar. Es, en signo teológico, la barca de la Iglesia que también sufre en el mundo y lucha contra muchas tempestades. Pero es también nuestra vida la que lucha por bogar hasta el mar en calma que es el amor infinito de Dios y al que queremos llegar para vivir eternamente felices. Necesitamos la fe para lograrlo. Y Jesús nos tiende la mano para que la tengamos y nos abandonemos en ella.
El amor a Cristo nos apremia, es condición para la Paz y nos abre las puertas para todo beneficio☺️
ResponderBorrarEl único objetivo de Dios de permitir que enfrentemos tormentas en nuestra vida, solo busca que el hombre sienta la necesidad que tiene de Dios, en su vida y la de su amor para subsistir.
ResponderBorrar