En el Nuevo Testamento nos encontramos con los tesoros de la revelación amorosa de Jesús, que llega a su culminación en su presencia encarnada en María. No obstante, así como aquella revelación fue progresiva en el descubrimiento del amor extremo de Dios por nosotros, no dejó en la larga antigüedad en la que se dio, de estar revestida de una formalidad ligeramente acartonada que daba una impresión de echar en falta una más profunda intimidad afectiva que diera al traste con una posible lejanía destructiva de una mayor unión con Dios. El giro se da radicalmente con el amor hecho carne en Jesús, que ha tomado su cuerpo de la Mujer que ha demostrado más amor a Dios que todos los seres sobre la tierra. Ella, abandonada totalmente en las manos del Dios que la ha elegido, pone a nuestra vista una relación de ternura, de intimidad, de cercanía y de amor que nunca antes se había dado antes. No es que no hubiera gestos anteriores de esta cercanía con Dios. Los hubo siempre y podemos descubrirlos en algunos de los grandes personajes. Es impresionante, por ejemplo, la confianza extrema y amorosa de Abraham con Yahvé, el abandono de Noé en las manos del rescatador, la aceptación humilde de Jacob de la voluntad divina, la disposición de aceptar las indicaciones extremas de Yahvé que mostró Moisés, la esperanza que siembra Dios en el corazón de David, llenándolo de la conciencia de su elección de ser el padre de Israel... No faltaron en esa historia maravillosa estos grandes personajes que abrieron su alma al Creador de amor. No obstante, esta relación amorosa e íntima no llega a su punto culminante sino hasta cuando el Redentor aparece en el mundo, tomado de la mano de la Mujer más tierna de la historia, de la cual Él es, evidentemente, el heredero. La ternura natural de la mujer, poseída esencialmente por María, es transmitida a su Hijo, blanquecinamente. No podía ser de otra manera, pues fue de Ella de quien el Hijo de Dios hecho hombre, adquirió todas esas cualidades humanas que lo enriquecieron. No hubo otra fuente para Él. Lo que adquirió posteriormente en su experiencia vital como hombre, lo fue adquiriendo por su experiencia particular de relación con la humanidad que venía a salvar, pero en lo esencial, su manantial fue el corazón de su Madre. Por eso, como María fue tierna, humilde, detallista, disponible, el Hijo de Dios humanado fue heredero directo y adquirió para sí las mismas cualidades maternas.
Desde ese momento de la encarnación gloriosa, aquella sensación de falta de algo más cercano en la relación con el Dios del amor, quedó derrumbada. Si hubo grandes demostraciones de un afecto infinito en lo antiguo, la demostración llega definitivamente a su punto más alto en Jesús. El Dios del amor echa el resto en su deseo de mostrarse unido totalmente en su amor, en su afecto, en su búsqueda del bien para su criatura. Ya no hay nada que obstruya esa clara intención. Su deseo es el de que el hombre entienda perfectamente que, siendo un Dios poderoso que ama infinitamente, es también un Dios que está absolutamente cerca del hombre. Para Dios no se hace suficiente lo formal del conocimiento de su existencia, ni siquiera el reconocimiento de su poder por parte del hombre, sino que, conociendo como conoce a su criatura, sabe que el componente afectivo es también esencial y por eso concede esta experiencia de afecto, de ternura, de delicadeza, para que la experiencia total del hombre sea una realidad. Jesús, sabiéndose el instrumento privilegiado para lograr esta finalidad, la asume con toda responsabilidad e ilusión, desde su conciencia de enviado por el amor: "Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: 'Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados'. Él les contestó: '¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la cosas de mi Padre?' Pero ellos no comprendieron lo que le dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón". Desde esos tempranos momentos de su vida redentora, asumió bien el deseo de Dios de estar cercano a todos. Ese era su objetivo: colocar a Dios en el centro, lo más cercano posible, de modo que todos sintieran que era un Dios que estaba allí, tierno y amoroso, regalando todo el afecto que el hombre requería.
En la comprensión y en la experiencia de esta novedad, que nos pone a Dios tan cercano, que es "más íntimo a mí que yo mismo", a decir de San Agustín, se va la vida de aquella Iglesia que nacía y pugnaba por hacer comprender a todos los hombres esta cercanía absoluta del Dios del amor con los hombres. El experimentar esa ternura divina, ese amor radicalmente oblativo, era fundamental. Evidentemente la meta es la de la salvación de todos los hombres. Y a llevar esa salvación se dedica el instrumento fundado por Jesús, que es la Iglesia. Pero ese gesto emocional, afectivo, era fundamental para vivirlo con la máxima intensidad. Es impresionante reconocer cómo los apóstoles asumen esa tarea con la máxima delicadeza, considerándose esenciales en este proceso de comprensión. Se sienten los principales actores en esta misión, al punto de que la imitación que hacen del Maestro los lleva a ser el reflejo que descubra ante todos esa ternura divina. Son los padres de las nuevas comunidades y a ellas se entregan con la mayor ilusión: "Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo los exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en Él". En el proceso del conocimiento de Dios y de la experiencia de su amor, la componente doctrinal es muy importante. Afirmamos incluso que es esencial. Pero dada la condición afectiva del hombre, y el atractivo mayor que ejerce sobre el espíritu humano su condición emocional, la ternura de Dios, una vez más, como muchas antes en la historia humana, condesciende y concede ese regalo amoroso de hacernos sentir a todos su ternura, la cual no nos faltará jamás y estará eternamente presente ante nosotros.
Padre bueno, haz que aprendamos de la sagrada familia a peregrinar en el claro oscuro de la Fe. Revive nuestra Fe😌
ResponderBorrarDebemos ser coherentes con nuestras palabras y obras como lo fue Jesús desde niño que consciente de la misión por la cuál había sido enviado, dijo a su madre cuando lo buscaban y lo encontraron en el templo ¿Porque me buscaban?¿No sabían que yo debo estar en las cosas de mi Padre? Jesús con todo su amor volvió con ellos a Nazareth y su Madre guardó todas esas palabras en su corazón.
ResponderBorrarDebemos ser coherentes con nuestras palabras y obras como lo fue Jesús desde niño que consciente de la misión por la cuál había sido enviado, dijo a su madre cuando lo buscaban y lo encontraron en el templo ¿Porque me buscaban?¿No sabían que yo debo estar en las cosas de mi Padre? Jesús con todo su amor volvió con ellos a Nazareth y su Madre guardó todas esas palabras en su corazón.
ResponderBorrarDebemos ser coherentes con nuestras palabras y obras como lo fue Jesús desde niño que consciente de la misión por la cuál había sido enviado, dijo a su madre cuando lo buscaban y lo encontraron en el templo ¿Porque me buscaban?¿No sabían que yo debo estar en las cosas de mi Padre? Jesús con todo su amor volvió con ellos a Nazareth y su Madre guardó todas esas palabras en su corazón.
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