Una de las realidades que los discípulos de Jesús jamás podremos dejar de lado es la de nuestra condición humana que da marco a todas nuestras actuaciones. Somos seres indigentes, cuya existencia está esencialmente marcada por nuestro origen divino, que se basa en el amor infinito de quien en un momento de su historia eterna, decidió que todo lo que no fuera Él existiera. Sabemos que fue una decisión absolutamente libérrima, en la que Dios "hipotecó" su propia libertad, pues desde ese momento, solo movido por la necesidad de su amor, se lanzó a esa aventura maravillosa de la creación, que lo ató eternamente a su criatura. Dios asumió su compromiso con toda la carga de amor, de paternidad, de providencia. Y nos dejó nuestra naturaleza como marca de origen. Por ello, a su imagen y semejanza, nos llenó de sus propias cualidades: nos dio la libertad, nos dio la inteligencia y la voluntad, nos dio la capacidad de amar, nos regaló a los hermanos para que diéramos muestras de nuestro ser fraternos en la solidaridad. A nada de eso podemos nunca renunciar pues está en nuestra genética original. Y en esa variedad riquísima con la que nos ha creado, debemos saber descubrir que nada de eso puede convertirse en pobreza, pues al haber surgido de la voluntad creadora del Señor, será siempre bueno, pues Dios nunca quiere que exista nada que no se convierta en un tesoro en la vida de los hombres. Es imposible que el Señor que nos ha creado desde su amor y para el amor, permita que no haya una sola realidad que no sea una riqueza. Por ello, nos encontramos en la vida ordinaria con ese abanico de conductas, de conocimientos, de vivencias, que a veces consideramos invasivas a nuestras maneras de ser, pero que con un discernimiento más profundo, podemos llegar a descubrir que, por su presencia, la vida se presenta más bella y más atractiva. La variedad es, sin duda alguna, una manera de enriquecer la vida de todos.
Es tan sorprendente esto, que nos quedamos asombrados ante las reacciones que incluso los seguidores más fieles del Señor pueden tener ante el ministerio que les ha tocado llevar adelante. El apóstol San Pablo nos sale luminoso al encuentro, dirigiéndose a su amada comunidad de los Corintos, ante los cuales se siente tan responsable, tan pastor, tan padre, y en un gesto de confianza extrema con ellos, desnuda completamente su espíritu y da rienda suelta a "chiquilladas" apostólicas. No tiene ningún problema en presentarse como es, pues se considera totalmente libre. Sabe bien que el ocultamiento no es el mejor camino. Habiendo cumplido fielmente con su tarea, anunciando la verdad de Jesús y de su salvación, habiendo conquistado sus corazones para el amor, impulsándolos a la vida fraterna en el Espíritu de Dios, asumió el derecho que tenía para poner sobreaviso acerca de los posibles caminos equivocados que la comunidad pudiera recorrer. Por ello, sin ningún ambage, se trasparenta completamente: "Hermanos: Puesto que muchos se glorían de títulos humanos, también yo voy a gloriarme. A lo que alguien se atreva - lo digo disparatando -, también me atrevo yo. ¿Que son hebreos? También yo; ¿Que son israelitas? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que son siervos de Cristo? Voy a decir un disparate: mucho más yo. Más en fatigas, más en cárceles, muchísimo más en palizas y, frecuentemente, en peligros de muerte. De los judíos he recibido cinco veces los cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido azotado con varas, una vez he sido lapidado, tres veces he naufragado y pasé una noche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajo y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa. ¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿Quién tropieza sin que yo me encienda? Si hay que gloriarse, me gloriaré de lo que muestra mi debilidad". No es jactancia lo que demuestra. Es la realidad de lo que le ha costado su obra misionera. Más aún, se cuida mucho de darse a sí mismo el mérito, pues reconoce claramente que la gloria es de Dios, que ha sabido sostenerlo en su debilidad. Aun cuando él se ha puesto en la total disponibilidad para el servicio del Evangelio, sabe muy bien que todo lo que ha logrado hubiera sido imposible si no hubiera recibido la gracia, la fuerza, la inspiración del Espíritu que lo había ungido. Esa es la clave de su orgullo: nunca atribuirse la gloria a sí mismo, sino a Dios. Su único mérito estaba en dejarse conducir.
De este modo, se entiende el remate que coloca Jesús a los seguidores. Debemos colocar el corazón en lo que no perece. Equivocamos el camino cuando lo ponemos en lo que pasa, en lo que desaparece. Un auténtico discípulo de Cristo no puede pretender que su existencia sea tan perecedera como todo lo que lo rodea. Estamos llamados a muchísimo más, pues estamos llamados a la eternidad. Nunca nada tiene mayor valor que eso. Nuestra inmanencia no se resuelve en el final de las cosas. Trasciende hacia una eternidad que le da sentido, y que hace elevar nuestra mirada, nuestras añoranzas, nuestros sueños, nuestras metas, sobre lo que sabemos dejará de existir en algún momento. Esto no se debe entender como un desprecio a la realidad en la que estamos asentados, pues al fin y al cabo todo es parte del plan de salvación. Más aun, es desde esa realidad desde la cual vamos a trascender, por lo cual de ninguna manera podemos despreciarla. Solo asumiéndola, es decir poniéndola en lo esencial que le corresponde, podremos dar el salto cualitativo y gigantesco que deberemos dar en el momento en que seamos convocados. Solo asentados firmemente en nuestra realidad actual, pisando firme en ella, podremos ascender. Debemos mirar y pisar firme sobre el horizonte actual, con la añoranza de la eternidad, que es nuestra meta. Es el compromiso del cristiano que nunca debe renunciar a luchar por un mundo mejor, más humano, más fraterno, más justo, más pacífico. Ese será el legado que debe dejar cada uno de nosotros: "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 'No atesoren para ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesoren tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!" Por ello, entendemos que estamos llamados a cosas mayores. Nada hay más importante que el amor, que nuestra salvación y la salvación de nuestro hermanos. Nuestros tesoros no pueden ser los que se coman la polilla. Deben ser los que prevalecen para la eternidad. En medio de nuestra realidad existencial, a la cual jamás podremos renunciar, pues forma parte de nuestra esencia, debemos siempre apuntar a lo superior, que es a lo que estamos llamados por el amor eterno que Dios nos tiene. A eso nos llama y con esperanza allí llegaremos.
Señor, Llena nuestro corazón con el fuego de tu Amor, para despegarnos de nosotros mismos. Danos un corazón libre de egoísmo☺️
ResponderBorrarNuestro compromiso como cristiano es no renunciar nunca a luchar por un mundo mejor, más humano, más fraterno, mas justo.Es el legado que debemos dejar cada uno de nosotros a la humanidad.
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