De entre las experiencias más duras que podemos tener los cristianos podemos decir que la más terrible es la del desprecio de los propios. De los que no conocemos y son duros de corazón es natural que tengamos reacciones opuestas, que sean signos de desprecio, incluso de persecución y hasta de sufrimiento. Cuando el Señor envía a los discípulos al mundo, los pone sobre aviso: "Los envío como corderos en medio de lobos", alertando de que su mensaje no será de ninguna manera bien recibido, sobre todo cuando se trata de esos lobos que están demasiado acostumbrados a vivir en el fango, regodeándose en el mal, lejos de la justicia y de la solidaridad, y que en su momento ven cómo peligra su obstinación en el mal cuando llegamos con nuestro mensaje de amor y de servicio, de solidaridad y fraternidad. El mal es perseverante e infundirá siempre en sus seguidores la obcecación para no perder esos "privilegios" que han ganado a fuerza del sometimiento de los demás, dejando a un lado toda idea del bien. Nosotros, los corderos, siguiendo la indicación de Jesús, no debemos sorprendernos de esta reacción de los lobos. En todo caso, también es cierto que Jesús nos llena de esperanza cuando nos anuncia que al enviarnos no se desentiende de nosotros, sino que está a nuestro lado como apoyo y fortaleza: "En el mundo sufrirán tribulaciones, pero no teman, Yo he vencido al mundo". Existe una realidad totalmente segura, y es la de que el mundo reaccionará al mensaje de amor y de fraternidad que le lleva el cristiano. Pero hay una verdad mayor que es además insoslayable, que es la de que Jesús cuando manda a remar mar adentro no se queda en la orilla, sino que aborda también la barca y va con los marineros. De esa manera, Él no se hace el desentendido y está vigilante para calmar las tempestades que se presenten en la travesía. Las promesas de ese acompañamiento son innumerables, por lo que no podemos pensar nunca que estamos desguarnecidos en esta aventura a la que se nos envía. Jesús promete su permanencia, y además asegura la presencia de su Espíritu que dará fuerzas e iluminación a quienes deben recorrer los caminos del mundo con su mensaje: "El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, El les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho". El realismo de Jesús puede ser, ciertamente, crudo. Pero es también muy esperanzador.
Sin embargo, en ese realismo, la crudeza es extrema cuando a las relaciones con los más cercanos se refiere. "El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir". Es muy duro lo que nos presenta Jesús como perspectiva, pues se trata no solo de aquellos de los que esperamos naturalmente que se opongan, sino que serán los propios, los de la misma sangre, los que se pondrán al acecho y nos procurarán los mayores sufrimientos y hasta la muerte. Incluso llega al extremo de proponer que al hacerlo pueden estar pensando en que están haciendo algo bueno: "A ustedes los echarán fuera de las sinagogas; y llegará el día en que cualquiera que los mate pensará que le está prestando un servicio a Dios". Cuando se nos coloca ante esta perspectiva, se concluye naturalmente que en lo humano no es nada halagüeño ser servidor de Jesús y de su reino. Por ello, el enfoque debe ponerse no solo en esto negativo, pues lo oscuro llama a dejarlo todo y huir, sino que se debe colocar en el enfoque del acompañamiento y de la iluminación y fortaleza que se recibirá, además de la compensación infinita de saber que se está haciendo lo que Dios quiere de nosotros, que al hacerlo Él está allí a nuestro lado por lo que nos sabemos infinitamente bendecidos con su amor y su fortaleza, y de que nos espera un futuro de total armonía y paz después del dolor, que compensa con mucho los tragos amargos que hubo que beber. Está claro que la perspectiva no puede ser solo trágica. No es el sufrimiento la marca del cristiano. Es el consuelo y la esperanza. Es el alivio y la promesa de vida eterna. Es el hacerse solidario con el que sufre y llevarle el amor de Dios que lo quiere feliz y quiere su salvación. El signo lo marca el futuro y ese signo impregna el presente. Por ello, en medio del dolor o el sufrimiento que pueda presentarse se debe tener un espíritu de dicha porque se está sirviendo en el amor a los hermanos. Eso explica la sonrisa angelical de los santos. Por ejemplo, la de Santa Teresa de Calcuta que servía en medio de la mayor indigencia, de la mayor indiferencia y de los mayores dolores, que producían puntillazos en el corazón, pero que lo hacía con una felicidad que solo se puede explicar cuando se sabe que en medio de todo ese sufrimiento se estaba siendo instrumento del amor de Dios, lo que borraba todo malestar. "Mi interés no es ni siquiera que se conviertan. Mi interés es de que cuando mueran, sepan que al menos en esos momentos finales de su vida, hubo alguien que sí los amó", decía refiriéndose a los indigentes moribundos que se encontraba en las calles de Calcuta. ¿Cómo no rendirse al amor de Dios con esos ejemplos grandiosos, vengan las dificultades que vengan?
Nada debe servir para la desilusión del enviado. Ni siquiera el rechazo de los propios. Fue la experiencia de Jeremías, enviado por Dios a profetizar a las autoridades del pueblo: "Cuando Jeremías acabó de transmitir cuanto el Señor le había ordenado decir a la gente, los sacerdotes, los profetas y todos los presentes lo agarraron y le dijeron: 'Eres reo de muerte. ¿Por qué profetizas en nombre del Señor que este templo acabará como el de Siló y que esta ciudad quedará en ruinas y deshabitada?'
Y el pueblo se arremolinó en torno a Jeremías en el templo del Señor". Jeremías es el prototipo del enviado que es rechazado por su pueblo, perseguido y escarnecido por llevar el mensaje de Dios. Humanamente llegó a tener la tentación de dejarlo todo y retirarse al desierto, incluso de morir, dejando así de ser profeta. Pero pudo más el deseo de seguir sirviendo fielmente a la causa de Dios. También este escarnio lo vivió el mismo Jesús: "La gente decía admirada: '¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?' Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: 'Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta'. Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe". Jesús vivió el dolor del rechazo de los suyos, sin duda. Pero no por ello dejó de hacer lo que le correspondía. Aunque la falta de fe de ellos le impidió hacer portentos en su favor, siguió adelante con su misión y no dejó de favorecer a los hombres con su mensaje de amor y las maravillas que realizaba. La satisfacción de ser enviado por Dios para el rescate y la salvación de los hermanos, mediante la obra que debía llevar adelante, fue suficiente motivación para seguir adelante, sin importar las consecuencias que eso tenía para Él. El amor a Dios y a los hombres, la alegría del servicio total, la entrega incluso hasta la muerte por cumplir su tarea, fue la motivación final y completamente satisfactoria para Él. Aquella frase final, "Todo está consumado", no es la del hombre sufriente y derrotado que está a punto de morir en la cruz, sino la del que sabe que ha cumplido y ha llevado todo a su plenitud. Es la frase del hombre que está satisfecho de haber hecho lo que le han encomendado. Es como si Jesús hubiera dicho "misión cumplida", y eso, a pesar de que la acarreaba la muerte, era su mayor satisfacción. Se presentaba ante Dios con las manos llenas, satisfecho de haber hecho lo que tenía que hacer y por ello había logrado la salvación de todos y cada uno de los hombres del mundo. No existe posibilidad de una alegría mayor. Esa debe ser también nuestra misma alegría al cumplir con nuestra tarea al ser enviados al mundo.