martes, 28 de julio de 2020

La unidad no es uniformidad. Es riqueza en la diversidad

EVANGELIO DEL DÍA: Mt 13,36-43: Acláranos la parábola de la cizaña ...

Una realidad esencial en la vida de los hombres es la de la solidaridad, la de la vida en comunidad. Desde el mismo principio de nuestra existencia, la sentencia divina lo estableció como parte de nuestra naturaleza: "No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda adecuada". Desde aquel momento, los hombres estamos destinados a vivir en esa comunidad de vida y de intereses, de esfuerzos y de metas. Empeñarse en vivir en la individualidad absoluta, como islas sin relación mutua, atenta frontalmente contra lo que es nuestra tendencia natural. Por ello, quien se empeña en vivir en ese aislamiento enfermizo nunca alcanzará la felicidad, pues su plenitud, así está establecido, solo la logrará en la relación fraterna y en la solidaridad con los demás hombres. Más aún, a pesar de que ciertamente podrá alcanzar algunos logros quien así procede, jamás avanzará tanto como lo puede hacer cuando se asocia con otros para la persecución de metas. La asociación es algo natural, nos hace más fuertes, nos enfoca mejor en el logro de objetivos. Cuando somos más, somos más fuertes. La individualidad nos debilita y nos hace fácilmente presa de las dificultades. La unión hace la fuerza. Sin embargo, no se trata de una uniformidad que nos amalgame y nos haga perder nuestra sana individualidad y que nos haga clones unos de otros o robots que respondan todos a la misma programación. Eso sería la negación de la individualidad hermosa que nos regaló el mismo Creador al darnos la existencia. Se trata de la unidad que resulta del aporte de la diversidad enriquecedora y variopinta que hace que exista una verdadera preocupación por hacerse uno, en la vivencia de la solidaridad querida por Dios. Quien ya es igual no tiene que esforzarse por hacerse igual. Quien no lo es, se esfuerza por acercarse a lo diverso que es el otro, con lo que demuestra su afecto por la vida comunitaria al realizar su aporte para querer agregar lo que su propia diversidad puede sumar como riqueza a la gran unidad que se desea, eliminando lo malo propio y añadiendo lo mejor que tiene, con lo que resulta una creación pictórica hermosa que se embellece con los diversos pinceles y los variados colores que cada uno posee. La unidad lograda desde la diversidad es un gran tesoro que tenemos. Naturalmente, esa misma diversidad asegura que en algún momento puedan presentarse "cortocircuitos" por algún desacuerdo o alguna diferencia de óptica o de criterios. La unidad deseada nos llama a buscar el acuerdo. El éxito de todos pesa más que el éxito de uno. Por ello, en un acuerdo que se alcance, aun cuando signifique el tener que renunciar a la propia idea o a la dirección que se considera la más idónea a nivel personal, todos resultamos ganadores. Nadie pierde en el acuerdo. Al ser favorecida la unidad, gana la comunidad, y por tanto ganan todos.

Esa unidad establecida y deseada por Dios para todos los hombres debe convertirse entonces, en nuestro estilo de vida. La cima de la vida comunitaria se alcanza en la participación de todos en la gran comunidad de los seguidores de Jesús. Si nos ponemos a pensar en la inmensa diversidad que se presenta en esa gran comunidad de los discípulos de Cristo, podemos llegar a ser sorprendidos por la perspectiva que se nos presenta a nuestra vista. Desde el mismo origen, a los diversos estilos de vida que posee cada uno, a las formas diversas de celebrar la fe, a las diversas valoraciones que le dan a la realidad temporal que cada uno vive, a los acentos diversos que le ponen a cada uno de los miembros de la familia, a las condiciones de vida en las que desarrollan su propia unidad, a las maneras diferentes de celebrar la vida y la muerte, a los modos de ser solidarios con los más necesitados de la comunidad, a las distintas maneras de reaccionar ante las dificultades y ante los gozos, tenemos un abanico inmenso de posibilidades. Y, sin embargo, todos somos discípulos del mismo Cristo, seguidores de sus mismas enseñanzas, contempladores de sus mismos misterios, llamados a la misma meta. No quiere Jesús una misma conducta en todos. A su vista, cuando nos dijo a los hombres: "Vengan a mí todos", estaban el africano con su mentalidad animista y panteísta, el europeo con su bagaje de historia y de cultura, el americano con su riqueza indígena variadísima que posee tantos valores, el asiático con su cultura milenaria y única, el oceánico con sus misterios casi vírgenes... Nada de eso estaba oculto a Jesús. Y así mismo nos llamó a todos. La unidad que quiere es la unidad en el amor a Dios y entre nosotros, sea desarrollada como sea. La idea es la de la vida comunitaria, en la que todos amemos a Dios por encima de todo, y a los hermanos, al punto de servirlos con el único objeto de demostrar nuestro amor por ellos, que llegará incluso a desear entregar la vida por su bien, tal como lo hizo Jesús. "Nadie tiene más amor que aquel que entrega la vida por sus amigos". Es ese el ideal de la vida comunitaria. Hacia allá debe extenderse. Es alrededor de ese nodo que debe tejerse. Por eso, en el seguidor de Jesús, venga de donde venga y tenga el estilo que tenga, la suerte de los hermanos debe sentirse como la propia suerte. No puede haber un desentenderse de ella. El deseo más profundo que debe haber en los cristianos es el de la salvación de todos los hermanos, sean quienes sean, por encima de las diversidades y de los naturales desacuerdos que pueda haber.

De alguna manera es lo que nos enseña Jesús cuando nos pide que no arranquemos de raíz la cizaña que crece en el campo del trigo: "'Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?' El les contestó: 'Algún enemigo ha hecho esto.' Le dicen los siervos: '¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?' Les dice: 'No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquen a la vez el trigo. Dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recojan primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y el trigo recójanlo en mi granero'". Se puede entender como la opción que da Dios a los que son trigo, para hacer cambiar a la cizaña. También, en cierto modo, la cizaña es una víctima del demonio que debe ser rescatada. Es quien se ha dejado conquistar por Satanás y está sembrado junto al trigo para dañarlo. Jesús nos pide que la dejemos hasta el último día, el de la cosecha. Pero no nos impide el que intentemos en ese ínterin, atraerlo para que se transforme de cizaña en trigo. En todo caso, Jesús nos ha demostrado que quien tiene el poder es Él y que no hay nada imposible para Él. Por lo tanto, tampoco hay nada imposible para nosotros, sus discípulos, cuando estamos unidos a Él y contamos con su poder. Al final, si la cizaña, aun conviviendo con el trigo, siendo testigo de la plenitud de vida que va adquiriendo el trigo en su unión con Dios y en la fraternidad mutua, no llegara a convertirse en trigo, será declarado por perdido: "El Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes". Es la suerte final que vivirá la cizaña que se ha empeñado en su maldad, en su vivencia lejana del amor a Dios y a los hermanos, y se ha obcecado en servir al demonio. El corazón de quien es trigo nunca puede darse por satisfecho del esfuerzo que debe hacer por conquistar a todos: "Mis ojos se deshacen en lágrimas, de día y de noche no cesan: por la terrible desgracia que padece la doncella, hija de mi pueblo, una herida de fuertes dolores." Además de cumplir con su tarea de crecer en su unión con Dios, en el amor a Él y a los hermanos, tratando incluso de que la cizaña se transforme en trigo, se convierte en intercesor perfecto delante de Dios para atraer su gracia sobre todos: "Reconocemos, Señor, nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres, porque pecamos contra ti. No nos rechaces, por tu nombre, no desprestigies tu trono glorioso; recuerda y no rompas tu alianza con nosotros". La conciencia de comunidad que tiene el trigo nunca lo aislará. Tendrá perfecta conciencia de ser parte de un todo. Y luchará siempre por que ese todo, completo, alcance la plenitud. Esa será su propia plenitud.

3 comentarios:

  1. En nuestro estilo de vida, la enseñanza es dejar que la buena semilla crezca en nuestro corazón.

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  2. En nuestro estilo de vida, la enseñanza es dejar que la buena semilla crezca en nuestro corazón.

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  3. Magnífica interpretación de la lectura.del Evangelio de hoy. Pues se nos alerta.de cómo los cristianos debemos salvarnos en racimo.y no aislados. "LA suerte de los hermanos debe entenderse como la propia suerte" , por lo tanto preocuparnos por las víctimas del enemigo (la cizaña)..Pero para que nuestro terreno coseche buen trigo también debemos prepararlo, abonarlo, con los sacramentos, la Eucaristia y las obras de caridad. Es pues una amorosa tarea el ser "cristianos", don y tarea...

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