Marta, la hermana de Lázaro y María, la familia de Betania que era gran amiga de Jesús y con la que pasaba momentos de sosiego y de reposo, es un personaje único. Es encantadora la manera fluida y totalmente transparente con la que interactúa con Jesús. Lo consideraba de verdad su amigo, amigo de la familia, y no andaba con ocultamientos cuando de descubrir lo que había en su interior delante de Jesús correspondía. Lo consideraba también parte de la familia, por lo que lo trataba como seguramente trataba a su hermano Lázaro o a su hermana María. Probablemente Jesús los había conocido algún tiempo antes, quizás en una relación previa de ambas familias, la de ellos y la de Jesús, o quizás en alguno de sus viajes, en los cuales, como vemos en otros casos, era normal que se ofreciera morada al viajero como una cortesía con alguien que necesitaba un techo para reposar. Lo cierto es que la relación de Jesús con esta familia es mucho más profunda que la que demuestra tener con otros personajes que nos presentan los Evangelios. Y se nota que ellos ocupaban un lugar privilegiado en el corazón de Cristo. Podría pensarse que humanamente Jesús sentía una cierta predilección en la relación con ellos, haciendo justicia del sabio adagio popular "Amor con amor se paga". Si recibía tanto amor de ellos, lo lógico es que naturalmente surgiera de su corazón como respuesta el mismo amor. Jesús es el Dios que se ha hecho hombre, y su humanidad se evidencia en las reacciones que tiene y que serían las que tendríamos cualquiera de nosotros ante los estímulos que podemos recibir. Jesús no es distinto de nosotros en eso. Se ha hecho igual que cualquiera en todo, se había hecho uno más, menos en el pecado. Asumió el pecado sobre sus espaldas para cargarlo hasta la cruz redentora, pero no lo vivió como experiencia personal. Su humanidad fue la más pura, pues la tomó en su más perfecta originalidad, aquella que surgió de las manos del Creador en el primer momento de la existencia de los hombres, que luego fue contaminada por el mismo hombre al dejarse embaucar por el demonio. En esa humanidad vive el amor, la cercanía entrañable con los suyos, la amistad sabrosa al compartir momentos de sosiego y de reposo, la alegría de una conversación sobre temas a veces muy serios y a veces más banales, la sensación de estar viviendo momentos de paz y de serenidad en la seguridad de que donde se está no habrá mayores problemas. Los tres hermanos eran como una segunda familia para Jesús.
La frescura y la transparencia de la relación es tan grande, que precisamente por no haber necesidad de estar ocultando formas, vamos descubriendo atisbos de la personalidad de cada uno de los hermanos. Nos percatamos de la suavidad de carácter de María que, cuando está Jesús, para ella todo lo demás desaparece y no piensa en otra cosa que oírlo embelesada sentada a sus pies, pues lo consideraba el Maestro, o que cuando viene Jesús después de haber muerto su hermano estaba llorando y, al enterarse de que Jesús había llegado, sale de prisa a buscar consuelo en Él, haciéndole un reclamo suave por su ausencia. Nos encontramos también con Lázaro, del cual no se dan mayores detalles, aun cuando es quien recibe el mayor favor, al ser resucitado por Jesús. Lo más probable es que fuera muy sencillo, de pocas palabras, en una vida cotidiana en la que se evidencia el dominio de las mujeres, sobre todo de Marta, la que destaca como la jefa de familia, a pesar de que esa sociedad fuera una sociedad netamente patriarcal. Lázaro sería el jefe de familia hacia fuera, pero la que dominaba los hilos de la vida familiar era Marta. Era muy apreciado por la gente, como se desprende de lo que nos relatan los Evangelios alrededor de su muerte: "Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano". Y descubrimos finalmente en Marta una personalidad arrasadora, que no se guarda nada delante de Cristo, descubriendo la extrema confianza que sentía delante de Él, pero que sabe que es un hermano más de la familia al que incluso se le puede reclamar cuando se considera que está haciendo algo impropio. Ella le reclama a Jesús que no le llame la atención a María, cuando está agobiada por la carga de la casa mientras ésta está sentada a sus pies embelesada escuchándole. Ella sale al encuentro de Jesús cuando llega después de haber muerto su hermano, y le reclama muy sentida su ausencia, sin importar que hubiera gente alrededor: "Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto". Ella es capaz de intentar rebatir las palabras de Jesús, cuando le asegura que Lázaro va a resucitar: "Yo sé que resucitará en la resurrección del último día". Y es ella la misma que confiesa una fe extraordinaria en Jesús: "Sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá". Está claro que en la naturalidad de la relación, se va aclarando paulatinamente para ellos quién es Jesús. No es un simple amigo, aun cuando eso era de lo más valioso que les había ofrecido el Señor. Era la presencia de Dios en medio de ellos.
En el encuentro con Marta se da quizá una de las conversaciones con Jesús que echan más luces sobre lo que es su identidad más profunda. Sin duda, Jesús tuvo momentos en los que, según nos relatan los Evangelios, fue revelando a los discípulos quién era. "¿Quién dicen ustedes que soy yo?", le preguntó a ellos en un momento, y Pedro dio la respuesta grandiosa, iluminado por el Padre: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Esa era la carta de identidad de Jesús. Pero delante de Marta Jesús da una definición aún más radical: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre". Ya no tiene que ver solo con lo que es su identidad más profunda, sino que, basándose en eso que es, aclara lo que ello implica para cada hombre. La relación con Jesús no es solo la relación con el Mesías, con el Hijo del Dios vivo, sino que implica para quien a Él se acerque y viva su vida, la victoria total sobre la muerte y sobre la frustración eterna. Quien se acerca a Jesús y vive de Él, tendrá la vida eterna, no morirá para siempre. Es una luz que echa Jesús sobre lo que Él es, y lo hace delante de su gran amiga y hermana Marta. Ella lo cree así. Cuando Jesús, después de decirlo, le pregunta: "'¿Crees esto?'. Ella le contestó: 'Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo'". Es una confesión de fe absoluta en Jesús. Para ella, como seguramente también para sus hermanos, Jesús no solo era ese amigo que venía ocasionalmente a pasarla bien con ellos. Con todo lo hermoso y placentero que eso pudiera haber sido siempre, Jesús era Ese que había estado esperando Israel por tantos años, Aquel que había sido anunciado por todos los profetas del Antiguo Testamento, Ese que hacía que la historia llegara a su momento culminante pues era el que anunciaba la llegada de la plenitud de los tiempos. En Marta se da la amalgama de las mejores experiencias que debemos tener cada cristiano que queremos llenarnos de la gracia que Jesús trae. Es una de las hermanas de esa familia que sostenía una relación entrañable de amistad con Jesús y que mantenía esa relación fresca, cercana, transparente, con el que era su amigo. Y tenía plena conciencia de que ese gran amigo suyo era el Mesías, el Redentor, el Hijo del Dios vivo, Dios mismo Él, que era capaz de alcanzar para ellos cualquier favor que le pidieran, porque Dios le concedía todo lo que le pidiera. Era su amigo, y estaba a su favor con todo el poder de Dios a su mano. Así debe ser Jesús para nosotros. Debe ser para nosotros el amigo entrañable, el que está siempre cercano a nosotros, con el que debemos relacionarnos de la manera más fluida y transparente, y Aquel en quien podemos tener la fe más sólida, pues es el Dios que ha venido para darnos todo su amor y hacerlo todo en favor nuestro.
Que coloquial, sencilla y amena explicación de la cercana amistad de Jesús con la.familia de Lázaro. Toca nuestros sentimientos de ese corazón humano que el mismo creador colocó en medio de nuestro pecho. El mismo corazón que sintió con ardor la ausencia de un amigo n que había fallecido. El corazón del mismo Jesús.Quien sabe cuanta tristeza y quizá hasta impotencia habría sentido il do el Señor en aquel momento, estremecido por las palabras de su amiga Marta quien sin miramientos ni pudor supo "reclamarle" a su amigo, su ausencia...si hubieses estado no hubiera muerto mi hermano...Pero ese hombre que lloraba a su amigo también era y es Dios, por lo que fue capaz de resucitarle. Qué privilegio de aquel hombre de ser amigo nada más y nada menos que del.Hijo de Dios.Pero Mons Viloria nos recuerda y consuela cuando nos dice "el amigo entrañable, el que está siempre cercano a nosotros, con el que debemos relacionarnos de la manera más fluida y transparente" y que es el.mismo Hijo de Dios. Que Santa Marta nos ayude que es lo más esencial en.nuestras vidas, la.amistad sincera, amorosa de Jesús y que cuando reclamemos al Señor, El mismo nos conteste que es el la Resurrecion y la Vida y que nosotros le contestamos Así lo creo y espero.en Ti Señor!
ResponderBorrarNosotros sus seguidores debemos confiar en él cómo nuestro amigo igual que Santa Marta creía en él como su mayor y más valioso tesoro al que entregó su confianza y fe.
ResponderBorrarNosotros sus seguidores debemos confiar en él cómo nuestro amigo igual que Santa Marta creía en él como su mayor y más valioso tesoro al que entregó su confianza y fe.
ResponderBorrar