Los miembros de la Iglesia conformamos la gran familia de Dios. Por el Bautismo nos ha sido donada la nueva vida que nos coloca en una novedad radical, inédita previamente, en la que somos elevados a una condición sin parangón, solo comparable a la que vivió el hombre apenas surgido de las manos creadoras del Dios del amor, pero que fue perdida por su empeño en querer hacerse superior haciendo extraño a Aquel que era la causa de su existencia. En el Bautismo se nos reincorpora a la vida de los que viven la gracia, es decir, la misma vida de Dios en sí. El Padre nos acoge de nuevo como sus hijos, arrebatándonos del poder del mal que se había erigido sobre nosotros con el pecado, concediéndonos el perdón de todas las culpas, trayendo como consecuencia el ser iguales al Hijo de Dios, no en el sentido natural que le corresponde solo a Él, sino siendo adoptados de nuevo como hijos, con la consecuente recuperación de la plena dignidad que poseíamos antes del pecado, y somos plenificados con la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas que nos hará capaces de caminar en la santidad de vida, haciéndose a su vez nuestro compañero de ruta, llenándonos de fuerza y de ilusión, capacitándonos para la vida de fe, haciendo que demos testimonio valiente y audaz del amor de Dios, manteniéndonos en la esperanza firme en el futuro de eternidad en el que todo será luminosamente claro y en el que se confirmará esa unidad que vivimos en nuestro itinerario terrenal, al que nos llama la vivencia común del amor y de la expectativa en la felicidad que nunca se acabará, que hace que procuremos lograr un mundo cada vez mejor, en el que empiece a reinar Dios y su amor, como adelanto de lo que sucederá en la utopía de la eternidad. Ese logro que obtenemos en el Bautismo es, podríamos decir, objetivo. Es lo que Dios produce en el ser de cada uno de los que se acercan a recibir ese nuevo nacimiento en el amor. Pero en él se da también una realidad subjetiva, la que corresponde a cada uno de los agraciados con esa nueva vida obtenida en el Bautismo. No se puede entender esa incorporación a la novedad radical de vida simplemente como una especie de inyección en la que no tiene ninguna participación cada uno de los beneficiados. Aun cuando hay una realidad objetiva que se hace posible por la acción divina que no deja de estar presente, los receptores de tales beneficios deben también hacer su parte, una que le corresponde activamente y que no puede faltar.
Podemos concluirlo de las palabras que dirige Jesús a los que le comunican la presencia de su madre y sus hermanos, que están buscándolo: "Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo". La respuesta de Jesús es tremedamente clarificadora: "'¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?' Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: 'Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre'". Nuestros amados hermanos que no están en plena comunión de fe con nosotros, han querido entender en este "desplante" de Jesús un desprecio a su Madre y una confirmación de que Ella tuvo otros hijos. Nada más lejos de la realidad. Baste con decir que la afirmación de Jesús es, por el contrario, la mejor alabanza a su propia Madre, por cuanto es Ella la primera que cumple esa condición que Él coloca para ser su Madre. Si alguien escuchó la voz de Dios y la puso en práctica fue Ella misma, al punto de que en Ella "la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". Por otro lado, los lingüistas más avezados reconocen que la palabra "hermano" en hebreo es, en primer lugar, el apelativo usado para los miembros en general del mismo clan familiar, sin necesidad de que fueran hijos del mismo padre y de la misma madre. Y más allá de esto, que no presenta ningún conflicto de interpretación, incluso según muchos exegetas protestantes, la realidad apunta a una condición que deben cumplir los que quieren conformar esa unidad al pertenecer al cuerpo de la Iglesia, la gran familia divina. No se trata de haber recibido una condición esencial que no los implique y los comprometa, sino que esa "inyección" de vida exige una respuesta de profundización y madurez personal en la que se dé la asunción de responsabilidades. Quien quiere ser un auténtico discípulo de Jesús, miembro real de su familia, y gozar de todas las prerrogativas que le da el haber sido hecho de nuevo por la nueva vida recibida en el Bautismo, debe entender que no se ha acercado a esa nueva condición de vida como el que va al surtidor de combustible y ha llenado el tanque hasta el tope, sin necesitar más concurso de su parte. Ello lo llama a una respuesta consciente y comprometida. "El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre". La realidad objetiva cumplida por Dios en el Bautismo, debe ser completada en la realidad subjetiva del corazón del agraciado. La salvación no es un ticket que sale automáticamente al pinchar en el botón del Bautismo.
La respuesta no es algo que se nos pide inconscientemente. Los hombres, por haber sido dotados de inteligencia y voluntad, necesitamos conocer lo que se nos ofrece, convencernos de su bondad, y actuar luego en consecuencia. No se trata de un simple racionalismo que se base en una supuesta suspicacia. Dios mismo nos ha enriquecido con esos dones para que los usemos. Y nos ha presentado un abanico casi infinito de razones por las cuales debemos convencernos de la conveniencia y de la compensación más que satisfactoria que recibiremos al colocarnos en la línea de la respuesta afirmativa a su propuesta de amor. La capacidad de razonamiento no debe hacernos la mala jugada de evitar el paso a la fe. Ese sería un racionalismo destructivo, el que impide ese salto final de confianza en el amor demostrado ostensiblemente por Dios con sus palabras y más aún con sus hechos portentosos en favor de sus hijos adoptivos tan amados. Entender las razones objetivas es un primer paso. Pero aceptar ser amado al extremo y por tanto colocarse confiadamente en los brazos de Aquel que nos ama con amor eterno, es el paso final que nunca debe dejar de ser dado. Será el paso que nos conduzca a escuchar la palabra de Dios y a cumplirla poniéndola en práctica con la confianza de que ese es el camino de nuestra plenitud y de nuestra felicidad. Nunca querrá nuestro mal ni algo menos bueno quien nos ama tanto. Es llegar a la misma conclusión que llegó el profeta: "¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta del resto de tu heredad? No conserva para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará nuestros pecados a lo hondo del mar". Es llegar a la conclusión de que el mejor modo de vivir es en el intercambio continuo de amor, en el que sentiremos siempre la compensación infinita de la vida nueva que nos regala Dios en el Bautismo y que no es solo una donación que recibimos pasivamente, sino que la hacemos más que consciente y por lo tanto más compensadora, con lo cual estaremos encaminándonos a la experiencia más sublime que podemos tener los hombres, que es la del amor vivido conscientemente, con todas las consecuencias, que nos lleva a entrar en ese ámbito en el que estaremos plenamente convencidos de ser los más agraciados y los más felices, pues estamos resguardados en ese corazón de amor que nos llena con plenitud y nos hace vivir la experiencia más sublime que es la de los hijos preferidos y amados de Dios.
De verdad que esta reflexión hasta nos tranquiliza, porque es una interrogante muy humana, sorprendernos de la respuesta de Jesús ante la advertencia de que lo esperaban "su madre y sus hermanos". El Señor recalca que cumpliendo su voluntad somos "su madre y sus hermanos" y a la vez los hijos preferidos y amados del Padre, herencia por demás comprometedora. Gracias Señor por tu Misericordia y generosidad. Aumenta cada día más mi Fe para responderte como tu quieres y llenarme más de tu Amor.
ResponderBorrarTenemos en la reflexión, como palabra de Jesús, que todo el que hace la voluntad de mi Padre que esta en el cielo, ese es mi hermano, hermana y Madre. La gran familia de Dios no conoce fronteras esta abierta a todos sus hijos en fidelidad y amor...
ResponderBorrarTenemos en la reflexión, como palabra de Jesús, que todo el que hace la voluntad de mi Padre que esta en el cielo, ese es mi hermano, hermana y Madre. La gran familia de Dios no conoce fronteras esta abierta a todos sus hijos en fidelidad y amor...
ResponderBorrarTenemos en la reflexión, como palabra de Jesús, que todo el que hace la voluntad de mi Padre que esta en el cielo, ese es mi hermano, hermana y Madre. La gran familia de Dios no conoce fronteras esta abierta a todos sus hijos en fidelidad y amor...
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