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jueves, 11 de febrero de 2021

Hombre y mujer unidos son reflejo del Dios familia y comunidad

 Resultado de imagen para Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos

La creación del universo tiene la impronta del amor divino. Solo el amor de Dios le da sentido a la existencia de todo. Fue en un arrebato de ese amor, autosuficiente en sí mismo, en el que Dios decidió la existencia de todo lo que no es Él. Por eso todo está imbuido en ese amor y tiene esa marca. La existencia tiene la marca de ese amor de Dios. Es como su señal de identidad. Solo lo que transparenta el amor del que ha surgido, puede decirse que viene de Dios. Por ello, todo lo que no refleja el amor divino, de alguna manera es una contradicción a su propio origen y se desmarca de su pertenencia a Dios. Y ese es el pecado: rebelarse al amor, a pertenecer al amor, a transparentar el amor del cual se ha surgido. Y ese amor, siendo marca de origen de todo lo que existe, lo es con mayor fuerza en el hombre, objeto final de ese amor. Todo existe por amor al hombre, y por ello el hombre es el que primero se debe identificar bajo la cualidad del amor. El hombre que no ama, o que no se deja invadir de ese amor, denigra de su propio origen, y de alguna manera deja de ser de Dios. El Señor buscará siempre recuperarlo, y llegará al extremo de ofrecer a su propio Hijo para lograrlo, pues el amor lo lanza a ello. El que se deje rescatar volverá a ser de Dios. El que no, se mantendrá obstinadamente en la lejanía de Dios. No será suyo. Y quien vive en ese amor divino, lo vive a su estilo, haciéndose realmente como Dios, no en el sentido de la autonomía o la emancipación absoluta que pretendía el demonio, sino en la identificación plena con la esencia del amor en Dios. Ese amor divino es trinitario, es decir comunitario. Dios es comunidad y por eso su amor esencialmente es comunitario. Viéndose a sí mismo concluye que el hombre que ha creado no puede vivir una realidad distinta a la suya: "No es bueno que el hombre esté solo". Es la conclusión lógica de esa identificación entre su amor y el que derrama sobre el hombre. La soledad no es característica del amor. Además, Dios es familia, por lo cual su imagen y semejanza, el hombre, no puede ser distinto. La mujer viene a complementar ambas cosas: la condición comunitaria del amor humano y la conformación de una familia como la divina. 

Cuando aparece la mujer surgiendo de las manos del Creador, el hombre entiende que ya está completo: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será mujer, porque ha salido del varón". Adán tiene la sensación de estar completo con Eva. Haber surgido de las manos de quien es comunitario por esencia, del Dios Creador, le hacía echar en falta esa complementación. La mujer lo completa totalmente. El hombre sin la mujer no está completo. Y esto, bajo dos aspectos: el primero, en su esencia comunitaria como lo es la divina; y el segundo, en el amor humano compartido que le hará sentir la conjunción de su amor con el otro amor, el de la mujer, que hará que su vida tenga más sentido no solo en el amor fraterno sino en el amor humano de entrega plena al otro. La vida familiar será, entonces, reflejo de la vida familiar de Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen su imagen en la familia humana. Es en las manos de esta familia en las que Dios pone la responsabilidad de echar adelante la vida en el mundo: "Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne". Una nueva familia que surge es una buena noticia para el mundo que crece y se desarrolla así. El amor de un hombre y una mujer es el reflejo más claro del amor de Dios. Cuando un hombre y una mujer se aman nos están anunciando que Dios nos sigue amando a todos. Y cuando son la cuna de nuevas vidas, nos están diciendo que han asumido su compromiso de ser co-creadores de vida, como es Creador el Señor, que los asocia en esa sublime tarea. La mujer y el hombre son ese reflejo de sí mismo en el otro. Ser hueso de sus huesos y carne de su carne no es otra cosa que ser "otro yo".

Esa condición comunitaria con la que el Señor ha creado a la humanidad incluye a cada hombre y a cada mujer que existe, que ha existido y que existirá en toda la historia humana. Dios, esencialmente comunitario, no discrimina. No puede hacerlo pues la discriminación no están en su naturaleza. El amor no excluye. El amor nunca excluirá. Por ello, las ocasiones en que la Sagradas Escrituras pareciera sugerir una exclusión desde el amor, son más bien expresiones de lo que probablemente desearían algunos ultranacionalistas israelitas, o momentos en los cuales Jesús quería ejercer su oficio de Maestro, para dar a entender mejor su deseo de salvación universal. Así sucedió con la mujer sirofenicia que se acerca para pedir la liberación de su hija. Ella no se acerca a exigir nada. Se acerca con la mayor humildad para pedir de Jesús el milagro. Insiste a pesar del aparente rechazo y maltrato del Señor. Y esa humildad y disposición a aceptar la voluntad de quien sabe que puede hacer algo por su hija, logra arrancar de Jesús el milagro. Y el portento del Redentor es la confirmación de que nadie queda fuera de su amor. "'Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos'. Pero ella replicó: 'Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños'. Él le contestó: 'Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija'. Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado". La condición comunitaria de la humanidad creada, amada y redimida, no excluye a nadie. Hemos sido creados naturalmente comunitarios y nuestra salvación será también comunitaria. Mal puede excluir a nadie quien los ha creado a todos para que fueran una sola cosa, viviendo la fraternidad en la que se confirma que todos somos hijos del mismo Padre de amor.

martes, 26 de enero de 2021

Reavivemos siempre el don del amor de Jesús en nosotros

 Oración del martes: “El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi  hermana y mi madre” - MVC

La experiencia de la fe cristiana abarca toda la vida de los discípulos. Quien se decide a ser seguidor de Jesús se ha decidido a abandonar toda su vida, con lo que ella implica, en las manos de Aquel en quien pone toda su confianza, sabiendo que la promesa futura de bienestar total, pasando por una vida que contiene en sí misma todas les experiencias que puede tener cualquier vida humana, finalizará en aquella situación de idilio total con Dios y con los hermanos, pues es ese el final prometido para la creación. Todo lo existente, surgido del amor todopoderoso del Creador, tendrá un final de plenitud. Ciertamente la vida depara siempre entre sus posibilidades el paso por situaciones sorprendentes, felices, satisfactorias, pero también dolorosas y sufrientes en muchas ocasiones, pero que en definitiva servirán, en primer lugar, para demostrar el respeto del mismo Dios a su propia criatura, a la cual ha enriquecido y quiere seguir enriqueciendo con todos los beneficios, en especial el de su propia libertad, de la cual puede hacer uso, pues es una concesión amorosa al querer hacerlo existir "a su imagen  y semejanza", y en segundo lugar, para que el mismo hombre, en la cantidad de experiencias que va decidiendo tener, sobre todo si las persigue en el empeño de hacerse absolutamente autónomo en la búsqueda de una superación que jamás podrá alcanzar y de lo cual tendrá que convencerse por sí mismo, llegue por su propia experiencia a asumir que la vida lejos de Dios no lo llevará sino al vacío total.

San Pablo, después de su conversión, se decidió a hacer de su vida una entrega radical a Jesús, a su amor, a darlo a conocer a los demás. Ya no hubo para él otra razón de vida: "Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir". Fue su motivo de vida y para ello siguió adelante con Jesús. Su experiencia de fe fue marcada por Jesús, al punto de que ya no valían para nada sus propios intereses, sino solo los del Redentor. Si la fe en general se compone de conocimientos y de experiencias, de doctrina y de emociones, para Pablo lo emotivo, lo afectivo, fue su motor principal. Sin duda, el contenido de la fe para Pablo era importante. Era eso lo que enseñaba y de lo que no se cansaba de hablar. Pero ese contenido doctrinal sin el componente afectivo, el que le aseguraba el amor incondicional de Jesús por Él, quedaba todo en la sequedad del desierto que sabes que está ahí, pero que no aporta nada para una vida de plenitud y de felicidad total: "Me amó a mí y entregó su vida a la muerte por mí". Esa fue su mayor motivación. Fue el amor de Jesús el que lo ató a su entrega. Fue esa convicción del amor el que lo movió más a seguir sirviendo y a seguir entregándose por cada uno de los suyos y por cada hombre y mujer con los que se encontraba: "Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, para anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Dios, a quien sirvo como mis antepasados, con conciencia limpia, porque te tengo siempre presente en mis oraciones noche y día. Al acordarme de tus lágrimas, ansío verte, para llenarme de alegría. Evoco el recuerdo de tu fe sincera, la que arraigó primero en tu abuela Loide y tu madre Eunice, y estoy seguro que también en ti. Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por imposición de mis manos porque, pues Dios no nos ha dado un espíritu cobardía, sino de fortaleza, amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios". Lo importante no era la vida que podía perder en su entrega, sino la que con su muerte podía dejar de legado para todos, pues era reflejo del mismo amor que había derramado Jesús sobre la humanidad.

Por eso, el mismo Jesús enseña a sus seguidores qué es lo que verdaderamente importa. El acento no está en hacer las cosas "correctamente", según el criterio de los que lo rodeaban, fueran incluso miembros de su misma familia. No importaba quedar bien con el criterio de egoísmo, o vanidad, o soberbia, que quería implantar el mundo. Lo importante era hacer llegar el amor incondicional de Dios en Jesús, que venía a implantar los criterios del Reino, que al fin y al cabo son los que van a imperar en el futuro de eternidad en plenitud que venía a sembrar Dios por Jesús, y que echaba luces en lo que sería ese futuro de eternidad al que todos estamos llamados: "En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: 'Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan'. Él les pregunta: '¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?' Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: 'Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre'". Son esos lo que formarán parte de esa familia privilegiada de Jesús: los que han entendido que por muchas prebendas que ofrezca el mundo, buscando engañar con su maldad al hombre para que siga un camino de alejamiento de Dios, han entendido que nada de lo que ofrezca ese mundo será nunca mejor de lo que se vivirá en una eternidad que es segura, pues el amor de Dios sigue siendo lo más seguro que tenemos los hombres en nuestro futuro.

miércoles, 29 de julio de 2020

Jesús es el amigo más entrañable y el Dios que nos ama y nos da la Vida

El Periódico de México | Noticias de México | Columnas-VoxDei ...

Marta, la hermana de Lázaro y María, la familia de Betania que era gran amiga de Jesús y con la que pasaba momentos de sosiego y de reposo, es un personaje único. Es encantadora la manera fluida y totalmente transparente con la que interactúa con Jesús. Lo consideraba de verdad su amigo, amigo de la familia, y no andaba con ocultamientos cuando de descubrir lo que había en su interior delante de Jesús correspondía. Lo consideraba también parte de la familia, por lo que lo trataba como seguramente trataba a su hermano Lázaro o a su hermana María. Probablemente Jesús los había conocido algún tiempo antes, quizás en una relación previa de ambas familias, la de ellos y la de Jesús, o quizás en alguno de sus viajes, en los cuales, como vemos en otros casos, era normal que se ofreciera morada al viajero como una cortesía con alguien que necesitaba un techo para reposar. Lo cierto es que la relación de Jesús con esta familia es mucho más profunda que la que demuestra tener con otros personajes que nos presentan los Evangelios. Y se nota que ellos ocupaban un lugar privilegiado en el corazón de Cristo. Podría pensarse que humanamente Jesús sentía una cierta predilección en la relación con ellos, haciendo justicia del sabio adagio popular "Amor con amor se paga". Si recibía tanto amor de ellos, lo lógico es que naturalmente surgiera de su corazón como respuesta el mismo amor. Jesús es el Dios que se ha hecho hombre, y su humanidad se evidencia en las reacciones que tiene y que serían las que tendríamos cualquiera de nosotros ante los estímulos que podemos recibir. Jesús no es distinto de nosotros en eso. Se ha hecho igual que cualquiera en todo, se había hecho uno más, menos en el pecado. Asumió el pecado sobre sus espaldas para cargarlo hasta la cruz redentora, pero no lo vivió como experiencia personal. Su humanidad fue la más pura, pues la tomó en su más perfecta originalidad, aquella que surgió de las manos del Creador en el primer momento de la existencia de los hombres, que luego fue contaminada por el mismo hombre al dejarse embaucar por el demonio. En esa humanidad vive el amor, la cercanía entrañable con los suyos, la amistad sabrosa al compartir momentos de sosiego y de reposo, la alegría de una conversación sobre temas a veces muy serios y a veces más banales, la sensación de estar viviendo momentos de paz y de serenidad en la seguridad de que donde se está no habrá mayores problemas. Los tres hermanos eran como una segunda familia para Jesús.

La frescura y la transparencia de la relación es tan grande, que precisamente por no haber necesidad de estar ocultando formas, vamos descubriendo atisbos de la personalidad de cada uno de los hermanos. Nos percatamos de la suavidad de carácter de María que, cuando está Jesús, para ella todo lo demás desaparece y no piensa en otra cosa que oírlo embelesada sentada a sus pies, pues lo consideraba el Maestro, o que cuando viene Jesús después de haber muerto su hermano estaba llorando y, al enterarse de que Jesús había llegado, sale de prisa a buscar consuelo en Él, haciéndole un reclamo suave por su ausencia. Nos encontramos también con Lázaro, del cual no se dan mayores detalles, aun cuando es quien recibe el mayor favor, al ser resucitado por Jesús. Lo más probable es que fuera muy sencillo, de pocas palabras, en una vida cotidiana en la que se evidencia el dominio de las mujeres, sobre todo de Marta, la que destaca como la jefa de familia, a pesar de que esa sociedad fuera una sociedad netamente patriarcal. Lázaro sería el jefe de familia hacia fuera, pero la que dominaba los hilos de la vida familiar era Marta. Era muy apreciado por la gente, como se desprende de lo que nos relatan los Evangelios alrededor de su muerte: "Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano". Y descubrimos finalmente en Marta una personalidad arrasadora, que no se guarda nada delante de Cristo, descubriendo la extrema confianza que sentía delante de Él, pero que sabe que es un hermano más de la familia al que incluso se le puede reclamar cuando se considera que está haciendo algo impropio. Ella le reclama a Jesús que no le llame la atención a María, cuando está agobiada por la carga de la casa mientras ésta está sentada a sus pies embelesada escuchándole. Ella sale al encuentro de Jesús cuando llega después de haber muerto su hermano, y le reclama muy sentida su ausencia, sin importar que hubiera gente alrededor: "Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto". Ella es capaz de intentar rebatir las palabras de Jesús, cuando le asegura que Lázaro va a resucitar: "Yo sé que resucitará en la resurrección del último día". Y es ella la misma que confiesa una fe extraordinaria en Jesús: "Sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá". Está claro que en la naturalidad de la relación, se va aclarando paulatinamente para ellos quién es Jesús. No es un simple amigo, aun cuando eso era de lo más valioso que les había ofrecido el Señor. Era la presencia de Dios en medio de ellos.

En el encuentro con Marta se da quizá una de las conversaciones con Jesús que echan más luces sobre lo que es su identidad más profunda. Sin duda, Jesús tuvo momentos en los que, según nos relatan los Evangelios, fue revelando a los discípulos quién era. "¿Quién dicen ustedes que soy yo?", le preguntó a ellos en un momento, y Pedro dio la respuesta grandiosa, iluminado por el Padre: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Esa era la carta de identidad de Jesús. Pero delante de Marta Jesús da una definición aún más radical: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre". Ya no tiene que ver solo con lo que es su identidad más profunda, sino que, basándose en eso que es, aclara lo que ello implica para cada hombre. La relación con Jesús no es solo la relación con el Mesías, con el Hijo del Dios vivo, sino que implica para quien a Él se acerque y viva su vida, la victoria total sobre la muerte y sobre la frustración eterna. Quien se acerca a Jesús y vive de Él, tendrá la vida eterna, no morirá para siempre. Es una luz que echa Jesús sobre lo que Él es, y lo hace delante de su gran amiga y hermana Marta. Ella lo cree así. Cuando Jesús, después de decirlo, le pregunta: "'¿Crees esto?'. Ella le contestó: 'Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo'". Es una confesión de fe absoluta en Jesús. Para ella, como seguramente también para sus hermanos, Jesús no solo era ese amigo que venía ocasionalmente a pasarla bien con ellos. Con todo lo hermoso y placentero que eso pudiera haber sido siempre, Jesús era Ese que había estado esperando Israel por tantos años, Aquel que había sido anunciado por todos los profetas del Antiguo Testamento, Ese que hacía que la historia llegara a su momento culminante pues era el que anunciaba la llegada de la plenitud de los tiempos. En Marta se da la amalgama de las mejores experiencias que debemos tener cada cristiano que queremos llenarnos de la gracia que Jesús trae. Es una de las hermanas de esa familia que sostenía una relación entrañable de amistad con Jesús y que mantenía esa relación fresca, cercana, transparente, con el que era su amigo. Y tenía plena conciencia de que ese gran amigo suyo era el Mesías, el Redentor, el Hijo del Dios vivo, Dios mismo Él, que era capaz de alcanzar para ellos cualquier favor que le pidieran, porque Dios le concedía todo lo que le pidiera. Era su amigo, y estaba a su favor con todo el poder de Dios a su mano. Así debe ser Jesús para nosotros. Debe ser para nosotros el amigo entrañable, el que está siempre cercano a nosotros, con el que debemos relacionarnos de la manera más fluida y transparente, y Aquel en quien podemos tener la fe más sólida, pues es el Dios que ha venido para darnos todo su amor y hacerlo todo en favor nuestro.

viernes, 22 de noviembre de 2013

El viejo Viloria

Hoy, hace exactamente 80 años, nació el viejo Viloria, mi papá. Ramón José Viloria nació en una familia extraordinariamente humilde, de ocho hermanos. Sólo una hembra, mi tía Ana, entre 8 varones. Juan, Hermógenes, Rafael, Ramón, Jesús (Chui), José (Longo) y Nelson. Siempre nos contaba historia hermosas de su abuelito, que lo trataba con mucho cariño y le enseñaba muchas cosas para la vida. Mi abuelita Angélica vivió muchos años con nosotros. Es un personaje esencial en mis recuerdos de infancia. Graciosa como buena maracucha, en sus buenos tiempos, pues tenía ciclos de enajenación (supongo que una especie de demencia senil), que la hacía ser otra persona, aunque no representaba ningún peligro, pues estaba muy bien medicada para eso... En esos tiempos raros se ponía más graciosa de lo que era normalmente. Recuerdo a mi papá y a mi mamá siempre pendientes de ella. De niños, mi abuelita iba a la escuela a buscarnos para traernos a casa. Toda un fiesta...

Pues bien, mi papá nació y creció en medio de la humildad más extrema. Para una mujer que estaba prácticamente sola, sin medios económicos para poder echar cómodamente una familia numerosa adelante, me imagino a mi abuelita haciendo malabares para echar adelante a ocho niños... Gracias a Dios, pudo hacerlo, con la ayuda de mi bisabuelo... El viejo Viloria trató desde niño de ser responsable. Estudió, con la conciencia clara de que era la manera como iba a salir de la pobreza. Y lo hizo de verdad muy bien...

Recuerdo que nos contaba que mi tío Juan, el mayor, que tuvo que empezar a trabajar desde muy temprano en la petrolera, fue su principal apoyo para que pudiera seguir sus estudios. En aquel tiempo, uno de los trabajos más apetecibles por representar ingresos inmediatos, era el de chofer. Al terminar su educación básica, mi tío Juan le puso a mi papá una elección: "O te pago el título de manejar, y podéis ser chofer, o te pago los estudios en la Normal de Rubio, para que seáis maestro... Vos decidís..." Mi papá pensó en el futuro. La propuesta del título era realmente muy atractiva, pero don Ramón se decidió por seguir sus estudios... Decisión providencial...

Y así, se fue a estudiar a la Normal de Rubio. Y allí conoció al amor de su vida -y de nuestra vida-, a doña Ligia Esperanza Pinzón Chacón, estudiante como él en la Normal. Dos jovencitos que estaban forjando su futuro docente. Se enamoraron y decidieron casarse. Mi mamá influyó extraordinariamente en la espiritualidad de mi papá. Él ya era un hombre religioso, por la formación cristiana que había recibido en su casa. Pero mi mamá fue la que pulió esa piedra bruta y la convirtió en piedra preciosa... La formación cristiana de mi mamá era muy buena. Su espiritualidad muy profunda. Era, sin lugar a dudas, una mujer santa. En algunos momentos de su vida de niña y de joven, pensó seriamente si su vocación no sería la de religiosa. Particularmente pienso que hubiera servido para eso, pues su vida de intimidad con Dios era de verdad sorprendente. Mi mamá se levantaba a medianoche sólo para rezar al menos una hora. Y lo hacía como sacrificio que agradaba a Dios... El estar en contacto con esa mujer santa, lo hizo también a él santo...

Mi papá, unos tres años después de casados, en el mes de octubre del año 1959, hizo el Cursillo de Cristiandad -el 2do. de Venezuela-, y encontró su tesoro escondido, su perla preciosa... La vida apostólica lo conquistó absolutamente.Conjugó perfectamente su carrera de docente con sus ocupaciones apostólicas. Su turno como Supervisor del Ministerio de Educación era el nocturno, lo cual le dejaba las mañanas "libres". Y se decidió a trabajar "ad honorem" en el MCC, como Secretario. Y era realmente la mano derecha del P. Cesáreo Gil, otro santo del cual bebió más aún para forjar su propia santidad... El viejo Viloria fue uno de los dirigentes más destacados del MCC de Venezuela. Confieso que, como muchos, admiré su entrega, su disponibilidad, su espiritualidad, su conocimiento de la fe y del magisterio de la Iglesia... Era de maravillarse como citaba frases de documentos del magisterio textualmente, apuntando incluso los números, sólo de memoria... Su facilidad de palabra y sus conocimientos de la doctrina eran tremendos, lo cual lo hacía un charlista excepcional...

Todo eso lo conjugó perfectamente con su vida familiar.. El buen profesional y el gran apóstol, era un esposo dedicado y un padre ejemplar... A pesar de su carácter fuerte, del cual hacía gala no pocas veces, su afabilidad y sus detalles con la vieja era realmente tiernos. Recuerdo sus lágrimas cuando le diagnosticaron a mi mamá el cáncer de seno que le fue extirpado... Se le vino el mundo abajo. Y luego, en todas las penurias de salud que tuvo mi mamá, parecía "un pollito mojado". Ya al final, cuando ambos estaban malitos, su gran preocupación era sobre quién se iba a ser cargo de cuidar a mi mamá, cuando él ya no pudiera. Estaba pendiente de cada pastilla que tenía que tomar ella, de los horarios, de la dieta... Lo que menos le preocupaba era su condición, pues estaba más pendiente de la de ella... Con nosotros, los tres hijos, era sumamente exigente. No se contentaba con que fuéramos unos más del montón. Nos exigía ser los primeros. Y no se paraba en formas para exigirlo. Tenía que ser así, y punto... La verdad es que no le dio mal resultado. No es que seamos excepcionales, pero sí nos inculcó la necesidad de hacer buenos esfuerzos en todo. Nos lo dejó como marca de fábrica...

Mi papá en la familia era excelente... Con mi mamá decidieron que cada dos años iríamos a un país distinto a conocer... Así conocimos Colombia, México, Estados Unidos, Guatemala... En esos viajes los viejos eran únicamente nuestros y los aprovechábamos exprimiendo el gozo de cada segundo con ellos... Recuerdo siempre en Bogotá, jugando un billarín -billar enano- que compró para regalárnoslo, con los dientes morados por unas remolachas que se había comido -con unos palitos encima, que lo hacían simpatiquísimo-... Cuando estaba de buenas, gracias a Dios, la mayoría de las veces, era sabroso sentarse con él a hablar, estando pendientes de que lo que dijera tuviera sentido, porque nos gastaba bromas a cada rato y nos hacía quedar como tontos... En las fiestas de la familia, aunque no era un experto bailarín, las sobrinas se peleaban por bailar con él, pues no sólo bailaba, sino que hacía una fiesta particular con la que bailara...

Y nuestra formación y vivencia religiosa fue por las mismas rutas... Desde niños, nos integró a la vida de la Iglesia. Pertenecimos a grupos juveniles de la parroquia, cantábamos en las misas, hacíamos las lecturas... Hicimos el Cursillo de Cristiandad... Todo, por el testimonio que nos daban los viejos continuamente.. Somos, mientras ellos estuvieron y ahora, una familia de fe. Es el tesoro que nos dejaron. Tengo en mi mente una imagen imborrable: Antes de dormir, los dos viejos -mi mamá acostada y mi papá sentado en el borde de la cama-, rezando el rosario -invariablemente, todos los días-, después de la inmensa lista de intenciones que leía mi mamá, pues las tenía escritas en uno de sus innumerables cuadernitos de oraciones... Quizás en ocasiones, yo no he respondido a lo que ellos sembraron en nosotros, pero en todo caso, las veces que he fallado ha sido por elección personal, yendo en contra de lo que ellos nos enseñaron, nunca por responsabilidad de ellos... Ese testimonio se mantiene fresco, vivo, comprometedor, exigente, cuestionador... Es altísima la meta que nos dejaron los dos. Y particularmente él...

Una semana antes de cumplir los 75, hace ya cinco años, el viejo Viloria murió... Cuando subí las escaleras para darle la noticia a mi mamá, le dije: "Mamá, el viejo acaba de triunfar". En un primer momento, mi mamá no entendía... Y le repetí: "Mi papá ya triunfó"... Y estoy convencido de que es así. La muerte para el viejo Ramón fue su triunfo... Todo lo que sembró, había llegado la hora de cosecharlo... Y estoy convencido que ha sido una cosecha abundantísima... En su familia, en su trabajo, en su apostolado, regó infinidad de semillas... Y hace casi tres años, se completó con la vieja llegando al cielo... Se les acabó su ciclo terreno. Y empezaron el ciclo más bello, el más esperado, por el cual ambos suspiraban, y al que anhelamos llegar sus hijos: al cielo de la eternidad, para ver la belleza sin velos del Dios del amor, el que les dio el sentido pleno a toda la existencia de ambos...

miércoles, 28 de agosto de 2013

¿Una humanidad hipócrita?

Muy pocas veces Jesús es tan inusitadamente fuerte con su palabra. Al dirigirse a los escribas y fariseos los coloca delante de sí mismos... Los descubre y los desnuda totalmente. Los escribas eran grandes conocedores de la ley. Eran estudiosos acuciosos de ella, y de ella extraían las exigencias para poder ser buen judío. Los fariseos eran los "santos", los "puros". Eso significa la palabra en arameo. Habían nacido como una especie de reforma del judaísmo, para retomar las sendas de la pureza religiosa, las exigencias del judaísmo primitivo y originario. Pero ambos grupos, con el correr del tiempo, se habían corrompido, habían adulterado su esencia, y se habían erigido en una especie de círculo de censura absoluta a quienes no pertenecieran a ellos. Y más grave aún, se habían sentido "autorizados" a no cumplir aquello que ellos mismos exigían a los demás.Aparentaban lo que no eran y exigían a los demás ser lo que ellos aparentaban ser pero no eran...

Y a Jesús no hay cosa que lo contraríe más que la falsedad de vida, la hipocresía, la incoherencia, la falta de transparencia. Es el aparentar ser buenos cuando se es, en lo más profundo, malo, ruin, impuro. Y eso eran los escribas y los fariseos. Jesús los llama "sepulcros blanqueados", pues son hermosos exteriormente pero podridos interiormente... ¡Qué terribles estas palabras salidas de la misma boca del que es la pureza por esencia! Estas palabras salen de quien ve al hombre no sólo en lo que es exteriormente, sino que descubre perfectamente el interior y sabe leer el corazón, la conciencia y las intenciones más profundas del hombre. No hay posibilidad de engañarlo...

Y así estamos todos delante de Jesús. Ante Él nos presentamos como lo que realmente somos. No podemos "barnizar" nuestro ser para pretender presentarle algo que no somos. Él nos descubre integralmente y sabe cuáles son nuestro amores, nuestras intenciones, nuestras pretensiones. Sabe qué es lo que nos mueve más profundamente, lo que se erige en nuestro tesoro y en nuestra motivación, lo que se ha convertido en nuestro ideal de vida. Por eso es absurdo pretender engañarle, como, lamentablemente, sí logramos hacerlo muchas veces con los que tenemos a nuestro alrededor...

¡Cuántos son los que creen que somos lo que realmente no somos! ¡Cuántos creen que somos mejores de lo que somos en realidad! ¡A cuántos hemos vendido una imagen que no es la nuestra, sino de alguien que hemos construido, como un "collage" de cosas buenas que no poseemos realmente! Estamos en un mundo en el que quizás lo más cotizado son los disfraces de carnaval, fuera del carnaval.

En todos los ámbitos encontramos gente que no son en realidad como los vemos. ¡Y cuánto daño hacen esos! Hacen que construyamos un mundo sobre bases endebles, sobre arena movediza, sobre espejismos inexistentes...

En la Iglesia conseguimos a quien "se da golpes de pecho", pero luego en su vida personal es un desastre. Su relación matrimonial va por sendas siempre tortuosas, es tirano en su familia, es infiel, se despreocupa de la formación de sus hijos, utiliza el tiempo que debe ser de su familia en diversiones, en juegos y en atracciones absurdas, es irresponsable en su trabajo, no deja pasar la ocasión de "aprovecharse" de alguna "cosita" a la que nadie echará en falta, ofende y humilla a quien está su cargo, vende su honestidad por unos cuantos céntimos... Tendrían mucha razón quienes dicen: "¿Yo ser como Fulano o Fulana, que se la da de cristiano y va a misa a darse golpes de pecho y luego es un desastre en su vida personal? ¡Qué va!"... Hacen mucho daño a lo que debe ser verdaderamente el testimonio de coherencia y de transparencia que logre arrastrar a otros a Jesús. Gracias a Dios, hay quienes sí quieren construir su vida en la solidez de la autenticidad, y dan un testimonio valiente, contra corriente, tenaz... Son mayoría. Pero la voz de la minoría hace más ruido, es más escandalosa...

Y en nuestra sociedad, lamentablemente, también conseguimos muchísimos que destruyen la confianza de tantos. Hombres y mujeres que han asumido un rol público, en el que deben dar lo mejor de sí para lograr una mejor sociedad, un mundo mejor, una mejor convivencia, pero que aparentando hacer lo mejor, realmente lo que hacen es aprovecharse de su rol para sacar buenas tajadas, para aumentar las cuotas de poder, para engordar sus bolsillos, para favorecer a los propios, para llenarse de glorias vanas y superficiales... Una sociedad que progresivamente se va deteriorando cada vez más, no lo hace por inercia. Lo hace porque algunos la van destruyendo. Y son aquellos que más influencia tienen en ella. La destruyen y nos arrastran a todos. ¡Cuántos profesionales pudieran lograr un cambio favorable en su campo, si cumplieran honestamente su labor! ¡Cuántos políticos podrían hacer que el bien fuera superior para todos, con sólo cumplir lo que la misma ciudadanía les ha encomendado, dejando a un lado sus apetencias personales! ¡Cuántas familias serían verdaderos bastiones de valores si sus miembros vivieran esa solidez en su interior! Es lamentable que cuando escuchamos discursos hermosos de quienes deberían construir una sociedad mejor, ya debemos hacer la traducción, pues tenemos que entender exactamente lo contrario... Hay quienes luchan por que las cosas cambien. Hay quienes quieren ser auténticos servidores y constructores de un mundo mejor... Son voces que gritan y que ocasionalmente se oyen y nos entusiasman de veras. A pesar de que las otras voces, las destructoras, pretendan acallarlas y en ocasiones las ahoguen totalmente...

Hoy Jesús no limitaría su reproche a los escribas y fariseos... O quizás nos incluiría en esa categoría a muchos de nosotros. Hoy Jesús gritaría a la humanidad "¡Hipócrita!". Y cuando lo hace no es simplemente para que nos demos cuenta y nos avergoncemos de lo que somos, sino para que, dándonos cuenta, pongamos el remedio. Jesús les llamó la atención a los escribas y fariseos, no para hundirlos en su maldad, sino para tenderles una mano y sacarlos de ella.

Si la humanidad hoy vive en la hipocresía, tiene también el remedio para salir de ella. Es urgente que se viva la coherencia en la fe y en los valores... Es urgente que oigamos a Jesús diciéndonos lo que somos y lo que podemos ser. Es urgente que hagamos de nuestro mundo un mundo de valientes que se decidan a arrastrar con su testimonio. Es urgente que detengamos la caída con la fuerza que nos da nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza. Lo menos que podemos vivir los cristianos es el pesimismo. Si nos dejáramos llevar por él, sólo lloraríamos por Jesús muerto en la Cruz. Pero porque vivimos en la esperanza, podemos vivir la alegría plena al lado del Resucitado, que alcanzó la gloria pasando por la Cruz. Después de la Cruz, vino la Gloria. Eso mismo debemos procurar hacer todos. Nuestro mundo está en nuestras manos. Hagámoslo pasar del deterioro a la gloria, de la hipocresía a la coherencia, de la maldad a la bondad... Podemos hacerlo, pues tenemos la fuerza del Resucitado que nos prometió estar con nosotros hasta el fin...