Definitivamente lo de Dios con los hombres es un idilio interminable de amor. Las Sagradas Escrituras usan para describirlo la imagen de lo que más se le parecería, que es la de la unión por amor de un hombre con su mujer. Aquello que existió desde el primer momento de la existencia de los hombres, surgido de las manos amorosas de Dios, y que fue un mandato también surgido desde ese amor infinito, es lo que serviría mejor para explicar cómo Dios quiere relacionarse con la humanidad. La unión del hombre y la mujer, siendo la consecuencia natural de haber sido creados complementarios el uno para el otro, es la imagen de la unión que Dios quiere vivir con los hombres. Los dos relatos de la creación dejan establecida la necesidad que tiene el hombre de ser completado. Por un lado, los dos son creados como colofón de toda la obra creadora: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza ... Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó". El hombre y la mujer son el punto más alto al que llega toda la creación, en una unión que es reflejo, "imagen y semejanza", de la unidad que vive Dios en sí mismo. Es la premisa que utiliza Yahvé en la creación de ellos. Esa imagen y semejanza divina está en la base de la existencia de la pareja humana. Se fundamenta en la variedad de los sexos y en la unidad esencial que viven ambos para ser ese reflejo divino. Se puede concluir entonces que ni la soledad absoluta y enfermiza ni la complementación distinta a la que se da entre ambos sexos, sostienen esa identificación de la humanidad con Dios. Por otro lado, Yahvé, al ver concluida su obra de creación y al haber colocado al hombre en medio de todo, afirmó que era necesario que el hombre viviera una plenitud humana básica: "No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda adecuada". De esa manera surgió la mujer, extraída de la materia noble del hombre, ya existente por la voluntad divina, y en consecuencia, la materia más elevada que existía en todo lo creado. La mujer surge de lo mejor que hay en el mundo, lo cual, de algún modo, supera aquello de lo que surge el hombre, que es la nada. De allí que en esa imagen de unión perfecta con la cual Dios ha diseñado a la unión esponsal entre el hombre y la mujer, es donde Él mismo encuentra el modelo perfecto para dar a entender su pretensión de relación con los hombres.
Es maravilloso, al entender esto así, percatarse de cómo Dios deja más que claro que esa unión no es una simple unión instrumental, sino que surge de lo más profundo de su corazón, pues se sustenta en el amor. El único motor de Dios es el amor. Dios no se mueve hacia fuera por ninguna otra causa. Es solo el amor el que ha sido capaz de lograr que Dios saliera de sí mismo. Y todo lo que no es Dios ha surgido de sus manos, precisamente porque lo ha impulsado a hacerlo su propio amor. Así como esa relación de Dios con la humanidad no es otra cosa que imagen de la unión del hombre con la mujer, así mismo lo más íntimo que la sostiene no es más que imagen del amor profundo que une al hombre con la mujer y los hace una sola cosa: "Por eso dejará al hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". El amor filial es sustituido en su primacía por el amor conyugal, sin dejar de existir. Ese amor de Dios llega a ser de tal calidad que nada lo resquebraja. La infidelidad, en el caso humano, puede dañar de tal modo a la unión, que se incrusta en el corazón del ofendido al punto de sentir que se resquebraja por completo. Dios, por el contrario, asume la tarea de la reconquista. No se queda en la lamentación de lo sucedido cuando el hombre ha decidido darle la espalda, sino que emprende la tarea titánica de un nuevo cortejo para atraer una vez más, dando a entender que, desde que Él lo decidió así, no desea sustituir ese amor por uno distinto. Es la humanidad su complemento ideal, y su empeño es reconquistarla de ese impulso absurdo de alejarse. Su compromiso es eterno, no accesorio. No depende del otro, sino de Él. Las acciones de su amada, la humanidad, no determinan su deseo de seguir o no con ella, pues ese empeño está incrustado en su corazón y su amor es inmutable. Va de dentro hacia fuera y no al revés. "Yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón. Allí responderá como en los días de su juventud, como el día de su salida de Egipto. Aquel día —oráculo del Señor— me llamarás 'esposo mío', y ya no me llamarás 'mi amo'. Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura, me desposaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor". El amor de Dios por su esposa, la humanidad, es el amor más elevado. Sólido como la roca más firme, resiste cualquier embate y está siempre dispuesto a la reconquista para ganar de nuevo el amor y la fidelidad de su amada.
Por eso ese amor está lleno de detalles. No se queda solo en una declaración de principios, sino en una demostración con las obras del mismo amor. Quien se sabe así amado no debería tener otra opción que el dejarse abandonado en esos brazos robustos y amorosos. Sentirse de tal manera amado trae como consecuencia no añorar ningún otro amor, pues no se necesita. Se está totalmente lleno de él. Y si esa convicción es fundamentada en que quien ama tiene además todo el poder, crece hasta convertirse en confianza absoluta e inquebrantable. Lo experimentó aquella mujer enferma por años. En la más grande humildad, se sabe amada. Y su amor está convencido de que Aquel al que ama jamás se negará a ella. Por eso, en demostración de esa confianza absoluta sorprende a todos: "Una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y al verla le dijo: '¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado'". Esa mirada de Jesús es la mirada del enamorado que, llena de amor y de ternura por el gesto infantil, inocente, absolutamente confiado de la mujer, no tiene otra opción que, dejándose amar al extremo y confiando radicalmente en Él, concede aquello en lo que confiaba esa mujer que le sería concedido. Más que el milagro de su curación, es la corriente inmensa de amor y de ternura lo que la llena. Jesús derrama sus entrañas amorosas sobre ella. Y es el mismo amor que siente el jefe de los judíos que igualmente se acerca confiado a Jesús, pidiendo nada más y nada menos que la resurrección de su hija: "Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá". Tiene la certeza absoluta del amor y del poder de Jesús, que lo hace incluso parecer un iluso engañado que se acerca a Él delante de todos, cuando en verdad está haciendo uso de su mayor convicción: Jesús lo ama, ama a su hija, y puede lograr la maravilla desde su amor todopoderoso. Su amor de padre de la niña lo hace recurrir confiado a Jesús, dando paso a su amor de hijo. Los demás no daban crédito a tamaña credulidad: "Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: '¡Retírense! La niña no está muerta, está dormida'. Se reían de él". Pero el Esposo hace lo que sea por el amor que le tiene a su esposa, la humanidad: "Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó. La noticia se divulgó por toda aquella comarca". El Esposo lo hizo de nuevo. Con sus acciones le dijo a su amada, a la humanidad, "te amo". Así actúa siempre Jesús. Con amor entrañable nos atrae, nos quiere tener junto a sí, por encima de lo que nosotros hagamos. Y será así de tierno eternamente con cada uno de nosotros. Sabernos amados así debe hacernos desear vivir solo para Él, sabiendo que Él vive solo para nosotros. Para llenarnos de su amor y hacernos siempre sentir su poder y su ternura infinita, pues nosotros, la humanidad, somos su esposa amada.
Todo un poema de amor...... Que alegría amanecer meditando el AMOR DE DIOS......
ResponderBorrarDios le bendiga 🙏👍, excelente meditación
ResponderBorrarDios nos ama, nos muestra su ternura, no desea sufrimientos sólo quiere que tengamos fe en él...
ResponderBorrarDios nos ama, nos muestra su ternura, no desea sufrimientos sólo quiere que tengamos fe en él...
ResponderBorrarSolo un Alma que ama entrañablemente a ese Dios enamorado puede escribir esta sublime prosa del Amor de Dios. Que bello y que seguridad nos da que Alguien nos ame así. Que sepamos ser dignos de ese amor y corresponderle como merece....🙏🙏🙏
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