miércoles, 15 de julio de 2020

Añoremos la humildad para ser realmente grandes en Dios

El Evangelio del 19 de junio: "Venid a mí todos los que estáis ...

Un tema recurrente en las Sagradas Escrituras, en el que se insiste tanto porque es muy querido por Dios al ser una de las características propias y que Él ha impreso en el ser del hombre, es el de la humildad.  Etimológicamente, humildad proviene del latín humilitas, que deriva de la palabra humilis, que significa humilde. El humilis (humilde) es la persona susceptible de recibir la acción del verbo humiliare, que significa "postrar a uno por tierra, hacer que se postre en el suelo ante otro en reconocimiento de su bajeza y la superioridad o dominio del otro sobre él". A su vez, humilis tiene su origen en la raíz humus, que significa tierra, lo cual nos da una idea de hacia dónde debe tender la comprensión de la virtud de la humildad. Quien es humilde no debe pretender hacerse nunca superior o mejor que nadie, sino que debe estar siempre dispuesto a reconocer su origen inferior, por lo cual ninguno de sus logros personales deben hacerlo erigirse por encima de los demás. El Miércoles de Ceniza se nos recuerda a todos los cristianos la actitud que debemos asumir para crecer realmente en el proceso de la conversión: "Recuerda que eres polvo y que al polvo has de volver". Ese polvo proviene de la tierra de la que hemos salido. En las manos del Creador nuestro barro se convirtió en lo que somos. Somos ese barro que ha sido modelado por el artesano que es Dios y hemos obtenido la vida que Él mismo ha querido insuflar en nuestras narices, por lo cual no podemos presumir de tener nada por nosotros mismos. Todo es dádiva amorosa de nuestro proveedor único, que es el mismo Dios quien en su infinito amor ha querido establecer que fuera posible nuestra existencia. Incluso los logros que podríamos llamar propiamente nuestros, los alcanzamos gracias a que Dios ha colocado en nuestro ser las capacidades necesarias para lograrlos. Esas capacidades, que son nuestra inteligencia y nuestra voluntad, no son un simple resultado del arbitrio de una evolución que se fue dando espontáneamente, y que aparecieron misteriosa o inexplicablemente en un momento de nuestra existencia. Fueron decididas por Dios para el hombre en el momento de decretar que nuestra existencia fuera enriquecida por ser su "imagen y semejanza". No fue una "compra" que hizo la naturaleza para nosotros, sino que fue un regalo del Creador.

Esta comprensión es fundamental para poder asumir la correcta manera de entrar en relación con Dios y de interactuar con los demás hombres. Si lo hacemos con la plena conciencia de que Dios es nuestro Dios y Señor, nuestro Creador, de quien nos viene la existencia y todo lo que está en nuestras manos, estaremos colocándonos a nosotros mismos en el lugar que nos corresponde y, por lo tanto, en el que seremos verdaderamente felices. Es tremendamente desgastante querer sostener una posición que no es la propia y que está por encima de lo que nos permiten nuestras propias capacidades que, por otro lado, funcionarán idealmente solo cuando estén conectadas con la plena conciencia de la subordinación a Dios. Y no se trata de una minusvaloración absurda en la que pretende Dios que nos coloquemos, sino en la justa valoración, por demás altísima, de ser criaturas que se conectan con su amor, del cual recibirán su sustento y su elevación máxima, y que los hace conectarse con los demás en un servicio marcado por ese amor que es su esencia principal y la de la mayor calidad. Esa conexión con Dios y con los hermanos en el amor da la verdadera colocación al hombre y, definitivamente, no puede llegar a ser más alto, pues es la realidad más noble que puede existir. El barro que es el hombre, invadido, ennoblecido y enriquecido por el amor, lo hace llegar a la altura más sublime que puede alcanzar. No existe, por lo tanto, mayor elevación que la que se dará en el reconocimiento de lo que se es, con humildad, para colocarse en la plenitud en la que quiere Dios que estemos. De ninguna manera, entonces, seremos más grandes dejando a Dios y a los hermanos fuera de nosotros. Así nos quedamos nosotros solos, y sin el amor, con lo cual solo queda el barro del que hemos sido modelados. Solo tierra. Solo humus. Y Dios no nos quiere así. Nos quiere humus, sí, humildes ante todo, pero moldeados en el amor que es el oro que nos enriquece y nos hace elevados a sus ojos: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Ese barro mezclado con el amor es el mejor recipiente para Dios. En él reside con mayor facilidad y plenitud.

La soberbia, la otra cara de la moneda, en la que se da la total autonomía del hombre, en una absurda concepción de sí mismo totalmente alejada de la verdad, que en su más radical exacerbación pretende arrogarse incluso su propia existencia alegando que no hay un ser superior del cual dependan sus primeros momentos de vida, dejándolo todo al acaso de unas piezas que la naturaleza fue moviendo por sí misma hasta llegar a la perfección que ha alcanzado en sí, y que desemboca, en consecuencia, en considerarse una especie de dios menor que todo lo puede lograr con su sola intervención, es la adulteración total del mismo hombre. La grandeza del hombre no radica en sí mismo, sino en haber surgido de las manos de quien lo ama más que lo que él puede amarse a sí mismo. Al hombre no lo hace grande amarse a sí, sino ser amado por el Dios del amor, infinitamente grande y todopoderoso. Su conexión con el amor de Dios es lo que mide su tamaño. No son sus logros, aislados en sí mismos, los que lo hacen grande. Son esos mismos logros que lo conectan con las capacidades que Dios le ha regalado y con los cuales lo ha enriquecido. El no reconocimiento de esto lo coloca en total minusvalía, pues pretende ser el único valedor de sus logros: "'Con la fuerza de mi mano lo he hecho,
con mi saber, porque soy inteligente ... Mi mano ha alcanzado a las riquezas de los pueblos, como si fueran un nido; como quien recoge huevos abandonados, recogí toda su tierra. Ninguno batió el ala, ninguno abrió el pico para piar'. ¿Se enorgullece el hacha contra quien corta con ella? ¿Se gloría la sierra contra quien la mueve? ¡Como si el bastón moviera a quien lo sostiene, o la vara sostuviera a quien no es de madera! Por eso, el Señor, Dios del universo, debilitará a los hombres vigorosos y bajo su esplendor encenderá un fuego abrasador". Quedarse solo en el reconocimiento de sí mismo, sin dejar que haya una conciencia del amor enriquecedor de Dios, deja al hombre en la absoluta horizontalidad estéril de trascendencia y de eternidad. Sabe muy bien el hombre que haciendo esto no le queda más realidad que la que ve, y que todo desaparecerá con él. Esa añoranza de trascender queda agotada en sus propios logros. A lo máximo, en lo que deje como descendencia, sean obras o sean hijos. Pero de él no quedará nada. Al desconectarse de Dios su futuro es el vacío total, con lo cual queda demostrada su nada sin Dios. Al contrario, con Dios, con su amor, con el amor y el servicio a los hermanos, trascendemos, pasamos a lo infinito, avanzamos a la eternidad. Esa es nuestra grandeza. Conectarnos humildemente a Dios, amándolo profundamente y amando a nuestros hermanos, nos asegura la mayor grandeza, pues nos conecta aquí con ese amor eterno e infinito, y nos asegura el sitio privilegiado a su lado por toda la eternidad.

2 comentarios:

  1. Gracias Monseñor por dejarnos cada día estas luces que sin duda es alimento para nuestro crecimiento espiritual. Bendiciones.

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  2. Es así, como el Señor nos invita a aceptar su verdad y a vivir con honradez su palabra como principio y fundamento de nuestra vida...

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