domingo, 12 de julio de 2020

Estamos invitados a adelantar la llegada del Reino de Dios

Salió un sembrador a sembrar | Ecos de la Palabra

La dinámica del Reino de Dios abarca a todos los actores. Cada uno debe cumplir su parte perfectamente. En el tiempo en que vivimos se sustenta sobre todo en la añoranza de que todas las cosas se cumplan. La promesa del Señor es la de la felicidad plena en un futuro idílico en el que todo será alegría y paz, la de la vivencia del amor en plenitud que ya no tendrá obstáculos y que será la verdad vivida para toda la eternidad. La presencia definitiva de ese Reino asegurará la presencia de la septena de bendiciones que él traerá consigo: verdad, vida, santidad, gracia, justicia, amor y paz. Quien escucha a Jesús y presencia como testigo las obras maravillosas que realiza, no puede sino suspirar por que esa realidad sea ya la definitiva en un mundo que lamentablemente se percibe más lejos de esas bendiciones, a fuerza de una absurda autoafirmación del hombre que erróneamente piensa que el camino de la felicidad está exclusivamente puesto en sus manos, asumiendo ingenuamente que puede avanzar en él sin contar con lo que lo hará auténticamente feliz y por ello, despreciando la posibilidad real que le ofrece Dios al tenderle la mano, sabiendo que por sí mismo jamás podrá alcanzar esa felicidad plena sin contar con Él. Ignora el hombre, de esta manera, que ha sido creado por Dios y que Él le ha dejado en sí un vacío de eternidad, que muta en añoranza, muchas veces inconsciente, y que solo será llenado por el mismo Creador. De allí los sueños de grandeza, las ilusiones de ausencia de males, el pensamiento que atrae las situaciones de idilio y de paz absolutos. Son utopías deseadas, cuyo origen no se conoce a ciencia cierta, ni se está en la seguridad de que sean razonables, pero que están allí ciertamente presentes en el espíritu de todo hombre. Y están allí porque en lo más recóndito de ese espíritu son la muestra de un origen superior que, además, iluminan cuál es el final al que se está convocado. Dios es ese origen y es también esa meta. Todos los sueños de grandeza se explican de esa manera. Dios nos creó con el vacío de Él y será el único que podrá llenarlo. De allí la añoranza de Él, aunque en quien lo desconozca simplemente se llame ansias de más. Estamos llamados a llenarnos de Dios, a seguir teniendo sueños de eternidad, a vivir en aquella plenitud que no tiene más allá porque lo es toda en sí misma. Y ese final es posible y seguro, pues al final de ese camino siempre está Dios con los brazos abiertos y llenos de amor, dispuesto a derramarlo sobre nosotros totalmente, cuando hayamos dejado a un lado todos los obstáculos que lo impiden.

Dios ha realizado, realiza y realizará siempre su parte perfectamente. Nunca faltará a ella y jamás se echará en falta algo que Él haya debido hacer y no haya hecho. Su motor es el amor y el amor siempre cumple, es responsable y no deja de honrar sus compromisos: "Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo". Debemos confiar que en esa dinámica del Reino, el actor principal que es Dios, ha hecho ya su parte de manera insuperable. Entra en juego, entonces, el otro actor principal, el hombre. Si el motor de Dios es el amor, el motor del hombre es la esperanza. Esos sueños de añoranzas y de ilusiones deben encender el motor de la esperanza para que el hombre haga su parte en la implantación del Reino, en apresurar su llegada, en la vivencia anticipada de sus prerrogativas que hacen gustar con antelación lo que se vivirá en un futuro ya inmutable de establecimiento definitivo del Reino entre nosotros. Es la añoranza de lo superior, de lo trascendente, de lo eterno: "La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo". Por ello Dios, que hace su parte perfectamente, la lleva a concreción en Jesús: "Salió el sembrador a sembrar". Jesús es ese sembrador que lanza su semilla sobre el mundo. Son ahora cada uno de los hombres los que tienen en sus manos la responsabilidad de que la semilla arraigue, crezca y dé frutos. Se trata de que la añoranza de eternidad lleve a los hombres a convertirse en esos terrenos fértiles en los que la semilla de Dios haga su parte. No debe permitirse que una mala comprensión de nuestra superioridad o que la acentuación de una liberación o emancipación absoluta que prescinda de la grandeza de saberse menos que el mismo Dios Creador y Todopoderoso, nos impidan hacernos esos buenos terrenos.

"Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno". Se necesita abrir el corazón, afinar el entendimiento, liberarlo de los abrojos, cultivar lo profundo, promover el dominio de sí, evitar las cadenas que esclavicen a los sentidos. Todo esto, de existir en nosotros, impedirá que la semilla llegue a echar raíces y a dar frutos. La esperanza que nos mueva debe llevarnos a realizar esa obra anterior de hacernos terreno fértil. Añorar ese futuro idílico de la presencia del Reino de Dios en nuestro mundo no puede llamarnos a la pasividad de una espera infructuosa en la que no se haga el esfuerzo correspondiente, sino que debe alimentar una esperanza que nos llame a la actividad. La esperanza cristiana está muy lejos de la inactividad. Más bien es el toque continuo a la puerta de nuestro corazón para que abandonemos la pasividad y pongamos todo el empeño para hacer presente el futuro, a fin de gustar ya de las mieles dulces y sabrosas de ese Reino de armonía total. Esa esperanza será cumplida totalmente en el futuro si se ha hecho ya el esfuerzo ahora de cumplirla. Gozar de las bendiciones del Reino en el futuro eterno en la presencia de Dios debe empezar ya. Más aún, solo será verdad en esa eternidad feliz, si empieza a ser verdad ya en esta vida nuestra. Si empezamos a vivir en la verdad ahora, si nos llenamos de esa vida feliz ya, si comenzamos hoy a valorar y a vivir la santidad, si abrimos nuestro corazón para que la vida de Dios se convierta en gracia actual, si cumplimos toda justicia ahora con todos los hermanos, si dejamos que el motor de Dios que es el amor sea también el nuestro en el día a día, si promovemos la paz en nuestras relaciones con nuestros hermanos, entonces estaremos asegurando que el Reino de Dios sea una realidad plena en nuestro futuro. Solo viviremos la plenitud del Reino en la eternidad si lo empezamos a vivir ya.

2 comentarios:

  1. "Si el motor de Dios es el amor, el motor del hombre es la esperanza" me auwdo con esta frase pqra mi meditación... Bendición. Feliz Domingo dia del Señor!!!

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  2. Gracias x todo k nos das mi señor la vida a la humanidad

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