La confesión de nuestra propia debilidad y la asunción humilde de ella reconociendo a la vez la absoluta superioridad de Dios, puede llegar a ser la clave de la propia plenitud y de la verdadera felicidad. Esta lógica para el racionalista puede resultar totalmente absurda, por cuanto para él solo sirve para elevar al hombre su exaltación sobre todo, su colocación como eje central de lo que existe, su condición de astro alrededor del cual gira todo el universo. No es que la consideración del hombre como ser superior sea errada, pues de alguna manera fue determinado así por el mismo Dios desde el primer instante de su creación. Incluso la formulación de la frase con la cual Dios manifiesta su intención creadora del hombre descubre esa condición elevada: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Es una frase que desvela realidades incontestables. Por un lado, Dios se involucra directamente. Se convierte en el artesano del hombre al hablar en primera persona. Y se involucra en la totalidad de la Trinidad Santa: "Hagamos". Es un plural de primera persona, no un simple plural mayestático que denotaría la grandiosidad de Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo impregnan sus manos del barro con el que el hombre será construido. No es solo el espectador creador que hace impersonalmente que todo vaya apareciendo sobre el mundo, como en los días previos de la creación: "Exista... Hágase... Pulule la tierra..." Con el hombre todo es diferente. El creador ya no es espectador, sino que pasa a ser incluso modelador y arquitecto. Y por otro lado, diseña al hombre siguiendo un modelo exclusivo, no usado con anterioridad en los otros seres que fueron poblando la tierra, que es Él mismo: "A nuestra imagen y semejanza". Dios deja su sello personal en el hombre, donándole y marcándolo con los regalos de su inteligencia y su voluntad, de su libertad, de su capacidad de amar. No es la materialidad lo que lo hace superior, sino esos tesoros espirituales con los que llega a adornar el alma humana. Aun cuando existe también una corriente teológica que afirma que ese modelaje se da también en la corporalidad material, pues el Padre tenía a la vista, en su eterno presente, la figura del Hijo encarnado, que es en sí mismo prototipo también del hombre corporal. Para esta corriente, la afirmación básica es que Jesús es revelador no solo del Padre, sino también del hombre en la plenitud que debe alcanzar, incluso en la materialidad de su cuerpo. En todo caso, a pesar de que todo lo creado en cierto modo revela a Dios, como lo afirma rotundamente San Pablo: "Partiendo de la creación del universo, la razón humana puede descubrir, a través de las cosas creadas, las perfecciones invisibles de Dios: su eterno poder y su divinidad", es el hombre el que lo revela de la mejor manera, pues es su "imagen y semejanza".
No es, por tanto, la afirmación contundente de la superioridad del hombre sobre todo lo demás lo que está errado, pues se inscribe en lo que es la voluntad de Dios. La equivocación se alcanza cuando, en esa afirmación se concluye la absoluta autosustentación única y excluyente del hombre en sí mismo, descartando en ella la posibilidad de una necesidad de referencia a algo mayor, causa de la propia existencia. El error está en desconectar al hombre de aquella realidad espiritual que en definitiva es la que lo hace realmente superior. Eliminando la conexión con el que lo hace verdaderamente superior, se elimina la añorada superioridad. Esa empeñada autoafirmación absoluta y excluyente, en la búsqueda de una superexaltación a sí mismo, llega a ser, más bien, el perjuicio mayor, porque lo deja en la indigencia de lo que representa sustentarse en su propia debilidad ausente de Dios. Lo que hace al hombre grande no es la elevación que por sí mismo quiera alcanzar, sino la conexión con Aquel del cual le viene su grandeza. Paradójicamente el reconocimiento de la debilidad propia es la entrada de la superioridad que Dios quiere que poseamos, pues es abrir espacio en el propio ser para su entrada, abriendo para Él la posibilidad de que entre en nosotros y nos haga poseedores definitivos de todas sus grandezas, enriqueciéndonos con lo que por nosotros mismos jamás podremos alcanzar. Reconocer lo que somos y lo que no somos, nos hace ser verdaderamente lo que debemos ser. No es en el orgullo malsano ni en la soberbia donde nos hacemos grandes, sino en la pequeñez delante de Dios, como lo dice Jesús: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien". El pequeño se hace grande delante de Dios. Es la imagen del que siendo Dios se presenta a los hombres en la figura de aquel rey triunfador que no hace ostentación de su triunfo, sino que reconoce su pequeñez a la vez que el poder y la fuerza del Dios que lo ha hecho vencedor: "¡Salta de gozo, Sion; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna". Teniendo el pleno derecho y la justificación de demostrar ostentoso su trofeo de vencedor, hace lo correcto siendo humilde y dándole todo el reconocimiento al Dios poderoso. Con ello "proclamará la paz a los pueblos. Su dominio irá de mar a mar, desde el Río hasta los extremos del país", haciendo que el Dios justo sea el que reine verdaderamente.
Cuando desde la humildad de nosotros mismos hacemos el reconocimiento de que la única grandeza es la que nos viene de nuestra fuente de existencia, del mismo Creador, no solo nos colocamos en el lugar que nos corresponde, sino que desde ese mismo lugar podemos acceder a los mayores beneficios que nuestro Dios de amor y misericordia nos quiera regalar. No se trata de complacencias materiales que, en todo caso vendrán también de esa infinita generosidad de Dios, sino de las que certifican nuestra grandiosidad al haber sido creados no para desaparecer, como cualquiera de los otros seres de la creación, sino para permanecer eternamente, entrando en la perfección de la naturaleza divina de la cual participamos muy parcialmente en nuestra existencia terrena pero que será participación total en ese futuro de eternidad feliz junto al Padre Dios: "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en ustedes". Hemos sido enriquecidos con atributos divinos, dejando en nuestro espíritu la marca divina de posesión plena. Pero nuestra riqueza está llamada a ser mayor, pues no será solo una marca en el alma, sino plenitud de participación en la divinidad. "Somos deudores, pero no de la carne para vivir según la carne. Pues si viven según la carne, morirán; pero si con el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán". La materialidad nos puede hacer una malísima jugada, cerrándonos el camino a la plenitud. Es necesario que esa materialidad, hoy y siempre, la pongamos bajo el dominio del amor y la potencia divina, bajo su resguardo, no en la búsqueda de darle las mayores satisfacciones sensibles, sino aquellas que por provenir del amor, de la comprensión, de la misericordia, solo pueden venir de Aquel que es su fuente, de Dios. Por eso Jesús mismo nos invita a no dejarnos engañar por falsas voces que proclaman la paz que jamás podrán darnos, y a acercarnos a Él: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Él es el Rey triunfante que viene pobre y humilde montado sobre el borrico, y que nos ofrece el consuelo y el amor de Dios, y que nos dice que solo en el reconocimiento de esa debilidad que poseemos por nosotros mismos, podremos hacernos grandes, pues Dios entra en nosotros haciéndonos superiores por Él.
Dios mio ayúdame Ser manso y humilde de corazón como lo eresy reconocer tu grandeza en cada día
ResponderBorrarSencillo y grande, el amor.
ResponderBorrarSomos nosotros los que nos complicamos. Dios bendice a tus hijos y reunenos en tu Reino.
Reconocer lo que somos y lo que no somos, nos hace ver verdaderamente lo que queremos ser, solo tú Señor nos das descanso y reposo, ayudanos a conocer y a aprender de ti...
ResponderBorrarReconocer lo que somos y lo que no somos, nos hace ver verdaderamente lo que queremos ser, solo tú Señor nos das descanso y reposo, ayudanos a conocer y a aprender de ti...
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