La figura más entrañable y cercana que podemos tener los hombres en nuestra experiencia de fe es la del mismo Jesús, Dios hecho hombre, que se ha hecho de tal manera cercano a nosotros que se hizo uno más, asumiendo para sí, sin tener ninguna necesidad de ello, la misma vida de todas sus criaturas. El que es la fuente de la vida, el Creador de todo lo que existe, decidió pasar a formar parte de su misma creación. No se conformó con derramar todo su poder creador impregnándolo de su amor infinito, sino que quiso que entendiéramos más profundamente ese amor trayéndolo Él mismo de su mano, poniéndonos al alcance su visión cuando miráramos su corazón traspasado de amor por nosotros. Imaginarnos la magnitud de ese movimiento en Dios nos hace llegar a sucumbir a la convicción de que ese Dios que nos ama tanto nunca dejará de hacer lo que sea necesario para lograr tenernos consigo. El abandono de su infinita gloria, asumiendo nuestra nada para tomarnos a cada uno de nosotros de la mano y llevarnos a los campos infinitos de su amor es lo que Él ha hecho, sin asomar jamás un destello de duda en su intención. El amor no duda. El amor decide y actúa, teniendo como única perspectiva el bien y la felicidad del amado. Y en Jesús esto no tiene absolutamente ninguna sombra. La finalidad de su intención está luminosamente clara. Este tremendo rebajamiento de su dignidad y de su gloria lo entendió perfectamente San Pablo: "Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz". Este paso solo lo puede explicar el amor al amado, pues ninguna otra circunstancia puede dar razón a tamaño absurdo. La conclusión es clara. La comprendió también San Pablo: "Me amó a mí y se entregó a la muerte a sí mismo por mí". No se puede concluir en otra vía, sino solo en la de la comprensión de la acción en favor de sí. La conclusión se encamina por una sola ruta posible, cuando es comprendida en su simplicidad y en su magnitud: Dios me ama con amor eterno e infinito y será capaz incluso de asumir lo que no le corresponde, y hasta más, incluso la muerte, con tal de que eso quede claro para mí. Por eso, cuando lo comprendemos, Jesús se atreve a ofrecerse como la fuente del alivio para todos: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera".
En ese caminar fue necesario para Él la incorporación de actores importantes que le facilitaran el camino hacia la integración plena a la humanidad como uno más. Sabía Él que el camino tenía un itinerario específico y que no podía saltárselo. Por ello, desde la eternidad elige a una criatura especial, amada de manera peculiar, y preparada por Él desde su primer momento de existencia para que fuera el campo propicio por el cual iba a hacer su entrada. Revestido de la mayor humildad, ese momento culminante de la historia de la humanidad, grandioso por lo que significaba para cada uno de los hombres, se dio en la mayor sencillez, como sencilla era esa actriz que entraba en juego. La Virgen María, jovencita que amaba profundamente a Dios, había sido elegida para abrir la puerta de entrada del Dios, Todopoderoso y Eterno, dándole las vestiduras de la humildad que Ella misma poseía y que donó dócil y obediente al Dios que le había declarado su amor y solicitaba su permiso: "Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra". Ella, abandonada totalmente en el amor, no pudo sino ponerse en la misma línea de la grandiosidad de la obra que se avizoraba que realizaría ese fruto de su vientre, pero no dejó de imprimir su estilo particular: Ella era la servidora, la esclava, la pura, la que ofrecía, al igual que la carne que tomaría de Ella el Redentor, el vestido de humildad, que era su única posesión real y lo único que podía ofrecer al Señor de Señores. Si Él, entonces, quería entrar en la historia, lo tendría que hacer con lo único que podía ofrecerle Ella: Su vestido de gala delante de Dios, que era su humildad de servidora y esclava. Por eso, entre otras cosas, Jesús se hace igual que Ella, servidor y esclavo. El espíritu de María está todo impregnado de las características del espíritu del justo. No hay en Ella ninguna otra pretensión más que la de estar delante de Dios en el máximo sentido del servicio, guardando la esperanza en el amor de ese Dios que se va haciendo concreto en cada paso que da hacia la humanidad, y que se está iniciando con Ella como parte principal de la historia: "La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo; en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos ansiando tu nombre y tu recuerdo. Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden la justicia los habitantes del orbe". Esa es María.
En las diversas advocaciones de nuestra Madre, la que nos regaló su Hijo desde la Cruz, podemos encontrar detalles entrañables de ese espíritu justo, que nos revelan lo que es, y que nos indican un camino que es posible seguir, pues es una de nosotros. "Tú eres el orgullo de nuestra raza", cantaba el salmista. Y se refería a Esa que se haría presente de manera tan diáfana en nuestra historia de salvación. En la Virgen del Carmen tenemos el canto y la poesía de Dios hecha mujer en su Madre. El nombre Carmen tiene una doble etimología que nos descubre quién es Ella. Carmen, en hebreo, significa "La Viña de Dios". Es el campo privilegiado en el que Dios lanza su semilla que germina dando los frutos que anuncia Jesús en la parábola del sembrador: "ciento, sesenta o treinta por uno". Ella es el campo más fructífero, pues se puso en total disponibilidad en las manos del Señor al recibir su propuesta de amor. Tenía conciencia de que ese Sí incondicional que daba era el Sí que cambiaría toda la historia, pues daba paso al poder regenerador del amor en contra del poder de la muerte. Su Sí era el Sí a la vida que entraba en el mundo a través de su seno. Su Sí lograba para todos sus hermanos, los hombres de toda la historia, el rescate más grandioso que podría suceder. Ese Sí era el Sí que añoraban dar los labios de todos los hombres para ser rescatados y colocados de nuevo en el lugar privilegiado de hijos amados de Dios. La Viña que fue María, fue la Viña más productiva para la humanidad, pues dio el mejor fruto de todos, el del Redentor, que con su obra rescató a cada hombre de la sombra y de la muerte. Y fue la más bella, pues no solo dio frutos, sino que lo adornó todo con sus flores, las más lindas y perfumadas que podemos tener a nuestra vista. Ella misma es la flor más hermosa, más perfumada, más grandiosa, de la que podemos jactarnos los hombres en toda nuestra historia. Carmen, además, en latín, significa canto o poesía. Podemos entender, entonces, que María es el canto que entona Dios para enamorarnos, haciéndonos de nuevo suyos. Es el poema que pronuncia Dios sobre cada uno de nosotros, desnudando su corazón enamorado para que quede a la vista de cada uno. Un canto que se convierte en imán para los corazones que desean escuchar las entonaciones de ese canto enamorado. Y un poema que endulza el corazón de los más duros para que se acerquen a ese trovador que se ha acercado a cada uno en Jesús. Dios en la Virgen del Carmen nos habla concretamente de su amor. En Ella se convierte en aquel jovencito enamorado, que se ha dejado arrebatar el corazón, y se pone a los pies de nuestro balcón para darnos la mejor de las serenatas y recitarnos los poemas más dulces y cautivadores.
Bonita disertación. Nos invita a acudir a ella, para llegar a él, sin miedo y con todo nuestro ser...
ResponderBorrarBonita disertación. Nos invita a acudir a ella, para llegar a él, sin miedo y con todo nuestro ser...
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ResponderBorrarBonita reflexión
ResponderBorrarBonita reflexión diaria
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