lunes, 13 de julio de 2020

Que en nuestros regalos a Dios vayamos siempre nosotros mismos

Evangelio lunes 15ª semana de Tiempo Ordinario

Nuestra fe tiene una doble componente que se encuadra perfectamente con lo que es nuestra vida. Una es la que corresponde al ámbito de la intimidad, la de la mente y el corazón, en las cuales se dan las experiencias personales del trato con Dios en lo secreto. Son las que tienen que ver con la vivencia del amor divino, con las convicciones profundas, con el conocimiento y la vivencia de la verdad de Dios, con el trato dialogante y enriquecedor en la intimidad del corazón con ese Dios con el cual se puede entrar en una relación totalmente satisfactoria y dichosa. Al ser un ámbito en el que no se consiguen limitaciones, pues tiene que ver con lo espiritual cuya dimensión es el infinito, los hombres podemos regodearnos en él todo lo que nos plazca. Y siempre recibiremos en él las mayores riquezas para nuestro fortalecimiento espiritual. Es imposible vivir en este intercambio de amor con Dios y no obtener las mejores ganancias para nosotros mismos. Y es imposible también no sentirse compensados con ese ciento por uno proverbial que ofrece Jesús para quien lo deja todo para estar con Él. Es de tal manera compensador colocarse en este estado delante de Dios, y llena de tal plenitud la experiencia, que cuando se prueba con apertura de corazón total, sin mayores pretensiones que la de simplemente estar con Él y llenarse de Él, se llegará a un punto en el que será un estado de normalidad total en la relación con Dios y se añorará nunca dejar de tenerlo. Quien ha avanzado en este camino ya nunca más dejará de desear estar en él. La felicidad que se siente en esta relación de intimidad con Dios es de tal magnitud que ya nunca se dejará de desear y se procurará por todos los medios no perderla jamás. Es lo que han vivido los grandes santos, maestros de la mística, que llegaron a esta relación absolutamente natural con Dios en sus vidas y que después de haber alcanzado este nivel de intimidad con Él no concebían sus vidas sin su presencia en ellas. En este ámbito no existen ni estorbos ni obstáculos. Si se tuvieran algunos serían los que los mismos hombres coloquemos en él, con nuestras explicaciones intelectualoides: "Es que no tengo tiempo", "tengo muchas cosas que hacer", "no puedo perder el tiempo en estas cosas", "no sé que hacer en ese tiempo", "creo que hay cosas más importantes", "me aburro sin hacer más nada", "no puedo gastar mi tiempo en estas cosas sin sentido"... La realidad es que bastaría con al menos probar para percatarse que ese tiempo es el mejor invertido, pues nos sobrará el tiempo para otras cosas y ellas se colorearán de un sentido infinitamente superior.

La segunda componente es el ámbito de lo público, la que tiene que ver con nuestra vida comunitaria, en la que se vivirá en consecuencia con las riquezas que hayamos podido obtener de la primera, la del ámbito de la intimidad del corazón. Es todo lo que tiene que ver con lo que sale de nuestro corazón. "De la abundancia del corazón habla la boca", reza el dicho. Y es totalmente cierto. Decía el filósofo Karol Wojtyla, representante en su momento de la Filosofía Personalista Cristiana, luego el gran Papa San Juan Pablo II: "La persona se conoce en la acción". Es decir, lo que hace la persona descubre lo que es y lo que tiene en su intimidad. Por un lado, la fe no puede reducirse solo al ámbito de lo íntimo. El hombre es un ser social, reflejo de la sociedad trinitaria divina, de la cual es imagen y semejanza. Ha sido creado en estrecha relación con el mundo que lo rodea, principalmente con aquellos que conforman la naturaleza humana a la que pertenece. "No es bueno que el hombre esté solo", sentenció Dios al crearlo y colocarlo en medio del mundo para que lo dominara. Por el otro, la experiencia de fe, para ser real debe trascender, pues se sustenta en salir hacia el otro. Cuando este paso hacia fuera no se da pueden estar sucediendo dos cosas: O se ha desnaturalizado la fe y se ha reducido solo al ámbito privado, lo cual la hace totalmente falsa, o se ha tenido ausencia total de esa experiencia primera de encuentro con Dios en la intimidad del corazón. Pero puede darse también un opción más trágica aún. Existe una expresión externa de la fe, pero solo como pretendidamente silenciadora y disfrazadora de la realidad totalmente oscura que se vive en el interior. Es una pretensión malsana y absurda de acallar la propia conciencia llegando incluso a la intención de engañar a Dios con actos externos aparentemente buenos, pero que no están respaldados por una experiencia ni una convicción personal. No hay cosa que más disguste a Dios y que no rechace más profundamente: "No soporto iniquidad y solemne asamblea. Sus novilunios y solemnidades los detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extienden las manos me cubro los ojos; aunque multipliquen las plegarias, no los escucharé. Sus manos están llenas de sangre. Lávense, purifíquense, aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia, socorran al oprimido, protejan el derecho del huérfano, defiendan a la viuda". La fe pura debe producir actos puros.

¡Cuántos hombres no actúan de esa manera, pretendiendo con ello justificarse delante de Dios, haciendo como el gato que esconde su inmundicia! Creen que con hacerse la cruz de vez en cuando, con rezar un padrenuestro y un avemaría, con haber ido mucho a misa cuando eran niños, con ir a una misa de difuntos alguna vez, con dar en alguna rara ocasión una limosna, con hacer alarde de haber estudiado en un colegio de monjas o de curas, ya es suficiente para estar justificados y tener luz verde de parte de Dios para hacer lo que les venga en gana en sus vidas, como si aquello fuera un billete de intercambio para Dios. Creen que Él se puede contentar con esas limosnas que le dan en su vida. Y que así lo mantendrán contentos. Jesús quiere entrega radical feliz. No esclavitud ni engaño. Nos quiere dichosos junto a Él valorando lo que es ser de Él: "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará". Es toda la vida la que quiere Jesús. No dádivas ocasionales, supuestamente "generosas" en las que de ninguna manera estamos implicados. No vamos nosotros mismos en las dádivas. Una ofrenda que no nos contenga, que no nos comprometa, en la que no estemos nosotros mismos incluidos, no tiene sentido para Él. No son terceras realidades que nada tienen que ver con nosotros las que lograrán llenar la respuesta de amor que Jesús quiere que le demos. Las concesiones que demos a Jesús deben contener lo más importante: a nosotros mismos. Poco le importan a Jesús nuestras riquezas, nuestras posesiones, nuestras palabras, nuestros gustos, nuestras inclinaciones. Le importan, y mucho, nuestros corazones. Es lo que quiere. Él quiere una fe vivida en plenitud en las dos componentes, en el ámbito de lo íntimo, en el que se dé ese encuentro cotidiano y sabroso de nuestro corazón con el suyo y en el que se saboree una relación filial y de amistad cercana y vivificante, y en el ámbito exterior, en el que nos sintamos radicalmente en relación con los hermanos y en el que podamos expresar con limpidez la riqueza que tenemos en lo íntimo, procurando siempre el bien de los demás. La riqueza que obtenemos en la relación con Dios, de esa manera, será riqueza para todos, pues no se quedará solo en el regodeo intimista que la puede hacer desaparecer y por el contrario, se consolidará en la experiencia del amor fraterno que le da un sentido sólido y pleno. Así lo dijo también San Juan Pablo II: "La fe se fortalece dándola".

2 comentarios:

  1. Aprendamos a hacer el bien es la riqueza que obtenemos de nuestra relación con Dios. Jesús pide mantener la fidelidad hacia él por encima de todo y cargar con nuestra cruz sin miedo...

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  2. Aprendamos a hacer el bien es la riqueza que obtenemos de nuestra relación con Dios. Jesús pide mantener la fidelidad hacia él por encima de todo y cargar con nuestra cruz sin miedo...

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